El aire de París
Sinopsis de la película
Aunque Victor ha abandonado el boxeo, quiere seguir ligado a ese deporte como entrenador. Se plantea el reto de encontrar a un joven, entrenarlo y convertirlo en un auténtico campeón. Cuando descubre a André, un trabajador del ferrocarril que parece reunir las cualidades idóneas, se ofrece a entrenarlo. Pero el proyecto no satisface a Blanche, la esposa de André, que alberga la esperanza de abandonar la dura vida de París y llevar una vida apacible en el sur de Francia. Pero los sueños de Blanche se ven frustrados cuando André se lía con Connie, una joven acaudalada que está dispuesta a falicitarle su carrera como boxeador.
Detalles de la película
- Titulo Original: Lair de Paris aka
- Año: 1954
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
6.8
60 valoraciones en total
Cuando Marcel Carné realizó esta película hacía tiempo que su mejor y más productiva época, que se sitúa en las décadas de los 30 y 40, con obras tan importantes como El muelle de las brumas , Amanece , y Los niños del paraíso , había pasado ya. Tras la segunda guerra mundial su carrera, aunque no se detuvo, decayó claramente, acaso afectada por el proceso de depuración al que fue sometido Carné tras la ocupación, y a las cada vez más ácidas críticas hacia su obra por parte de un joven y ambicioso grupo de críticos y futuros cineastas, desde las páginas de Cahiers du Cinéma.
Pese a ello, Carné logró aún buenos resultados, como queda de manifiesto en este filme, un singular drama ambientado en el mundo del boxeo. Cinematográficamente, y por obra y gracia del cine estadounidense, en el que destacan como referencias ineludibles Cuerpo y alma de Rossen y Nadie puede vencerme de Wise, el boxeo ha quedado unido al género negro, potenciándose aspectos como la sordidez, los amaños, la dureza y la injusticia. La originalidad de esta película estriba en que, partiendo de personajes característicos, como el boxeador, su entrenador, el entorno y la guapa mujer fatal, las respectivas personalidades aparecen mucho más matizadas de lo que suele ser habitual, de modo que lo que uno espera generalmente de tales personajes no es lo que a la postre va a mostrársenos. Así, el boxeador resulta ser un tipo amargado e infeliz, necesitado del apoyo de los demás, con una sensibilidad a flor de piel que lo hace moralmente vulnerable, el entrenador, lejos de ser un hombre interesado o un pillo, aparece afable y paternal, por último, la supuesta mujer fatal se muestra ansiosa de amar y ser amada, hasta el punto de sacrificar en beneficio ajeno su felicidad y porvenir.
Aprovechando un guión ágil y bien escrito, el trío protagonista conformado por Gabin, Arletty y Lesaffre cuaja una eficiente labor, bien secundada por el resto de intérpretes, especialmente la familia italiana (la película es una coproducción francoitaliana, claro). Tras la cámara, Carné opta por un estilo más natural y luminoso que en épocas anteriores, en las que su cercanía al expresionismo alemán se hacía notar, no obstante, mantiene el rigor que caracteriza su composición y puesta en escena. Es notable la secuencia del combate, rodada en tiempo real, y que recoge con gran autenticidad el ambiente de un local popular de aficionados, logro bien secundado por la interpretación de los púgiles, Lesaffre incluido.
Por tanto, una buena película de un gran director, al que no siempre se trató con justicia, si bien su obra es una referencia imprescindible dentro de la cinematografía francesa.
Se nota que Carné ya no cuenta aquí con Prévert. La película está muy bien contada, con escenas, como la del combate, realmente memorables. Actuaciones magistrales de casi todos, empezando por Gabin, que parece que actúa sin esfuerzo alguno, dando credibilidad a todo lo que interpreta.
La trama de los inicios de un boxeador está relativamente manida, pero esta película no va esencialmente de eso, sino de unos personajes, que han recibido poco de la vida y esperan algo.
Pero como decía, no está Prévert. Y falta el aliento poético, sencillo y profundo, que él ponía en los diálogos. Estos son correctos, pero les falta ese punto que los haría geniales.
Así que la película se queda en anécdota. Eso sí, muy bien rodada.
Notable gancho de Marcel Carné, un clásico reconocido cuya filmografía he ido drenando poco a poco en las últimas semanas y que precisamente me ha dado la mayor alegría con esta película, una de sus obras más olvidadas y donde su estilo resulta menos reconocible. Y ahí debe de estar el quid, por que tengo que reconocer que hay algo en Carné que me engancha, por que aunque nunca me noquee, ni siquiera en esta ocasión, donde vuelve a poderle el eau de camembert, nunca me decepciona y siempre vuelvo a por más. Por que Carné es más francés que la marsellesa, un romántico, un idealista, un croissant empedernido, pero lo lleva con garbo y su talento está fuera de toda duda. En esta ocasión, Carné, en todo un acto de humildad, vuelve su mirada al género pugilístico que Jolibud elevó a las alturas y lo hace suyo, facturando la única incursión francesa que yo recuerdo en un ring, en una historia que bebe de los referentes americanos pero que nos hace pagar el peaje del romanticismo, algo de lo que Carné no prescindiría jamás. La gran baza de la función es el eterno Jean Gabin, un tipo que con los años, a paso lento pero seguro, ha acabado por convertirse en uno de mis actores favoritos. Aquí lo vemos de nuevo reinando desde lo alto de la colina, y ni siquiera es un papel especialmente memorable, pero Gabin es mucho Gabin. Y Roland Lesaffre, un tipo al que sólo conocía por Teresa Raquín del propio Carné, da vida con cierto desparpajo y muchísimo realismo al boxeador de turno. Y he aquí un punto donde verdaderamente la película resulta memorable en su género: el realismo de los combates, o mejor dicho, del combate. Pocas veces he visto esta veracidad en una película del género. Carné adopta aquí un estilo casi documentalista y nos muestra un combate a tres asaltos en tiempo real donde vuelan los jabs, los directos y el furor del público llega hasta el propio sofá, mientras Gabin, el promotor del combate y la mujer de Gabin en la función, una espléndida Marie Daems, mantienen su propio combate de miradas a tres bandas mientras las hostias vuelan en el cuadrilátero en la que es, sin duda, la mejor secuencia de la función. En resumen, una película muy especial, donde el esquema tradicional del género resulta pervertido por unos personajes que no se ajustan a sus roles arquetípicos, como muy bien resalta mi compañero de taburete, y donde de nuevo el fatalismo romántico francés vuelve a hacer de las suyas en una recta final que no me dejó tan satisfecho como todo hacía preveer. Pero en fin. Ese era el aire de París, no cabe duda.