El gran impostor
Sinopsis de la película
Confinado en una prisión de la costa de Maine, Ferdinand Waldo Demara Jr. (Tony Curtis), logra escapar y cambia de identidad para evitar que lo capturen. Trabaja como profesor interino de la Universidad de Harvard en el cuerpo de marines, pero las autoridades lo localizan gracias a la documentación que el joven se dejó olvidada durante su huida. Decidido a burlar el acoso policial, se hace pasar por un monje trapense, pero, en un descuido, sus perseguidores lo arrestan. De nuevo en la cárcel, el joven no se desanima. Se gana la confianza de un guardián, a quien consigue suplantar, y vuelve a huir. Plenamente integrado en la vida civil, decide adoptar la personalidad de un capitán médico de la Marina.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Great Impostor
- Año: 1961
- Duración: 113
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Opinión de la crítica
6.2
69 valoraciones en total
La familia Demara vivía muy holgadamente en Lawrence, Massachusetts, EEUU… pero cuando en el año 1929 se produjo La Gran Depresión, no tardó el padre, Ferdinand Demara, en ser otra de las tantísimas personas que entraron en bancarrota. Él, su esposa y su hijo Ferdinand Jr., tuvieron que irse entonces a un sector menos favorecido de la ciudad y allí tuvo el señor Demara que aceptar un trabajo como proyeccionista de una sala de cine para poder subsistir.
Era ya un adolescente, cuando Ferdinand Jr. sintió que era hora de abrirse camino por él mismo, e influido quizás por el sacerdote Devlin, leal amigo de la familia, ingresó en una orden cisterciense donde pretendiendo servir a Dios pasó algunos años. Durante la II Guerra Mundial y habiendo cumplido veinte años, Fred (como le llamaban sus más cercanos) se enlistó en el ejército cuando EEUU entró en el conflicto en 1941, y por un incidente que allí le ocurriera, simuló un suicidio y desertó del regimiento… empezando su largo ejercicio de suplantar personalidades para huir del asedio policial y militar.
Desde entonces, con diversos nombres y encarnando distintas profesiones (psicólogo, profesor, abogado penalista, monje, médico-cirujano…), en las que demostraría idoneidad y una altísima capacidad intelectual, Ferdinand Demara Jr. recorrería buena parte del país y hasta cruzaría a Canadá, haciéndose tan famoso que los medios le identificarían como El Gran Impostor.
Esta es, sucinta, la historia de un gran personaje que, el escritor Robert Crichton, convertiría en novela en 1959, la cual fue adaptada al cine por Liam O’Brien y dirigida por Robert Mulligan con vitalidad y encanto suficientes como para asegurarnos un rato muy divertido. El director se encariña con el personaje al que, Tony Curtis, recrea con bastante gracia, y queriendo demostrar que la realidad es más extraña que la ficción, nos moldea a un singular ser humano que, siendo un farsante bajo la perspectiva de las leyes y ante la mirada sentenciosa de los jueces, paradójicamente consigue hacerse estimar y respetar en todas las profesiones que cada tanto asume.
El montón de divertidas y especiales anécdotas que ocurren en EL GRAN IMPOSTOR, parecen pura ficción, pero tan solo están dando cuenta de la recursividad, la entereza, el talento… y sin duda, la buena suerte que acompañó siempre a Ferdinand Waldo Demara Jr. (1921-1982), quien, entre muchas cosas, fue quien le hizo el ritual de la extremaunción a su gran amigo y actor Steve McQueen, en 1980.
Nada enseña tanto como el fracaso, decía G.K. Chesterton (frase que cita Devlin en la película) y Demara nos va a dar prueba de su capacidad de tolerancia al fracaso, al asumir cuanto reto se abre en su camino sintiendo que esperar que te sorprendan es parte de la diversión. Con todo, bien que puede ponerse en la lista de los personajes más singulares que ha dado la historia humana.
El reparto incluye renombrados actores que hacen muy bien lo suyo como Karl Malden, Gary Merrill, Sue Ane Langdon, Mike Kellin y Edmond O’Brien, entre otros, y por su parte, Robert Mulligan comenzaba a consolidar una obra cinematográfica bastante representativa.
Termino citando una de esas frases que dan clara cuenta del carácter femenino que tanto admiro. La dice, la teniente Catherine Lacey (Joan Blackman) con respecto a Demara, demostrando que le quiere incondicionalmente:
Me voy a casar con él y aceptaré cualquier nombre que quiera compartir conmigo.
Me he quedado alucinando al saber que esta historia está basada en un hecho real. No me lo podía creer y en seguida he buscado la vida real de este hombre, Ferdinand Demara.
Un hombre que, desde que huyó de su casa a los 16 años y sin tener ninguna preparación intelectual ( no llegó a terminar el instituto), adoptó diversas identidades y profesiones consiguiendo ejercer en todas ellas con solidez, llegando incluso a destacar en algunas de ellas. Y no estamos hablando de que ejerciera de barrendero o camarero no. ! Ejerció de monje, soldado, teólogo, psicólogo, abogado penalista, especialista en niños, profesor, médico cirujano, policía y no sé cuántas profesiones más!. Siempre falseando credenciales y con el ejército y el FBI pisándole los talones.
Lo curioso es que, al parecer, no lo hacía por exceso de ambición ni deseo de estafa. Por lo visto, desempeñó con corrección sus cargos y nadie de su alrededor pudo dar testimonio de su ineficacia.
Se dice que poseía un cociente intelectual muy alto y que estaba dotado de una asombrosa memoria fotográfica que le hacía memorizar, rápidamente, largos textos que luego le servirían en el desempeño de sus funciones.
Sus últimos días debieron ser una condena para él ya que se hizo muy famoso y eso le impidió dejar de ser él mismo y tuvo que resignarse a ser quien era, ! Qué putada!.
En sus últimos días fue muy amigo del actor Steve MacQueen. Se lo tenían que pasar en grande contándose batallitas.
Es Tony Curtis quien encarna a este hombre en esta película divertida y picaresca. Nadie más indicado. Ese desparpajo que le caracterizaba le hacían idóneo para interpretar las múltiples situaciones de improvisación a las que tuvo que enfrentarse este hombre para sortear con habilidad infinidad de situaciones comprometidas.
La película resulta pues, ágil y divertida, con buen ritmo y situaciones, algunas muy hilarantes, que el espectador observa con incredulidad.
Una cinta pues, muy recomendable, tiene buenos momentos y el argumento es delicioso.
Simpática biografía del camaleónico y encantador impostor Ferdinand Waldo Demara. Pese a que la historia se cuenta en forma de episodios un poco desarticulados, algunos dramáticos, la mayoría cómicos, la vívida interpretación de Tony Curtis y la favorecedora partitura de Henry Mancini -a veces nos recuerda a la que compuso para Hatari un año después- garantizan el entretenimiento. Robert Mulligan, el inolvidable director de Matar a un ruiseñor (1962), pone en escena con enorme agilidad narrativa este agradable y bondadoso antecedente de la extraordinaria Catch me if you can (2002) de Steven Spielberg. Acusa tal vez en exceso el aprendizaje del director en el formato televisivo con el abuso de planos medios y unos feísimos zooms pero la labor de Curtis y el granado elenco de secundarios -Gary Merrill, Edmond OBrien, Raymond Massey o Karl Malden- hace que la película, pese a sus carencias, se mantenga en el nivel de lo aceptable.
Basada en un personaje real, la película narra las andanzas de Ferdinand Waldo Demara Jr. Enigmático y carismático, se dedicó a suplantar con éxito todo un sinfín de personalidades. Continuamente asediado por la policía, Demara se hizo pasar por profesor, monje, médico, psicólogo, entre otras muchas identidades que adoptó.
El gran impostor es una película alegre, fresca, vitalista. Tambié se podría definir como pícara. Todo gira en torno al personaje de Ferdinand Waldo Demara Jr. (maravillosamente interpretado por Tony Curtis). Es, sin duda, uno de los personajes más fascinantes y complejos de la historia del cine. Nunca queda claro por qué actúa así. Es excitante sentir que en cualquier momento se puede descubrir el engaño llega a decir. Pero no sabemos más. Lo que sí sabemos es lo bien que nos cae este tipo. Realmente lo admiramos. No nos gustaría estar en su pellejo pero lo admiramos. Para Ferdinand todo es un juego, y, da la sensación de que le da lo mismo ganar que perder. Sólo quiere jugar. Y… reconozcámoslo, tiene unas cartas estupendas.
Y, si la historia gira en torno al magistral Tony Curtis, no es menos cierto que anda secundado magníficamente por Arthur O`Connell, Raimond Massey y, sobre todo, por Edmond O´Brien, cuya interpretación como paciente sedado en exceso por el falso doctor para la extracción de una muela, es verdaderamente desternillante.