Cartas envenenadas
Sinopsis de la película
En un pequeño pueblo de Quebec, el Dr. Pearson (Michael Rennie) comienza a recibir cartas en la que se le amenaza para que rompa con el supuesto romance que está sosteniendo con Cora Laurent (Constance Smith) y simultáneamente, muchas otras personas comienzan a recibir misivas donde se amenaza con hacer públicas sus faltas. ¿Quién es? ¿Qué intereses tiene? El Dr. Pearson y el psiquiatra Laurent (Charles Boyer) se disponen a averiguarlo.
Detalles de la película
- Titulo Original: The 13th Letter
- Año: 1951
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
6.4
94 valoraciones en total
El todopoderoso Darryl F. Zanuck, mandamás de la 20th Century Fox, se vanagloriaba de poseer a dos de las actrices más bellas del mundo: Gene Tierney y Linda Darnell. No se limitó a tenerlas bajo contrato. Además, las promocionó adecuadamente colocándolas como cabecera de reparto desde sus primeras películas. Aunque el departamento de publicidad cambió ostensiblemente la biografía de Linda Darnell, a fin de hacerla más interesante, lo cierto es que sus inicios artísticos se vieron potenciados por una madre muy ambiciosa, decidida a convertirla en estrella a toda costa. Un destino trágico y el tutelaje de Joseph L. Mankiewicz, Douglas Sirk, René Clair, John Ford, William A. Wellman, Rouben Mamoulian, John M. Stahl, Otto Preminger o Henry Hathaway contribuyeron a convertir esta mujer de bandera en leyenda.
Otto Preminger reparó en ella y la dirigió hasta en cuatro ocasiones siendo Cartas envenenadas la última de su contrato con la Fox, un remake americano de un clásico del noir francés: Le Corbeau, de Henri-Georges Clouzot. En el papel de una de las vecinas de una localidad canadiense que vive atemorizada por un maníaco que envía cartas anónimas, la Darnell volvió a estar vibrante y bellísima. En la estela de títulos como Laura, ¿Ángel o diablo?, Perversidad, Trampas, Doble vida o Noche eterna que abren el camino del pesimismo reinante, tanto por su tema como por sus estéticas naturalistas, el drama pasional coloniza el terreno: tentación sexual, manipulación de sentimientos, asesinatos por celos, incomunicación en la pareja o su ósmosis en la violencia criminal, soledad y desvíos de la realidad son esquemas que imperan en Hollywood desde el final de la II Guerra Mundial.
El hombre o la mujer infiel es un concepto que se prodiga en el cine y la literatura pero el ciclo negro lo traslada de forma inédita a un realismo físico en el que la pasión desencadena los conflictos. El sexo capitaliza comportamientos que desatan la crisis, la locura, el crimen y la desesperación. Otto Preminger capta una cascada de implosiones en una pequeña ciudad donde la hipocresía y la protección de las apariencias son el motor de sus habitantes. Un inquietante Charles Boyer se mete en la piel del médico engañado por su mujer sobre el que pesan las sombras acusadoras. La sofisticada fotografía de Joseph LaShelle congela la belleza de Linda Darnell a medida que avanzan los trucos del relato, realzados por la turbadora música de Alex North. Preminger pliega a su universo los hallazgos del realismo poético francés y da forma a una historia de posesiones sublimadas con una puesta en escena que pone de relieve los resabios visuales del director vienés y su influencia alemana para contarnos que todos somos culpables potenciales con reacciones de animal depredador.
Poco puede aportar este remake de El cuervo al extraordinario original filmado por H.G. Clouzot ocho años antes. Parece evidente que el argumento de El cuervo correspondía totalmente a la concepción cinematográfica de Premiger donde la ambigüedad argumental y cinematográfica es una de sus más apreciadas constantes y, de hecho, la brillante mano del maestro judeo-austro-húngaro insufla una cierta y personal sencillez y ligereza al original. Sin embargo soslaya completamente la enorme carga de acidez casi malsana de la película francesa rodada, lo que acrecienta aún más su mérito, bajo la ocupación alemana. En el haber de la película la interpretación serena, gélida y distanciada -algunos dirán fría- de un actor de perfil modiglianesco como Michael Rennie, la extraordinaria belleza de Constance Smith y la siempre eficaz labor de Charles Boyer. Sólo por esto último satisfará las ansias de los completistas.
¿Qué llevó a Otto Preminger a querer hacer un remake de la película El Cuervo (1943) que, Henri Georges Clouzot, rodara durante la ocupación alemana a Francia, la cual tuvo serios problemas cuando se dio por hecho que había sido financiada por Continental Films (de Berlín) con propósitos antifranceses?
Lo primero que hay que recordar, es que la historia que firmara Louis Chavance, está inspirada en un incidente ocurrido (en la década de 1920) en la ciudad de Tulle (capital de Corrèze), la misma que también se recuerda por la matanza acometida por los nazis, cuando en represalia por el accionar de la Resistencia Francesa, el 9 de junio de 1944, ahorcaron a 120 civiles tras haber torturado a 99 de ellos.
Después, el filme pretende demostrar que ‘Todos somos posibles responsables de actos indebidos’ como el de enviar cartas cargadas de frases venenosas a un insigne médico y a otros importantes miembros de la comunidad, con intereses muy particulares. En este sentido, la historia podría dejar mal parada a la gente de St. Robin donde transcurre la acción de Le Corbeau, como también a la gente de aquel pueblito de Quebec, donde Preminger ambientó la suya. Pero la historia apunta a la sociedad en general y no particular, y la ubicación en un pueblo de habla francesa tiene solo que ver con el incidente original.
La presencia de un psicoanalista en la historia (el Dr. Turner), da fe de la suerte de estudios que, en tal sentido, venía realizando la psicología de masas, y que conducen a romper con el viejo mito de que los hombres estamos divididos en buenos y malos. Con su dinámica argumentación, el filme demuestra con holgura la posibilidad de que cualquier miembro de aquella sociedad tenía su motivo para ser el autor de las cartas y al fin queda claro que, erigirse como inocente, es más complicado de lo que parece.
Preminger hace su filme con basta sujeción al filme de Clouzot y apenas pequeñas variaciones aportadas por el guionista, Howard Koch, a la original historia de Chavance, personalizan una obra que ya había hecho historia por mérito propio y cuyo cierre es muchísimo mejor que el que se impone ahora con un tinte pretendidamente romántico.
Charles Boyer, hace una muy buena caracterización como el psiquiatra, aquí llamado Dr. Laurent. Linda Darnell, de nuevo muy sugerente en el rol de Denise Turner, Michael Rennie correcto, sin más, en el papel del Dr. Pearson, y Judith Evelyn, consigue impactar con su caracterización de la enfermera Marie Corbin.
Me alegra que un hombre crítico y justo como fue siempre Otto Preminger, se haya propuesto hacerle justicia a un notable director como fue Henri Georges Clouzot. Con CARTAS ENVENENADAS corrobora lo que ya habíamos dicho y que se propone en el filme: El bien y el mal no están repartidos entre unos y otros seres humanos, están en todos y en cada uno de nosotros, solo que se proyecta en niveles diferentes según sea la voluntad que cada quien haya adquirido.
Título para Latinoamérica: CARTAS VENENOSAS