El amor es un crimen perfecto
Sinopsis de la película
La acción transcurre en una región de montañas y lagos, situada entre Suiza y Francia. Marc, un profesor de Literatura de 40 años, trabaja en la Universidad de Lausana. Tiene un idilio tras otro con sus estudiantes. Es soltero y vive con su hermana. Al acabar el invierno, Barbara, su alumna más brillante, desaparece. Conoce entonces a Anna, la madre de la chica, que desea hablar con él para saber más cosas acerca de su hija.
Detalles de la película
- Titulo Original: Lamour est un crime parfait (Love is the Perfect Crime)
- Año: 2013
- Duración: 111
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Opinión de la crítica
Película
4.9
25 valoraciones en total
Una carretera de montaña. No. Una carretera de montaña suiza. Cuidado, estamos muy cerca del aburrimiento más perfecto. Sigamos. Una carretera de montaña suiza, y en plena y negrísima noche. A un lado, nieve, al otro, el vacío. Más allá de la luz arrojada por los focos del coche, no logra verse nada. Ya se ha dicho pero no está de más repetirlo: está todo en su sitio, y todo es tan perfecto que los párpados empiezan a pesar. La vista se nubla y la línea discontinua que divide los carriles de circulación empieza a desdoblarse. Peligro, accidente a la vista. Por suerte esto es una película francesa, y flota en el aire una esencia que el olfato no puede identificar. Las orejas están igualmente desconcertadas, pues de fondo suena una música que parece no tener relación alguna con la escena. La combinación es incómoda, incluso algo desagradable, pero gracias a ella, los sentidos siguen despiertos… y así, el conductor, llega a casa, sano y salvo.
El conductor y la copiloto, perdón. Porque a este juego no se puede participar si no es en pareja. O en equipos de tres. O de cuatro. En cualquier caso, la soledad queda terminantemente prohibida. Para más pruebas, lo que sucede inmediatamente después de que los supuestos protagonistas crucen el umbral del dulce, cálido y húmedo hogar. Ahí aguarda la hermana de él, obsesionada en que los híper-ambiguos lazos fraternales que les unen estén más tensos que ayer… y menos que mañana. La copiloto es, por cierto, la más guapa y brillante de las alumnas de literatura del piloto, quien en pocos días va a recibir la visita de la madre (¿o era madrastra?) de la estudiante… mientras otra de sus queridas pupilas le va tirando los trastos, cada vez de forma más descarada y acosadora. Importante: el piloto, es decir, el único rol masculino en este lío colosal, es Mathieu Almaric. Nadie mejor, pues, para que lo intelectual y lo vicioso se hagan el amor el uno al otro.
Dirigiendo el cotarro están Arnaud y Jean-Marie Larrieu. Los Larrieu, vaya, con que ya se sabe, los líos amorosos, que por definición son de naturaleza incierta, van a tener efectos igualmente imprevisibles. Recordemos la muy destacable Los últimos días del mundo, en que el panorama dibujado por una serie de rupturas sentimentales más o menos inminentes se mezclaba con fiestas populares de la más orgullosa Marca España… lo cual desembocaba, como no podía ser de otra manera, en los últimos instantes de la raza humana sobre la faz de la Tierra. Literalmente. De una lógica aplastante. Apocalíptica, si se prefiere. De lo que se trataba ahí era, pensándolo bien, de llevar los géneros cinematográficos hasta sus últimas consecuencias. Estirando las fronteras del romántico se llegaba, como quien no quería la cosa, a la disaster movie más divertida y, por qué no decirlo, lúcida.
El experimento propuesto en El amor es un crimen perfecto es esencialmente el mismo, aunque como se ha advertido antes, las derivas tiran por otro lado. Base idéntica, resultados distintos. ¿Más obvios? Por supuesto, pero igualmente estimulantes (y sí, entretenidos) en su desmenuzamiento, extrañamente cómico y sensual. Básicamente, la comedia (¿o era drama?) de enredos amorosos toma constantes desvíos hacia el thriller erótico-criminal. Fácil. Un desnudo, la correspondiente escena de cama y… elipsis. Malditas las carreteras suizas de montaña. Ya estamos enganchados, porque tras el salto temporal ha desaparecido un cuerpo, y todo apunta a que cuando vuelvan a apagarse las luces, va a desaparecer otro más. Por esto y porque, no lo olvidemos, somos seres terriblemente morbosos. Una vez más, se hace imprescindible la mirada animal de un Amalric que capitalizará toda la atención, es decir, que estará en el ojo de esta tormenta formada a base de frentes de polvos, rupturas y borbotones de sangre.
La tumba se encuentra justo a los pies de la cama. La clásica dualidad Eros / Thanatos presentada aquí en forma de hábil juego intergenérico, y en el que parece que los Larrieu se rían un poco de todo. Del propio cine francés, también… sin olvidar, esto sí, que son lo que son. Y con mucho orgullo. Lo mismo que mirarse al ombligo con plena admiración… sin poder reprimir una carcajada espontánea al comprobar que ni el más pedante y apuesto de los literatos se libra de la puñetera pelusilla. Qué quieren… somos humanos, y la carne es débil. Los Larrieu, que parece que siempre han tenido esto en mente, se entregan a los placeres de un festín hedonista tanto en lo orgásmico como en la esfera cinéfila. Pequeño gozo tanto para los más leídos como para los principiantes (aunque mucho más para los primeros, admitámoslo), la clave está en saber dónde escavar exactamente en la nieve, o si se prefiere, en saber que debajo de tanta trascendencia late un disparate plenamente autoconsciente y mucho menos pretencioso de lo que quiere aparentar. Qué quieren… los maestros del psicoanálisis eran, son y serán todos unos guarros. Para ser justos, tanto como su objeto de estudio, vaya.
¿Jugamos a la imaginación creativa, a las pistas que te transportan a un pasado confortable, recuerdo de un cine de calidad y elegancia, arte y finura donde la insinuación era más importante que la claridad, donde la lectura subjetiva eran la clave para entender al director, amar al personaje e involucrarse afectivamente en el relato de su desequilibrada vida, donde lo obvio era desplazado por pistas exquisitas de entrega suave y sutil para deleite del espectador?
Cada enfoque de las escenas, cada plano de la cámara, esa conducción temeraria por carretera nocturna, la angustia y vértigo de su aceleración delicada, la espléndida referencia a los cuervos, las veladas sociales indiferentes de cuartada necesaria, el cuidado de una bella e imprescindible fotografía, el paisaje como protagonista principal que moldea la acción, el frío helador de sus hermosas montañas paradigma sublime de belleza, terror y silencio que todo lo oculta, la ofuscación de la negrura nocturna ante la magnificencia de la luminosa y blanca luz del día, vastas extensiones de maravillosa naturaleza salvaje que esconde un poder y una fuerza imponente y seductora, la desolación sobrecogedora de sus grandes edificios fríos y enormes distancias para la tranquila actuación sin remordimientos o penas…, ¿no ves al venerado cine del Hitchcock de suspense más respetado y añorado traído de vuelta con sus límites y carencias, acotado alcance pero toda la intención en sus venas?
Si osas sustituir a este acosador de don Juan que acaba amargamente acosado, este renacentista filósofo de letras y de la belleza de las palabras que con su retórica manipula para dominar y mantener su tan necesario poder sobre sus almas cautivas, un jugador innato del amor como arma de dominio que cae en su propia trampa engañado por un Lúcifer disfrazado de Cupido que le arroja sus flechas a traición y con cobardía, si permutas el espléndido trabajo de Mathieu Almaric como maníaco enfermo a resguardo entre la respetada sociedad, con su inquietante explosión apagada de nerviosa calma, su acumulación de presión, destrucción, deseo y pasión todo en uno por Cary Grant…, ¿no te trae a la memoria el cine cuidado, sutil, de caminar espacioso y atractiva estética de este peculiar director?
Cada avance, cada dos pasos, cada tres movimientos remueve esa fantástica y querida referencia, esa agradable sensación de pequeño homenaje sin propósito ni osadía, esa devota comunión entre tu razón, alma y emociones que te ofrecen esa respuesta innata de conclusión evidente, clarividencia que adorna y decora con suntuosa proporción un relato que no sobrepasa la moderada media, que cuenta con cautivantes toques exclusivos de marcado anclaje que se intercalan con otros de entretener el tiempo y ocupar el espacio, una historia cuyo recuerdo más hondo y vivaz dependen de tu meritorio alcance para coger al vuelo las pequeñas gotas de alusión que expone, esa personal adjudicación a tus sentidos de todo el poder de decisión sobre tu placer por ella o ignorancia por la misma.
La experiencia de un paisaje está por encima de todas las experiencias personales
Si consigues ver y sentir esas pequeñas menciones que se brindan cual estrella fugaz cuyo rápido e impetuoso deseo debe ser formulado con veloz efectividad, esa importancia frenética de locura patente sobre el efecto devastador del paisaje en la persona, en su carácter y en cómo actúa, entonces tendrás la llave para abrir la caja de Pandora, la clave para degustar esta aleccionada clase sobre el cazador furtivo que fue cazado a traición y con alevosía.
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Interesante sobre el papel, qué duda cabe de que se trata de un film elegante, pero no demasiado profundo y al final no convicente pues la forma de desarrollarse no parece ser la mejor para que la comprenda a la perfección el espectador normal.
Los directores y guionistas tratan y quizás lo consigan, de otorgar al film un aura de qualité, con un acercamiento al perfeccionamiento formal, que sólo queda bien en cuanto al aspecto estético, con una soberbia fotografía que resalta los incomparables escenarios donde transcurre la historia. Sin embargo todo queda al final como algo vacuo, muy bien escrito, repito, pero que en imágenes pierde valor al faltarle la emoción.
Thriller atípico, elegante y glacial.
Con un Mathieu Almaric en un gran papel, te lleva por unos derroteros que al final logra descolocarte. Y ahí reside el merito porque consigue inquietarte y luego la recuerdas con más interés del que en principio te provocó.
Es una película extraña, con esa nieve por todos lados, esa soledad, ese comportamiento raro del profesor de literatura, hace que te vayas enganchando lentamente pero sin entusiasmar demasiado. La habilidad de los directores es hacerte creer durante la historia, muchas hipótesis de la desaparición de esa alumna de la universidad, pero creo que fallan en alargar demasiado algo que resulta de lo más evidente, que el asesino era el que todos imaginábamos. Queda la duda si lo hacía consciente o inconscientemente. La actuación de Mathieu Amalric es sublime, le pone su cuota de trastornado, mujeriego empedernido y hombre solitario y misterioso. No olvidemos también mencionar, esa relación particular que tiene con su hermana que le da un morbo más a la trama. El final es lo mejor lejos, porque nadie espera tanta tensión y ese descubrimiento de parte de él, sobre quien era realmente la persona de la que se había enamorado.
La excelente fotografía le suma mucho, tanto en pelis o series, el ambiente de frío y nieve por todos lados, lo hace más atractivo e inquietante.
Además quería agregar un comentario aparte, sobre un tema que también aparece en ésta peli y que utiliza la mayoría de películas francesas, que es el de los hombres franceses son irresistibles y todas las mujeres caen rendidas a sus pies. Como fan del cine francés, he visto muchas películas y en su gran mayoría siempre recurren a lo mismo. No sé si es machismo, tontería de los guionistas o que realmente creen que son así. Pueden usarlo en ciertas pelis, pero repetir siempre lo mismo ya cansa. Y en ésta el profesor, que digamos muy agraciado físicamente no es, tenía a las mujeres y sobre todo a sus alumnas, muertitas de amor por él…Una chorrada más grande que ya aburre.