De martes a martes
Sinopsis de la película
Juan es un hombre de 35 años que tiene como hobby el culturismo. Trabaja en una fábrica donde, a pesar de su enorme y musculoso físico, es maltratado por sus jefes y compañeros. Su mayor sueño es poder dejar esa vida gris y lograr una vida mejor, y sobre todo ser dueño de su propio gimnasio, pero aún le falta reunir parte del dinero. Y en eso está, cuando, al anochecer de otro de sus rutinarios días, asiste a un episodio terrible ante el cual toma una decisión que lo pone de pronto en una encrucijada moral.
Detalles de la película
- Titulo Original: De martes a martes
- Año: 2012
- Duración: 111
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Opinión de la crítica
Película
6.3
26 valoraciones en total
La película empieza sobrecogiendo con un tremendo silencio. Apenas hay ruidos en la calle, o en la fábrica, ni música en el gimnasio. Todo lo que cuenta es a través de la imagen, de los primeros planos, de la idea de cómo se debe estar sintiendo Juan.
La atmósfera intimista llega a ser un poco agobiante, haciendo crecer un deseo de que algo pase, de que Juan explote por donde sea y dé un giro a su vida. Y ocurre, la terrible realidad de la Argentina que Gustavo Fernández Triviño nos estampa delante de los ojos y nos frota hasta que duelen, hace a Juan tomar la decisión más dura que nadie pueda verse obligado a tomar.
La película termina sobrecogiendo con un tremendo silencio.
Juan es un tipo de unos treinta años, tan grande y musculoso como parco de palabras. Trabaja en un taller textil, pero como apenas le alcanza para pagar el alquiler de una modesta casa donde vive con su mujer y su pequeña hija, acepta hacer horas extra y también trabajar de patovica en lugares de diversión nocturnos. Como a pesar de su físico gigante es (o parece) muy tímido, lo hacen objeto permanente de chistes hostiles y de maltrato verbal a los que nunca responde. No es un galán ni un héroe, sino un personaje hermético en el que sin embargo se intuye un fondo de delicada sensibilidad.
En ningún lugar parece sentirse cómodo, salvo cuando se entrena en el gimnasio o cuando regresa a su casa con alguna golosina para su hija, la que siempre compra en el mismo quiosco atendido por una joven de quien no sabe nada pero con la que tiene un tácito código de cordialidad, que sobresale en medio de la hostilidad generalizada de los lugares por donde se mueve su rutina de martes a martes.
Una noche Juan es testigo involuntario de una violación: la víctima es la chica amable del quiosco por donde siempre pasa y a partir de ese momento su vida toma un giro que lo pondrá frente a un fuerte dilema moral.
Cuando Juan debe decidir qué hacer con eso que vio (la escena de la violación está resuelta de manera notable), los tiempos se aceleran, desaparece la repetición como norma y la película se transforma en un pequeño y muy interesante thriller. La dinámica de la intriga va de la mano con el creciente suspenso: de la rutina repetitiva y asfixiante, el clima cambia, Juan comienza a actuar de otra manera, con un delito de por medio, un malvado enmascarado de ciudadano respetable (interpretado por Alejandro Awada) y un plan inesperado. De martes a martes es una buena historia, con algunos cabos sueltos, muy bien interpretada, y por momentos bastante dura pero siempre atrapante.
Pablo Pinto logra una muy buena interpretación, como la de Awada y la de todos los secundarios. Triviño se revela como un director promisorio con excelentes cameos de secundarios en el submundo que recorre la película: la fauna de un prostíbulo barato, el quiosquero algo freek pero solidario, un sórdido vendedor de celulares usados de dudoso origen, entre otros.
La trama tiene varios ejes interesantes: la mirada crítica a la alienación en el trabajo, donde hay empleados que se esfuerzan mucho y ganan poco: los necesarios y los importantes (como definen unos lumpen a cargo de la administracion del burdel) y la revelación sobre hombres importantes con oscura doble vida.
Es constante también la señalización de la hostilidad social: desde el lenguaje verbal descalificante morocho, gordito, miedoso, hasta la violencia física en desigualdad de condiciones.
Párrafo aparte merece la instalación de un tema urgente como son los casos de violación y la impunidad que los envuelve. En los créditos finales se precisa la cantidad de hechos que ocurren en la Argentina y la baja tasa de denuncia que persiste.
De martes a martes es una contundente carta de presentación para su director como sólido narrador. Nunca escuchamos exteriorizarse verbalmente al pensamiento del protagonista pero sí sabremos de su decisión por las acciones. El punto de vista nos deja generalmente afuera de las palabras (cuando habla con su mujer) pero inesperadamente nos incluye haciéndonos sentir tan voyeurs como el protagonista. Además hay otras situaciones de las que no se habla pero de las que sí pueden inferirse muchos datos acerca de un pasado más turbio, del que Juan, el rotundo protagonista, parece haberse redimido pero al que paradójicamente debe acudir para resguardarse del presente: ver el episodio del burdel y de la regenta que lo conoce.
En síntesis, es para celebrar el hallazgo de una película que huye de los tópicos, perfilando un personaje de interés, lleno de dudas y contradicciones, con muchos claroscuros pero que sorprende con su intriga ética. Polémico y discutible, con un desenlace que rompe esquemas.
Puede que de Martes a martes tenga buenas a la hora de denunciar problemas tan graves como las violaciones, pero la verdad es que la propuesta no termina de entenderse. En primer lugar, porque la película tarde mucho en arrancar, en segundo lugar porque, cuando arranca, el guión parece inverosímil y al final, cuando el filme toma algo de interés, traiciona a sus propios personajes. El personaje principal de este filme argentino es un fortachón adicto al gimnasio con una extraña personalidad que le mantiene en una burbuja con el resto del mundo, un taciturno y poco expresivo personaje que no muestra sentimientos algunos y que apenas emite palabra durante la película. Esto infiere en el personaje cierto atractivo por el enigma que se cierne sobre él, pero también lo hace bastante aburrido. El primer tercio de la película es una oda a las máquinas que deja a la personalidad y a la acción fuera de plano. Pedaleos y levantamientos en gimnasio y planchado en la lavandería en la que trabaja entran en acción mientras Juan (así se llama el protagonista) apenas murmulla y se deja ningunear por sus jefes y compañeros, haciendo gala de una cobardía que no acompaña a su musculoso poderío físico. En esta parte del filme manda el sopor, una larga exposición de motivos poco apropiada que no parece desembocar en ningún lado y que además no sirve para desnudar a un personaje críptico y poco motivante.
De repente un hecho desagradable (una violación) cambiará la vida de Juan, el ritmo perdido se encuentra en el filme de una forma abrupta, pero aquí, el problema es que cuando los engranajes de la narración comienzan a desarrollar un guión, este resulta ser poco creíble e incluso contradictorio. La escena central del filme, la que da sentido a la película, es cuanto menos poco verosímil y eso será un enorme lastre del que no se podrá desembarazar la cinta.
La parte final del filme aporta la intriga, son los mejores momentos de esta cinta argentina, con un desenlace que rompe esquemas, que deja sensaciones encontradas y con un sabor un tanto agridulce, que quizás sea necesario para lo que quiere expresar la película, pero que tampoco termina de convencer.
Deja el rastro, eso sí, de ser un filme con vocación de denuncia social, que huye de los tópicos, que perfila un personaje de cierto interés, lleno de dudas y contradicciones, con muchos claroscuros y nada maniqueo (lo cual es de valorar) y que en ciertos momentos, consigue despertar la intriga a golpe de un guión que previamente había dejado muchas incógnitas abiertas y una música de efecto policíaco, adecuada para generar tensión. De esto se extrae la mejor película del Festival de Biarritz (según el jurado claro está) pero al mismo tiempo un filme que defrauda al espectador medio e incluso al más avezado, pues tampoco ofrece recursos técnicos para deslumbrar, ni un guión del que sentirse orgulloso.