Castillo de naipes (House of Cards) (Miniserie de TV)
Sinopsis de la película
Tras la caída de Margaret Thatcher, los que ambicionan su puesto como líder de los conservadores ingleses (tories) se enfrentan entre sí como buitres. Francis Urquhart, es el jefe de organización de los Tories, la persona encargada de dirigir a los parlamentarios para que sigan la línea del partido. Es un personaje poderoso que se mueve entre bambalinas y que ejerce su poder desde la sombra, es el prototipo del inglés de clase alta: educado, tradicionalista y clasista hasta la médula. Para su desgracia, el candidato elegido es un liberal que pone más énfasis del que a él le gustaría en la política social. No sólo eso: es elegido Primer Ministro por una escasa mayoría y pronto resulta evidente que va a ser un líder bienintencionado y popular, pero débil. Además, a la hora de repartir los ministerios, no sólo desoye los consejos de Urquhart, sino que incumple su promesa de darle un ministerio. Desde ese mismo momento, Urquhart planea el acoso y derribo del Primer Ministro, tarea para la que está muy bien dotado, pues posee un ingenio absolutamente pasmoso para la intriga y la doblez.
Detalles de la película
- Titulo Original: House of Cards aka
- Año: 1990
- Duración: 200
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Opinión de la crítica
7.9
38 valoraciones en total
Es complicado tener una visión no viciada de House of Cards (1990) tras conocer la versión creada por Netflix. Ambas son, por supuesto, parecidas, pero los detalles las distancian ampliamente.
La de la BBC se inicia con un primer capítulo (de 4) brillante al que los que continúan no pueden igualar. La música, el montaje, las referencias, la presentación de personajes, las ratas, Ian Richardson… todo parece anticipar lo que será una serie parecida a la americana pero mucho mejor planteada y realizada. Aunque esto es así, la británica también peca, pero en menor medida gracias a la carencia de paja de la que está llena la protagonizada por Kevin Spacey, a quien no cabe disminuir un gran mérito actoral, pero que no iguala al de Richardson, primero en encarnar al personaje de las novelas en que se basan y en poner cuerpo a un carismático chief whip que no deja de interactuar con nosotros y sonreirnos por el fin de Tatcher. Nothing lasts forever
Los diálogos entre ambas series son, por supuesto, similares, aunque bastante más agudos los de la BBC. Aquí no hay mensajes de texto, ni la misma producción visual, casas o calles aparentemente sucias, tal cantidad de lios amorosos ni un product placement tan obvio y repetitivo. En los 90 encontramos localizaciones mejores, más realistas y mejor aprovechadas y, para los más freaks, el encanto de prehistóricos procesadores de texto informáticos o grabadoras de casettes.
Por todo esto ustedes podrían pensar que la House of Cards británica es, como mínimo, una buena serie y quizá mejor que la homóloga americana, I couldnt possibly comment.
A mí es que los villanos me gustan mucho, dan mucho juego. Francis Urquhart me ha recordado a Meñique el de Juego de Tronos, pero al personaje del libro, no al descafeinado, tieso como Michael de Nikita, que nos presenta HBO. Y es que Francis va dejando cadáveres políticos y de los que se agusanan dentro de las tres temporadas que dura la serie para regocijo de los espectadores, no dejando títere con cabeza. Y no nos olvidemos de la Primera Dama, Dios los cría y ellos se juntan o el Diablo los junta, como más os guste.
La serie vale un Potosí y además como no es muy larga va al grano en cada capítulo.
Capaz que con lo que se está cociendo en los 4 Reinos en éste año es hasta muy actual.
No me alargo más para no aburriros con el refranero.
Aparecen por doquier, en muchas escenas. Sobre todo en los cambios de planos aparecen las ratas: en Westminster, sobre los puentes del río Támesis, en Downing Street, en los alrededores de una clínica, en las inmediaciones de la casa de la periodista, etc., (y no en la basura) como metáfora de lo que Paul Seed nos cuenta con esta notable serie de intrigas parlamentarias y luchas de poder dirigidos por los poderes del Estado, los invisibles y algunos visibles. Esas personas que dirigen e intervienen en política, directa e indirectamente (medios de comunicación) y que son los encargados de crear opinión, las personas que se hallan entre bambalinas, que no son demasiado conocidos pero sí conocen todo y a todos.
En House of Cards, tenemos una serie de ingredientes que, combinándolos, dan como resultado un manjar para apetitos exigentes, y cuyos resultados extrapolarse para cualquier tiempo político, en cualquier lugar del mundo, aunque en esta ocasión todo se centra en la Gran Bretaña de los 90, en la era post-Thatcher. Convulsión, conspiración, debilidad, y manipulación de la mano de Francis Urqhart, cuyo papel desempeña con brillantez Ian Richardson, que da a la historia, ese toque de complicidad con el espectador con sus continuos guiños y conversaciones con la cámara, a la que se dirige muy a menudo para demostrar su intenciones. Tan sobrio, tan educado y refinado, con unas excelentes formas que encandilan no sólo a sus compañeros de partido, sino a la periodista Storin, que es la encargada de intentar desentrañar qué está ocurriendo en Downing Street, y a qué se debe esa crisis y quién le está haciendo la cama al Primer Ministro.
Es un lujo poder apreciar ese British English tan perfecto, tan de la reina , del centro de Londres, en boca de un clasista y perfecto Mr. Urqhart, todo un Gentleman.
Sobre la historia, simplemente, hay que entender y extrapolar. la lectura es clara: hasta en las mejores casas, estos turbios asuntos relacionados con el poder, se manejan de esta manera. Muy, muy interesante el trasfondo de lo que se ve, lo que no se ve y lo que se puede extraer de House of Cards , porque You might very well think that… I could not possibly comment .
Preciosa fotografía de introducción, con una toma aérea de Houses Of Parliament y todo el complejo de Westminster en un recorrido precioso, que anticipa que lo que vamos a ver goza de una belleza visual completa.
Tiene bemoles que la BBC, recordemos que es la televisión pública británica, hiciese esta miniserie en pleno gobierno conservador. Eso es independencia, lo demás son tonterías.
En teoría esta serie va sobre política. Ni caso. Va sobre la Maldad. Pero no sobre esos malos con cara de malos que hacen cosas malas y que nos caen mal, no. El mal si es visible, es un mal menor. Si no seduce, si no cae bien, si no es popular y atractivo, es un diablillo de poca monta.
He sido injusto en el título. Maquiavelo sólo era un malinterpretado filósofo pragmático que ha tenido mala prensa. Y el Mal auténtico la tiene buena. Como sin duda merece Ian Richardson por esta diabólica interpretación.
En una serie o una película podemos hallar personajes malos, muy malos, requetemalos… y luego está Francis Urquarth.
Existen infinidad de razones para admirar las creaciones de William Shakespeare, y muchas de ellas indudablemente escapan a mi limitado conocimiento del teatro isabelino, pero si de algo estoy seguro es de que mi admiración por el dramaturgo inglés va indisolublemente ligada a sus malvados. Creo firmemente que nadie, ni en la literatura ni en el cine u otro medio artístico narrativo ha logrado crear una galería tan admirable de personajes consumidos por el odio, la envidia o la ambición, haciendo de ellos el principal vehículo dramático de sus obras.
Esta consideración previa me parece imprescindible a la hora de abordar el comentario acerca de esta excelente miniserie política (que tiene dos secuelas que espero seguir comentando en breve), cuyo acierto fundamental es su personaje principal, un Francis Urquhart que se hubiera encontrado muy a gusto departiendo con un Yago, un Macbeth o un Gloster, a quienes no desmerece en vileza, pero tampoco en inteligencia y atractivo. Resulta antológico el modo en que la serie desarrolla al personaje haciéndonos a los espectadores cómplices de sus manejos e intrigas, el método seguido no podía ser más teatral, pues cuando Urquhart nos habla directamente a través de la cámara no hace sino practicar los clásicos apartes del teatro, que frecuentemente revelan los verdaderos pensamientos de quien en público es maestro en ocultarlos. Así, aunque el personaje queda desnudo ante nosotros, que sabemos de su ciega ambición y absoluta falta de escrúpulos, no podemos dejar de admirarlo y de seguirlo, exactamente igual que le sucede a Mattie, la periodista, un personaje que plasma en pantalla lo que experimentamos los espectadores, que no es sino la irresistible seducción que Urquhart provoca.
Ciertamente, el resto de personajes y el contexto argumental (una lucha soterrada por el poder político), nos dibujan un mundo de considerable podredumbre, plagado de intereses, miserias, egos y ambiciones, mundo que resulta metafóricamente subrayado -quizá en exceso- con la interpolación de planos de ratas. Asistimos, por tanto, a la escalada hacia el poder de un hombre especialista en cuartos traseros , en golpear con el bastón y en hacer de las debilidades ajenas su principal fortaleza. En su labor, resulta indescriptible el interesado apoyo de su esposa, una verdadera Lady Macbeth, atenta siempre a reforzar las perversas inclinaciones de su marido, cuando no a sugerirlas directamente.
Un guión espléndido, con diálogos soberbios (salpicados por no pocas citas shakesperianas, de Macbeth y Ricardo III sobre todo) y un desarrollo de los personajes verdaderamente notable, constituye el principal activo de la serie, junto con las interpretaciones, todas buenas, aunque la de Ian Richardson destaque inevitablemente (también está muy bien Miles Anderson, como Roger ONeill). La realización es correcta, con buenas localizaciones y magníficos primeros planos y apartes de Urquhart, potenciando el magnetismo que desprende este verdadero malvado shakesperiano, quien habría podido afirmar, con Macbeth, lo siguiente: estoy resuelto. Todas mis facultades se centran en este solo objeto. Oculte con traidora máscara nuestro semblante, lo que maquina el alma .