Black Rain
Sinopsis de la película
Nick Conklin (Michael Douglas) y Charlie Vincent (Andy García) son dos policías de Nueva York a los que asignan la misión de escoltar a un peligroso asesino de la Yakuza desde Estados Unidos hasta Japón. Pero una vez llegan al aeropuerto de Osaka, el detenido se escapa. Intentando atraparlo, van a parar a los bajos fondos de la ciudad, donde se verán envueltos en una encarnizada guerra entre bandas rivales de la mafia japonesa.
Detalles de la película
- Titulo Original: Black Rain aka
- Año: 1989
- Duración: 125
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Opinión de la crítica
Película
6.2
24 valoraciones en total
Sí…
Ya sé que es un pseudoremake de Yakuza en versión ochentera (hasta sale Takakura Ken).
Ya sé que es tópica.
Ya sé que no tiene una gran historia.
Pero le tengo simpatía al film.
Tal vez por cosas como Andy García marcándose en karaoke espectacular.
Tal vez porque me gusta Japón.
Y tal vez porque Ridley la ambientó como si fuera un Blade Runner del mundo real.
En fin. La peli me cae bien. ¿Qué le voy a hacer?
Debo reconocer que mi opinión sobre Black Rain se ha moderado bastante a base de revisitarla. De haber escrito esta crítica hace un lustro le hubiera encajado un diez sin pestañear. Y es que no en vano fue por muchos años una de mis películas favoritas… Ahora, sin embargo, me cuesta más mostrarme tan entusiasta: le noto demasiado las costuras. En especial, a la pueril resolución de la trama, que dista mucho de ser verosímil y apesta a final Made in Hollywood.
Sin embargo, con todo y con eso, debo decir que la baja nota que el respetable le ha otorgado en FA no se comparece no en broma con calidad del film. Sobre todo teniendo en cuenta que pestiños como Avatar se pasean por estas páginas con 7.5 y que solemnes memeces para nenazas de lágrima fácil como Gladiator, muestra del Ridley Scott más patéticamente comercial y decadente, se acercan al ocho.
En primer lugar, y más allá de toda duda, está la soberbia labor de dirección que realiza el bueno de Ridley: absolutamente impecable. No se puede rodar con mejor tino y elegancia. Black Rain es, por desgracia, la última muestra (algo venida a menos) del Scott esteta, que aspira a dejar huella en nuestras retinas y no sólo a forrarse el riñón haciendo llorar abuelas. Formidable y llena de reminiscencias que hacen recordar Blade Runner es la Osaka nocturna que nos pinta: fascinante e hipnótica, tan imponente y grandiosa como decadente y sórdida. Y la maestría no se limita a la fotografía: inolvidable es también su densísima atmosfera sonora (apabullante el festival de sonido de la factoría metalúrgica). Tampoco se le puede reprochar falta de pulso a la hora de dirigir a los actores… Al fin y al cabo… ¡Coño!, consigue que Andy García parezca un actor…
Otra cosa es la historia en sí que, de acuerdo, además de bastante efectista, resulta pelín naif y maniquea. Por supuesto, se trata de trivialidades dentro de clichés envueltas en tópicos: el buen policía descarriado, el choque cultural oriente-occidente, el código de los samuráis, la redención a través del sacrificio, la lealtad… ¿Y qué? ¿Acaso no merece la pena oírlo otra vez si está bien contado?
A esto, y no es un detalle menor, hay que añadir la soberbia banda sonora, una de las primeras de ese genio llamado Hans Zimmer, que ya apuntaba maneras.
En definitiva, y que no se diga que no soy claro: obviamente, peor que sus cuatro primeras películas, autenticas obras maestras (cada una en su género), pero infinitamente superior a nada de lo posteriormente parido por este antaño cineasta y ahora mecachifle.
Ahora Ridley Scott es su propia gran zona gris.
Tito Ridley se monta una buddy movie. Dos son, pues, los miembros de la feliz parejita de protagonistas. Michael Douglas es (oh, sorpresa) un poli conflictivo e irascible, con problemas conyugales y laborales, que lo que más ama en el mundo es lavarse la melena con Pantene y hacer el animal con su moto. Andy García es un relamido lechuguino con pinta de encargado de la sección de moda masculina de El Corte Inglés. Lo mejor que puede decirse acerca de su actuación es que el nudo de su corbata es asombrosamente perfecto. Para que los espectadores más cortos de luces sepan que es de origen hispano, Scott, tras mucho pensarlo, decide recurrir a una brillante y audaz estratagema: hacer que toree la moto de Douglas. Olé, olé y olé.
Como los mafiosos japoneses son más bien raritos y les gusta hacer las cosas al revés de lo que dicta el sentido común, a uno de sus miembros se le ocurre un día entrar en un bar atestado de gente y acuchillar y degollar a un par de rivales a la vista de todo el mundo. No seáis muy severos con él, son otras culturas y otras costumbres. ¿Quiénes somos nosotros para juzgarlas? Por desgracia para él, Douglas y García están en el bar y no son, ni de lejos, tan tolerantes, de modo que sacan sus pipas, persiguen al malvado japonés y consiguen detenerlo. El hombre resulta pertenecer a la embajada, de modo que la poli americana no puede ocuparse del caso. Depositarlo en la embajada pertinente para que allí se hicieran cargo de él sería demasiado fácil y la peli acabaría en veinte minutos, y como el Departamento de Policía de Nueva York es famoso por nadar en la abundancia y tratar a cuerpo de rey a sus agentes, aunque estén siendo investigados por corrupción, deciden mandar a Douglas y García a Osaka para entregar al criminal a las autoridades niponas y pasar allí unos días de vacaciones. Todo, ya lo veis, de lo más lógico y creíble. El problema surge cuando los dos polis se confunden (ya se sabe, todos los japos son iguales) y entregan al mafioso a los malos en vez de a los buenos. Mientras andan buscándolo, un encontronazo de García con un grupo de morlacos antitaurinos estropea el nudo de su corbata y agria aún más el carácter de Douglas, que decide, en represalia, incendiar Osaka y clavar una bandera americana en el cerro que domina la ciudad. Así aprenderán esos perros amarillos.
Ridley Scott saca su baraja marcada, le pide prestados su máquina de humo y su juego de filtros (qué bonitos: naranja, carmesí, magenta) a su hermano Tony, recicla unos cuantos decorados sobrantes de Blade Runner y echa a correr cuesta abajo y sin frenos. Como el hombre tiene talento, la cosa se deja ver y tiene algunas escenas dignas del autor de Alien, pero a lo que de veras recuerda es a aquel chiste del niño que montaba en bicicleta y que tras soltar las manos y los pies de la bici acababa sin dientes. Bueno, aquí no hay bicis, sino motos, y no son los dientes lo que pierde el niño, pero si os paráis a pensarlo, viene a ser lo mismo.
Policiaca de sangre caliente, cargada de tópicos y posiblemente un producto de encargo, pero rodada con buen hacer por el maestro Scott. Le imprime la fuerza visual característica de toda su filmografía ( esas calles de Osaka lluviosas y llenas de neones, que guardan mas de un paralelismo con Blade Runner) con una gran fotografía de Jan de Bont, que pronto se paso a la dirección (Speed). El blandengue Michael Douglas sorprendentemente no lo hace mal y hasta me creo su rol de tipo duro, Kate Capshaw hace la típica mujer florero que aparece y desaparece según le viene bien al prota (Lastima que abandonara su carrera después de casarse con Spielberg, es una mujer de gran magnetismo y buena actriz) y Andy García (que actor mas malo) bueno, se intuye que será de el desde el primer minuto de película. Los actores japoneses cumplen sin más.
Ahi escenas realmente destacables y que ponen los pelos de punta como la aparición de los motoristas y los típicos tiroteos y persecuciones están rodados con el buen hacer de Scott. El choque de culturas se queda en algo muy light, se podría haber profundizado más en eso, y las referencias a Hiroshima (la parte de vosotros trajisteis la lluvia negra) se despacha en menos de un minuto. Esta vez no se trataba de hacer autocrítica ni antibelicismo, no fuera a ser que el público palomitero que fue al cine a ver a Michael Douglas soltando ostias como panes saliera decepcionado.
Cuando toque valorar la carrera de Ridley Scott esta peli saldrá en un digno lugar. No es Blade Runner ni American Gángsters, pero desde luego tampoco es La teniente Demi Moore ni Pelma y Luisa.
Craig Bolotin & Warren Lewis escriben un guión simple, cargado de tópicos y con algún que otro fallo.
El guión simple, cargado de tópicos y con algún que otro fallo, acaba en una pila de guiones simples, cargados de tópicos y con algún que otro fallo, hasta que cierto día, alguien se lo encuentra y le ve futuro.
Por razones, probablemente, monetarias, Michael Douglas acaba convirtiéndose en el protagonista de la película procedente del guión en cuestión, y acaba interpretando correctamente un papel fácil.
Michael Douglas se acompaña de un igualmente correcto reparto, donde Andy García cumple bien su función: poner al público (todavía más) de parte de los buenos. Takakura Ken tiene cara de palo.
Por razones más monetarias todavía, Ridley Scott acaba dirigiendo el filme. Su mano tan sólo se nota en una atmósfera opresiva y decadente que, a pesar de tener siempre presentes miles de luces de colores, es oscura. En eso, y en que la película no cae en el ridículo en el que podría haber caído sin demasiadas dificultades. Y, por qué negarlo, el señor Scott firma una narración que está por debajo de lo correcto.
El resultado final se acompaña de una banda sonora ochentera a más no poder, que se parece muchísima a la de cualquier otra película de acción de los ochenta. Aunque la componga Hans Zimmer.
Después, se van todos a Japón a rodar y se lo pasan muy bien.
Total, que el guión simple, cargado de tópicos y con algún que otro fallo, se convierte en un filme correcto, del montón, tan entretenido como olvidable y prescindible.
La historia de siempre.