Chaika
Sinopsis de la película
Historia de amor y búsqueda rodada en distintas ex repúblicas soviéticas, Chaika narra la historia de tres regresos al hogar: el regreso de la joven kazaja Ahysa a las polvorientas estepas de Baikonur, el del marinero Asylbek a las recónditas montañas de Seit, y el de Tursyn a su casa para enfrentarse a lo que queda de su familia. La historia central es la de la Ahysa, una joven que, inspirada por la primera mujer astronauta de la historia, la rusa Valentina Tereskhova (apodada Chaika), decidió en su día abandonar su tierra natal en busca de una vida mejor, pero no tuvo suerte y acabó ejerciendo la prostitución en un barco mercante. Un día Ahysa conoce a un marino, Asylbek, que se dispone a regresar a su hogar, y de dicho encuentro nace un rayo de esperanza para retornar y escapar también de su situación.
Detalles de la película
- Titulo Original: Chaika
- Año: 2012
- Duración: 100
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Opinión de la crítica
5.3
20 valoraciones en total
Pese a que la industria cinematográfica española no pasa por su mejor momento económico, no le faltan nuevos directores que le plantan cara a la situación y siguen sacando adelante proyectos alternativos a las películas más comerciales.
Uno de estos directores es Miguel Ángel Jiménez, un madrileño de 33 años que puede presumir de haberse codeado con Aki Kaurismaki (que fue el coproductor) en el que fue su primer cortometraje, Las Huellas, en el año 2003.
Después de sucedió su primer largometraje, Ori, donde empezó a dejar patente su estilo minimalista, con narraciones pausadas y dilataciones del ritmo espacio-tiempo, características que seguirían en su siguiente cortometraje, Khorosho, y en la película que estrena ahora, Chaika, que ya se pudo ver en la anterior edición del Festival de San Sebastián.
Chaika significa Gaviota en ruso, y también es el nombre en clave que usaba Valentina Tereshkova, la primera mujer en ir al espacio, allá en 1963.
Ahysa admiraba a Tereshkova, y quizás por ello su madre de pequeña la llamaba Chaika.
Abandonó su ciudad natal en busca de nuevos horizontes, pero las cosas no le salieron como esperaba y terminó viviendo de la noche y de su cuerpo. Sus ansias de escapar de todo la llevan a ella y a su amiga Dilnara a ser contratadas como prostitutas para un barco fábrica, donde permanecerán un año. Ahysa quedará embarazada y tendrá su hijo, Tursyn. Por suerte conoce a Asylbek, un marinero del barco donde ha sido contratada, que estará dispuesto a cuidar de ella.
Una pareja de supervivientes natos que les une el deseo de buscar ese nuevo y mejor horizonte entre las frías estepas de Kazajistán.
Hablar de Chaika es hablar de los bellos paisajes de Georgia y Kazajistán, donde está rodada la película. No en vano, Miguel Ángel Jiménez estudió cámara y fotografía en la escuela TAI de Madrid, y su director de fotografía, Gorka Gómez Andreu comprende lo importante que es para él y para su película, convirtiendo las estepas siberianas en un personaje más. Es sin duda lo más destacado del film, gran trabajo el de Gorka.
Hablar de Chaika también es hablar del hogar. Del retorno a él y de la búsqueda incesante de uno nuevo, el horizonte que todos buscamos para sentirnos felices y realizados en la vida.
Y, sin duda, hablar de Chaika es también hablar del amor como medio para sobrevivir a las dificultades de la vida, el amor para dar calor a los corazones congelados en climas adversos.
Pero hablar de Chaika también es, lamentablemente, de personajes tan fríos como las estepas, con los que es difícil empatizar como pretende su director, quizás no hubiera venido mal un leve acercamiento a los personajes, para que nos adentremos más en sus melancólicos sentimientos.
También, pese a no ser una película de larga duración, nos encontramos ya exhaustos en el último tercio de la película, no tanto por su ritmo contemplativo, sino por la reiteración del mensaje, donde se llega a repetir innumerables veces las frases que resumen las intenciones de la película, que junto a ciertos planos innecesarios acaban pasando factura. Habría venido bien aligerar las ideas y un poco el metraje, pero supongo que después de tres años gestando el proyecto es fácil encariñarse con los planos y difícil decidir qué suprimir. Buscar lo esencial y matar los planos de relleno.
Por ejemplo, me sobra personalmente el personaje de Tursyn ya mayor, introduciendo la historia de sus padres, ya que su peso en la trama es muy endeble y creo que cobraría más fuerza y solidez centrándose sólo en Ahysa y Asylbek.
Esto hace que un proyecto interesante como el de Miguel Ángel Jiménez acabe dejando sensaciones ambiguas y con cierto desazón. Un sentimiento que espero desaparezca tras la que será su nueva película, Waterloo, donde esperemos lime esas asperezas que podrían haber hecho de Chaika una película muy destacable. Y es que hablamos de un cineasta con sello propio que promete dar que hablar, y al que estaré encantado de seguirle la pista.
Estrenado de tapadillo, visible únicamente para aquellos espectadores más avispados, en los que aún permanezca intacto un espíritu inabarcablemente curioso, Chaika, el segundo largometraje del madrileño Miguel Ángel Jiménez, abre espacios y temas para el, a veces, tan denostado cine patrio. Ejemplo de la capacidad sin límites de nuestros cineastas, Chaika es, por desgracia, una excepción en toda regla de lo que tan acostumbrados estamos a entender como Cine Español. Rodada entre Georgia y Kazajistán, con intérpretes de allí, absolutamente desconocidos aquí, Chaika tampoco parece española. Porque, sin menospreciar el cine autóctono más popular, los usos y modos de esta película parecen nacer de una filmografía completamente ajena. En ese sentido, un título como Chaika parece llegar a las salas procedente de alguna sección oficial o paralela de algún festival internacional de prestigio (no hubiera desentonado en absoluto dentro de la programación de una Berlinale, por ejemplo), a donde siempre tienen acceso algunas escasas y puntuales muestras de cinematografías con poca o nula proyección internacional, como bien podría ser la georgiana.
Pero no. Chaika es un título netamente español. Y es de agradecer su existencia porque evidencia que aquí también existen cineastas capaces de querer e intentar salirse de las normas establecidas en los estilemas más arraigados de nuestro cine. De este modo, Chaika pronto adquiere autonomía y se convierte en un título de alcance universal, aunque, en modo alguno, pierde la imponente personalidad que la desmarca, para bien, del grueso de cine festivalero que suele llegar a nuestras salas. Algo en lo que tiene mucho que ver el tono decididamente áspero y gélido de la película, sin duda muy influenciado por el paisaje helado y desamparado que enmarca buena parte de la historia. De este modo, este triple retorno al hogar que contiene el argumento de Chaika siempre se nos muestra desde una incómoda distancia, provocando sobre nosotros un enorme sentimiento de impotencia como testigos voluntarios de la decrepitud y la amargura de unos seres terriblemente solos, indigentes de cariño, como esa hosca familia viviendo en una granja apartada de cualquier tipo de civilización, con comportamientos y actitudes rayando en lo patológico.
Hermosamente fotografiada por Gorka Gómez Andreu, Chaika pone de manifiesto también el gusto exquisito de su director a la hora de encuadrar y planificar, no perdiendo nunca de vista cierto estilo minimalista y sobrio, con planos fijos y en movimiento ciertamente sugestivos por el ritmo entre pausado y dilatado que contienen, pero también revelando cierta influencia del western e incluso de las vanguardias rusas del cine mudo, con esos expresivos, constringentes y contundentes primeros planos en los que quedan atrapados los personajes en momentos terriblemente decisivos. Todo ello, unido a la triste y degenerada desnudez con la que el director nos expone esa (falsa) doble trama, sucia y embarrada, invariablemente desagradable, confieren a Chaika una extraña poesía que nace de la fosa séptica de unos seres abruptos, desolados, que aprenden a amarse superando cualquier prejuicio.
Lógico, por tanto, que hacia el final nos embargue el pesimismo ante la instintiva actitud de la protagonista, Aysha, incapaz de abandonar su condición nómada, aunque ello implique renunciar a una felicidad establecida y antinatural. Por desgracia, hasta llegar a ese punto, Jiménez nos ha obsequiado con algunas redundancias en el malsano carácter de su protagonista, lo que invita a pensar en cierto estiramiento de la trama en aras de la sorpresa final. Único lapsus narrativo en esta película, incomprensiblemente pasada por algo por la Academia en la pasada edición de los Premios Goya, donde no figuró nominada en ningún apartado siendo, como es a todas las cosas, un desbordante e imponente ejercicio de contención cinematográfica, impresionantemente serena y perturbadora al mismo tiempo, beneficiada además por la enfermiza belleza de la actriz debutante Salome Demuria.
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