Aquí no ha pasado nada
Sinopsis de la película
Vicente, que vive en Los Angeles, regresa a Chile a pasar el verano en la casa de playa de sus padres. Es un joven imprudente y algo solitario. Pero una de esas noches rutinarias de perseguir chicas y tomar copas su vida cambia para siempre, se convierte en el principal sospechoso de un atropello con huida que causa la muerte de un pescador local. Yo no era quien conducía , dice, pero sus recuerdos son confusos. Sí recuerda estar en el coche, y que el conductor era el hijo de un poderoso político.
Detalles de la película
- Titulo Original: Aquí no ha pasado nada
- Año: 2016
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
5.7
42 valoraciones en total
La película me pareció interesante… al menos lo que pude entender.
Yo, que viví 9 años en Chile y conozco bastante sus modismos, no he podido descifrar gran parte de los diálogos. Supongo que a la mayoría de los hispanohablantes no-chilenos les irá peor. Es una pena. Creo que eso le resta posibilidades para internacionalizarse al cine chileno en general. Comprendo que se refleje la realidad de cómo se habla en Chile, pero en esta película es demasiado fuerte… eché de menos los subtítulos.
«Obvio que Dios es cuico», dice Ana, lesbiana ABC1 que de inmediato nos interna en una de las vetas predilectas del director: la injusticia de clases, porque medio en broma medio en serio, a Dios le da lo mismo que una chica sea lesbiana si es que proviene de buena cuna. Hasta en este ínfimo detalle se nota la mano prolija de Fernández Almendras en un guion que no deja cabos sueltos. Independiente del paralelismo con la historia real en que está basada la cinta, ésta se sustenta en tres temas angulares: endogamia social, confabulación de dinero y poder, y sistema judicial corruptible, este último tópico ya abordado en «Matar a un Hombre» (2014) donde la justicia no llegaba a las clases bajas (sistema excesivamente garantista), en cambio, en esta película el dinero permite manipular la verdad, orquestar sus propias coreografías, favor se paga con favor y aquí no ha pasado nada, debido a que la víctima ni siquiera puede considerarse un ciudadano, sino un pobre diablo que tuvo la mala ocurrencia de toparse en el camino del hijo de un prominente político perteneciente al selecto club de la aristocracia criolla. El muerto tampoco tiene nombre, mientras los involucrados en el crimen (perdón, la infracción a la ley) tienen nombre y apellidos. La endogamia social es patente cuando el grupo de amigos de Manuel Larrea cierra filas ante el incidente (atropello), consultan al padre abogado y deciden inculpar al advenedizo, Vicente Maldonado, un chico de su misma clase, pero no tan poderoso ni adinerado como los Larrea. Vicente no es un santo, bebe en exceso y definitivamente no se hace cargo de sus acciones (el director es implacable en su visión de la clase alta). Si la chica con que sale quedara embarazada, posiblemente no se haría cargo. Él quisiera hacer frente a la injusticia (Manuel Larrea era quien conducía en entado de ebriedad), pero en definitiva le gusta la fiesta y andar a la deriva. Tampoco es muy brillante, no se da cuenta de que su madre también ha sacado una tajada (plusvalía de propiedad) con todo el entuerto en que se vio involucrado. Fernández Almendras muestra la cobardía de los hijos del dinero al nunca ser ni sentirse responsables de la muerte del hombre. Prefieren echarle la culpa al que está fuera de su círculo mientras Vicente, por su parte, se siente burlado, pero sigue asistiendo a las fiestas de los Larrea. El muerto no importa, no pertenece a su clase social. Para ellos la culpa no existe, a pesar de ser católicos: si no hay culpa tampoco debe haber castigo. Contratan a un penalista al que le dicen el Perro Barría, un Luis Gnecco que sostiene un diálogo esclarecedor con Vicente. Gustavo Barría es el abogado de los poderosos, ni siquiera esconde demasiado sus propósitos, simplemente insiste en el lado práctico de que Vicente se declare culpable. El casting es muy acertado, también los diálogos de los chicos ABC1. Es interesante que, a pesar de que el punto de vista (evidente desde la introducción de los créditos) se sitúa en Vicente, en todo momento tenemos clara la voz del director, no siendo obvia sino elegante, mérito del guion. La entrada y salida del largometraje insinúa un mundo sin responsabilidades, culpas ni castigos, un ambiente si se quiere nihilista, el bajo profundo de la música es lo único que nos avisa que vamos a ser testigos de un conflicto. «Aquí no ha pasado nada» es la primera cinta en que Fernández Almendras cuenta con recursos económicos adecuados para llevar a puerto su propuesta y se nota, no sólo en los actores de renombre, sino también en la calidad material (sobre todo sonido) que era el punto al debe de sus cintas anteriores. Esta vez el director abandona los planos fijos, en cambio recurre a los fuera de campo y echa mano a una banda sonora de lujo que utiliza el funky, música suave y relajada, telón de fondo perfecto para dejarse atrapar en esta telaraña.
Aunque puede pecar de poco ambiciosa, Aquí no ha pasado nada (2016) entrega varias sorpresas durante su desarrollo que se va tejiendo bajo el velo de un mediático y oscuro caso real de impunidad costeado por billeteras abultadas hacia el sistema judicial chileno. Una arista de cine interesante.
Por supuesto que su contenido genera de inmediato algo de tirria clasista, pero es difícil dentro de la sociedad chilena negar lo que Fernández Almendras explicita en poco más de hora y media de una historia inspirada en hechos reales, con los bemoles del caso particular pero reflejando un fondo actual y verosímil.
Si bien por una cosa práctica, los caracteres (GC) se hacen demasiado pequeños e ilegibles, en general el desarrollo de la película es bueno, incluso con gusto a poco, porque uno de los puntos insuficientes de la cinta es su revuelo social nacional, mencionado sucintamente así como el roce político que queda al margen para reducirse a una fábula juvenil zorrona que nos refriega en la cara y queda como testimonio que el dinero y los contactos lo pueden lograr todo. También se extraña la contraparte de la víctima, una omisión cuestionable al menos.
Como película en sí, su ritmo puede ser algo plano, sin mucho eco ni dramatismo (para lo que debiera tener) y puede que ese sea el propósito, mostrar lo descarnado del escenario precisamente sin exhibirlo, omitiéndolo fríamente, como una mancha olvidable que pese a sus consecuencias feroces no alcanza siquiera para un insomnio de los involucrados. Asumir no es un verbo que se conjuga en el film y eso choca bastante.
Aquí no ha pasado nada es una oscura anécdota para ver y comentar, sin moraleja más profunda que el mundo es un lugar cruel donde hay quienes pueden hacer y deshacer sin que, aunque luches toda tu vida, puedes romper ese balance social natural. No hay muchas lecciones en el film que dejar testimonio en la taquilla y en los registros del cine de que las aberraciones ocurren de forma cotidiana, todo y todos tienen un precio, y eso incluye que la prensa y los medios también se inyecten de amnesia.
Recomendación:
Interesante. Más que pasable. Juega con lo que no muestra pero es más criticable lo que podría haber incluido y prefiere omitir.
=Cité de Lord Buyinski= http://www.buyinski.wordpress.com
Evidentemente el tema es popular (en términos de tratar algo y de forma tal para la rápida aceptación de masas) y una temática de gusto masivo: atacar a las elites y el abuso del poder, es lo más sencillo para una rápida aceptación del público en esta época.
Por tanto mi crítica será profundamente políticamente incorrecta, contra toda la moda de la época, ¿por qué? Porque si bien la temática puede estar de moda, el filme es burdo, de una calidad bajísima y como producto cinematográfico es simplemente un producto de marketing, sin arte alguno de por medio.
De partida cuando una película se hace sobre hechos recientes, contingentes aún, sin un mínimo espacio temporal de maduración y reflexión del acontecimiento, empieza a sonar mal. Es una forma fácil de llamar la atención del público, sin mayor esfuerzo. Aun así, se le puede dar el beneficio de la duda, pero esta película en particular, se encarga minuto a minuto de ratificar la prematura estigmatización: simplona, sin mayor esfuerzo intelectual ni artístico, hecha para caer bien a las masas, pero sin profundizar mucho en l hecho que se denuncia.
La temática se toca en forma sencilla, no se humaniza, ni se profundiza en ella, ¿Cómo se podría profundizar con personajes tan pobres y poco desarrollados?. Es cierto, existe toda una temática por desarrollar sobre las elites y los abusos, pero ¿eso implica que todo personaje de elite que abusa es tan simple, sencillo y chabacano que no se pueda profundizar ni un poco en este?. ¿Cuáles son sus emociones, sus motivaciones? Simplemente algo, por favor algo.
Entre tanta superficialidad, asoman diálogos absurdos, ¿acaso todo joven hipster de la elite tiene que sostener en forma sistemática diálogos estúpidos, no puede hacer un dialogo inteligente?. Ausencia total de sentimiento de pena o culpa, bueno, como se les va a pedir pena o culpa si hay ausencia total de emociones, personajes completamente planos.
Al final, parecía más una producción de televisión que un filme cinematográfico, el autor ratifico todos los estigmas sobre este tipo de películas. Contar algo que se quiere escuchar, pero en forma burda, sin mayor sutileza.
Aquí no ha pasado nada es un triste recordatorio de un hecho indignante ocurrido hace algunos años en Chile, un acto de injusticia y corrupción ejercido con el más absoluto descaro. Lo que Alejandro Fernández Almendras plantea, evitando la tentación de caer en la obviedad de mostrar el drama del delito y el sufrimiento de las víctimas, es sumirnos en la desconcertante apatía que solo se pueden costear unos pocos privilegiados.
Las creíbles interpretaciones de los actores nos hacen ponernos en el lugar del protagonista, acusado de atropellar a un caminante mientras manejaba ebrio. Su mirada perdida parece nunca lograr comprender la gravedad del asunto, apenas parece un juego que salió mal, una piedra en el zapato que le impide seguir disfrutando sus días de playa.
El director sigue al personaje de cerca, planos cerrados y desenfoques, así como acertados usos del fuera de campo en algunos momentos cruciales, crean una atmósfera de realismo seco y de turbia tranquilidad, en que los arrebatos dramáticos están absolutamente ausentes. La banda sonora poblada de música nacional actual es usada con justeza y ameniza la sobriedad del relato.
Se puede criticar cierta falta de énfasis, pero el conjunto funciona y entrega más de algún momento notable, como la escena en la playa con Gnecco.