Carmen y Lola
Sinopsis de la película
Carmen es una adolescente gitana que vive en el extrarradio de Madrid. Como cualquier otra gitana, está destinada a vivir una vida que se repite generación tras generación: casarse y criar a tantos niños como sea posible. Pero un día conoce a Lola, una gitana poco común que sueña con ir a la universidad, dibuja graffitis de pájaros y es diferente. Carmen desarrolla rápidamente una complicidad con Lola, y ambas tratarán de llevar hacia delante su romance, a pesar de los inconvenientes y discriminaciones sociales a las que tienen que verse sometidas por su familia.
Detalles de la película
- Titulo Original: Carmen y Lola
- Año: 2018
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
6.9
77 valoraciones en total
La película tiene meritorios aspectos costumbristas, casi de documental, un espionaje moderado de intimidades familiares convencionales, donde en la superficie, aparecen destellos de algo más profundo que resulta hipnótico. La verdad del contexto, tan bien expuesta, se convierte muy pronto en el antagonista de la protagonista principal, y con esa simple fórmula, de ese silencio, sin mayor alarde, nace un conflicto soterrado y con él nacen las emociones que se mantienen vivas toda la película, alimentándose muy moderadamente a cada paso, a cada escalón. Ese conflicto es una muesca que nunca abandona al espectador, atrapándolo eficazmente de la forma más sencilla y genuina.
Este acertado planteamiento, columna vertebral de la película, se reviste de unas interpretaciones desiguales, muy acertadas por parte de las dos muchachas protagonistas, más variables en el resto de actores. Las chicas están muy auténticas, como si se interpretaran a sí mismas. Sus personajes son esquemáticos y por ello sus interpretaciones requieren pocas sutilezas. Llevan a cuestas la película de cabo a rabo atrapándonos en sus emociones.
No solo de actores se reviste la columna vertebral de una película. La película en general fluye más o menos bien, si bien hay carencias de dirección, o de guión, o de genio en la puesta en escena, que empobrecen la película, creando breves depresiones que el espectador debe llenar por sí mismo. La inercia emocional de la película ayuda. Algunas escenas se ven primerizas, justitas, sin gracia cinematográfica. Véase los juegos en una piscina vacía, que podían dar mucho de sí, o, sobre todo, la frustrante escena de dormitorio entre las dos muchachas: vaya desastre, incomprensible escena que destroza un climax emocional de primera magnitud. ¡No se puede hacer eso en una película! ¡Con lo que cuesta crear situaciones tan potentes! Es como fallar un gol cantado cuando el delantero se ha driblado a toda la defensa. Vaya desperdicio. La directora quiso inventar algo y se despeñó.
Tampoco está bien resuelto el tramo final, tan explosivo en cuanto a la acción, como inócuo emocionalmente. A veces una cosa y otra van por caminos distintos. Faltó una buena dosis de sabiduría cinematográfica. Las elipsis, los detalles, hubieran podido tener mucha más fuerza que los gritos y aspavientos. Prefiero no decir nada del último plano.
Cosas buenas y cosas malas, buen planteamiento y actrices con gracia para arrancar la historia y mantenerla viva, y mantener en vilo al espectador. Eso no es poco, y la película deja un poso que viene de lo auténtico, de lo documental. Lo artístico, suspende.
A veces el cine español da en la diana cuando uno menos se lo espera. Temía encontrarme con una cinta saturada de tópicos, buenas intenciones y costumbrismo rancio… y para mi sorpresa descubrí un filme lleno de sensibilidad, desgarro, algarabía y fraternidad, que, si bien resulta poco imaginativo en su desarrollo, acierta a retratar con respeto, calidez y veracidad un mundo tan próximo como desconocido, tan ensombrecido por los prejuicios, tan rechazado por una indeleble mala fama ancestral, tan vituperado como ignorado como son los gitanos. Y además se atreve – con descaro y habilidad – a centrarse en un amor adolescente entre dos mujeres, enfrentándolas al imperante machismo intransigente de sus hombres y al pánico turbador del qué dirán de sus mujeres.
Por lo tanto, aborda con insospechado éxito dos asuntos tenazmente inexplorados (como si fueran invisibles o inexistentes): el lesbianismo y el mundo calé. Y creo que el mayor acierto – entre los muchos que pueden destacarse – estriba en un juicioso y sólido guion que sabe dar vida a unos personajes creíbles, creando situaciones cotidianas llenas de colorido y sinceridad, que rezuman frescura y atención, que hacen avanzar el dramatismo de la trama sin fastidiosos énfasis ni subrayados, que enmarca con destreza y mimo lo asfixiante de una realidad que engulle al individuo hasta convertirlo en prisionero de los arcaicos mandatos de su comunidad. Y lo logra mostrando siempre una legítima ternura y empatía hacia cada una de las reacciones y motivaciones de todos los implicados, sin forzar la emoción, sin impostar el tono, sin negar la congoja y sin menospreciar a nadie.
Quizás la dirección de este primer largometraje de Arantxa Echevarria (así mismo responsable del guion y de la producción) sea lo menos brillante del conjunto, aunque sí consigue acoger y dar prestancia tanto a la atormentada odisea juvenil como a las pinceladas localistas llenas de textura, embrujo y fragancia que permiten apreciar mejor el retrato claustrofóbico y obsesivo donde se encuadran los hechos. La abigarrada coctelera en la que se agitan y hierven costumbres, hablas, comportamientos e idiosincrasias resulta tan deslumbrante como verosímil, configurando un retablo cautivador que seduce y engancha desde el inicio. También la excelente elección y aplomo de un compacto elenco de actores – en su mayoría primerizos – añade un toque encomiable de naturalidad y hondura a sus cometidos.
Se agradece tanto el toque de atrevimiento y hedonismo que preside la obra como el clamor irrenunciable hacia un mundo más libre, acogedor y comprensivo, donde la diferencia, del tipo que sea, forme parte innata de la vida. Además, nos regala con una secuencia estremecedora entre una madre y su hija, donde se entrecruzan el amor, la incomprensión, el desconsuelo y la angustia. Memorable.
Hay películas que parecen sencillas sin serlo. Carmen y Lola es un ejemplo. En pantalla todo es verdad y espontaneidad, y eso es posible porque Arantxa Echevarría ha empatizado con sus personajes y con sus realidades. Echevarría ha pisado muchos mercadillos, ha tomado muchos cafés con muchas jóvenes gitanas y ha escuchado los testimonios de unos y de otros, asimilando su jerga y sus gestos, su idiosincrasia y su música. En esencia, su manera de entender el hombre, la mujer, la familia, el amor. El mundo, en mayúsculas. Todo ello lo hace con sinceridad, de tú a tú, sin ojos de turista o de persona que observa una comunidad determinada desde una atalaya. Y la franqueza, en el cine, siempre tiene premio.
Desde su primer plano, Carmen y Lola se despoja de prejuicios para seguir el día a día de dos jóvenes gitanas que viven en la periferia madrileña. Carmen está enamorada de su novio y planea casarse en poco más de un mes. Lola quiere ser profesora y teme expresar su homosexualidad. El destino las une. Las dos coinciden, se miran, fuman y quedan con encontrarse al día siguiente. La llama prende y la película se transforma. Y una vez más, Echevarría demuestra hablar de sentimientos vividos, no intuidos. Por eso, cuando los primeros roces derivan en un inconmesurable cariño y los besos furtivos generan un desgarro en las personas de su entorno, el filme ya nos tiene atrapados. Consigue que todo lo que sucede en pantalla importa, signifique. Nos duela. O nos libere, como ese final que abre una puerta a la esperanza, aunque sin obviar la tragedia que, por desgracia, (per)sigue.
Por todo ello, no cuesta definir Carmen y Lola como una de las grandes revelaciones del cine español de 2018. Ofrece un espejo en el que vale la pena reflejarse, sin importar razas ni condiciones. Todo, con hallazgos visuales, soluciones de fotografía y filigranas de montaje impropias de una directora novel. Nuestro apoyo lo tiene desde ya, y estamos plenamente convencidos que conseguirá las mismas adhesiones dentro y fuera de España, en salas comerciales, festivales y entregas de premios. Quien escribe ya le da el Goya a la mejor dirección novel y nominación a sus dos portentosas actrices. A todos los miembros (o, como dirían algunos, miembras ) del equipo: gracias, felicidades y mucha suerte.
@Cinoscararities http://cachecine.blogspot.com
Arantxa Echeverría viene del mundo documental y eso se nota. La película, que fue lleno total en la sala, desprende mucha verdad de un mundo tan inaccesible para muchos como es el mundo gitano, contando la historia de un amor que tiene todas las de perder.
Es cine español del bueno, interesante, con mensaje, comprometido. A Boyero le recuerda a Solas, a El Bola,… Y a mí me hace sentir orgulloso del cine de mi país.
La historia de amor de las dos protagonistas es el hilo conductor donde también se tratan temas diversos que enriquecen mucho la película (religión, antropología cultura, feminismo, violencia psicológica, esperanza…).
Carmen y Lola ha sido una de las películas más esperadas este año para Cineparatodas, así que no había que faltar al estreno que contó con una sala bien nutrida. Se cumplen todas las expectativas porque durante todo el metraje te cautiva. Aunque pudiera parecer la historia de primer amor adolescente mil veces contada, no lo es. El reparto se nutre de no profesionales seleccionado en un casting numeroso y bien cuidado. La elección de Zaira Romero (Lola) y Rosy Rodríguez (Carmen) como pareja protagonista, dotan a la película de uno de sus recursos más preciados: naturalidad y frescura. Del mismo modo que el padre y la madre de Lola, Borja Moreno y Rafaela León, brillan en un papel muy duro que les enfrenta con el amor que sienten por su hija y la vida que ha decidido vivir tan diferente a sus valores culturales. Con el magnetismo que garantiza el elenco y la naturalidad con la que se introduce la cámara en mercadillos, fiestas, culto y vida cotidiana estamos viendo una vida que no nos parece ajena pero que nos la narran desde el punto de vista de dos chavalas. El cine, pocas veces nos regala protagonistas mujeres, mucho menos protagonistas jóvenes no sexualizadas y lo que hay que agradecer es que sean de etnia merchera y gitana tan pocas veces visibilizadas. Seguramente uno de los milagros de la película, percibir su mundo con sus ojos y su voz. Ya estamos esperando la película en que sea una propia gitana o merchera la que se ponga detrás de la cámara y cuente la historia que desee. De momento disfrutamos con la creatividad y acierto de la directora y guionista que sale más que airosa con un punto de vista muy respetuoso.
El otro milagro es que el equipo creativo y técnico sea 70% de mujeres, como lo indica Begoña Piña. Una cinematografía donde en 2017 solo un 7% de las películas las dirigió una mujer, no se puede considerar con mirada diversa pero además si tenemos en cuenta que banda sonora, dirección de fotografía, producción y un largo etc., son femeninos estamos hablando de rara avis. Además el reparto también es mayormente femenino así como la perspectiva de la problemática. Una mirada que hace tanta falta en un cine masculinizado con uso y disfrute casi exclusivo del poder económico.
El universo que relata extremista en lo patriarcal en cuanto a temas de orientación sexual, lo hemos visto en otras películas como Disobedience. Sin embargo, Carmen y Lola vuela por encima de la película de Sebastián Lelio. Se acerca mucho más a la costumbre y realidad. De cualquier modo, la universalidad de Carmen y Lola trasciende y no cabe duda de que será una película de referencia. Nos identificamos con las dos jóvenes primero por la historia del primer amor y segundo porque cada ser humano ha sentido la incomprensión cultural en algún aspecto de su vida, que en el caso de orientación sexual puede ser muy crudo en espacios culturalmente ajenos pero bien cercanos a los de las protagonistas. También se percibe el pálpito de Mustang, con mujeres que se sienten sin aire y que la tierra quemada es lo único que las puede liberar. Se distancia de La vida de Adele, en la que coincide en la intensidad del primer amor pero no en la mirada respetuosa y no sexualizada de Carmen y Lola.
Destacar también también el papel de la mediadora cultural, Carolina Yuste, que hace que fluyan y encajen deseos pero que tiene una capacidad de maniobra reducida. Como actriz de profesión, encaja perfectamente en los diálogos y en su labor de enseñanza de los 150 actrices y actores noveles, consigue engarzar un equipo actoral en estado de gracia.
No se puede dejar de hablar del papel de la escuela y de la educación como promoción necesaria de las personas. El deseo de las familias por salvaguardar la cultura pero a la vez el deseo de vivir mejor hará que la educación se eleve como alternativa indiscutible. Lola se agarra a los estudios con todas sus fuerzas. No en vano, la escuela es uno de los escenarios que se repite unas cuantas veces y los diálogos sobre el valor de la escritura también.
Por último, tenemos una película valiente, realizada con imágenes muy poéticas donde se reasignan significados cinematográficos a muchas de ellas y que aún contando lo obvio, transciende, regalando un producto nuevo, contemporáneo y muy atractivo. Toca seguir a Arancha Echevarría y proponerla como película nominada a los Oscar 2019.
http://www.cineparatodas.wordpress.com