El barbero de Siberia
Sinopsis de la película
Rusia, 1885. Jane Callaghan (J. Ormond), una joven aventurera americana, llega a Rusia para ayudar a Douglas, un excéntrico ingeniero que necesita el apoyo del Gran Duque para poner en práctica su más querido y ambicioso invento: una máquina diseñada para talar los bosques de Siberia. Durante el viaje, Jane conoce a dos hombres que cambiarán su vida: Andrei Tolstoi (O. Menshikov), un joven cadete que se enamora locamente de ella y que comparte su pasión por la vida y por la música, y el poderoso General Radlov (A. Petrenko), fascinado por su encanto, y que puede llevarla hasta el Gran Duque.
Detalles de la película
- Titulo Original: Sibirskiy Tsiryulnik (The Barber of Siberia)
- Año: 1998
- Duración: 180
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Opinión de la crítica
6.1
81 valoraciones en total
Muy ambiciosa y muy, muy aburrida. Estéticamente autocomplaciente hasta la arcada. Los críticos progres vieron en ella una apología del zarismo, lo que no es del todo exacto. Es más bien una apología nacionalista rusa, donde todo lo nacional se reivindica, mezclándose Alejandro III con Stalin, la ortodoxia y el bolchevismo, Soljenitsin y Andropov. Es la ideología del putinismo, mezcla de la herencia soviética y los eslavófilos del siglo XIX. Fatalismo, culto al gobernante, adoración de lo propio hasta en sus aberraciones, y así.
Aunque nos pareciera mentira, en aquella lejana Rusia (tan traída y llevada a colación en nuestros memoriales historicidas, con su comunismo extremista, el sumo respeto que nos imponía nombrar la terrible revolución bolchevique, la masacre perpetrada contra la familia del Zar Nicolas, y todos aquellos nombres que luego se ligaron al tremebundismo que corroía las mentes europeas: Trotsky, Lenin, Stalin…) sus habitantes también tenían un huequecito para sufrir (además de los quebraderos de cabeza que conllevara una política dictatorial de izquierdas) los mismos problemas que el resto de los habitantes de este planeta. Nos lo hizo saber Nikita Mikhalkov en su oscarizada Quemado por el sol . Después del Oscar, este maestro ruso tenía que agarrarse como fuera a la primera zarza ardiente que se le pusiera por delante, pues el premio de Hollywood exigía de él un gran do de pecho. Retrocedería, por tanto, en el tiempo, panavisionaría magistralmente su hermoso país, y nos narraría con ironía, acidez, rabia y garra, una especie de epopeya a lo Doctor Zhivago , que a más de uno nos dejó patidifusos. En efecto, este Barbero de Siberia acaba irremediablemente arrebatándonos. Aquella Rusia Zarista de finales del siglo XIX, en la que ya se intuían los múltiples peligros de las inminentes revueltas obreras y las intrigas que desencadenarían, tras la I Guerra Mundial, la colosal Revolución Proletaria, nos viene servida también por un fascinante relato de amor en una época en la que era muy difícil defender posturas y destripar entrañas.
El film es una epopeya, pero tiene también algún toquecito blando, que amortigua el duro tono militar, y que luego habrá de desembocar en el tono lastimero, ilustrativo, deslumbrante, de un país y unas gentes que sufrieron todo lo que hay que sufrir (miseria, intolerancia, deportaciones en masa) hasta testimoniar, años después, con la confianza de su audaz determinación coyuntural y corporativa, un nuevo orden vivencial y político que asombraría y haría temblar a Europa. El film sufrió muchos recortes por su larga duración, pero con lo que nos quedó, nos damos por satisfechos. Obra maestra del gran Mikhalkov. Oleg Menchikov, galán preferido de Nikita, ¡sensacional en el amor y en la desgracia! ¡Siberia al colorista viento otoñal! Y Julia Ormond, exquisita Jane, se pierde más allá de la tundra, mientras el barbero André Tolstoi cierra los ojos al fantasma enamorado que se aleja para siempre. Zhivago y Lara Todo vuelve a ser magistral.
Maravillosa película con unas miradas entre los personajes, en especial Julia Ormond, que no está al alcance de todos los cineastas lograr. Hay colosalismo, pero no se come al intimismo, y la historia de amor es de las más bonitas del cine reciente. En cuanto a la recreación de la Rusia zarista y su pretendida apología, que tanto oigo cuando se habla de esta película, me gustaría saber en qué consiste exactamente. Hay alegría de vivir, sí, pero no creo que el zar quede bien parado, precisamente. Claro que es estéticamente complaciente, gusta de que en la pantalla lo que se ve sea bonito, y haya buenos encuadres. Es cine clásico en ese sentido. Qué curioso, no me gusta demasiado el cine, pero siempre recuerdo con especial intensidad las historias de amor de Mikhalkov: la rusa manchando la pared con lágrimas, (Ojos negros), y Julia Ormond haciendo arder la pantalla con la mirada. Impresionante. En cuanto a que es muy larga, pues sí, ¿y qué? Es verdad, seguramente sobra algo, pero hay momentos de una intensidad que no recuerdo en la mayoría del cine moderno. Para mí, maravillosa.
Intento por un momento imaginarme esta maravillosa película sin tener en cuanta mi gran amor por toda la música de Mozart, y por sus Bodas de Fígaro en particular. También intento juzgarla procurando no dejarme seducir en demasía -como ya me ocurriera hace años, aunque en aquella ocasión fuera en vivo y en directo- por las bellísimas imágenes en las que un Moscú fascinante y nevado nos sorprende en cada escena. También procuro dejar a un lado mi gran admiración por toda lo relacionado con la cultura rusa como sus músicos y sus escritores…
Pues bien, aunque elimine todo lo anteriormente expuesto al final creo que seguiría admirando esta obra de Mijalkov como una de las películas más grandes y más hermosas que jamás haya podido disfrutar.
Con posterioridad he leído que ha sido duramente criticada por mostrar el lado más amable y complaciente del reinado de los últimos Romanov así como de su ejército -no sé qué otra cosa esperaban estando la cinta dedicada a los oficiales del ejército ruso-, y que, por otra parte, el propio Mijalkov ha sido acusado de malversar fondos y de plagiar parte del guión…en fin, no sigo.
¿Restan todas estas cuestiones algo de valor al film del cineasta ruso? Yo creo que ni una pizca.
Quizá nuestro cine debería aprender a ser algo menos correcto y a hacer más películas de verdad como ésta.
Mikhalkov, que en el reparto se reserva un papel a la altura de sus aspiraciones, manejó en este rodaje multinacional enorme presupuesto. Apoyado en un cosmopolita elenco y en el cinemascope, y movido por evidente afán de llegar al gran público, busca el mayor poderío visual.
Lo bufo está presente, a conciencia. El protagonista, el cadete Tolstoi (no el escritor, mera coincidencia que se aclara una y otra vez), en la función de la Academia de Oficiales canta en Las Bodas de Fígaro, ópera bufa de Mozart. La obra es continuación de El Barbero de Sevilla, de Rossini, y de ahí el juego del título.
Un personaje de un tiempo posterior, recluta de una academia militar norteamericana que lleva todo el tiempo máscara antigás, discute con su sargento a causa de Mozart.
El tono es un poco bufo a ratos, un poco melodramático otros, un poco nacionalista otros, o un poco paisajista, y no termina de centrarse con decisión en ninguno.
Una periodista norteamericana vive en la Rusia zarista un romance con el cadete y lo evoca veinte años después, dando lugar a un desdoblamiento de la acción entre el Moscú del pasado (recreado ambiciosamente, repleto de miles de figurantes en los alrededores del Kremlin) y, en un tiempo posterior, un campamento yanqui donde sólo falta el oso Yogi.
Predomina la parte rusa, pero se compone de elementos heterogéneos, poco unificados. Las escenas se añaden unas a otras sin conexión fuerte, débilmente engranadas, y de ahí se derivan algunos pesados alargamientos.
La forma tiene momentos lujosos pero la narración flojea. No se consigue profundizar seriamente en el relato. La aparición del zar, por ejemplo, carece de verdadera grandeza, pese a su envarada solemnidad. En la historia amorosa hay tópicos usuales, recursos manidos que saben a concesión comercial. Eso de sorprender casualmente una conversación traidora por la rendija de la puerta… En los procedimientos hay poca imaginación y poca inventiva. Esa voz en off de la persona repetitivamente presentada escribiendo de espaldas…
Falta el vigor narrativo y se apuesta por emociones sublimes, por momentos de vocación poética, una especie de patriotismo melancólico.
Como ocurre a menudo con las superproducciones internacionales, los actores hablan idiomas dispares y confluyen en el inglés (idioma del rodaje), pero no aflora la química básica.
El excelente Menschikov es bueno también en el registro bufo.
Petrenko tiene ese físico expresivo que habla solo.
El polaco Daniel Olbrychski, actor insignia de Wajda, se eclipsa enseguida.
Richard Harris da un toque pueril, ‘a lo chalados cacharros’.
Julie Ormond, muy bien fotografiada y aprovechada, sale bella en varios planos.
Quien busque entretenimiento es posible que aguante buena parte de las tres horas, pero quien espere un nivel de compromiso artístico como el del impresionante drama Quemado por el sol, o la gracia chejoviana de Ojos Negros, encontrará decepción.
Mikhlakov no es David Lean.