Cazando luciérnagas
Sinopsis de la película
Manrique es el encargado de vigilar una mina de sal abandonada en un lugar recóndito del Caribe colombiano. En este trabajo ha encontrado el pretexto para aislarse de un mundo que no le interesa. Sin embargo, la aparición insólita de una perra de raza a la que le gusta cazar luciérnagas en la oscuridad y la llegada inesperada de Valeria, una hija de trece años de edad cuya existencia no conocía, le darán a este solitario hombre una oportunidad para recuperar la alegría de vivir.
Detalles de la película
- Titulo Original: Cazando luciérnagas
- Año: 2013
- Duración: 106
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Opinión de la crítica
Película
5.6
24 valoraciones en total
Esta sencilla historia de amor filial, más que plantear reivindicaciones paternalistas entre padre e hija, podemos enfatizar que el cineasta caribeño Roberto Flores Prieto (valió la pena esperar un poco) tapiza lo elemental del asunto, con un innegable poderío visual, por momentos impostada y que, con los silencios propios de quien habla consigo mismo, hace constancia contemplativa, resignada, lenta, en las costas del mar Caribe: el crepúsculo matutino, la aurora, el mar, la lluvia, etc.
Quizás esta película sea un homenaje al cine del mexicano Carlos Reygadas (Luz silenciosa), donde el ritmo y el tempo son unos elementos vitales para la historia, en el cual también podemos precisar que los diálogos son insustanciales, pero es que la vida anodina del personaje principal llamado Manrique, parece consumirse en la soledad y la vejez.
Estamos pues ante un buen film que con tomas larguísimas y escasos primeros planos que son la fórmula propia para la poética de su paisaje y para imbuir en la profundidad del espacio, auxiliado por una luz amarilla (pero no el amarillo que usted cree sino el del Caribe colombiano), y que con un amanecer y un ocaso, proyecta el pobre destino de Manrique (Marlon Moreno). ¡Y es que él lo quiere así!
Gonzalo Restrepo Sánchez
Visite: http://www.elcinesinirmaslejos.com
Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente universitario y Periodista
[email protected]
Es de las pocas películas del cine colombiano que no hace alusión al país, aunque lo cuente desde dos personajes y en un rincón apartado, lejano, solitario, donde se ven unas bodegas, uno que otra ave, más el imponente mar y su custodio: Manrique. Si algo tiene esta película es un personaje con el que contemplamos el panorama, la vida, y la conveniente parsimonia de los días. Pero Manrique tiene un dejo, un repudio, un carácter fuerte y escueto que desdice del mundo, aunque lo sostenga con su mirada o lo aliente con el cumplimiento del deber. Es un personaje hastiado, arrinconado, sin embargo, no desdeña ni manifiesta insolencias por su acontecer.
El cine colombiano viene desde hace rato contando historias desde la periferia y esta tendencia denominada Cine región, ha dejado además del re-conocer sitios nunca antes vistos en pantalla grande de Colombia, también nos ha legado historias sencillas cargadas de mucha emotividad y cercanía con los espectadores. Claro, son películas con una muy baja asistencia de público a las salas, y suelen ser de las que se denominan lentas y aburridas. No obstante, esa catalogación no desmerita un séptimo arte construido con mucha inteligencia y con ese aire superior de belleza. Encontramos técnicas tan dicientes como las de La Sirga, donde los planos secuencias largos dan cuenta de un sentido fuerte de los personajes o los encuadres de una realidad desoladora aunque apremiante.
Pareciera como si desde esos rincones se vibre, se sintiera la imponencia de unas situaciones inefables, incapaces de ser traducidas en algún sentido, o calificadas con adjetivos. Se caracteriza Manrique por estar y eso basta. Lo vemos barrer, lo observamos salir en una lancha, compartir con un perro, no habla, y cuando lo hace es frío, no mide ni calcula sus palabras, incluso pareciera como si el lenguaje no lo necesitara, está ahí y eso es lo determinante. No tenemos que comprender nada aunque nos hagamos muchas preguntas, no hay incertidumbres más que ver pasar lo que está ahí.
Ese cine no tiene clasificaciones y el protagonista es el cine mismo. La cámara observa, registra, da cuenta de ese mar, de ese personaje que tiene unas rutinas fijas, come, vigila, custodia y ¡ah¡ se reporta y cuando lo hace descubrimos más su complejidad: Parte de total normalidad, código por favor, lo refiere Manrique, pero allá al otro lado no sabemos dónde, el que recibe el parte lo interrumpe y le dice que viene el chiste del día, sino lo escucha no le ofrece el código. Manrique tiene una compostura rígida, pero asume que no tiene más opciones y escucha, (como si el sólo hecho de escuchar lo aturdiera): ¿Qué le dijo un árbol a otro árbol?, pregunta el otro, hay un largo silencio, un molesto silencio, si no hay cuestionamientos, la voz no prosigue, por tanto viene un esquelético: ¿Qué? y llega la respuesta con una enorme y prolongada carcajada: como que nos dejaron plantados. Sigue la risa y al cabo de ella Manrique ni se inmuta, y el otro suelta el código.
No pasa nada más y ahí obtenemos el norte de Cazando Luciérnagas del cineasta Roberto Flores: no va a pasar nada, o algo extraordinario sí, una niña, con la que esta película cobra otra dimensión: la de la dinamización de los días. Primero es el rechazo, un rechazo igual basado en una repelencia como si fuera contra el mundo, esos que no están con él ahí, no obstante los presentimos, sabemos de ellos por la compostura asumida por Manrique.
Sigo en spoiler