El cuento de la doncella
Sinopsis de la película
En un mundo futuro, sólo algunas mujeres pueden tener hijos. Son las llamadas doncellas , que sólo pueden tener relaciones sexuales con el fin de procrear y deben cubrirse con una túnica roja que las identifica e impide que otros hombres puedan verlas. Una de ellas, Kate, tras ser entregada al Comandante Fred, trata de escapar de ese mundo totalitario, aunque sabe que puede costarle la vida, como le recuerdan constantemente los cadáveres colgados en las alambradas que rodean el estado de Gilead.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Handmaids Tale (Die Geschichte der Dienerin)
- Año: 1990
- Duración: 109
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Opinión de la crítica
Película
5.6
30 valoraciones en total
He visto algunas películas de futuros distópicos donde hay problemas de reproducción. He de decir que El cuento de la doncella me ha parecido el más acertado de todos. Está claro que en el momento en que tener un hijo sea un bien preciado, las mujeres fértiles dejarán de ser dueñas de sus úteros y sus hijos.
La velocidad en la que suceden las cosas es lenta. Prácticamente la película se va en hacer la presentación de la sociedad distópica, y la parte de acción queda relegada a un pequeño tramo final. Eso hace que esa parte quede demasiado artificiosa, como que han pegado una pequeña subtrama con la que darle sentido y final a la historia.
La cartelera también es engañosa. Aparte de unos pechos fugaces, no vas a ver nada más de carne, ni tampoco mujeres atadas de manos. Digamos que es una creación simbólica.
A mediados de los años 80, la canadiense Margaret Atwood estaba preocupada por la nueva ola de conservadurismo que parecía avanzar por el mundo: eran los años de Reagan y de Thatcher y de otros gobiernos conservadores.
Así que decidió escribir una especie de fábula, una distopía. En el mundo imaginado por Atwood, años continuados de contaminación ambiental, las enfermedades y los malos hábitos de vida y alimentación (industrializada pero poco sana), han provocado serios problemas de fertilidad: pocas parejas pueden tener hijos, y menos aún son los que nacen vivos.
Se ha establecido un régimen militar en el que los jerarcas (los llamados Comandantes de la Fe) detentan un poder absoluto y teocrático sostenido por los llamados Ángeles (los soldados), y por los Ojos de Dios (o simplemente los Ojos, una especie de policía del pensamiento o policía secreta que espía y vigila a los posibles disidentes). En este mundo con problemas de natalidad son crímenes muy graves la homosexualidad, el aborto y el sexo que no tenga como fin la reproducción: garantizar que haya más niños.
Y sin ser mala, y tener cierto éxito y obtener cierto reconocimiento, lo cierto es que la novela tampoco logró pasar a los anales de la ciencia ficción como uno de los libros más recordados. Hasta cierto punto es lógico, en esto de las distopías Un mundo feliz y 1984 dejaron el listón muy alto, y The Handmaid’s Tale es un libro mucho más adulto que las historias distópicas de adolescentes que vendrían después (series como las de Los juegos del hambre, Divergente, El corredor del laberinto,…) y que si tendrían mucho éxito de público.
Algunos años después, en 1990, se hizo esta adaptación al cine, una película alemana que en España se tituló El cuento de la doncella, que no es que estuviera mal, pero que no tuvo ningún éxito y es bastante poco conocida.
En el mundo imaginado por Margaret Atwood, las mujeres tienen asignados unos papeles muy concretos y son divididas en clases (casi como castas) y obligadas a seguir un estricto código de conducta y de vestimenta.
Están las esposas, la cúspide de la pirámide aunque para ellas también rigen prohibiciones como las de leer o escribir libros, que visten siempre de azul. Por supuesto están las viudas, las esposas cuyos maridos han fallecido (vestidas de riguroso negro, sobran las explicaciones) y las hijas, tanto naturales como adoptadas (ya os explicaré lo de las comillas), obligadas a vestir de rosa (los hijos no, esos siguen otro camino).
También están las Martas, mujeres que no pueden tener hijos, bien por su edad, bien por ser estériles (recordad que la esterilidad es un serio problema en este mundo), que están destinadas a ser sirvientas dedicadas a las tareas del hogar: cocinar, limpiar…
Y también están las criadas que también son sirvientas asignadas a las familias de los comandantes, vestidas de rojo, pero estas si son mujeres probadamente fértiles, que pueden tener hijos.
Por último están las tías, mujeres no fértiles, no casadas y normalmente de cierta edad que visten de color marrón, las únicas a las que se permite leer, y cuya función es adiestrar a las criadas.
Por supuesto no toda la población vive así: esto está reservado para los jerarcas del régimen, los Comandantes y sus familias. El resto (los hombres de clase social más baja, tienen esposas que deben cumplir todos los papeles (esposa, Marta, criada) a la vez, a las que se denomina Econowives en el original.
Y estas son las mujeres legítimas, las clases socialmente aceptadas. Además están las no-mujeres (las solteras por decisión propia, las lesbianas, las monjas, algunas viudas, las criadas que no han logrado concebir hijos, y en general las mujeres disidentes) que son ejecutadas o exiliadas para trabajar en las llamadas colonias (áreas rurales, agrícolas, con fuerte polución).
Y por último las Jezabels, las prostitutas, bien las que ya eran profesionales antes, bien las que se han visto forzadas a ello para eludir ser declaradas no-mujeres.
Pero el meollo de la historia (y la razón del título: El cuento de la criada) viene del papel de las criadas (o las doncellas, según la versión). Su trabajo es tener hijos, y se considera casi sagrado, una bendición. El problema es que no es voluntario, claro, es obligado: la historia cuenta las vivencias de una de ellas, que es capturada cuando intentaba escapar con su familia a Canadá.
Aunque rodeada de una parafernalia y una liturgia místico-religiosa, su papel no es otro que el de ser úteros andantes: son reproductoras, están ahí para tener hijos. Cada mes, en sus días fértiles, tiene lugar la ceremonia en la que se tienden de espalda sobre el regazo de la esposa que la sujeta, mientras el comandante intenta hacer lo suyo. Todo muy aséptico y muy ceremonial: Nadie se desnuda, ni la criada ni la esposa ni el comandante, por supuesto el comandante no toca ni acaricia a la criada (aparte de penetrarla, claro). De hecho la criada (aquí es la doncella) debe vestir un velo rojo que le oculta la cara.
Más en: http://el-pobre-cito-hablador.blogspot.com.es/2017/06/el-cuento-de-la-criada-nolite-te.html
Visión de un futuro no muy lejano, donde, una vez más, la humanidad está siendo condenada a su desaparición por el aumento de la infertilidad en las mujeres. La élite social, única capacitada para trascender y dejar descendencia, ante la incapacidad física de sus mujeres por tener hijos, recurren a las doncellas (mujeres fértiles) para, en un ritual de apareamiento, logra este propósito.
Curiosa película en muchos aspectos. Estupendo reparto, buen guión, fría dirección, logra transmitir esa frialdad que impregna la obra, quizás fallando más en la parte referente a la relación entre Richardson y Quinn, no quedando muy clara las verdaderas motivaciones y lealtades de éste último. Bajo la apariencia de telefilm, subyace una obra pesimista y espejo atemporal en el que integrar este futuro de colores y roles.
Pues no he visto la serie de TV, pero espero que sea mejor que esto.
La novela de la tal Atwood sin estar muy bien escrita ni ser demasiado creíble, es al menos entretenida y dentro del extenso y diverso mundo de la ciencia ficción, donde se valora más la originalidad que la calidad, se le puede hacer un hueco. La leí precisamente por las buenas críticas que me llegaban de la serie. Pero, si la novela no convence del todo, en esta adaptación se dejan por el camino todavía un poquito más de credibilidad, sin aportar casi nada.
Igual algún día me atrevo con la serie. Igual no. Con dos intentos yo creo que está bien, ¿no?
Primera versión cinematográfica de la novela homónima de Margaret Atwood que recientemente ha visto también una exitosa adaptación a la pequeña pantalla.
A cargo del reputado Volker Schlöndorff —y con guión del nobel Harold Pinter—, lamento decir que no se cuenta entre lo más granado de su filmografía. Porque, como tantas otras cintas de su época —salvo contadas excepciones, qué malos fueron los noventa, y todavía hay quien los reivindica— presenta un barroquismo visual rayano en lo indigerible. La densidad del sfumato es tal que, en ciertos pasajes, cuesta no imaginar a todo el equipo de rodaje fumándose hasta los folios del guión. O quizá suceda que nos hemos acostumbrado a la frialdad y el despojamiento característicos de Black Mirror (2011-Actualidad), de un tiempo a esta parte, y con sus —innegables— altibajos, influencia definitiva en toda distopía que se precie.
Además, aunque quiero suponer que por motivos de metraje, se omiten las escenas dedicadas al cómo (coño) —con perdón—hemos llegado hasta aquí en que sí abunda la serie y que constituyen el elemento verdaderamente inquietante de la historia. En su lugar, el melodrama romántico y, por ende, convencional adquiere una relevancia, a mi juicio, excesiva, restándole con ello bastante interés al producto.
El reparto, a priori uno de los puntos fuertes de la película, también falla. Sólo Faye Dunaway resulta medianamente creíble en su papel de Serena Joy Waterford. El resto dan la impresión de querer estar haciendo cualquier otra cosa. Incluso Aidan Quinn —más noventero, por cierto, que un par de hombreras—, y ello pese a lo deleitoso que debieron de resultarse (casi) todas sus entradas en escena, circunscritas a meterle mano a Natasha Richardson.
En fin, éstas son sólo unas cuantas de las las posibles razones para que un relato tan sugestivo no haya vuelto a ser puesto en imágenes desde entonces. Eso sí, a ver dentro de treinta años qué tal ha envejecido la serie que tanta admiración está causando. Esperemos que no tan mal como el film que nos ocupa. O puede que los noventa hayan sido definitivamente restablecidos en el trono de las tendencias y esta película sea un referente estético. Lo cual podría considerarse incluso más terrible que el advenimiento de la república de Gilead.