Cegados por el sol
Sinopsis de la película
Libre remake de La piscina (Jacques Deray, 1969), centrado en el complejo y progresivamente siniestro juego de relaciones que se forma entre un grupo de cuatro personas: una estrella de rock que se está recuperando de una operación a orillas del Mediterráneo, su pareja, su antiguo representante y amante, un hombre tan excéntrico como peculiar, y la joven y sexy hija de este último.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Bigger Splash
- Año: 2015
- Duración: 124
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Opinión de la crítica
Película
5.9
53 valoraciones en total
El destino, así como tu inigualable poderío, te ha dado la oportunidad de oro de pasar un fin de semana con aquellos amigos del alma que tanto hace que no ves. Ha sido todo muy improvisado, y de hecho, este es parte del encanto. Digamos que tú estabas por la zona, que ellos estaban más o menos disponibles y que… bueno, que te morías de ganas de verlos. Así que hiciste las maletas, compraste los primeros billetes de avión disponibles (para ti y para la que muchos consideran tu último ligue… pero no, que en realidad es tu hija), te montaste en el aéreo, te pediste tres copazos del licor más caro del catálogo, te enfundaste los auriculares y te reventaste los tímpanos a base de algunos de los grandes éxitos de la historia del rock. Cuando te diste cuenta, ya estabais a punto de aterrizar, de modo que decidiste pasarte por el forro todas las medidas de seguridad, desabrochándote el cinturón, marcándote un baile antológico entre los asientos y encendiendo el móvil para llamar a tus colegas y comunicarles que en los próximos días, te ibas a instalar en su choza… porque claro, con tanta excitación, se te había pasado lo de avisar con antelación.
El corazón, por poco que no se te para, que al fin y al cabo, y por muy pletórico que te sientas, ya no tienes el cuerpo para los trotes a los que le sometías en tus años mozos. Pero da igual, ¿a quién le importa? Esto no ha hecho más que empezar, y todavía tienes que darlo todo. Y que te quiten lo bailao. Con este estado de ánimo arranca (y ahí mismo se mantiene) la nueva película de Luca Guadagnino, con esas ganas irrefrenables de, como dijo el maestro Harry Nilsson, escalar una montaña, de nadar en el mar… de saltar al fuego. Sin miedo a quemarse, es más, con el deseo suicida e irrefrenable de alcanzar la gloria abrasado en las llamas del mismísimo sol. Con la fuerza de los astros, efectivamente, arranca la historia. Con el estadio de San Siro (o Giuseppe Meazza, como guste), ni más ni menos, a los pies de una de las mayores estrellas de nuestros tiempos. No, no hablamos de la final de la Champions, sino de A Bigger Splash, traducida aquí con un título horroroso marca de la casa, Cegados por el sol, y que es remake de La piscina, cinta francesa de culto de 1969, dirigida por Jacques Deray.
Por si Paolo Sorrentino y Matteo Garrone no lo habían dejado claro con sus últimos trabajos, presentados ambos dos en Cannes, llegó Guadagnino, este último a Venecia, para confirmar la tendencia. 2015 fue, definitivamente, el año en que el cine italiano (el de autor, al menos) se abonó a la internacionalización. Así, vemos como en el caso que ahora nos concierne, los personajes de la función se las apañan entre el italiano, el francés (permiso para malpensar) y sobre todo el inglés, para no verse demasiado frustrados ante ese tan frustrante invento que ha sido siempre la comunicación humana. Esperando a recuperar la voz tras una intervención quirúrgica, una estrella del rock (Tilda Swinton, estupenda, como siempre) se toma unos días de descanso en una idílica finca italiana, junto a su joven pareja sentimental (Matthias Schoenaerts), solo que como sucede casi en todas las ocasiones en la Mostra, la calma y el buen rollo se ven bruscamente interrumpidos. Esta vez por la entrada en escena de un amigo en común y ex-manager (y algo más) de ella (Ralph Fiennes), así como de su encantadora y enigmática hija (Dakota Johnson). La tensión (generacional, racial, sexual… la que sea) está garantizada, el desastre, también.
Hacia allá se dirige el propio film, el cual después de unos dos primeros actos irresistiblemente disfrutables, merced al estilo inquieto y juguetón de Guadagnino y a la aportación de un Ralph Fiennes tan omnipresente como magistralmente desmadrado (lo suyo ya es de Oscars, uno por cada escena en la que aparece), toma la decisión sorprendente (y por qué no decirlo, encomiable) de consumar el harakiri. Por el orgullo en la negación de la edad adulta, quizás, por el placer de la auto-combustión, sin duda. Todo esto sin que a uno se le quite la sonrisa de la cara. Tan insensato como, a la postre, genial. ¿O acaso no era esto mismo mezclar las farras de la Europa de primera clase con la crisis de los refugiados? A cada escena que pasa, el director se libra más y más a un sentido de la comedia (despiadada donde las haya) que atrapa por su atmósfera enrarecida, y también por el incómodamente sugerente diálogo que establece con el material fílmico original. Hasta casi llegar a ese punto en el que parezca que cualquier parecido con el modelo primigenio es mera casualidad. Más o menos, como lo que hizo Herzog con el Teniente corrupto de Ferrara. En aquella ocasión, se trataba de ver hasta donde cubrían los excrementos del primero, el cuerpo (mente y alma) del segundo, ahora, hay mejores vibraciones entre ambas partes, aunque a modo de filosofía vital, sigue imperando esa tan saludable irreverencia hacia lo que teóricamente debería ser sagrado. Y ríanse, por favor, que ésta es, en parte, la intención de la cinta, porque en determinadas ocasiones (y más ahora, con los tiempos que corren), nos damos cuenta de que no hay nada más gracioso que un plato roto, que un coche averiado o que, ya puestos, un cadáver en el fondo de la piscina.
Jaén, verano del 18, 10:00 pm. 34 grados. El agua de la piscina se evapora, se mueve por alguien que nada en ella. Se escuchan de fondo a los grillos, y las salamanquesas se dan un festín de insectos frente a las farolas. Hace mucho calor y estamos desnudos en la cama. Gotas de sudor recorren nuestros cuerpos, es excitante y a la vez deprimente, estamos demasiado cansados como para tener sexo. Nos hemos tomado un par de copas mirando a la sierra desnuda, de montañas curvas como caderas. La luna llena asoma entre ellas. Nos sentimos vivos por que es verano. Es verano por que nos sentimos vivos.
¿Podría haber un mejor fondo para ver esta película?
Hacía un mes que vimos Le Piscine obra magna de Deray, que acompañada de susi y vino blanco asegura una noche de pasión. Asi que decidimos ver esto para sentir lo mismo, para inspirarnos el verano. Yo no sabía nada de Guadagnino, y ahora entiendo por qué.
¡Maravilloso bodrio superproducido! ¡Oh Hollywood! ¡Que capacidad de desperdiciar el dinero! El título lo saca del cuadro de Hockney The big Splash , por que ha copiado la piscina del cuadro, y por que según él, su película debe ser mejor.
La película es un precioso pedo. Una oda al cine moderno, donde la historia no interesa, los personajes son insulsos y estúpidos, pero los escenarios y el presupuesto magníficos.
He de admitir que siento envidia de Guadagnino. Esa piscina es preciosa, esa casa, esa isla en medio de la nada…
Son los ingredientes perfectos para una gran película, y Guadagnino tiene la capacidad de destruirlos en esta aburrida mamarrachada.
Dakota Johnson parece haber aprendido del gran Ryan Gosling, su interpretacion es sosa a más no poder. Es un robot sin emoción ni interés dando vueltas alrededor del Sol. El personaje de Ralph Fiennes simplemente es una burla a la inteligencia. Solo destaca Swinton, no sé si por sus facciones o por voz apagada.
Me aburrí muchisimo. El tiempo pasaba tan lentamente como las rocas de la isla son erosionadas por el mar. No hay emoción, el diálogo es insulso e innecesario.
No se puede comparar con la original por que Guadagnino ha decidido dar su propia versión consiguiendo un ente vacío, sin alma ni corazón. La pélicula no me dice nada, no grita, no se mueve, es un moribundo piendo la muerte.
Tuve que pararla, justo al final, por que el sinsentido que estaba viendo me estaba mareando. Guadagnino me debe dos horas de mi vida.
Un sol que no podría derretir ni las alas de Ícaro, pues no ciega su tueste.
Personas sanas físicamente -que no emocionalmente- que se exceden en sus límites y rememoran la enfermedad de la que una vez hicieron gala, conocer los riesgos de cruzar la línea pero dejarse seducir y entusiasmar con la idea de ese exclusivo e intenso momento en que lo prohibido se abraza para ser malo, irresponsable y disfrutar del placer de llevarlo a cabo…, fuera prevención e inteligencia de no dejarse dominar por la lujuria y el deseo.
¡Qué tormento el ser feliz!, ¡qué grosero estar juntos y enamorados!, ¡qué agobio de dicha completa!, pues sólo cabe el derrumbe cuando se está en la cúspide, la pérdida tras la plenitud poseída…, o ¿cabe el mantenimiento de condiciones, a pesar de la inestabilidad que rodea y hace peligrar a las variables?
La tragedia merodea por el ambiente, cual serpiente venenosa que anticipa el desmadre y los problemas, actualidad calmada que rivaliza con el recuerdo de un pasado turbulento y suculento, que poseía esa delicia del goce dañino auto infringido, ya supuestamente superado.
¿Estás esperando una reacción o algo? No pierdas tu tiempo, pues todos están a observar el magnífico baile coreográfico y verbal que se marca un estupendo Ralph Phiennes, agotador e hipnótico, impertinente y afilado como bufón lleno de pólvora con claro destino, toda una metralleta de verborrea incesante que busca domar y recuperar a la dama silenciosa, al tiempo que presenta ese apetitoso anzuelo a un contrincante, duro y firme, que no cede a la tentación de las adicciones.
Sabes a que juega este grupo de amigos, sus argucias dicharacheras, de cordialidad mutua, no engañan en sus propósitos, simpatía y benevolencia compartida que esconde lo insoportable de su compañía, todos participan, cada uno en su rol establecido de lesionado camino, unos más dispuestos a jugar/otros se dejan llevar pero, ninguno se salva de anticipar el destino y aceptar lo que de él se desprenda.
Una tierra paradisíaca, de maravillosa fotografía, que respira festividad, relajación y un toque de locura según las circunstancias tercien, que aquí tienen una finalidad tóxica y caprichosa de quien, con desesperación, busca y quiere lo que tenía.
Una película de Luca Guadagnino, moderada, cálida y detallada en cada escena filmada, el paso del tiempo y los cambios de personalidad que éste otorga, la identidad individual junto a la poseída socialmente en grupo, o íntimamente en pareja, los estragos del remordimiento, de los errores, así como los aciertos y sus beneficios sólidos y vulnerables…, un conjunto de sensaciones y sentimientos que salen a la luz en ese forzado encuentro de vacaciones, entre quienes se conocen y pecan de manejar egoístamente sus debilidades.
Hermosos planos lejanos, combinados con la meticulosidad de la cercanía corporal del detalle, carácter a cuatro bandas para la regresión, el lamento, la osadía y el miedo de seguir viviendo con lo optado.
Erotismo interior y extrovertido que no logra engatusar fervientemente a la audiencia, Tilda Swinton es toda energía de indagadora mirada, Matthias Schoenaerts le acompaña correctamente en la amante réplica y, Dakota Johnson ¡estará de moda!, pero sigue con esa sosería interpretativa que no transmite nada.
No te aburres pero tampoco deslumbra, su amigable afectividad transcurre por los cauces esperados, sin despertar gran encanto o fascinación por sus hechos, un moderado letargo hasta la llegada de la desdicha, donde lucen la estrella del rock y sus dos pretendientes pero, cuyo guión se apoya demasiado en la distensión y la charla coloquial, olvidando afianzar el embrujo de la fatalidad venidera.
Cegados por el sol ante La piscina, apropiado remake que se contiene en exceso, no explotando de forma poderosa e impredecible el salvajismo volcánico de sus emociones, demasiado gentil y cortés en su inmadurez metafórica, de magnetismo acallado.
Un chapoteo poco incitador…, más bien tirando a cliché convencional, que a incendio provocador.
Lo mejor, Ralph Phiennes y el bello paisaje que enmarca su portentosa actuación.
Lo peor, Dakota Johnson y su eterno pose de nulo contenido.
lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
Quizá sea mejor no haber visto La piscina, el clásico film francés de culto de 1969, para poder juzgar este remake de odioso título en castellano: Cegados por el Sol.
La historia transcurre en la isla italiana de Pantelaria, cercana a Túnez, donde una famosa estrella de rock en horas bajas y su amante, ven turbados su placentero descanso por otra pareja, el ex amante de la rockera y su hija adolescente.
El encuentro resucita viejas heridas, pone a prueba fidelidades y lealtades, provoca las pasiones, los celos y los deseos y desata tensiones en medio de chapoteos en la piscina de la casa que los cobija y del tórrido paisaje de la isla, todo ello aderezado con gotas de cine negro y de muy buena música.
La película no parece italiana, ni por sus actores (magníficos), ni por su idioma (inglés) y menos aún por el trato tópico y caricaturesco que se dispensa al paisanaje. Lamentable a mi juicio la escena del policía que bajo la lluvia pide a la estrella un autógrafo.
Muy sugeridor e interesante que se muestre en esta historia de problemas emocionales de ricos y ociosos protagonistas, como contrapunto y en varios lacerantes pincelazos, la situación de los subsaharianos que intentan llegar a Europa tomando la isla como el primer paso, arriesgando y perdiendo la vida a cientos, entre chapoteos agónicos.
El radiante Mediterráneo. La locura de un ambiente tóxico que se trata de esquivar con ingenua determinación. Un refugio en la montaña bañado por la luz inclemente de un pasado que no quiere dejarse enterrar. El venenoso juego del deseo sin mesura ni pesar. Unos adultos que son niños emocionales, una niña que es pura dinamita, una afonía tanto metafórica como vital, una verbosidad atolondrada que oculta sus verdaderas intenciones. Cuatro personajes, un paisaje y una piscina. No hace falta más para desencadenar un bacanal de los sentidos desaforados.
Reconforta y regocija ver la inmadurez campando a sus anchas de forma tan histriónica o emboscada y comprobar que lo que se calla y oculta es tan importante como lo que se dice sin freno ni medida. La desmesura de los recuerdos gravita indisoluble entre unos personajes presos por un entramado que no saben desentrañar sin hacerse daño ni reabrir viejas heridas. Las rencillas no resueltas supuran zozobra e incomodidad y turban la placidez de un escenario idílico diseñado para la paz espiritual y la calma engañosa de unas aguas ponzoñosas y estancadas que hieden a lujuria desenfrenada. La carne tiene un precio mientras la armonía se cobra un tributo que podría pensarse que se paga con la tentación más siniestra y debocada.
Bastan cuatro personas para conformar un pandemónium fatal. La enrarecida atmósfera veraniega anuncia una catástrofe que se palpa a cada fotograma sin por ello excluir la sorpresa y el desasosiego. Estamos ante un policiaco que disimula serlo, ante la sombra de un pasado que sobrevuela el presente sin posarse nunca, ante el anhelo de muerte que se enmascara entre la jarana bullanguera y la perfidia de las palabras disfrazadas de arcano silencioso. Es la crónica de un suicidio en cámara lenta donde el brazo ejecutor no será uno mismo, sino que será tu mejor amigo quien de forma sibilina ha colocado el arma definitiva en tus manos como por casualidad, sin nombrar la intención, pero dándote la espalda y esperando la estocada funesta.
Junto a la excelente dirección de Luca Guadagnino – en apariencia diáfana y luminosa, en realidad una caja de Pandora llena de sutileza, planificación y mal fario – brilla el cuarteto protagonista en estado de gracia. La centelleante efectividad de sus interpretaciones desnuda de todo oropel superfluo sus interacciones malsanas. Cada uno da lo mejor de sí mismo y en conjunto conforman un equipo insuperable que elevan el drama a la categoría de tragedia. Las mosquitas muertas penden como espadas de Damocles sobre las nucas desnudas de sus víctimas. Tomar el sol es tomar cicuta.