Cuatro noches de un soñador
Sinopsis de la película
Una noche en Paris Jacques, un joven pintor, se cruza con una joven que está a punto de suicidarse saltando desde el puente de Pont-Neuf. El motivo: su antiguo amante, que la abandondó un año atrás, le ha fallado en su promesa de encontrarse en el puente.
Detalles de la película
- Titulo Original: Quatre nuits dun rêveur
- Año: 1971
- Duración: 87
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Opinión de la crítica
Película
7.2
79 valoraciones en total
Impresionante traslado de la literatura al mundo del cine, entendido éste bajo el prisma único de Robert Bresson. Jacques es un joven pintor cuya personalidad se plasma ante nosotros a través de sus paseos dentro y fuera de París, al igual que con su afición por grabar sonidos atmosféricos y citadinos, y llamativamente, con su constante búsqueda de la mirada femenina, huidiza, efímera y anónima. Cuando conoce a Marthe en el Pont-neuf, comienza nuestra aproximación más profunda hacia su ser y sus circunstancias.
El sonido y la música ambiental en especial adquieren una relevancia tal en esta película, que de verdad dejan de lado palabras, diálogos y descripciones redundantes. Por ejemplo, en la historia de Marthe, la escena en que ella se desnuda frente al espejo de su habitación y pone la radio, escuchandose una canción de corte romántico. Los planos de Bresson reflejan intimidad, deseo erótico, una expresión de sí misma que es (cor)respondida por el huésped enamorado con unos golpecitos tímidos en la pared que sus habitaciones comparten. Él no la ve, pero parece sentir el cuerpo desnudo al otro lado del muro. Aquí recuerdo la comunicación del joven teniente Fontaine con otros presos en celdas separadas en Un condenado a muerte se escapa. Los ruidos y los espacios compartidos se convierten en una expansión de la erótica humana, y lo que es mejor: cinematográficamente, nos queda bien clara la tensión sexual que se gesta entre ambos. De un modo parecido, Bresson hace explícito que el enamoramiento de Jacques surge y lo absorbe, y son numerosas intervenciones musicales que se topan con Marthe y Jacques las que nos narran ese tránsito tan fino y difícil de evitar. Y no olvidemos las grabaciones del soñador: Marthe, Marthe, Marthe. Son los ecos de un cuerpo enamorado, la aparición de lo intangible, el sueño de retener la voz en un momento único de la vida, de completo alborozo, frente a los años de inanidad y sueño.
Aunque no busco una fidelidad absoluta del texto literario al cine, aquí los noto tan cercanos uno del otro, que tampoco me extrañan las acciones de Marthe, mujer en espera de que su amado cumpla su palabra de regresar al Pont-neuf hasta el último instante. Toda su desolación y el ánimo de amar de Jacques fluyen a lo largo de la película, pero los instantes en que salpican nuestros ojos no pueden atenerse a las palabras. Ahí están la música y los sonidos del corazón supliéndolos con eficacia proverbial. Aunque claro, decir te amo es irremplazable…
Se me viene a la mente que el amor es nuestro eterno verdugo, y al mismo tiempo nuestro más anhelado amante, ese al que extrañamos cuando brilla por su ausencia. Jacques, el enamorado del amor, se entrega, y al último, se entera de la fragilidad de unas promesas y la imprevisibilidad con que otras se cumplen.
¡Dios mío! ¡sólo un momento de bienaventuranza! Pero, ¿acaso eso es poco para toda una vida humana?
– Tú eres un soñador – y sonrió varios segundos. Asentí.
– Nos veremos a la hora a la que se pone el sol.
Así me dijo. Yo me pasé preguntando a mil personas y doscientos conocidos, a qué hora se ponía el sol. Éramos jóvenes y algo apardalados. Yo un soñador, ella un poco tocapelotas.
Llegué varias horas antes de que se pusiera el sol. Ella llegó un par de horas después de ver desaparecer el último rayo de luz. Nastenka, Nastenka… siempre jugando a llevar la voz cantante.
– Quiero besarte.
– Los besos no se piden, se dan.
– No lo estoy pidiendo.
– Sólo con una condición, soñador.
– Condicióname.
– No te enamores de mí.
Cuando la dejé, ya estaba locamente enamorado.
Se marchó con él. Otra vez.
Quizá fuera un rayo de sol que, tras surgir de detrás de una nube preñada de lluvia,
volvió a ocultarse de repente y lo oscureció todo ante mis ojos. Dostoievski.
Es lo más cercano que estuvo Bresson de la Nouvelle Vague, pero sin desmarcarse lo más mínimo de su estilo. Jacques (Guillaume des Forêts, modesto doble de Jean-Pierre Léaud) es personaje de la corriente. Bohemio y soñador. Solitario y enamorado (de su propia idea del amor, o de sí mismo). Al mismo tiempo, es atemporal (1848) y universal (San Petersburgo).
De monólogos larguísimos y diálogos excesivos, Bresson saca sólo lo esencial, lo reproduce en imágenes, como se debe hacer siempre a lo hora de adaptar. Y cuando no, el uso diegético del magnetófono completa la información que a regañadientes siempre nos da Bresson fuera de la imagen.
El arte como idea, aunque sea áspera.
La imagen de la noche desenfocada.
El amor como idea, aunque sea áspero y desenfocado.
«Las formas abstractas, sujetas a ley, son, pues, las únicas y las supremas en que el hombre puede descansar ante el inmenso caos del panorama universal». Wilhelm Worringer (Abstracción y Naturaleza).
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Como Mondrian (el rectilíneo idealismo formal que hace visible la lógica de la pincelada) o Kandinsky (expresión naïf y espiritual de lo abstracto), Bresson ofrece formas puras que no socavan la esencia con detalles, potenciando el esbozo y el estudio de proporciones previo al detallado posterior. Hegel, en sus textos sobre estética, define el primer estrato de la creación de la siguiente, y bressoniana, manera: «El comienzo lo hace aquello que está en sí, lo inmediato, abstracto, general. Lo enriquecido es lo posterior».
Toma así carta de naturaleza el diagrama y la estructura preparatoria para el relleno ulterior. Y ahí se establece el cine de Bresson para una mayor claridad: mediante los trazos y rectas que organizan el sentido neutro sin extraviarlo en lo figurativo se arriba a la forma básica o esencia general.
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Lo importante no es el objeto, ni el pintor, sino el gesto que eleva la presencia del objeto… que está suspendido en el espacio que lo delimita (diálogo de la película).
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La desnudez bressoniana se asemeja al uso de la línea y al estudio geométrico del arte abstracto y la presentación pura del objeto. La comprensibilidad de la estructura antes del engorde del detalle sin verosimilitud o relación de parecido práctico, estético u ocioso –como suele ser la artesanía– sino una reflexión sobre la propia materia que es el objeto artístico. Obteniendo así lo que él (Bresson) llama un habla visible del modelo que simplifique los datos sensibles para ofrecer un equilibrio, un orden que clarifique, a través de un código propio, lo que el autor quiere expresar para una doble finalidad: primero, no extraviarse en el caos de la imitación realista –donde todo se pierde en un cúmulo de representatividad y detalle– y, segundo, eludir la exageración en la que a menudo cae lo cinematográfico. De hecho, Bresson se permite una crítica hacia la concepción habitual y espectacular del cine a partir del minuto 04:50 del siguiente enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=Ioi8sqhmCSM
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Estoy a favor de un arte maduro, abierto a su época, que no estalla al contacto con la naturaleza, sino simplemente es una reunión del pintor y un concepto (diálogo de la película).
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Para su sentido ideal del arte es importante la economía, el espíritu se agita en la escasez de medios. El mundo no se impone al artista, sino que es el artista el que lo traduce y muestra adecuándolo a sus vivencias y sensibilidad.
La imagen no expresiva, los sonidos autónomos y la música (remarcando su inserción en la diégesis del plano) remiten a una forma de comunicación pura y ascética. Los diálogos también se resuelven con la premura de la línea mondrianesca. Toda esa inexpresión conlleva que el montaje sea instrumento capital para dotar de sentido y cohesión al film mediante asociación de líneas rectas y hieráticas.
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«Todas las formas de la naturaleza pueden reducirse a cubos, conos y cilindros». Cézanne.
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Ese alejamiento de las apariencias propicia la negación, así lo señala Jacques Aumont en Las teorías de los cineastas, de un literario punto de vista del personaje –que es un rasgo naturalista del cine, ya que nos suplantamos en una visión y nos ubica en la trama, recibiéndola así como propia y real–. Aquí lo que tenemos es una mirada aséptica que tantea las formas de la trama desde fuera.
Convencido anda Bresson de que los detalles entorpecen la trascendentalidad y ocultan la esencia. Esencia quizás entendida, parafraseando a Paul Klee, como abandono de las formas habituales para un retorno a las fuentes de la creación.
1) A partir de Noches blancas, que Dostoievski describía como ‘novela sentimental’ y subtitulaba Recuerdos de un soñador, Bresson trata a su peculiar manera un personaje, entre romántico y ensimismado, frecuente en el cine francés: el enamorado del amor.
Aunque el personaje es un pintor bohemio, su idea del amor no la veremos plasmada en cuadros. Sus lienzos, de corte pop (los aportó la pintora Anne-Elia Aristote), sólo salen de pasada. Fiel a la importancia de lo sonoro en el cinematógrafo, Bresson hará que oigamos esa idea, que la escuchemos: el joven Jacques graba en un magnetofón sus anhelos amorosos, en el tono vehemente propio de un soñador, un idealista, siendo el suyo el ideal del amor puro e inocente. Las grabaciones se reproducen después. Jacques las pone una y otra vez, y en ese texto verbal se va plasmando la idea.
En el amor como en el arte: el conocido de Jacques que le visita en su estudio y expone en larga parrafada una teoría de la pintura, está exponiendo la concepción bressoniana del arte, aplicable también al cine. La pintura adulta, dice, no surge del contacto con la naturaleza, fuente de sensaciones, sino del encuentro con el concepto. De un cuadro no se ven las manchas sino lo que no ‘está’ y no es visible: la idea.
Retocar lo real con lo real para producir otra cosa, es uno de los lemas de Bresson.
2) Junto al magnetofón están los motores en el tráfico, los pasos, el goteo de la lluvia, las presencias que se manifiestan a través de lo acústico, en puertas y ascensores, y hay música ‘in situ’, canciones hippies en los muelles del Sena, además del mágico barco iluminado, que baja el río rezumando bossa nova.
Lo sonoro es importante, pero no más que lo visual, con el juego de las luces desenfocadas en el continuo fondo nocturno: farolas, semáforos, escaparates, faros de automóviles, luces todas convertidas en difusos círculos de colores.
3) Jacques es enamoradizo, pero a la manera soñadora. Sigue a las chicas por la calle. Hurta miradas, contempla a sus musas en reflejos de cristaleras. Graba en el magnetofón esos brotes de un amor vivo e inocente. Cuando en la primera noche conoce a Marthe, desesperada en el Pont Neuf, sabe enseguida que el corazón de ella tiene un inquilino, inquilino que está de viaje y puede volver, y a quien ella espera ansiosa.
Las posibilidades de Jacques son mínimas pero, en cualquier caso, vive todo con exaltación, feliz y agradecido por poder sentir el entusiasmo erótico, hacer real la quimera por unas noches, y convertir la experiencia en relato.
4) Bresson se adentra en el sentimiento amoroso para recrearlo con un idealismo puro y abstracto, como la estética de sus películas.
145/05(04/05/21) Menudo peñasco de producto tan pomposo como aburrido, y eso es un mérito para una cinta de 80 minutos. Un narcisista Robert Bresson dirige basándose libremente en el cuento de 1848 Noches blancas de Fyodor Dostoyevsky, que adató muchísimo mejor (siendo benévolos) Luchino Visconti en 1957. Protagonizada por un inexpresivo Guillaume des Forêts y una repelente en su comportamiento por Isabelle Weingarten. Me da la impresión que Bresson está embebido de sí mismo y piensa que ha contado algo muy trascendente, cuando mi impresión es que si tienes entre poco y nada que contar quédate quieto y no hastíes, porque encima soy tan tonto que al verla auspiciado por su buena nota FA y me encuentro con este bodrio tedioso. Tratando de modo chusco el tema del suicidio, entrelazado a un romance expuesto de una forma tan fría como el corazón de un iceberg. Algo desprovisto de interior, con personajes con los que nunca conectas, artificiosos, vacíos de contenido. Un análisis cutre del amor idealizado, donde los diálogos resultan impostados y antinaturales. Ello con secuencias que pretenden un lirismo que me irrita en su fatuidad (el enamoramiento a través de la puerta me es estúpido). Donde se intenta rellenar los huecos y lo orgánico con constantes insertos de grupos musicales incidentales con interludios que cansan en este contexto de protagonistas irritantes, que incluso se les quiere dar una pátina de existencialismo filosófico idiotesco..
El protagonista Jacques es un bohemio solitario que disfruta con los pequeños placeres de la vida, como rodar por una ladera de césped o grabarse con frases poéticas en un magnetofón que luego escucha mientras pinta. Encuentra en Marthe una especie de misión a la que contentar y hacer feliz, Marthe es una joven que se enamora en una sola noche perdidamente del inquilino de su madre, se separan y prometen verse sobre el Pont Neuf en un año, Y los dos se encuentran y en medio de situaciones idiotescas se enamoran de modo tosco, sin despertarme mínimamente emoción alguna. Ello gracias a una letárgica dirección, en la como ejemplo de lo pesaroso que es, seguimos a Jacques durante minutos, desde que se levanta por la mañana, se viste, sale de casa, toma el bus, camina, sube a un piso y entrega una carta, ello se antoja hastiante y prueba de la nada en que está envuelto todo este insufrible largometraje. Coronado por un final que intenta ser trascendente, y para mí no pasa de una mueca de sonrisa por lo tontuno de la situación.
Film recomendable para los incondicionales del reputado director galo. Fuerza y honor!!!
PD: Y ahora a ser machacado por los exégetas gafastiles.