El cáliz de plata
Sinopsis de la película
Antioquía fue la cuna de los grandes orfebres de la plata. Un padre vende a su primogénito a un hombre rico, para que éste pueda desarrollar las grandes dotes como escultor que su hijo posee. Posteriormente, será vendido como esclavo, hasta que una mujer le haga un encargo: esculpir las efigies de los Apóstoles en el cáliz sagrado.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Silver Chalice
- Año: 1954
- Duración: 142
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Opinión de la crítica
Película
4.6
57 valoraciones en total
Es una película de la época en que se hizo. Todas las películas contemporáneas de ésta tienen unas actuaciones similares, producto de lo que gustaba entonces. La gran diferencia está en los decorados. Intuyo que son debidos a una de estas razones: o bien un bajo presupuesto o tal vez una puesta en escena que no quitara protagonismo a lo verdaderamente importante, como es un magnífico guión que ensalza la lucha por descalificar y destruir un cristianismo en ciernes. Es una película más sobre el tema de los cristianos, pero no es una mala película porque le falte una carrera de cuádrigas u otros artificios derivados de una gran inversión monetaria.
Hoy he comprendido por qué Paul Newman renegaba de esta película. Es bastante mala en todos los aspectos, pero sobre todo tiene los peores decorados que he visto nunca: tal como se comenta en otra de las críticas, en algunos momentos da la sensación de que en lugar de una película de romanos se esté viendo una película de ciencia ficción ambientada en una ciudad extraterrestre, por lo geométrico, homogéneo, acartonado y minimalista que es todo. Es que ni tan siquiera cuando se asoman por una ventana parece que esta sea real, tan solo un agujero con forma cuadrada en una pared de cartón. Debió de hacerse con un presupuesto muy bajo, pues, si no, no se comprende por qué no se esmeraron un poco más en hacer una ambientación más creíble. Acabo de ver que estuvo nominada a la mejor fotografía, y me resulta incomprensible, porque, a mi parecer, no tiene nada destacable, es más bien gris y tristona. La escenografía es también pésima, sobre todo, cuando se quiere mostrar una muchedumbre de personas, resulta todo muy forzado, muy poco natural. Tampoco saca una buena interpretación de los actores, siendo, quizás, la de Virginia Mayo la única que se podría salvar. No obstante, en algunos momentos la película parece remontar un poco el vuelo y despertar un mínimo interés, pero no, en general, no se mantiene a flote. Nada que ver con otras pelis de romanos de la época.
Antioquia, alrededor del año 60 después de de Cristo, Basil (Paul Newman) es un esclavo griego que acaba siendo liberado por su propio amo Ignatius (E. G. Marshall) que le tiene como a un hijo aunque acaba siendo nuevamente degradado a su antigua condición por las rencillas con sus familiares de sangre. Convertido en un sencillo artesano, Basil recibirá un encargo de José de Arimatea (Walter Hampden) para que cubra de plata la misma vasija que utilizó Jesucristo en su última cena. La reliquia deberá ser llevada a Roma y entregada al apóstol Pedro (Lorne Greene). Y aunque Basilo acaba casándose con Deborah (Pier Angeli) aún siente afecto por una antigua esclava, Helena (Virginia Mayo) que acompaña al ambicioso Simón el Mago (Jack Palance) en sus extravagantes giras que le llevarán incluso al palacio del Emperador Nerón (Jacques Aubuchon) y satisfacer sus deseos de enfrentarse a Pedro.
Victor Saville (Kim de la India) rodó este film religioso que Paul Newman, en un papel decisivo pero eclipsado debido a la popularidad de las actrices del momento como Virginia Mayo y Pier Angeli, acabaría renegando hasta el punto de que se llegó a decir que abortaba sus entrevistas si los periodistas le mencionaban El Cáliz de Plata.
Razón tenía. Como objeto sacro la película de Saville está muy lejos de lo que Quo Vadis (1951) de Mervyn LeRoy aportó al cine religioso. Se caracteriza solamente por su marciana contribución a presentarnos unos decorados geométricos rodados en un gran plató, sin uso de exteriores, hasta tal punto que la Ciudad de Jerusalén se asimila a la colonia lunar de cualquier cinta de Ciencia-Ficción de série B. Practicamente no se perciben localizaciones en exteriores y el pesebre de Victor Saville se rodó en un gran plató gentileza de los estudios. Una adolescente Natalie Wood, con llamativo pelo rubio, interpreta a la joven esclava Helena.
Es tan absurda y con un guion tan pouperrimo que acabas por encapricharte de ella por muchos motivos. Supone la primera aparicion en escena de PAUL NEWMAN vestido como una especie de querubin apolineo en un desfile de estilismos imposibles sin parangon. La escenografia de carton piedra es alucinante y extrañamente minimalista en su abigarramiento, al igual que la musica y fotografia. Yo creo, sinceramente, que esta obra de VICTOR SAVILLE es en el genero historico, como THE ROOM o ARREBATO de Ivan Zulueta, inclasificable, ridicula y genial. El momentazo de Simon, jack palance, lanzandose al abismo vestido de algo parecido a Houdini es sublime. Un film que como el buen whisky, se revalorizara con los años, al tiempo.
Vista hoy jueves santo, remasterizada en canal 13.
No es de extrañar que Paul Neuman en su madurez renegara de esta su primera película, no en vano su coetáneo rival, Brando, ya había dado vida, a su misma edad, a tres personajes de antología. La película es floja y su interpretación irrelevante. No tendría objeto escribir esta crítica si no fuera por comentar un aspecto de la obra en función del cual se la podría considerar adelantada a su época.
El Minimal-art aparece a mediados de los 60 ( la cinta es del 54) y se caracteriza por presentar un espacio expositivo de la obra de arte desprovisto de cualquier tipo de connotaciones o referencias, las estancias no tienen un uso definido y sus volúmenes componen formas geométricas simples que resaltan por contraste el clasicismo de la obra expuesta (escultura, mueble antiguo, etc), en este caso cinematográfica.
Observando los decorados de cartón piedra de esta película desde una óptica minimalista, tan de moda hoy en día, no queda más que reconocer su carácter (no su vocación) sorprendentemente premonitorio y convenir que, más que el contexto expositivo, lo que aquí falla es la calidad de la obra expuesta.
Pero no acaban aquí las sorpresas: las paredes de la estancia en la que se rueda la escena en la que Simón y Helena conversan copa en mano están forradas de un mosaico cuyos efectos visuales encajan perfectamente en los cánones del Op-art, movimiento artístico que también aparecerá una década después.