Don Lucio y el hermano Pío
Sinopsis de la película
El hermano Pío, limosnero de unas monjas que sostienen un orfanato, viaja a Madrid con una imagen del Niño Jesús. Lucio, un ladronzuelo de poca monta que acaba de salir de la cárcel, se la roba. (FILMAFFITY)
Detalles de la película
- Titulo Original: Don Lucio y el hermano Pío
- Año: 1960
- Duración: 83
Opciones de descarga disponibles
Si quieres puedes conseguir una copia de esta película en formato HD y 4K. Seguidamente te añadimos un listado de posibilidades de descarga directa activas:
Opinión de la crítica
Película
6.2
78 valoraciones en total
Don Lucio y el hermano Pío, es una película dirigida por José Antonio Nieves Conde en 1960, música de Manuel Parada y fotografía de Alfredo Fraile. Después de realizar la brillante comedia dramática El inquilino, Nieves Conde se volcó en una historia de limosneros, benefactores y ladronzuelos. Se trata de una comedia que roza el esperpento moral de tres personajes a cual más ratero: Lucio (Toni Leblanc) El Pecas (José Calvo) y Antolín (José Morales), tres personajes que gastan su tiempo en vivir de lo ajeno.
El limosnero hermano Pío (José Isbert) acaba de ser robado por Lucio (una estatuilla) que utiliza como imagen santa con la finalidad de recaudar fondos para las hermanitas entregadas al mantenimiento de un orfanato, generando una serie de situaciones que le lleva a realizar acciones de todo tipo. El guión sitúa a Lucio entre dos ambientes opuestos, uno ya lo conocemos, el otro el de un grupo de viviendas de gente humilde situándose parte de la acción implicando a Remedios (Tony Soler) su hermana, que duda de la honradez de Lucio y sus trapicheos o, a su sobrina (Pilar Sanclemente) entre otros.
Queriéndolo tener a buen recaudo para que no se conozca el origen de la estatuilla Lucio destapa su propia realidad reinventada para justificar su posesión convirtiéndose inmediatamente en el centro de atención para el vecindario, incrementando así la presión de sus compinches sino que además el agente Casinos (Alfredo Mayo) tiene alguna sospecha sobre lo ocurrido.
Nieves Conde nos guarda para el final la gran confusión entre falsas acusaciones y verdades a medias donde los compinches de Lucio localizan la estatuilla arrebatándola con malas maneras, momento a partir del cual todo se acelera hasta llegar al caos y la confusión entre malhechores, policía, Pío, Lucio y la estatuilla, será la determinación de Lucio lo que finalmente arrojará algo de luz a la situación y sus benefactores entre los cuales el señor Rivera (Pedro Porcel), Doña Lola (Ana María Custodio) o el señor Aguilar (Fernando Rey) en una entretenida comedia donde la acción y los constantes cambios de escenario dan especial dinamismo a una brillante trama urdida desde el guión de Pío Ballesteros y Jaime García Herranz.
Aunque la película pueda pecar de complaciente y bienintencionada, para algunos incluso ridícula, la religión y la fe, están abordadas de forma amena y divertida, sin prestarle especial solemnidad pero sí respeto, especialmente dirigida a los católicos. Pues siempre fue difícil esquivar a la mezquina censura, y este simpático film que destila humanidad y picaresca lo consigue, pues tanto los buenos como los menos buenos son tratados con una cierta tolerancia y comprensión, demostrándonos que todos podemos cambiar, es el mensaje que nos deja este ejercicio de comedia pícara y castiza de la época de los sesenta en la gran urbe de Madrid. Una metrópolis deshumanizada y putrefacta de timos, chanchullos y comisiones en intereses espurios.
La inocencia y la candidez personificada en un Pepe Isbert colosal (Hermano Pío). Planta cara con su tenacidad al chulapo, sinvergüenza y rufián encarnado por un Tony Leblanc esplendido (Don Lucio). Nieves Conde como nos mostraba en Surcos, una vez más nos presenta, la bondad y el humanismo rural, contra la maldad y el desprecio por el prójimo en la gran urbe, la nobleza contra la villanía. Una ingenua fábula moral impregnada de ternura y compasión, una historia inverosímil de buenos sentimientos que denuncia la insolidaridad como siempre se plasmó en el cine social de Jose A. Nieves Conde .
Esta emocionante historia costumbrista esconde una soterrada crítica de la hipocresía en las clases pudientes y burguesas que aportan una pequeña cuantía económica, una limosna para calmar sus conciencias y lucir sus almas caritativas. En cambio, vemos a las gentes humildes aportar su ayuda modesta por devoción. De cómo la bondad puede redimir al falso Hermano Anton, cumpliendo las directrices morales del régimen político, pero dejando unos cuantos recaditos a las mentes biempensantes y cínicas.
Articulada a través de un anciano entrañable de voz singular y mirada limpia, de boina calada, ejerciendo de limosnero para un convento de huérfanos, perdido en la gran ciudad, en busca de su preciado tesoro, trovador de causas nobles y amor por los desfavorecidos, que es engañado por un ladino ex convicto de buena planta y generosa galantería, un caradura y timador de cretinos provincianos para su provecho. Conmovedora historia sin especiales pretensiones artísticas, humilde pero directa al alma humana y a la buena fe, que enaltece valores obsoletos que no cotizan al alza en estos tiempos de decadencia moral y abnegado materialismo, pero que guarda un mensaje esperanzador.
El hermano Pio (Pepe Isbert) se dirige a Madrid en tren a hacer su ronda habitual de recaudaciones como limosnero para un orfanato regido por unas monjitas, al subirse a este coincide en un abigarrado compartimento con Lucio (Tony Leblanc) un pícaro ladino y dicharachero que tras salir de la cárcel también se dirige a la capital, su lugar habitual de residencia y fechorías.
Durante el trayecto, el hermano Pio cuenta a sus compañeros de viaje a que se dedica y ante el requerimiento de estos les muestra la imagen del Niño Jesús que lleva consigo en una hornacina cilíndrica y opaca tipo mochila, provocando entre casi todo el pasaje muestras de emoción y simpatía ante la imagen, digo casi porque a Lucio se le ve en la cara que algo se trae entre manos.
Una vez en Madrid con el hermano Pio triste y compungido al comprobar que le ha sido sustraída la imagen cuando al abrir la hornacina en el interior de la habitación de la pensión en la que se aloja habitualmente (Posada del León de Oro sita en Cava Baja 12) y con el autor de la misma que no es otro que Lucio (al ofrecerse amablemente a ayudarle a bajar la hornacina del tren la ha vaciado de su contenido), primero contactando con Pio para hacerse con la lista de donantes al mismo tiempo que le convence de que no denuncie puesto que va a ayudarle a encontrarla (le dice que seguro que aparecerá en El Rastro y le pone a vigilar ofreciéndole como tapadera la de vendedor de globitos para el nene y la nena) y después suplantando al limosnero en la ronda de recaudaciones, tenemos una muy divertida y entretenida película en base a las peripecias y situaciones que provocan las personalidades de ambos en su relación con un entorno hasta entonces desconocidos para ellos, el rufián Lucio mezclando devoción y pillerías durante sus visitas a los devotos donantes y el pio Pio alternando con los pillos del Rastro (2 ex compañeros de fechorías de Lucio revolotean alrededor suyo escamados ante lo que presumen algún tipo de magro negocio), a la vez que emotiva y amable en los cambios que se van produciendo en los 2 protagonistas y en el magnífico retrato costumbrista de los vecinos de la corrala en la que vive Lucio en compañía de su hermana y sobrina y en el bien mostrado y en absoluto maniqueo contexto político/religioso de la época aquí mostrado (aunque siempre habrá algún desinformado aguafiestas que ignore y/o malinterprete la muy personal trayectoria de José Antonio Nieves Conde que la tache de facha o beata).
Sigue en spoiler por falta de espacio:
Don Lucio y el hermano Pío destaca sobre todo por sus dos protagonistas, los grandes cómicos Tony Leblanc y Pepe Isbert. El primero, porque le van como anillo al dedo esos papeles de truhán y casanova. El segundo, por su característico timbre ya gracioso por sí mismo y esa faceta de bonachón ingenuo. Pero en este caso también tenemos dos secundarios – casi terciario en algún caso – de lujo: Fernando Rey y Alfredo Mayo.
El argumento también es divertido, aunque indudablemente hoy la trama y esa admiración y veneración por una talla religiosa no tendría la repercusión que plantea la película.
Quizá ese aspecto y especialmente el final tan característico en este tipo de comedias la hacen empeorar un poquito en calidad. Aun así, merece la pena darle un visionado si te gustan los actores y este género dentro del cine español en blanco y negro.
Mi nota: 6,7
Para mí es una comedia con un fuerte componente social y costumbrista, ambientada en Madrid, en un Madrid en el que están muy marcadas las diferencias sociales entre ricos (las familias a las que van a visitar Tony Leblanc y José Isbert) y pobres (los de los ambientes de los lugares en los que van a dormir los personajes, cómicamente antitéticos, de Leblanc e Isbert). La historia está contada con ritmo, no aburre nunca, y el reparto, encabezado por dos grandes actores, Leblanc e Isbert, cumple a la perfección. Leblanc suelta una frase sobre los señores de derechas que, por su irreverencia, no sé cómo pudo permitir la censura de la época.