Dos vidas
Sinopsis de la película
Ambientada en los 90, la película aborda el destino de las mujeres noruegas que tuvieron relaciones con los soldados alemanes durante la ocupación nazi. Narra, además, cómo vivieron bajo el régimen de la Stasi en la antigua Alemania del Este.
Detalles de la película
- Titulo Original: Zwei Leben (Two Lives)
- Año: 2012
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
6.4
99 valoraciones en total
La vida de los otros dejó el listón muy alto. Es difícil superar un retrato tan de primera mano y tan descarnado de la deshumanización de la vida en las sociedades totalitarias. No es raro entonces que esta película resulte un tanto decepcionante. Tal vez en parte porque el asunto de que trata- la utilización de quienes una vez fueron niños del programa nazi Lebensborn como espías- resulta tan delirante, que a uno le cuesta creer que todo ello haya podido suceder de verdad. En cualquier caso esta es una buena película. El ajuste de cuentas con la extinta RDA transpira la misma mala leche y la misma honestidad que en La vida de los otros . Los actores también bordan sus papeles. Lo más flojo tal vez sea el desarrollo argumental, que inicialmente resulta bastante confuso y ello , quizás, de forma algo gratuita.
Hay en la vida situaciones en que nos enfrentamos a nuestra verdad íntima o a nuestra cadena de mentiras y nos toca rendir cuentas. Esto es la premisa de esta cinta alemana, donde la Stasi y sus omnipotentes tentáculos que todo lo tergiversan y distorsionan juegan un papel fundamental. Cuando se disuelve el normal funcionamiento de las relaciones humanas, el espionaje lo impregna todo, la búsqueda de amparo y felicidad parece la única escapatoria. Ante tanta urdimbre, acoso a la libertad individual, anulación de la voluntad personal ante un falaz bien colectivo, no hay forma de deshacer los caminos andados y su larga sombra emponzoña y desvela la podredumbre y cloacas de las ideologías totalitarias.
La carencia de padres y las ganas de tener un origen, una familia, un linaje, una adscripción, un entorno acogedor y grato en el que envolvernos y descansar… es el eje de esta desasosegante película que utiliza el derrumbe de la autoproclamada República Democrática Alamana (DDR) como telón de fondo que permite desbrozar un mosaico ingrato de suplantaciones, añagazas y dobleces que desembocan en un aquelarre desencantado. ¿Qué tenemos cuando no hay la salvífica presencia de una madre redentora? ¿Con quién contar cuando todo lo que decimos y hacemos es fruto de la impostura, el disimulo o la mentira? Dejar el pasado tranquilo es fruto de una vida transparente y gozosa, lo cual no está en manos de cualquiera.
Acallar la mala conciencia y ser honesto no es fruto de un despecho o de un momento de clarividencia antojadiza. La confianza hay que merecerla y labrarla con tesón, constancia y empeño. Querer borrar las huellas del pasado de un plumazo es fruto de la ingenuidad o la ceguera. Y huir siempre es saltar sin red y abocarnos al vacío más atroz. Los buenos propósitos no nos hacen avanzar cuando estamos metidos de lleno en un lodazal de mentiras. Hay que pagar un precio y ese coste es oneroso y poco gratificante.
Tan ambiciosos propósitos habrían necesitado de un desarrollo mejor trabado, más intenso y matizado, sin tantos saltos en el tiempo, sin tantos premiosos desvelamientos de intrigas y maquinaciones y así ganar en intensidad emocional lo que sólo llega al espectador como un conjunto de buenas intenciones, interesantes ideas y verosímiles sinsabores de la complejidad policial y controladora de un estado enfermo de sospecha y ayuno de sinceridad. Hay una trama interesante (aunque afectada de un rebuscamiento algo atildado) y unos actores solventes: el conjunto se ve con simpatía pero cierta decepción por lo que pudo ser y no es.
Georg Mas y Judith Kaufmann escriben y dirigen la candidata alemana al Óscar 2014 a Mejor Película de habla no inglesa Dos vidas. Una película que se mueve por el género del drama y del espionaje con total soltura jugando a las falsas identidades y que tiene su punto álgido en el preciso momento en el que ambos géneros colisionan y asistimos a los silencios y las miradas que mantienen Juliane Coger y Liv Ullman, dotando a la película de una fuerza abrumadora.
Liv Ullmann, la actriz feliche de Ingmar Bergman regresa por la puerta grande, es decir, sin hacer ruido. No le hace falta hablar para transmitir. Y Juliane Coger está soberbia toda la película. Fría, consciente de todos sus actos, acostumbrada a la mentira y que en el momento de decir la verdad, nos sobrecoge la brutal sinceridad de una persona que en el fondo solo buscaba afecto y amor.
Dirigida con sobriedad y con el tempo preciso, la película va in crescendo a lo largo que las mentiras van derrumbando una parte oculta de su vida. Mentiras que hielan al espectador y cargan a la trama de conflictos personales y morales. Situaciones en las que lo ético cobra total protagonismo y las interpretaciones alcanzan un nivel sobresaliente.
Sin embargo, la película sufre algunos altibajos, debido al exceso uso de flash-baks que no ayudan a avanzar la historia.
En ocasiones nos recuerda a la magnífica La vida de los otros, o al espionaje de John Le Carré. Pero ambas sombras se antojan demasiado alargadas.
Dos vidas es una película ambiciosa, lo que no quiere decir que alcance todos los objetivos propuestos, porque como dice el sabio Refranero: El que mucho abarca poco aprieta . Conviven en ella tres planos:
1 ) Histórico.
Nos da cuenta de una atrocidad del nazismo, en la que no se ha profundizado suficientemente, obra de aquella mente diabólica que fue el lugarteniente de Hittler, Heinrich Himmler. Himmler, cuya principal virtud era la de ser un extraordinario organizador, es tristemente famoso por haber sido el principal planificador de la matanza metódica y sistemática de millones de judíos, polacos, gitanos, homosexuales, comunistas, enfermos mentales y subnormales: El Holocausto , el conjunto de genocidios por los que figura en la memoria del horror de todos los tiempos el III Reich (el Tercer Imperio Alemán, después del Sacro Imperio Romano Germánico y del inmediatamente posterior a la unificación alemana en 1871).
La aniquilación de los seres inferiores era para Himmler la cruz de una moneda cuya cara era el sueño nazi de la eugenesia: promover la procreación de seres superiores , individuos que respondiesen a un modelo de ser humano ideal, logrando así una superraza de arios, cuya pureza de sangre y perfección biológica establecieran su aplastante prioridad sobre cualquier otra raza.
Cuando el 6 de enero de 1929 Hitler nombra a Himmler comandante en jefe de las SS (organización paramilitar que bajo su mandato se convertiría en una de las maquinarias más poderosas y terroríficas del III Reich), éste encuentra un instrumento perfecto para la materialización de sus ideas. No tardó mucho tiempo —aprovechando las necesidades de ampliación de aquel cuerpo paramilitar con cada vez más funciones de control social— en establecer unas rígidas normas que determinasen el perfil de acceso a aquella organización, entre las que figuraban unas determinadas medidas antropomórficas: Ser de ojos azules, pelo rubio, estatura mínima de 1,75 metros, y un árbol genealógico conocido y sin mácula que se remontase, al menos, hasta 1.750. Un miembro de las SS no podía casarse sin la autorización de sus mandos. La novia debía demostrar su procedencia aria. Las candidatas eran examinadas en detalle por los seleccionadores de la raza y pasar por una serie de pruebas médicas y físicas. No acababan ahí las exigencias, pues el matrimonio así formado se comprometía a tener un mínimo de cuatro hijos.
Como estas medidas resultaron insuficientes para lograr a gran escala la finalidad que se pretendía, el 12 de diciembre de 1935 se constituye, bajo los auspicios de Himmler —de acuerdo con Hitler— una organización, Lebensborn (Fuente de Vida), de gran importancia en esta película, para potenciar la procreación de especímenes arios. A la vía de procreación ortodoxa y matrimonial se añadía otra extramatrimonial —lo que hoy llamaríamos el reclutamiento de vientres de alquiler , pero con una función ideológica—. Para las mujeres, en su mayoría solteras que aceptaban, con la promesa de importantes privilegios y beneficios económicos, este papel reproductor con padres procedentes sobre todo de la cantera de las SS, se establecieron en Alemania clínicas especiales y clandestinas para que pudieran dar a luz. Sólo podían permanecer junto a sus hijos durante un periodo de tres meses, ya que los niños nacidos en los Lebensborn pertenecían al III Reich, que con el tiempo los entregaba para su adopción a familias arias de estricta obediencia al nazismo o eran criados e indoctrinados en orfanatos de lujo.
La II Guerra Mundial ofreció la posibilidad de extender el proyecto a los países ocupados. A ellos se envió a los seleccionadores de la raza para instalar los criaderos arios con el mismo formato que en Alemania. En Noruega, país bajo dominio alemán a partir del 9 de abril de 1940, que por su falta de resistencia al nazismo no sufrió los rigores sojuzgadores de otros, se constituyeron hasta nueve Lebensborn , por ser declarada Noruega «nación pura para la raza aria». Aunque nunca se han sabido las cifras reales con exactitud, se calcula que en Noruega hubo alrededor de siete mil descendientes Lebensborn , entre niños y niñas, de una de los cuales hace el seguimiento esta película.
En todos estos casos se seguía un riguroso registro de nacimientos, aunque en los mismos no figuraba el nombre del padre y se cambiaban los nombres y apellidos de los niños.
Hasta ahí la Historia. Pasemos a la película. En su presentación en el preestreno, su director, dio una importancia exagerada a la labor de la jefa de maquillaje —me imagino que por residir en Madrid—. Pues bien, creo que esta película maquilla algo la realidad para hacernos más simpático el personaje que interpreta Liv Ullmann. Una madre Lebensborn noruega es más que probable que lo fuese de forma planificada y con su aquiescencia, en contra de lo que se nos dice en la película.
2 ) Ideológico.
La película es una meditación acerca de la larga mano de los totalitarismos en el tiempo. No solo del nazismo sino también del soviético —más atemperado—, en su versión alemana. Y esa meditación me parece muy afortunada. Cuando despreciamos a nuestras democracias parlamentarias por su debilidad, indecisión o falta de autoridad nunca está de más acordarnos de la que nos hemos librado: de esos regímenes políticos que pretenden la felicidad absoluta para todos y lo único que consiguen es destruir vidas: cuando no físicamente, dejándolas marcadas para siempre.
3 ) Psicológico.
Por último, la película plantea un interesante dilema moral acerca de si un tenebroso secreto y una mentira continuada pueden convivir con una existencia plácida, rodeada del afecto de quienes la ignoran. El relato fílmico no es alentador en este sentido.
Como se ve, se abordan muchas cuestiones, y de naturaleza muy distinta, y el resultado, sin restarle mérito —que lo tiene— es un poco frustrante por su falta de profundidad.
Si tuviéramos que repasar cada barbarie que los nazis cometieron antes y durante la Segunda Guerra Mundial, posiblemente nos acabaríamos quedando muy cortos de espacio. Pero lo que de verdad asusta, al menos para los que (por fortuna) no pudimos vivir ese conflicto en un tiempo y lugar cercanos, es que de vez en cuando descubrimos un nuevo capítulo tan sorprendente como terrorífico. En este caso, hablamos de Lebensborn, una organización creada al amparo de las SS que, con el objetivo final de perpetuar la raza aria, tenía como una de sus ramas la de juntar a hombres alemanes con mujeres noruegas, a las que se las consideraba herederas del espíritu vikingo fuerte y recio, para procrear hijos arios. En la práctica, es algo que parece casi sacado de la ficción, más aún si tenemos en cuenta que tras el conflicto bélico muchos de los niños que surgieron de tales emparejamientos quedaron desamparados, a merced incluso de la Stasi.
Ése es el tema que toma como raíz la película alemana Dos vidas, en la que Georg Mass y Judith Kaufmann dirigen y co-escriben el guión a partir de la novela original de Hannelore Hippe. Basada en hechos reales, la película gira en torno a la vida de Katrine Evensen, una de las hijas nacidas al albor del proyecto Lebensborn que por fortuna pudo formar una familia y lleva una vida tranquila en Noruega tras encontrar a su madre biológica. Pero el Muro de Berlín acaba de caer y el caso de personas como ella saldrá de nuevo a la luz cuando se abra una investigación para esclarecer todo este asunto llevado a cabo por los nazis y más tarde aprovechado por la RDA.
La película tiene un inicio complicado, porque en los primeros minutos asistimos a un desfile de nombres, acciones y hechos pasados tales que resulta difícil aglutinar todos en el cerebro. Es clave no desesperar y dar la película por imposible, sino que hay que hacer un esfuerzo por seguir el hilo de los acontecimientos porque al final todo acabará encajando, por mucho que uno crea al principio que no se está enterando de nada. Pero más que un defecto, habría que definir tal planteamiento como una virtud, por ofrecer algo bastante más visceral que no el típico guión in crescendo de otras producciones.
Hay quien ha llegado a comparar a esta obra con las novelas de espías del gran John Le Carré, y lo cierto es que razón no falta en esta idea porque ese tono oscuro está presente durante todo el metraje, tanto en el texto, situado en un contexto de Guerra Fría donde es difícil discernir quién es quién, como en lo visual, sobre todo gracias al uso de una fotografía sucia para las escenas en flash-back, algo que le sienta perfectamente al relato. No son tan justas, sin embargo, las comparaciones con el gran thriller alemán de lo que llevamos de siglo. Dos vidas saldría claramente perjudicada en un duelo con La vida de los otros, tanto en habilidad narrativa como en la descripción de los personajes, por no hablar del poso que deja una y otra película tras sus respectivos visionados. Se echa en falta un poco más de picante a la hora de narrar ciertas situaciones, cuya ejecución peca de excesiva frialdad.
Así, Dos vidas se presenta como un producto impecable por fuera pero con el que no es fácil empatizar. Es de esas películas que se nota que están bien realizadas, máxime cuando están basadas en hechos reales como en este caso, algo que siempre genera un punto extra de dificultad. Pero resulta complicado el recordar detalles concretos de la trama horas después de su visionado por el poco terreno que le da al espectador en el plano emocional. En definitiva, como documento histórico es una pieza casi imprescindible por contar, y bien además, otra de las huellas que los nazis dejaron tras su paso, pero le falta bastante del llamado ingrediente cinematográfico, transmitir la historia de manera idónea como para que el espectador la pueda conservar en algún lugar de su memoria como una gratificante experiencia cinematográfica.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)