Confidencias muy íntimas
Sinopsis de la película
Anna (Sandrine Bonnaire) entra en la oficina equivocada y acaba discutiendo su vida marital con William (Fabrice Lucchini), un asesor financiero. Sus conversaciones iniciales les llevan a una serie de encuentros en los cuales William, preso de la excitación, no se atreve a contar a Anna que no tiene licencia profesional.
Detalles de la película
- Titulo Original: Confidences trop intimes
- Año: 2004
- Duración: 102
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Opinión de la crítica
Película
6.5
60 valoraciones en total
El planteamiento inicial es sencillo y brillante. Un malentendido desencadena una relación entre dos personas que de otra manera no se hubieran cruzado. La fascinación que él(Fabrice Luchini) siente por ella (Sandrine Bonnaire) acaba manteniendo el fino hilo que los une. Los dos, aunque de manera diferente, tienen en común un hecho: la soledad.
William Faber (Luchini) es un hombre solo, vive en el despacho donde tiene la consulta de asesor fiscal, apenas se ve la calle a través de las ventanas, recubiertas con cortinas, y el interior es oscuro. Su único contacto parece ser el que mantiene con su ex (Anne Brochet).De Anna (Bonnaire), se sabe poco, solo lo que ella cuenta e incluso, su relato a trompicones,hace pensar si es cierto lo que cuenta.
Hay momentos en que, enfrentados a la mirada del otro, sentimos hasta qué punto nuestra vida es pequeña. Esto lo que ocurre a Faber (Luchini), un hombre gris, que sientede repente, lo absurdo de su mundo.
La última escena se rueda cámara en mano. El ligero movimiento de cámara refleja no ya la falta de pulso sino el temblor de los personajes…
Sandrine Bonnaire está singularmente guapa, su rostro es anguloso, pero aquí adquiere una dulzura especial. Luchini, con cara de palo asustado, va adquiriendo cada vez más expresión. En efecto, Luchini, de manera parecida a Jean-Louis Trintignant, representa elhombre común, una cara no especialmente atractiva, pero capaz de pintar en detalles las emociones.
Es una película sobre un lento streap-tease, de los sentimentos y de la ropa. La historiacomienza en invierno, con una Anna (Bonnaire) vestida hasta arriba, acaba en verano, con vestido ligero. Mientras, los dos se van contando su vida. Frente a ella, Faber/Luchini permanece en traje y corbata, ¡incluso el domingo! Aun así, algo se va aflojando.
Como en otras películas de Leconte, aquí se cuenta la historia de dos personajes, unidos por un azar. El hombre del tren (L’homme du train, 2002) se centra en dos personajes que nada parece unir salvo un encuentro fortuito en un tren: el personaje de Johnny Halliday es un atracador y Jean Rochefort interpreta un hombre aburrido, habitante de una gran mansión familiar. El marido de la peluquera, 1990, habla de Antoine (Jean Rochefort), un hombre que sueña con casarse con una peluquera.
Como las dos películas mencionadas, esta también nos hace creer que los sueños son posibles…
Película delicada… ¡y francesa!
Leconte se aferra al fetiche cinematográfico por excelencia: el voyeurismo. Cuando varios directores dieron cuenta de que sus ojos representaban ese ángulo de la cámara encargado de reflejar la realidad , no tardaron en aparecer temas en donde la observación a distancia pasaría a ser primordial. En este caso no se produce un metalenguaje, Confidencias se cierra en sí misma, pretende explicarse por si sola desde su propio nudo argumental sin entrar en paratextos.
Reglas básicas que promueven el cine voyeur: desde La ventana indiscreta, Paranoia, Alguien me observa y ¿Quién me esta observando?, parecería que estas temáticas rechazaran la simpleza argumental. Se requiere de vueltas y vueltas, retorcimientos del guión para complejizar aún más la trama. Con éxito algunas, otras cayendo en el delirio, en este caso Confidencias apela al diálogo manido, a la verborragia intelectualoide complementada con gestos que actúan allí mismo donde el acto se encuentra ausente.
No hablamos de frustraciones, o de sujetos que bloquean sus verdaderas intenciones, todo lo contrario: Confidencias arma su mundo interno desde el enigma que nos representa el otro, el extraño que tenemos delante y que de alguna manera también nos refleja. Negar su sexualidad latente es tan necio como colocarla en un primer lugar. Es paradójico, pero la obra se encuadra desde una clara sensualidad asexuada, primigenia. Desde un reconocimiento que busca ejecutar el explorador más novato.
Tiene sus altibajos: el desarrollo carece de riqueza dialogal, siendo ésta su punto nieve, muchas veces se torna repetitiva y frívola, como si no pudiera ahondar en sus propias inquietudes. Pero se cierra satisfactoriamente con un ida y vuelta que no sorprende, más bien reconforta.
Él es un hombre serio, gris, metódico, ordenado, un señor de traje y corbata que jamás ha transgredido una norma.
Ella es una mujer un poco perdida que llama a la puerta de ese hombre por error y empieza a contarle sus secretos más íntimos.
Cuando ella descubre que él no es quien creía que era ya es demasiado tarde y las confidencias han empezado.
Y muy poco a poco se van conociendo, se van mirando, se van estudiando el uno al otro. Y se van enamorando sin apenas tocarse, solo a base de palabras, de miradas, de silencios, de complicidad.
Patrice Leconte me toca la fibra, me conmueve, sus historias me interesan, me atrapan, me absorben, me embelesan, por rocambolescas que sean, que muchas lo son, ésta de las que más. Sin embargo en ellas todo tiene un sentido, un porqué. Nada queda en el aire.
Impresionantes los primeros planos característicos de Leconte. Si yo fuera actriz pagaría por trabajar con ese hombre porque hace un verdadero acto de amor en cada película a cada una de sus actrices. A los actores tampoco los trata mal pero de ellas se enamora en cada plano y consigue que el espectador también se enamore. Y saca el mayor partido de cada una de ellas. Qué decir de la increíble sensualidad que aquí destila Sandrine Bonnaire. Tan francesa, tan estilosa, tan fina, tan guapa ella.
Me quedaría con algunas escenas especialmente memorables: el momento en el que Fabrice Luchini se lanza a bailar solo en su casa. Sandrine Bonnaire fumando tumbada en el diván. La sonrisa final de Luchini, contenida pero llena de esperanza y de ilusión. Cómo cuida este hombre la fotografía y la música en sus películas! En este caso la fotografía llena de claroscuros y de matices cromáticos de Eduardo Serra es casi hipnótica.
Ah, un consejo: las películas de Leconte tienen que verse en versión original. Sus personajes solo pueden hablar en francés, susurrar en francés… En ninguna otra lengua podría ser lo mismo.
Dirigida y coescrita por Patrice Leconte, formó parte de la Selección Oficial del Festival de Berlín. La producción es de Alain Sarde.
La acción tiene lugar en Francia en un tiempo próximo al de la realización del film. Narra la historia de Anna (Sandrine Bonnaire), una mujer en plena crisis vital de los 40, dependienta de un establecimiento de lujo de bolsos y maletas, a la que no le gusta estar en casa. Contrajo matrimonio hace 4 años, no ha tenido hijos y se siente profundamente insatisfecha. Confunde la puerta de la consulta de un psiquiatra, el doctor Monnier (Michel Duchaussoy), con la de un asesor fiscal, William Faber (Fabrice Luchini), que la atiende y escucha mientras espera que le plantee problemas fiscales. En la segunda entrevista, le aclara que no es médico, pero ella le interrumpe diciendo que no le importa y que sabe que los psicólogos no son médicos. Más tade, descubrirá su confusión, pero continúa las visitas a Faber, que le ofrece la confianza y la atención que necesita. Un capítulo de la serie Ally McBeal comienza de modo similar. Los dos protagonistas comparten el ser prsonas heridas emocionalmente y sentimentalmente insatisfechas. El interés de William por las confidencias de Anna se basa en la proximidad de los problemas de ella y los suyos propios. Él vive enclaustrado en una vivienda y en un despacho anexo, que heredó de sus padres, que ocupó con su esposa Jeanne (Anne Brochet) hasta que ésta le abandonó por otro hombre, forzudo y primario. La soledad de su encierro doméstico se ve acentuada por la voluntaria escasez de luz y el aislamiento del exterior (cortinas). Su único entretenimiento consiste en jugar con una colección de juguetes mecánicos infantiles. Los encuentros de Anna y William producen cambios en sus actitudes vitales y en sus expectativas, pero las soluciones que buscan son difíciles. La ambigüedad de Anna hace que el espectador se plantee si es del todo cierta su historia y qué pretende realmente.
La música incluye una partitura original de Pascal Esteve, de cuerdas, clarinetes y piano. Además, se ofrecen temas de Wilson Picket, Rossini y John Sbarra. La fotografía utiliza planos medios y movimientos suaves de cámara. En algunas escenas reproduce la mirada del protagonista rodando cámara en mano. Con una preferencia destacada por los marrones, construye una narración visual de gran belleza. A partir de un guión esquemático, los diálogos fueron improvisados en gran parte por los protagonistas. Se incluyen algunos puntos de humor como la consulta psiquiátrica de William y el baile que ejecuta en su casa. La dirección ofrece una historia intimista, de exploración del alma humana, de fustraciones y de soledad, que interpretan personajes cercanos, naturales y realistas.
Obra típica del autor, que ofrece una narración cuativadora, pausada, ambigua e inquietante.
Seguramente no es lo mejor de Leconte pero se deja ver con agrado. Tal vez el problema es que resultó difícil encontrar un final a la altura de un punto de partida tan atractivo.
Sandrine Bonnaire, una vez más, está deliciosa.