Diario de un cura rural
Sinopsis de la película
Film inspirado en la novela homónima de Georges Bernanos. Un joven sacerdote llega a una pequeña localidad del norte de Francia, donde se hace cargo de su primera parroquia. A pesar de que desarrolla sus labores sacerdotales con diligencia y humildad, es ignorado e incluso rechazado por sus feligreses. Convencido de que ha fracasado como pastor de almas, sufre una profunda crisis de fe. En tales circunstancias, tendrá que afrontar, además, una grave enfermedad.
Detalles de la película
- Titulo Original: Journal dun curé de campagne
- Año: 1951
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
Película
7.5
92 valoraciones en total
1/ Bresson recrea la novela de Bernanos ciñéndose al núcleo: la evolución espiritual del protagonista, la lucha en su alma.
Con una conciencia microscópica de los materiales, Bresson aplica el filtro estilístico, poda el lado anecdótico del argumento e intensifica lo esencial: un legible diario es escrito, una voz en off dice ese mismo texto. Duplicar ahonda la emoción. El rostro de quien escribe y dice es filmado en corto: refleja el proceso interior.
No creo hacer nada malo anotando aquí, cada día, con total sinceridad, los humildes e insignificantes secretos de una vida sin misterio.
2/ Fondo para el proceso: Ambricourt, primera parroquia de un joven cura. Su estómago sólo tolera vino azucarado y pan. Mal recibido en la aldea.
Turbulencias en el chateau: un conde duro con los granjeros, una condesa hundida por la muerte de un hijo, una institutriz intrigante, una hija adolescente rebelde.
Las niñas en la catequesis hostigan al cura. Los paisanos discuten con él por tarifas. El párroco vecino, de vieja escuela, le señala errores, implacable: sufres más que rezas, agitado, sin sentido práctico, nervios de punta como un niño…
La banda sonora concreta ese fondo rural: ladridos, cencerros, disparos de cazador, campanadas, runrún de un coche, chirridos de verja…
La música de Grundenwald, climática, expresa las emociones mudas.
Un médico: Lo del estómago es serio. ¿Ha pensado en todo el alcohol que bebieron por usted antes de que naciese?
3/ Incidente central: el cura aborda el duro rescate del alma de la condesa, hundida en abúlica amargura. Las carencias envenenan el aire. Consigue una titánica imposición de la paz.
Qué maravilla dar lo que no tenemos. Milagro de las manos vacías.
—¿Qué palabras usó para borrar su amargura?
—Las de un secreto perdido. Lo encontraré y lo volveré a perder.
4/ Extractos sintéticos del ‘Journal’:
Otra noche horrible.
Oración, necesaria como aire para pulmones
Tras de mí, nada, ante mí, un muro negro.
De pronto, algo roto en el pecho. Temblor una hora.
Los santos tenían estos desfallecimientos.
Bocabajo en el suelo, en gesto de aceptación total.
Misma soledad, mismo silencio.
Dios se apartó de mí, seguro.
5/ Tachaduras, garabatos. Ojeras, enflaquecimiento.
—¿Qué me reprochan?
—Le reprochan ser quien es. No odian su sencillez: se defienden. Usted es un fuego que puede quemarles.
Desfallecido en el bosque, sobre la tierra helada, mancha roja en la astrosa sotana.
Temor a la muerte. La imaginación dice: Huerto de los Olivos. Íntima certeza de conocer el sitio: la prisión de la santa agonía. ¿Cómo escapar?
6/ Cielo brillante sobre campo frío. Visita al doctor en Lille. Luego, la buhardilla del compañero ex seminarista, quien le expone justificaciones intelectuales. Plano de tres minutos del blanco rostro del cura, que escucha, sus palabras de más tarde, citadas por el intelectual en carta mecanografiada: ¿Qué más da? Todo es gracia.
Cuando al final del libro de Job en el que pobre hombre ha perdido todo menos la fe, Dios interviene finalmente y no contesta a ningún interrogante. Le da la vuelta a la tortilla e irónicamente haciéndose el agnóstico le dice a Job: Ciñe ahora tus lomos como un hombre, yo te preguntaré y tu me instruirás. O sea, le entabla a una lucha. La reacción de Job es declararse vencido, y el vencedor lo bendice.
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Bernanos y Bresson comparten un alma jansenista, algo muy francés. Es un desgarro desesperado y pesimista sobre el hombre en el que la única y última esperanza es la gracia de Dios.
Compartiendo un alma similar, sin embargo Bresson limpia la novela de Bernanos de recursos literarios, y una vez despojada la rellena de elementos puramente cinematográficos: objetos, una voz, una cámara y poca cosa más. No es una película fácil, porque lo que intenta filmar es un alma, la del cura de Ambricourt, de la misma naturaleza que el escritor y el cineasta.
El joven sacerdote también desfallece en todo, menos en la fe como él mismo confiesa. Cada vez es más nada, pero no sé escabulle, se agarra firmente aún imaginando la prisión de la santa agonía. Sólo busca la gracia.
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Cuando Jacob entabla lucha con Dios, éste le hiere en el muslo como al cura de Ambricourt en el estómago. Jacob no cesa la lucha hasta que su contendiente le dice que le deje ir, y Jacob le contesta aquello de No te soltaré si antes no me bendices . Y el vencido lo bendice.
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Job y Jacob es el mismo nombre. El cura de Ambricourt es el mismo hombre.
Movimiento de afuera hacia dentro, liso, sin actores. Movimiento sin el espectáculo de lo fotografiado o reproducido.
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Plano leve, quieto, que evita la inamovilidad de lo móvil. Con lo mínimo, lo incierto, con la fugaz impresión de lo cerrado abriéndose sin recurrir a medios que no se tienen.
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No al cosido de planos del travelling, no al párrafo literario que da paso a otro párrafo de imágenes encadenadas. Belleza pulcra de lo preciso.
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No a la actuación deformada, sobreimpresa en lo que existe. No al pretendido naturalismo de imitación ingenua de vida en pantalla. No a la mímica recompuesta y emperifollada, de maquillaje gestual. Sin pleonasmo de imagen-sonido-sonido-imagen que aniquila la agitada impaciencia del espectador.
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Personas. Objetos. El azar.
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El hecho se retira, despacio, ante el empuje del sentir en las personas y las cosas. En su curiosidad exacta de precisión eyaculatoria del ojo. La cámara copia los objetos y formas, el realizador debe ir más allá.
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Un silbido de tren ahorra la imagen de una estación. Un silencio que se cierne sobre un rostro evita moldear las calles de un pueblo, sus casas. Fragmentación.
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Hablar de dios, hacerlo latir sin mencionarlo, desde una pequeñez de infinitas combinaciones. El modelo monologa con otros modelos, sin control sobre una supuesta interpretación que no es tal.
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Uniformidad en el gesto, uniformidad en el texto.
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Eludir los excesos que nos igualan, nivelando representaciones que no surgen de la vida real.
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Elipsis que ascienden hasta la poesía. Surgen inciertas en los ruidos azarosos, pero organizados, del silencio.
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El amor de una mujer. Un estómago que no muerda. Pese a todo, la gracia.
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Diario de un aficionado:
Inmediatamente después de Bresson puse Indiscreta (Stanley Donen-1958). Ya me ha pasado otras veces. Luego cesa. El efecto fue demoledor y desalentador. Sentí rechazo por esos estados de ánimo de personajes de barraca. No me gusta pensar así, y suelo dejarlo estar sabiéndolo mal pasajero. Hoy me permito, no obstante, hablar de ello como un cura en su diario. Quiero entender, pero no sentir, el acartonamiento de la naturalidad representada, teatral. Puedo hablar de ello y al día siguiente decir lo contrario ensalzando un contrapicado que fija una elipsis de papel. Una cosa es comprender y otra que se apropie de mí esa forma de ansiedad dubitativa. No deseo la impaciencia que yace en la entonación desde la madera, desde la polilla de una sensación de cine seco, angosto en su amplitud de luz aparente, pequeño en su exceso indiscreto y carygrantiano. Debo entender a Bresson pero no quiero asumirlo. Porque no me gusta su falta de modestia socrática a la hora de aplicar su método de infalibilidad dogmática. Y porque su pincelada pide exclusividad.
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Yo no me encuentro a mí mismo donde me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos lo espero.
Montaigne.
Un joven sacerdote católico es destinado a su primera parroquia. Pero no empieza con buenos augurios. El redil que le ha caído en suerte es resabiado, áspero, frío, apático y reticente a la intromisión del nuevo cura, al que en general hacen el vacío ominosamente y al que algunos desairan con desplantes. El inexperto muchacho, de mala salud y traspasado de soledad, languidece sostenido apenas por la intensidad de su fe, llevando a cabo diligentemente y con la llamita de su sinceridad su cometido de guía espiritual, recibiendo la ingrata respuesta de unas gentes reacias a abrir sus corazones y que guardan celosamente sus tristezas y sus rencores, y recibiendo también las recriminaciones, los consejos y los raros elogios de sus colegas de vocación. El cura novato y frágil, carente de experiencia, enfermo y rebosante de sensibilidad, posee una cualidad, sin embargo, que lo hace destacar: pese a sus sufrimientos, cree con convicción. Pese a sus muchas dudas y decepciones, sigue intentándolo. Pese a su falta de energía y a los reproches que le dirigen, es cercano y humilde. Pese a que hay quienes quieren dictarle el camino a seguir, él seguirá el suyo propio. Será fiel a su conciencia.
Este sobrio retrato del clima espiritual de una pequeña comunidad triste y reñida con Dios, entremezclado de misticismo, análisis, dudas, penas, dolores, amarguras y consuelos, es una incursión en las reflexiones y en los esfuerzos de un cura rural debilitado por la enfermedad y perdido en un lugar hostil y casi inhóspito, poblado de almas que sufren y a las que cuesta mucho acceder.
Pero, como sucede con esos pequeños grandes hombres a los que apenas se les reconoce su dedicación, la discreta luz de su presencia tal vez haya conseguido alumbrar algunas oscuridades tenaces que se negaban a salir al paso de la claridad.
1) Suciedad
En la novela de Georges Bernanos, el cura de Torcy le cuenta al cura de Ambricourt la historia de la sacristana de su antigua parroquia. La sacristana limpiaba la iglesia de manera compulsiva, no cejaba en su empeño de aniquilar la suciedad. La casa de Dios resplandecía como nunca. Cada mañana, por supuesto, una nueva capa de polvo cubría los bancos de la iglesia. Hongos, telarañas. El domingo, después de la Santa Misa, se quedaba hasta altas horas de la noche, frotando y encerando a la luz de una candela. Se pasaba el tiempo fregando de rodillas la suciedad dejada por los fieles. Y tosía. Hasta que, en una crisis de reumatismo articular, el corazón cedió.
En cierto sentido, no se puede negar que es una mártir. Su error no consiste en haber querido luchar contra la suciedad, sino en haber pretendido aniquilarla, como si ello fuera posible. Una parroquia está forzosamente sucia.
Este episodio no aparece en la película, pero ahí está la suciedad, en el barro y dentro de las almas.
En ‘Diario de un cura rural’ el cura y el mundo están enfermos… y encharcados…
2) Gracia
La manera de cortar [de relacionar un plano con otro] es una puerta por la que entra la poesía. (Bresson, citado por Santos Zunzunegui)
Susan Sontag, en ‘Contra la interpretación’, utiliza a Simone Weil para explicar la «antropología» bressoniana:
Todos los movimientos naturales del alma están controlados por leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción es la gracia. La gracia llena espacios vacíos, pero sólo puede entrar cuando hay un vacío para recibirla, y es la gracia misma la que permite la creación de un vacío. (Gravedad y gracia, de Simone Weil)
Aplanar la imagen. Destilar el sonido. Crear el espacio vacío y necesario en el espectador y en la pantalla. Dejar la puerta abierta.
3) Imagen y sonido
No cuenta el fotograma aislado, habla la secuencia, la relación de planos entre sí. Más importante que lo que se ve es, si cabe, lo que no se ve. Lo que se sugiere o intuye, lo invisible, lo indecible o no mostrable. También el mapa sonoro, los sonidos que configuran el espacio más allá del cuadro. Y el uso del silencio.
La cámara se acerca, con temblor contenido y sobria intensidad, al rostro. Lo encuadra en primer término. Y, cuando parece que ya no puede avanzar más, diluye el plano con un fundido suave en negro. Es una forma magistral de, por un lado, decirnos que la imagen no puede ir más allá y, por otro, de señalarnos el camino.
Leo en la novela: No soy, como se suele decir, buen fisonomista, pero recuerdo las voces, jamás las olvido, siento amor por ellas. Los ciegos, cuya atención no se dispersa, pueden aprender muchas cosas de las voces.
Ahí está la clave para oír (y ver) las obras de Robert Bresson.