El hijo de Jean
Sinopsis de la película
Mathieu tiene 33 años y vive con la incógnita de no haber conocido a su padre. Su madre siempre le dijo que fue fruto de una aventura de una noche. Una mañana, en su apartamento de París, recibe una llamada desde Canadá, de un desconocido que dice ser amigo de su padre y le informa de que éste ha fallecido, y que le quiere enviar lo que le ha dejado en herencia: un cuadro. Movido por la curiosidad, decide viajar a Montreal.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le fils de Jean
- Año: 2016
- Duración: 98
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Opinión de la crítica
Película
6.7
47 valoraciones en total
En el mundo tranquilo, casi monótono, de Mathieu, joven parisino, padre y separado que trabaja en el consejo de administración de una multinacional que vende pienso para animales de compañía, aunque su verdadera vocación es la novela negra, una llamada desde el Canadá va a significar un antes y un después en su vida. Al parecer su padre, del que lo desconoce todo, por ser una aventura pasajera según su madre ya muerta, acaba de fallecer dejando para él un paquete. Curioso, decide viajar y encontrarse con el hombre que le ha hecho la llamada, empeñado en contactar con dos hermanos cuya existencia acaba de conocer.
El guión, bien trenzado, nos irá descubriendo aspectos que, al igual que al protagonista, nos resultarán al principio extraños para terminar siendo emotivos.
El hallazgo de una familia que ha resultado invisible durante más de treinta años, no puede dejar a nadie indiferente y, sobre todo, cuando las soledades te cercan es el momento de caer en el vaivén de las cosas que pudieron haber sido y no fueron, y es la hora también de intentar la búsqueda del tiempo perdido.
El realizador francés, sin grandes alardes, redondea una historia que sorprende al espectador en el último tramo, y nos habla de la importancia de las relaciones familiares y de la necesidad del cariño y los abrazos en un mundo cada día más gélido.
Esta película tiene un planteamiento estructurado en dos partes, que funcionan a modo de dos historias que conectan con un sentido grandilocuente.
Por un lado tenemos el inicio con un Mathieu que ha crecido toda su vida anhelando la figura paterna que nunca conoció. Una llamada hace que se marche a Canadá al funeral de su padre. Ese al que nunca llego a conocer y que fue creando en su imaginación a base de conjeturas. En el aeropuerto lo recibe Pierre, un amigo intimo de su padre que le entrega un cuadro millonario que este dejo para el. El desconocido insiste en que no era necesario que viajara a Canadá para el funeral pero Mathieu decide quedarse unos días y conocer a sus dos hermanos.
Lo que empieza como un viaje lleno de entusiasmo se convierte en un descubrimiento atroz, al comprobar que el legado que su padre ha dejado para el no es mas que una familia detestable. Sus hermanos nunca supieron de su existencia y viven su duelo buscando el cuerpo de su padre muerto con el único objetivo de obtener un certificado de defunción que les permita llenarse los bolsillos de dinero. Uno de ellos es aficionado a la bebida, hosco y violento. Se comunica por medio de la agresividad. El otro es egoista, interesado y materialista.
Si algo ofrece este film es comprensión. Comprensión del protagonista hacia un pasado que siempre desconoció, y apertura hacia lo que cambia esa situación para otorgarle la oportunidad de conocer de donde viene y conocerse a sí mismo.
Mas allá de las excelentes interpretaciones que pueblan la película, el mérito se esconde en un milimétrico guión que nos va adentrando en los sentimientos del protagonista y en la investigación en su interior que le permite ver la verdad.
En tono quizá no de comedia, pero desde luego nunca como drama, la película está estupendamente rodada y se deja ver con interés.
La destreza de la dosificación de la información conduce al espectador a centrarse en la aparente verdad, dejando al director como demiurgo de las necesidades del espectador, para, de soslayo, introducir la verdadera cuestión de lo que es importante: vivir. Una bellísima historia, que esconde el amor de fondo, siempre bien llevado y un guion que nos deja sin complejos a la hora de expresar las necesidades de buscar lo que queremos o lo que de verdad necesitamos. La reflexión, intensa, de los anhelos de lo que no tuvimos, la búsqueda de lo que creemos necesitar está íntimamente relacionado con la descripción de los personajes, las palabras los definen, los diálogos los acompañan, y las interpretaciones los elevan, una mezcla de una buena dirección actoral y un guion bien estructurado. La búsqueda por parte del director de la cercanía del personaje plasmado en una estudiada elección de los planos se completa con el firme pero delicado movimiento de una cámara fútil y hetérea, con una cadencia en puntos musical.
Muy buena ha tenido que ser la cosecha este año en el cine francés, o muy mal debe andar la retentiva de los votantes, para haber relegado injustamente El hijo de Jean a tan solo dos nominaciones en los Césars: mejor actor principal (Pierre Deladonchamps) y mejor actor de reparto (Gabriel Arcand). Puede que el cupo de coproducción con Canadá ya fuera cubierto con Sólo el fin del mundo, de Xavier Dolan y vieran excesivo nominar a otra película más, teniendo títulos propios de sobra. A saber.
El caso es que El hijo de Jean, dirigida con acierto por Philippe Lioret y, cuya adaptación al guión corre bajo su responsabilidad junto a Natalie Carter, es un ejemplo de cine bien estructurado. Tanto su ritmo como sus diálogos son creíbles, evitan situaciones melodramáticas subidas de tono y su interés no decae en ningún momento. Es la base necesaria para que un film funcione y El hijo de Jean la tiene.
No sé si habrá muchos espectadores a los que la película les deje huella, pero sin duda, cuanto menos, es un cine de indudable calidad, un cine que hace falta que prodigue más títulos como este y que parece que pasará desapercibido por la cartelera, aún a pesar de contar con buenas referencias. Es la típica película buena que si se visiona deja buen sabor de boca, aunque hayan muchos a los que ni les suene o no les atraiga, corriendo el riesgo de dejarla escapar.
La labor de montaje, sonido o sobre todo la de Flemming Nordkrog a la banda sonora está más conseguida que el trabajo de Philippe Guilbert a la fotografía, que no es que falle, en absoluto, pero su iluminación en los exteriores nocturnos en el campo, a veces, deja que desear, cosa que no le ocurre en los exteriores urbanos. Eso si nos ponemos muy puntillosos para señalar algún punto negativo, pero insistimos, que técnicamente o en su faceta artística no hay ningún borrón.
El apartado de los actores también es reseñable. Hasta los niños pequeños que aparecen o los que tienen papeles fugaces, como los dependientes, hacen un buen trabajo. Nada chirría, quizás no ya por una buena elección en el casting sino por una buena dirección.
Así da gusto ir al cine. Y no debe ser una apreciación subjetiva. Hacía tiempo que al finalizar la proyección, y eso que había casi media sala llena, los espectadores, aunque no prestaban atención a los créditos finales, ninguno se levantó, y comentaban los hechos que habían presenciado, compartiendo la conclusión con el que el film había cerrado.
Quizás lo que más me ha gustado de El hijo de Jean es su naturalidad. Los acontecimientos se van sucediendo sin la necesidad de intentar sorprender al espectador, pero con la ventaja de interesarle. No hay suspense, pero sí curiosidad por saber cómo se va a desarrollar, tanto lo que se nos propone como la reacción de sus personajes con lo que es fácil identificarse y cuyas reacciones son lógicas y humanas en todo momento. Todo ello hace, al menos para mí, que estemos ante un film apreciable y por supuesto muy digno.