Atlantis
Sinopsis de la película
Este de Ucrania, en un futuro cercano. Sergey, un ex soldado que sufre síndrome postraumático, tiene problemas para adaptarse a su nueva realidad: una vida hecha añicos, una tierra en ruinas. Cuando la fundición en la que trabaja finalmente cierra sus puertas, encuentra una inesperada forma de superar su tristeza al unirse a la tarea de los Tulipanes Negros , un grupo dedicado a exhumar los cadáveres que la guerra con Rusia ha dejado tras de sí. Trabajando al lado de Katya, empieza a comprender que un futuro mejor es posible.
Detalles de la película
- Titulo Original: Atlantis
- Año: 2019
- Duración: 108
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Opinión de la crítica
6.2
64 valoraciones en total
Atlantis (2019) es un drama de ciencia ficción, dirigido por Valentyn Vasyanovych, que se ubica en el año 2025, en Ucrania, luego de una guerra devastadora con Rusia. Se exhibe en el tercer día del Festival Internacional de Cine Independiente de La Plata, Festifreak 2020.
Por Nicolás Bianchi
Una manera de detectar si hay vida en un cuerpo es a través del control de la respiración. Otra es a través de la temperatura. El primero de los largos planos fijos que componen a Atlantis, toma desde el punto de vista cenital, con una cámara térmica, a un grupo de soldados que primero cava en la tierra, luego remata a otro hombre y finalmente lo ubican y tapan en lo que era una tumba.
Las distintas escenas de la película, además de narrar una historia centrada en un personaje, van a construir una atmósfera, un mundo desolado por la guerra, las máquinas, las industrias y sus humos. El relato acontece en Ucrania en el año 2025, luego de una guerra con Rusia. Dos ex soldados, devenidos en obreros industriales, realizan una práctica de tiro en un monte nevado. Ubican primero unas siluetas de metal y luego se turnan para dispararles. Ambos desbordan de energía y violencia, componente que también es omnipresente en el film.
El punto de quiebre se da cuando uno de ellos se suicida en la fábrica, que, además, a la brevedad cierra por decisión de sus dueños extranjeros. Así es como Sergiy (Andriy Rymaruk) debe buscar un nuevo trabajo y vuelve a ser contratado por el ejército, no ya para pelear sino para colaborar en un plan de limpieza de post guerra, en una tierra sembrada de minas y cadáveres irreconocibles.
Por más de la distancia que existe entre esas y nuestras latitudes, detrás de las imágenes se pueden adivinar algunas referencias al pasado más reciente de Ucrania y sus conflictos, antes dentro de la Unión Soviética y después con Rusia. Primero la guerra con el imperio cercano y luego las decisiones tomadas en el más lejano, dejan a los personajes rodeados de muerte y sin trabajo. Atlantis contiene también, en cierta medida, una mirada nacionalista ya que Sergiy dice estar atado a su tierra, por más que las oportunidades sean muy pocas. Es una historia de un lugar contada a través de un personaje.
Más allá del argumento, el principal componente de la obra de Vasyanovych es lo visual. El director, con experiencia en el área de fotografía, compone largas secuencias con cámara fija en las que se eligen distintos espacios. En un segundo momento los personajes comienzan a desarrollar sus acciones, que en un principio momento no son claras. Puede ser una operación de rutina en el trabajo de una fábrica, una autopsia forense a un soldado caído, o un espectacular baño en una tina improvisada en medio de la fría estepa. Así lo relativo al escenario no solo tiene gran potencia, sino que cobra preponderancia por sobre el resto de los componentes del film.
Atlantis es una pintura de un mundo desolado por la guerra y la industria, que dentro de la ciencia ficción se puede entroncar en el espacio que abrió Metropolis (1927) de Fritz Lang. El mundo que recorren los personajes también es comparable al que se trasunta en Stalker (1979), de Andrei Tarkovsky, vista en distintos análisis como un anticipo del accidente nuclear de Chernobyl. Aquí las heridas que el hombre urde en la naturaleza también pueden derivar en que una zona se vuelva inhóspita e inhabitable, aunque allí están las almas que todavía desean seguir morándola. Es necesario, al parecer, tomarlas con una cámara térmica para demostrar que están vivas y así poder diferenciarlas de su entorno.
El director ucraniano Valentyn Vasyanovych fue el productor de dos de las películas más interesantes, pero a la vez más raras,que nos llegaron hace unos años de Ucrania. Se trata de The tribe y Home Games . Ahora el mismo ha dirigido, ha escrito el guion y se ha preocupado de la fotografía de su nueva película. Una cinta que es difícil de catalogar en ningún género, pero que no dejará indiferente a nadie. Fue una de las sensaciones del pasado Festival de Cine de Venecia, se presento en la sección Orizzonti y tuvo la suerte de llevarse el premio a la Mejor película. En nuestro país formo parte de la sección oficial del Festival de cine de Sevilla donde obtuvo el premio a la mejor fotografía y ahora tenemos la suerte de poder verla en una nueva edición Festival de cine de autor de Barcelona dentro de la sección Transicions.
La historia está ambientada en un futuro cercano, concretamente en el año 2025, justo un año después de que terminara la guerra entre Ucrania y Rusia. La zona está completamente destrozada y desértica. El mayor problema no es la situación económica, sino más bien la ecológica. El trabajo es escaso y las condiciones de vida son inhumanas. La película empieza con las imágenes de dos amigos ex soldados que para pasar el rato disparan contra unos muñecos. Ambos tiene graves secuelas psicológicas y su trabajo en una empresa siderùrgica , no les impide olvidar todo lo que han vivido. Es tanto que uno de ellos no aguanta la presión y termina suicidándose.
Pero no queda otra opción que seguir hacia adelante, por eso el compañero decide pasar a formar parte de una asociación llamada Tulipán negro, que se encargan de desenterrar cuerpos, tanto de soldados ucranianos como rusos para que puedan tener una sepultura digna, llama la atención como nos van describiendo el estado en que está cada uno y todo que les pudo ocasionar la muerte. Aparte Sergiy trabaja llevando un camión cisterna lleno agua, para abastecer a todos los que siguen trabajando en la construcción de un puente. Es tan grave la falta de agua que llama la atención la imagen donde el protagonista se monta su propio jacuzzi para tomar un baño.
El principal objetivo del director es mostrarnos esa realidad y para ello utiliza un enfoque de la cámara bastante especial, hace que el el espectador se involucre en la trama. Para mí gusto abusa demasiado de unos planos fijos e interminables, que muchas veces no te llevan a ningún sitio. Intenta mostrar un ápice de esperanza dentro de la gran tragedia, sobre todo en las escenas finales. La cinta es dura, incómoda e incluso diría que desagradable en algunos tramos. Pero creo que es exactamente lo que pretende Vasyanovych. La fotografía es estupenda y visualmente también. Creo que no sabe muy bien como cerrar la historia, por eso es varios tramos parece que puede terminar, pero nunca llega el momento. No es un tipo de cine para todos los públicos, pero creo que merece la pena su visionado.
Lo mejor: El impacto que provoca en es espectador y la escena del jacuzzi improvisado
Lo peor: Algunas escenas son interminables.
Pueden leer esta crítica con imágenes y contenidos adicionales en: http://www.filmdreams.net
Lo más llamativo de esta producción ucraniana, que he tenido la ocasión de ver en el DA Film Festival (certamen que este año, debido a las coronacircunstancias no se celebra físicamente en Barcelona sino virtualmente en Filmin), es el hecho de que plantee una situación distópica acerca de un futuro cercano en el que la guerra entre Ucrania y Rusia se prolongó años y devastó zonas completas de ambos territorios. Un grupo de ex soldados exhuma cadáveres y desactiva minas olvidadas.
Es una auténtico deleite contemplar los elaboradísimos planos, perfectamente compuestos y ejecutados, que plantea el autor, Valentyn Vasyanovych, director y guionista, así como también director de fotografía. Son de una innegable belleza fantasmagórica, y junto a la también desoladora y magnífica escenografía, dan idea de lo que la película quiere transmitir: la sinrazón de la guerra y el odio, y el desastre que suponen para los territorios y las vidas de las personas que los habitan, que quedan tocadas inevitablemente. Tremebundas son algunas reacciones, en este sentido, de los involucrados directamente en ese conflicto.
Mi problema con esta obra, pese a los valores visuales señalados, y al goce estético que indudablemente me provoca esa perfección de las imágenes mediante las que está contada, es que también aparece la sensación de la reiteración en esa trama mínima (que muestra contemplativamente las consecuencias de lo que ha pasado más que contar una historia propiamente), así como la injustificada duración -en muchos momentos- de esos desoladoramente preciosos planos.
En todo caso, una obra cinematográfica que merece descubrirse, por todos los valores mencionados y como documento gráfico de las consecuencias de la guerra, así como poder conocer algo más del cine proveniente de Ucrania, un país cuya cinematografía es tan poco difundida. La oportunidad la dan principalmente festivales como este DA(utor).
Presentada en el pasado Festival de cine de Sevilla y ganadora del premio a la mejor película de la sección Orizzonti del Festival de Venecia, transcurre entre impactantes imágenes en un futuro cercano y medio distópico en el que la devastación de una guerra entre Rusia y Ucrania ha dejado el país devastado.
Un clima de soledad y agobio asola a los participantes de esta guerra, dejando secuelas entre los participantes, hay multitud de cadáveres sin identificar, minas enterradas que puedes pisar en cualquier momento. Todo ello mostrado en planos muy largos y con muy pocos diálogos.
El director Valentyn Vasyanovych nos cuenta la historia en 28 planos secuencia de Sergei un excombatiente con un grave trastorno post traumático, pasa la vida con su amigo bebiendo y entreteniéndose en disparar a dianas, los dos trabajan en una fundición que va a cerrar, lo que hace que su amigo se suicide de una forma brutal. Sergei entonces comienza a trabajar desenterrando cadáveres de fosas comunes cuando conoce a una arqueóloga que quizá le ayude a salir de la depresión en la que se encuentra.
La fotografía esta muy cuidada, y tiene imágenes muy impactantes, aunque el ritmo sea bastante lento, la película consigue provocarte sentimientos y emociones dentro de este paisaje inhóspito y demencial.
Destino Arrakis.com
Atlantis es un deleite para aquellos que nos consideramos defensores de las tomas sobradamente largas, estáticas y de aparente inacción. 28 planos le bastan al ucraniano Valentyn Vasyanovych para mostrarnos su visión apocalíptica del Donbáss de la posguerra, situando la historia en un hipotético 2025 en el que Ucrania ha salido victoriosa del conflicto armado con Rusia. Las secuelas irreparables por las que transita la película, sin embargo, dejan claro que en la práctica, aquello de vencedores y vencidos no es más que una mera ilusión historiográfica.
El relato sigue a Sergiy, un soldado (se intuye que con TEPT) en su intento desolado por sobrevivir entre las cenizas. Tras el impactante suicidio de su compañero y el cierre de la fábrica en la que trabaja, el destino coloca al protagonista en un curro de repartidor de agua potable (sí, la devastación y contaminación del territorio son tan desmesuradas que hasta el recurso más esencial escasea).
Un día, mientras conduce su camión por un sendero de tierra enfangada en otra fecha más de lluvia incesante, atisba un vehículo detenido en el arcén. Dos personas le piden ayuda para remolcarlo, y Sergiy, con el automatismo desapasionado que le caracteriza, accede sin dudarlo. Este es su primer encuentro con Katya, una arqueóloga que junto a su grupo Black Tulip se dedica a exhumar, con intención de identificarlos, cadáveres anónimos de la estela de fosas que dejó la guerra tras de sí. Sergiy se une al voluntariado y parece sentir que por primera vez hace algo que vale la pena. Trabajando junto a Katya, el sombrío paisaje que los rodea ya tiene un cariz esperanzador, o como mínimo, de aceptación de la fatalidad.
Salto ya al apartado más destacable de la cinta: su dirección de fotografía (también a cargo del propio Vasyanovych) y su puesta en escena:
Dado que en los últimos quince años la tecnología ha evolucionado, entre infinitos aspectos, en forma de cámaras digitales mucho más compactas que antaño, efectos especiales imperceptibles, y cabezales de gimbal extremadamente precisos, no es de extrañar la proliferación en el cine de cámaras libres repletas de virguerías y movimientos imposibles. Lo que hace Vasyanovych en Atlantis es justamente lo contrario: planta la cámara en un plano abierto y deja que sean los elementos redistribuyéndose, entrando y saliendo del plano, los responsables de generar movimiento, los responsables del montaje interno. Literalmente, el ucraniano utiliza un solo plano por secuencia (y sí, aunque la cámara esté quieta también son planos secuencia). Todas las tomas, excepto dos, son estáticas: la cámara ejerce de instrumento puramente testimonial y observador, y en cierta manera recuerda a la etapa más primigenia del cine.
Evidentemente, esto genera un notorio distanciamiento con el espectador (durante el visionado pienso en Roy Andersson) pero entona perfectamente con la atmosfera grisácea y desolada de la más que factible Ucrania de 2025. La aparente naturalidad de los cuadros, no obstante, esconde en sí misma un trabajo minucioso de planificación de las escenas. El director se recrea jugando con la redistribución de los términos (cada plano se recompone varias veces) y exprimiendo el jugo de la profundidad de campo y el formato panorámico. Podríamos decir que Vasyanovych tiene un ojo muy pictórico: de cada toma salen cinco o seis composiciones dignas de postal, o más acorde a nuestra era, dignas de fondo de pantalla.
Me parece curioso que el bueno de Valentyn no sólo dirija y fotografíe Atlantis. También la escribe, la produce y la monta. Desconozco si es por puro alarde de ego autoral o por falta de recursos económicos, pero está claro que si uno está estrictamente al mando de los procesos más relevantes de la película se asegura que una única visión sobre la misma (la suya) prevalezca intacta.
Para terminar quiero hablar de la cierta circularidad que presenta Atlantis a través del recurso de la cámara térmica, utilizado solamente en el primer plano de la película y en el penúltimo. El concepto de uno a otro, eso sí, está completamente resignificado. En el del principio tenemos una muestra de la violencia crudísima de la guerra. Tres soldados rematan a un enemigo moribundo y lo entierran en una zanja recién cavada. El naranja térmico del sepultado queda totalmente apagado por el frío azul de la tierra que lo cubre. Es una imagen desagradable por su aspereza, pero potentísima (y sorprendentemente creativa). En el plano del final, en cambio, digamos que la cámara térmica se usa para explicitar el calorcito post-coital entre Sergiy y Katya, que se abrazan generando una masa naranja. Es como si la calidez que se entierra al inicio surgiera de nuevo al final… Y ahí los tenemos. Dos personajes que aún habiendo aceptado un destino paupérrimo con poca o nula perspectiva de mejora, se sienten más esperanzados que nunca.
Se oye el cantar de los pájaros por primera vez.