El cartero de las noches blancas
Sinopsis de la película
Los habitantes del lago Kenozero viven del mismo modo que, durante siglos, vivieron sus antepasados. En esa pequeña comunidad, donde todos se conocen. sólo se produce lo necesario para la supervivencia. Sólo se comunican con el exterior gracias a la lancha del cartero, pero cuando alguien roba el motor de la embarcación y, además, la mujer que ama se escapa a la ciudad, el cartero emprenderá un viaje de autodescubrimiento que le ayudará a comprender que no hay nada mejor que el hogar.
Detalles de la película
- Titulo Original: Belye nochi pochtalona Alekseya Tryapitsyna (The Postmans White Nights)
- Año: 2014
- Duración: 100
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Opinión de la crítica
Película
6.5
41 valoraciones en total
A pesar de su rimbombante título, El cartero de las noches blancas me ha parecido una película visualmente atractiva, pero sin alma. Su único interés es el estrictamente documental. Como retrato de unos seres perdidos en un pueblecito situado en el Norte de Rusia, con su vida cotidiana condicionada por la soledad y el vodka, y algunos paisajes poderosos, el film puede ser interesante en su planteamiento, pero decae a medida que avanza el metraje. La película combina los encuadres cruzados e imposibles del interior de las casas (casi parece una cámara oculta, o una cámara fija en plan Gran Hermano, como si estuviésemos espiando a los personajes), con bellísimos planos en campo abierto. El estilo es aparentemente sobrio y el argumento se relata con un ritmo deliberadamente cadencioso. El argumento da para poco, y además parece que Konchalovsky se niega a desarrollarlo. El film apunta hacia muchas cosas, pero sin profundizar en ninguna. El hecho de utilizar actores no profesionales (en este caso, parece que se interpretan a sí mismos) no siempre es garantía de autenticidad. El personaje del cartero despierta simpatías (a mí me ha recordado a Miliki, y encima toca el acordeón), pero carece de la fuerza necesaria para enganchar al espectador. En suma, lejos de emocionar, el conjunto queda un tanto deslavazado. Seguramente la intención de Konchalovsky era buena, pero al llevarla a la práctica el resultado le ha salido plomizo, aburrido y tan frío como los paisajes que retrata.
Fue tras la escasa e inmerecida acogida que recibió su Cascanueces, que, el director ruso Andrei Konchalovsky, decidió marcharse definitivamente de Hollywood… a donde siente que ya nunca volverá. No obstante las grandes películas que ha realizado, él sigue considerándose un artesano, y en Hollywood solía sentir que sus aspiraciones artísticas siempre tenían a alguien en contra. Con mucho empeño, Konchalovsky logró crear en Rusia su propio estudio cinematográfico, y es de, AK Studios, que ha salido, EL CARTERO DE LAS NOCHES BLANCAS, un filme decididamente artesanal que parte de un guion tan simple como significativo -escrito a dos manos por él mismo junto a Elena Kiseleva-, con el cual recrea la suerte de vida que se lleva en un pequeño pueblo de la actual Rusia, donde la majestuosidad de los paisajes nos hace pensar sencillamente en el paraíso.
Konchalovsky luce de nuevo en su propia casa, asentado, homenajeado, profundamente respetado como uno de los grandes artistas de las nuevas generaciones, y esto le permite, ahora, trabajar muy cómodamente, con plena autonomía y con la posibilidad de ser crítico con el sistema que, como todos, también tiene necesidades de mejoramiento.
Como tema de su película, el director escogió a la gente de un pueblecito ubicado en el noroeste de Rusia a orillas del lago Kenozero, el cual, desde 1991, hace parte del llamado Parque Nacional Kenozyorsky, el cual tiene el estatus de Reserva de Biosfera de la Unesco. Como personaje central, se escogió al cartero Aleksey Tryapitsyn (Lyokha) y con él conoceremos a otros personajes del pueblo que conservarán su verdadero nombre. Su relación con Irina (Irina Ermolova) y con su pequeño hijo Timur, va a dar lugar a una muy sencilla, pero sentida historia de amor, la cual quizás marque para siempre la vida de un hombre que vive solitario desde que se separó de su esposa, que dejó el alcohol por los males que le causaba, que tiene visiones con un gato gris que lo mira escrutadoramente en las noches, y que anhela, en silencio, ser amado por Irina, la sensual rubia que también siente la soledad muy dentro de su alma.
Cada día, al despertar, Lyokha mira sus chanclas y pareciera preguntarse: ¿Hacia dónde dirigiré hoy mis pasos? Y en muchas ocasiones, el corazón lo lleva hasta la casa de Irina, donde se llevará una que otra sorpresa, y donde podrá demostrar lo que es ser todo un caballero.
El filme, que por aquello de la profesión, el respeto y la admiración, nos trae a la memoria El Cartero de Michael Radford, se solaza con las cosas simples y pareciera decirnos con sus magníficas imágenes que, aunque aquellos moradores no lucen teniendo lo material en abundancia, habitan en una tierra que nada tiene que envidiarle al anhelado edén.
Konchalovsky parece ver grandes cambios porque, además de que, como en Siberiada, muestra a esa Rusia paisajísticamente majestuosa, también da cuenta de que, el Estado cumple puntualmente con los salarios de sus pensionados, protege rigurosamente las reservas naturales, sigue procurando grandes avances en la ciencia (el cohete espacial es un curioso apunte)… y permite una vida tranquila donde, en general, las dificultades las crean ellos mismos, y son ellos mismos quienes pueden resolverlas.
EL CARTERO DE LAS NOCHES BLANCAS, es ocasión para reivindicar la simpleza, la dignidad y el respeto, porque, es en cosas como éstas, donde se encuentra el descanso, el sosiego del alma y, muy probablemente, el mejor ejemplo de vida.
Mucha razón tuvo, Konchalovsky, cuando dijo: Un gran artista debe poseer siempre un ideal ético. Si las masas fuesen capaces de adquirir un ideal ético elevado, el resultado sería magistral.
El veterano realizador Andrei Konchalovsky tiene a sus espaldas fims notables como Tío Vania o Siberiada , además de hacer carrera en Estados Unidos con títulos conocidos como El tren del infierno y Tango y Cash . Fue premiado como mejor director en la Mostra de Venecia del pasado año por el estreno que nos ocupa, un festival donde su película La casa de los engaños obtuvo el gran premio del jurado. En The postmans white nights , la trama es simple. En una comunidad del lago Kenozero al norte al Rusia viven con lo mínimo. Solamente se comunican con el exterior gracias a la lancha del cartero, pero cuando alguien roba el motor de la barca y la mujer a la que amada se escapa a la ciudad, el cartero emprende una búsqueda de sí mismo. El filme está realizado con calma y poderío visual, tiene apuntes de humor, es un trabajo que combina las imágenes que dan un carácter etnográfico de la vida de las personas reales y la crisis del protagonista, que descubre la importancia de tener un hogar aunque eso signifique no vivir en la ciudad más cerca de su hermana y quedarse en una comunidad aislada. Además, queda la constancia de un paisaje en relación con unos personajes aislados que parecen condenados ante la sobreexplotación humana, al igual lo está el interior del cartero. Hacia el final, el lanzamiento de un cohete espacial cerca de la zona nos hace pensar en que la comunidad es inmune a los avances de la humanidad, así como que mientras los habitantes apenas tienen lo mínimo para vivir, se invierte mucho dinero en el ámbito espacial. Estamos ante la mejor propuesta de cine de autor de la semana que gustará a los cinéfilos de paladar intelectual.
Valoración: 8
Lo mejor: descubrir el estado de los personajes más allá de la realidad en que se basa el film, lo hipnótico de sus imágenes de la naturaleza.
Lo peor: que no encuentre un público amplio aparte del que busque films menos comerciales.
http://josh-cine.blogspot.com.es/
Liokha (Aleksey Tryapitsyn) es el cartero de un pueblo en el lago Kenozero, al norte de Rusia. Todos los vecinos se conocen, y Liokha es el encargado de llevar a todas las casas tanto el correo como el dinero de las pensiones, y los productos que necesitan los vecinos, mediante su barca motora. Liokha vive solo, y está enamorado de Irina, una mujer divorciada que tiene un hijo llamado Timur, con quienes Liokha intenta pasar el mayor tiempo posible.
El veterano Andrey Konchalovsky dirige esta desconcertante película costumbrista en la que retrata la vida de un pequeño pueblo en las orillas del lago Kenozero. Por momentos parece un documental, ya que no hay realmente una historia como tal, sino más bien un retrato de la cotidianeidad de los vecinos de la zona.
Tal vez se podría decir que Konchalovsky indaga en la soledad y las relaciones humanas en el entorno rural, pero a mi no me lo pareció. El personaje del cartero, magníficamente interpretado por Aleksey Tryapitsyn, está muy bien logrado pero sin llegar nunca a calar dentro del espectador, por lo que esa presunta mirada hacia los sentimientos del hombre solitario y sus relaciones sociales no llega a fructificar demasiado.
Lo que sí consigue Konchalovsky y, sobre todo Tryapitsyn, es que se nos haga entrañable el personaje del cartero. Es él, con su barca motora, quien mantiene el contacto de los aldeanos con la civilización. No sólo les lleva el correo, también los sobres con el dinero de las pensiones, les hace recados, se sienta a charlar con ellos, y también lucha contra sí mismo para no recaer en el viejo vicio de beber vodka, que casi le mata un par de años atrás.
La película posee un permanente poso de humor que se agradece, y que hace que se vea con más interés. Gracias a ese humor contenido, tan eslavo, y a la humanidad del cartero, poco a poco nos va ganando, y la película termina dejando buenas sensaciones, a pesar de la parquedad de su trama.
Porque de no ser así, el film sería tremendamente deprimente. Un pueblo de viejos, donde ya no quedan apenas jóvenes, donde ya no hay colegio, en el que los vecinos se asean apenas con una palangana, que viven de lo que les da el bosque y el lago. Un lago en el que no pueden pescar con red, y en cuyos alrededores hay una base militar que está costruyendo un cohete espacial.
Lyokha trata de ayudar a todos. Está pendiente de uno a quien llaman El bollo, que siempre está borracho y se gasta toda la pensión en vodka, da conversación a los viejos que pasan las horas en soledad, aún estando acompañados, intenta hacer el papel de padre o tio de Timur, el hijo de la mujer de la que está enamorado, Irina, de quien interpreta equivocadamente cada palabra y cada gesto. El soñando con su amor, y ella soñando con irse a la ciudad. Imposible conciliar ambos sueños.
Hay que decir que Konchalovsky no utiliza actores profesionales. Son los propios habitantes del pueblo quienes se interpretan a sí mismos y nos permiten adentrarnos en sus poco envidiadas vidas. Y así, de un modo pausado, y con la presencia deslumbrante de la naturaleza, asistimos al devenir cotidiano de una gente que vive con las costumbres de hace décadas. Arrugas, soledad y derrota, en un entorno de increíble belleza.
Es una película puramente contemplativa, de estética cuidada y hecha con más ternura de la que llega a transmitir. El personaje del cartero, el humor soterrado y los magníficos paisajes no son suficientes para que la película coja vuelo. A mi me gustó, la disfruté mientras la vi, pero no me dejó un gran poso. No hay crítica social ni un gran estudio del alma humana, y la mezcla de documental y ficción no llega a funcionar del todo, a mi juicio.
Y es una pena, porque El cartero de las noches blancas cae bien. Ese submundo de personas derrotadas, para quienes la vida es simplemente un conjunto de días que pasan, uno detrás de otro, con monotonía y sin ilusión, merecía algo más de garra. Y ese cartero tan torpe como bienintencionado, capaz de vencer al vodka pero incapaz de enamorar a una mujer, tendría que habernos llegado más adentro.
Lyokha trabaja como cartero en una pequeña localidad a orillas del lago Kenozero. Vive solo, apenas tiene cosas que hacer fuera de su rutina y las únicas personas con las que mantiene una relación social más o menos estable son Irina y su hijo Timur. Así es El cartero de las noches blancas, una película que como primera instancia parece querer analizar la soledad del individuo, pero que acaba yendo un paso más allá y plantea cómo esta soledad se acaba tornando en indefensión ante otros colectivos más poderosos, como el propio estamento político-burocrático o la mera unión de varios vecinos con actitudes cercanas a la delincuencia.
Andrei Konchalovsky es quien se sitúa tras las cámaras para dirigir esta pausada pero atractiva historia. Un hombre que ya arrastra una gran carrera en la cinematografía rusa desde los tiempos de la Unión Soviética, carrera en la que no sólo destacan sus proyectos tras las cámaras, sino también su tarea de co-guionista en Andrei Rublev, una de las obras más aplaudidas de Tarkovsky. También rodó varias películas en Estados Unidos. Su ritmo de producción, empero, ha cesado considerablemente en lo que llevamos de siglo. Además, alguno de sus últimos trabajos como El Cascanueces 3D recabaron bastantes varapalos en la esfera crítica internacional, por lo que El cartero de las noches blancas también puede adquirir un cierto aire de reivindicación personal.
Visualmente, no sería nada descabellado situar esta obra en la línea de Zvyagintsev, por citar uno de los autores rusos más conocidos en el panorama actual, aunque la crítica social permanece bastante más oculta que la del director de El regreso o Leviatán. Pero a la hora de retratar esos parajes de la Rusia más alejada de las grandes urbes, el estilo de Konchalovsky es bastante similar al del anteriormente mencionado. Y es que en El cartero de las noches blancas, el veterano cineasta opta por un ritmo contemplativo, en el que no parecen suceder grandes cosas en un sentido explícito, pero que sutilmente va desgranando una interesante historia. Este trabajo no habría resultado tan grato en el aspecto visual de no ser por la excelente fotografía a cargo de Aleksandr Simonov.
Así, el visionado de El cartero de las noches blancas se convierte en un ejercicio interesante no sólo para la vista, sino también para comprender algo mejor el carácter de la Rusia más profunda, gente que se crió al calor de la URSS y que hoy en día parecen seguir buscando su lugar en un entorno teóricamente libre. No hay mejor ejemplo para ello que el del cartero protagonista, tan enfrascado en su rutina diaria que malgasta su tiempo libre frente a un televisor que sólo le ofrece basura en lugar de abrirse un poco más al mundo que se levanta a su alrededor. Llama la atención lo poco que Konchalovsky nos sitúa en perspectiva respecto a esta figura protagonista, ya que por lo visto en pantalla su pasado no debió ser nada gratificante. Pero el director prefiere huir de estas convenciones cinematográficas y centra sus esfuerzos en desarrollar lo que quiere contar sin interrupciones de ninguna clase.
Sin embargo, al final El cartero de las noches blancas deja un poso bastante menor del que en un principio prometía. La trama da la sensación de no llegar a explotar en ningún momento, abusando de ese ritmo contemplativo que mencionábamos con anterioridad. Todo queda supeditado en exceso a lo visual, hay escenas en las que Konchalovsky parece preferir un plano que deleite la vista más que contribuya a tejer el argumento de la cinta. Aun así, es difícil no acabar la película con sensaciones positivas, puesto que realmente la cinta rusa desprende un excelente olor a buen cine durante gran parte de sus minutos, por mucho que al final el conjunto no termine de cuajar.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)