Camille Claudel 1915
Sinopsis de la película
En 1915, Camille Claudel (Juliette Binoche) es internada por su familia en un asilo de enfermos mentales del sur de Francia. Ya no volverá a esculpir, pero espera siempre la visita de su hermano, el escritor Paul Claudel. Fue rodada en un manicomio, donde Binoche actuó rodeada de auténticos pacientes con problemas mentales.
Detalles de la película
- Titulo Original: Camille Claudel 1915
- Año: 2013
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
6.1
56 valoraciones en total
Creo que existe una brecha importante entre que una interpretación principal sea lo que más nos guste de una película, y que esa película tenga valor únicamente por dicha interpretación. Ciñéndonos a Camille Claudel 1915: es cierto que la interpretación de Binoche es lo más potente aquí, pero creo que es justo valorarlo como mérito de la actriz tanto como del uso que de ella hace el director. Un actor puede ser malo, mediocre o bueno, y el director puede hacer un mal uso, un uso normal o un buen uso de las capacidades del actor al dirigirlo. En este caso, creo que la combinación apunta al alza en ambas variables: la actriz es extraordinaria, y el uso que Dumont hace de ella es idóneo. [De otro modo, hay actores comúnmente aborrecibles que, en los contextos adecuados, han logrado composiciones interpretativas de buen nivel, más aún, de esas que no nos dejan imaginar a ningún otro en su papel (quizás Tom Cruise en Eyes wide shut sea un buen ejemplo de esto que digo)]. Por aquella ley asociativa de la recencia, el ejemplo que rescato para ilustrar esto, apenas 20 minutos después de haber terminado la película, es el último plano que Dumont extrae de Binoche. Ella sonríe de una forma misteriosa y ensimismada, y el director hace que esa sonrisa coincida con el epílogo de su vida sobreimpreso en la pantalla, el cual es verdaderamente descorazonador. Ambos elementos (sonrisa y epílogo) confluyen y atizan emocionalmente al espectador: ella está sonriendo a algo que está más allá de su propia y triste biografía, y Dumont quiere que, justamente, ocurra así. Es una sonrisa inenarrable, a algo que está más allá de la pantalla, y que yo, por lo menos, no alcanzo a definir, pero es en ello donde ubico la magia del Cine.
Gracias.
Existen directores que deciden dejar todo el peso de su filme, no en la dirección, sino en las interpretaciones, es éste el caso de lo anterior En Camille Claudel, 1915 tenemos a Bruno Dumont en la dirección y a la actriz Juliette Binoche como eje de la película y principal soporte de la misma. Juliette interpreta a Camille Claudel, escultora que no podrá ejercer más por culpa de su familia, que la encierra en un manicomio.
El trabajo realizado por Juliette interpretando es magnífico y está realizado de una forma impecable. Cada primer plano, cada plano sostenido, nos transmiten los sentimientos del personaje. Un simple gesto o una mirada al infinito son claramente el espejo del alma de Camille. Desaparece la actriz y se vuelve el personaje.
El film llega a ser una auténtica película de terror, emanando de Freaks se basa en la utilización de personajes reales para causar tensión no solamente a la protagonista, si no también al propio espectador. Algunas escenas llegan a ser un portento en atmósfera y tensión, aunque a juzgar por los ronquidos de algunos compañeros de prensa me atrevería a decir que no todos estamos de acuerdo en ésta aspecto.
La cinta resulta magnífica durante su primera hora, hasta la aparición de Paul, hermano de Camille. Noto su creación como personaje innecesario que el director expone durante demasiado tiempo al espectador cuando, realmente, se trata de un personaje que sólo mantendrá contacto directo con nuestra protagonista durante los últimos diez minutos. Algunos defienden la idea de mostrar la visión de los dos personajes para enseñarnos así su realidad completa. Yo propongo, entonces, que en vez de empezar la película directamente en el manicomio se diese una perspectiva anterior de sus relaciones, ya sea con Rodin o con Paul, o que, al final, en vez de contar en un texto como acaba nuestra protagonista, enseñárnoslo de manera más explícita. Dumont debió decidir si quería hacer sentir al espectador como Camille creando un ambiente de tensión pero íntimo o si por el contrario prefieres quedarte con una historia narrada desde todos los puntos de vista y de un modo más tradicional, clásico. Ésta es la única pata que flojea en esta película que, sin duda, se erige como una obra impresionante que habla de cómo el artista, aun abatido por no poder desarrollar su arte, mantiene la esperanza de, al final, volver a crear.
Crítica original: http://www.lallaveazul.com/2013/11/conexion-seff-folman-fascina-y-binoche.html
Una interesante película que narra las desventuras de una gran escultora víctima doblemente por su errado amor con un escultor prepotente y atada a una familia ebria de fundamentalismo y de orgullo. Su trágica desventura la llevará a la locura, una manía persecutoria que no la impedirán momentos de lucidez y de compasión por aquellos que la encerraron, protegidos por ese escudo de verdades que le otorga su fe. Final trágico de una heroína que nos conmueve y que nos hace vibrar sus ansias de libertad. Magníficos esos planos del hospital, de los enfermos y de su entorno, Dumont nos deleita con esas bellas imágenes. Juliette Binoche en un gran papel como aquel que realizó en los amantes de Pont Neuf.
Dumont es un conocido de los festivales europeos, no en vano tiene dos palmas de oro de Cannes y un FIPRESCI. Como en todas sus películas (y en varias otras del cine francés, no sé, a lo mejor es el estilo del país), Dumont se muestra pretencioso, se sabe un gran dominador del arte cinematográfico con una dirección muy pulcra y estudiada en la que la simpleza y, sobre todo, la crudeza de la imagen, son capaces de crear una atmósfera muy potente.
La historia, con algunos pasajes de delirios de grandeza, sería insoportable si no fuera por su protagonista, pero ahora vamos con ella. Como decía, la historia trata de una loca rodeada de locas más locas que ella con un hermano detestable. Fin. Camille se ve rodeada de demencia y de un ambiente que la destroza y la hunde. Pese a su manía persecutoria, puede valerse por sí misma, el problema está en que su hermano, santo, católico, apostólico y romano, está tan enamorado de Dios que es incapaz de mostrar piedad ni humanidad.
Juliette Binoche firma aquí el que sin duda es el papel de su vida. La película se desmoronaría si no fuera por ella. Impresionante interpretación que deja sin respiración con una bipolaridad tan natural y unos silencios con esa mirada lastimera que me sorprende que aún no haya recibido galardón por este trabajo. Las demás dementes del monasterio son disminuidas psíquicas reales que se muestran en toda su crudeza, sin disimular ni un ápice de su conducta. También hay momentos entrañables como en el ensayo del Don Juan.
El montaje es hermoso, la fotografía nos presenta a los personajes en su centro, en planos enteros y luego más cercanos, dejando la figura encuadrada otorgándole así la lucidez que se difumina en demencia cuando nos alejamos a los márgenes, mucho más oscuros. Dumont firma una historia casi literaria en la que la parsimonia y la lentitud juegan en contra de Camille recreándose en exceso en los silencios y en la cotidianeidad demente. Pero eso, si no estuviera la Binoche, la cosa cambiaría mucho.
Primero de todo, perdón por la cursilería del título. No se me ha ocurrido uno mejor. A ver si al final consigo justificarlo.
Al principio, cuando saltó la primera noticia de esta película, el curioso cruce de vías entre Bruno Dumont y Juliette Binoche pudo parecer, cuanto menos, curioso y extraño. No es que Binoche sea la diva del mainstream más empalagoso, es una actriz que también busca retos artísticos, ha trabajado con Assayas y Kiarostami, pero no se la veía del todo en la sintonía de Dumont, director iconoclasta, transgresor y con prestigio cultural para minorías, quien siempre ha optado por actores no profesionales. Una vez vista la película no me queda otra que reconocer el pleno acierto que ha supuesto su alianza. Y es que la película juega totalmente en el terreno de Dumont y Binoche ha sabido adaptarse fenomenalmente a esas reglas de juego, que buscan principalmente la autenticidad, y no es que haya salido airosa, es que ha rubricado su mejor y más conmovedora actuación hasta la fecha, su composición más epidérmica y libre de artificios de cualquier tipo.
Podría entenderse esta película como una versión definitiva de aquella otra que Dumont estrenó en 2009, Hadewijch. En ambas películas hay un personaje femenino central de trasfondo acomodado que sufre una crisis existencial, su familia ofrece un apoyo aparente y se refugia en un entorno religioso, que lejos de rehabilitarla, lo que hace es empeorar el conflicto. Ese acercamiento a la iglesia forma parte de la estrategia habitual de Dumont, quien en sus anteriores películas también ha vinculado a sus personajes principales a otras instituciones de la moral oficial de la sociedad burguesa, dónde, mediante una parodia buñuelesca, son embrutecidos o ridiculizados, con lo que esa moral queda retratada como abyecta o fatua.
En su trayectoria Dumont cada vez parece menos interesado en lo ácido y, por el contrario, se está volviendo más ascético y orienta sus obras hacia lo esencial. Por eso, en esta ocasión, muestra apenas unos pocos días en la vida de la que fue amante de Rodin, pero en ella aparecen representadas sus inquietudes a la vez que hace justicia a la persona que en verdad existió.
En una secuencia sutil y brillante, en la cual Camille contempla un ensayo de una obra de Don Juan, Dumont desmonta la locura con total transparencia y sensatez. Al observar la escena, Camille primero ríe porque en efecto aquello tiene un aire ridículo: es ligeramente patético que dos personas deficientes intenten aparentar ser refinados depredadores sexuales, pero luego se da cuenta que también a ella deben verla de esa forma y cae en otra crisis depresiva. Cuando una religiosa luego la encuentra, la ve desestabilizada por completo, llorando desaforadamente y repitiendo sus habituales jeremiadas. Vista así, tal cual, efectivamente parece que se ha desquiciado de forma espontánea, pero el espectador ha podido ver que existe una explicación lógica. Y es que, como Dumont apunta, Claudel fue una mujer frágil y torturada, con manía persecutoria y afectada por una enorme depresión, una persona a la que el mero hecho de intentar dibujar podía perturbarla gravemente porque eso le hacía recordar la traición de su amante, pero no era un caso de loquero. Lo que sí representaba era una mancha para las buenas apariencias. Su familia no la abandonó a su suerte, le ofreció apoyo, pero un apoyo distante e impersonal. La aparición de Paul, su hermano, pone, sin gran énfasis y con su punto de vista bien desarrollado, en evidencia la hipocresía de esa moral que principalmente busca sentirse auto-satisfecha y guardar las formas. Su encuentro es frío, ajeno al afecto, y sólo tiene la función de cumplir con el compromiso y de asegurar la continuidad del destierro, no de atender a sus necesidades y súplicas, que son razonables. Él parece tan excéntrico como ella, pero al tener esas formas tan comedidas y unas obsesiones orientadas al catolicismo, puede vivir a sus anchas. Y, aún con ésas, sigue siendo el único familiar que da la cara. Ya digo que la mirada del director puede ser cruda pero no es en absoluto maniquea y por el contrario sí es muy madura.
Para mí, aunque no esperaba nada especial, se trata de un de los mejores títulos del 2013. Un relato contenido pero vigoroso y profundo. Todo lo que en ella se cuenta me parece justo y pertinente. Incluso creo que el 1915 del título no está puesto ahí por azar. Tiene algún significado. No en vano se trata de un año en el que, tras la declaración de la Gran Guerra, el sueño dorado de la burguesía europea, la Bélle Époque, los años de esplendor para Camille Claudel, se había derrumbado ya sin remedio. Veo por consiguiente que en el rostro ajado de Camille también está representado el final una época.