El crimen del Sr. Lange
Sinopsis de la película
Batala es un truhán que dirige una ruinosa imprenta en París. Acuciado por las deudas, decide imprimir unas historias del Oeste escritas por Lange, uno de sus empleados. Sin embargo, acosado por sus acreedores, se ve obligado a huir de la ciudad, y aprovechando un aparatoso accidente ferroviario, decide simular su propia muerte. Al conocer la noticia, sus empleados acuerdan formar una cooperativa, que empieza a dar beneficios gracias precisamente a los relatos de Lange.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le crime de Monsieur Lange aka
- Año: 1936
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
7.4
96 valoraciones en total
Renoir se descuelga con unas evidentes intenciones de denuncia social parabolizada, vindicando la independencia cooperativa obrera y el reparto justipreciado de las mieles del progreso y la industria como forma alternativa y equitativa de (auto)gestión.
Evidentemente, por la fecha de la cinta y atendiendo a las declaraciones de Renoir sobre sus querencias (ni siquiera tendencias) políticas –e incluso, e importantísimo, el comunismo aún como opción posible sin batacazo de por medio– condicionan un mensaje excesivamente rudimentario en su instrumentalizada carga de profundidad. Era el momento de tal cosa, no obstante.
La película es fresca y va al cuello –desde los personajes, eso sí, no desde el discurso artificial– pero el argumento podrá ser tildado de maniqueo sin tener que echarle demasiada imaginación a la diatriba. En todo caso, la intención de Renoir era precisamente esa: buscar el efecto denuncia de forma manifiesta en el relato.
Pese a todo, hay elementos que hacen de esta cinta un ejemplo de cine de enorme precisión y frescura dentro de su sencillez: el firme tono de comedia, los andamios estéticos que ofrecen reminiscencias de ese estilo directo y poético naturalista (el tratamiento de la luz en los primeros rostros, el estilo coral…), y las interpretaciones no solo de este Batala con perfil de leviatán social, sino también de las actrices (personajes de pasados de escarceos amorosos utilitaristas que delatan el rodillo… tendría que decir capitalista pero se me llena la boca… diré burgués).
Extraordinarios los momentos de exaltación comunal. Concretamente, la puesta en escena en la secuencia resolutoria con panorámica de patio de vecinos (el colectivo, representado en ventanas que se tornan subjetivas, se personifica en el caminar del personaje principal) y el escorzo abandonado, (*), roto, del tirano.
Esta película merecería verse solo para deleitarse con la interpretación que Jules Berry hace del personaje de Batalá, un editor corrupto que manipula a sus trabajadores y se aprovecha de todos lo que con él tienen relación, especialmente las jovencitas que sucumben a sus discutibles encantos. Hace una creación magnífica, llena de matices y que nos parece muy contemporánea, para nuestra desgracia. En cada país de Europa deben tener sus caraduras oficiales, y en España hay bastantes recientes y parecidos al que encarnó el actor francés justo el año en que empezó la guerra civil.
Berry que tenía entonces cincuenta y tres años era un actor con una sólida formación humanística y teatral, y en esta ocasión comparte reparto con el también excelente René Lefevre, que lleva el peso narrativo de la película. También es memorable el trabajo de la actriz y cantante Odette Rousseau Florette en el papel de Valentine, la novia de Lange.
Renoir maneja todo a la perfección, con una gracia y un talento incontestables. Convierte la historia de un crimen en una comedia, eso sí, con un pie puesto en la denuncia y otro en la crónica sociológica y política de una Francia en la que unos trabajaban intentando salir honestamente adelante y otros vivían del cuento sin el más mínimo de los escrúpulos. Eso se puede decir de muchas formas, y el gran director elige la más divertida y, tal vez, la más eficaz en ese momento.
Hay secuencias y planos magníficos, algunos de ellos con una concepción muy moderna. Recordaré siempre la mirada de la pobre muchacha a la que el canalla precipita en las manos de otro corrupto como él al que le debe dinero, para variar.
El guión, inteligente, delicado y hermoso, está firmado por el propio Renoir y nada menos que por el poeta Jacques Prevert.
Hay que verla: el mejor cine francés y, por ende, el europeo está naciendo aquí.
Los señores Batala no necesitan consultar el manual de instrucciones de la vida para moverse por ella con gracia e incluso distinción. A su paso, la ingenuidad cae conquistada y los señores Lange nunca tendrán la menor opción. En El crimen del Sr. Lange, Batala desvela el secreto:
– La vida es algo a lo que hay que acostumbrarse.
De nuestra incapacidad para convertir la vida en una costumbre surge una infantil atracción por esta clase de hombres de acción, los Batala, a nosotros nos han enseñado a dudar, a dejarnos atrapar por un fango de proposiciones morales del que salimos sólo para sumergirnos en nuevos lodos de reflexiva inercia.
El ideario artístico de Jean Renoir, basado en la búsqueda de la naturalidad pura de los intérpretes, alcanza con la creación que hace Jules Berry del Sr. Batala una cumbre, para mí su gran cumbre en este ámbito. Con su aire de Bela Lugosi familiar y juguetón, un vampiro demasiado cotidiano para no reconocer en él a muchos especímenes cercanos, Renoir y Berry despojan a la vileza tanto de sordidez como de solemnidad.
A lo largo de los años treinta, década enormemente productiva para el cine francés, su máximo representante (junto con Clair), realizó una serie de películas que aparte de su brillantez formal y estilística, revelaban una toma de postura clara frente a la problemática política y social, así, obras anteriores a la aquí comentada, como Toni , o posteriores, como La vida es nuestra o Los bajos fondos , mostraban la apuesta de Renoir por las clases populares, apuesta que siempre mantuvo, y que cobra vida en su cine.
Dichas clases populares son encarnadas aquí por los personajes que pueblan un patio vecinal parisino, y que partiendo del conserje y su familia, pasando por las chicas de la lavandería y concluyendo en los empleados de la editorial, constituyen el núcleo de la película. Sorprende lo bien perfilados que están todos los personajes, desde los principales a los secundarios, y la importancia que a todo este sujeto colectivo confieren Renoir y su guionista, el justamente celebrado Jacques Prévert. El patio viene a ser un símbolo mismo de la cooperación entre clases populares, y de ahí que los dos momentos claves del filme transcurran en él, la retirada, por parte de Lange, del cartel en el que figuraba el propietario de la editorial (un despreciable, manipulador y caradura Batala, genialmente interpretado por Berry), mostrada con un movimiento de grúa que implica a todos los trabajadores y vecinos, y el ajusticiamiento (que no asesinato) de aquél, también a cargo de Lange, en el que la cámara describe un giro completo y descendente, mostrando el patio, del que surgen las voces de sus pobladores.
Por tanto, y teniendo en cuenta que la película se rodó poco tiempo antes del triunfo del Frente Popular, la tesis de la misma queda muy clara: es un alegato contra los patronos injustos, contra la explotación del trabajador, y un canto a la libre asociación obrera. El patrón injusto se asocia a la figura de un tirano, y por ello se justifica su eliminación como único medio para la liberación popular. Continúa en spoiler.
En El crimen de monsieur Lange el crimen se desprende de su naturaleza delictiva y se convierte en mero pretexto para diseccionar una época histórica francesa, europea y mundial, y un sistema económico. ¿Cuál es el cuerpo del delito? parece preguntarnos Renoir. Y estoy por escribir en mi hoja de respuestas que el asesinado no es otro que el capitalismo. Pero no el capitalismo emprendedor y solidario. No. El muerto es el capitalismo de la explotación de los trabajadores, el del disfrute individual de los beneficios y reparto de las deudas. El cooperativismo, como alternativa propuesta por Renoir es el maravilloso atenuante capaz de reducir la pena inherente al delito o incluso concluirlo con la absolución absoluta. Ego te absolvo parecemos decir todos al acabar la película, aunque el tiempo dará y quitará razones respecto de las bondades colectivas. Pero esa es otra historia…
Lo que es historia y buena, es la calidad de este genial director francés de quien, superada la inicial fase de sorpresa, me siento absolutamente devoto con una devoción casi de novena y cuentas del rosario. El río, La gran ilusión y especialmente La regla del juego han sido los films que han cimentado mi vocación rociera por su cine. En la antesala todavía figuran títulos míticos que debo revisar y aunque alguno pueda sorprenderse de que llegue tarde a un genio como este, debo decir que nunca presumí de conocimientos ecuménicos en esto del cine y que…¡mas vale tarde que nunca!.
La colaboración de Jacques Prevert en el guión confiere sin duda ese toque de izquierdas, frente popular, al que no es ajeno el propio Renoir. Aires políticos en una película comprometida, rodada en espacios pequeños seguramente porque la vida de los trabajadores se mueve entre estrecheces aunque la libertad finalmente se represente con panoramas extensos y las huellas de pasos en marcha al horizonte.
Para ir ultimando. Sin los actores, las ideas del guión son humo, y hay que señalar los buenos trabajos de René Lefevre, Florelle, Jules Berry y los demás. También y porque es de justicia, pongo una pica en favor de las mujeres que tenían que soportar explotaciones vergonzosas. En este sentido, excelente el trabajo de todo el elenco femenino. Ah y la turca del abuelo, todo un lujazo.