Anvil – El sueño de una banda de rock
Sinopsis de la película
Documental sobre Anvil, la banda más popular del heavy metal canadiense. Entre 2005 y 2006 Gervasi filmó algunos shows de la banda y también entrevistó a algunos amigos de Anvil. Cuando consideró que ya tenía suficiente material, estrenó el documental. Se estrenó en el festival Sundance y obtuvo una excelente acogida por parte de la crítica.
Detalles de la película
- Titulo Original: Anvil! The Story of Anvil aka
- Año: 2008
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
7.7
74 valoraciones en total
En el año 1984 Rob Reiner se dio a conocer con el falso documental (que él mismo vendía como el rockumental definitivo) sobre la que supuestamente era la mejor banda de heavy metal de la historia: Spinal Tap. Con ‘This Spinal Tap’ se seguían las desternillantes andaduras de este grupo en una gira que resultaría ser la madre de todos los despropósitos. De paso se configuraría una acertadísima enciclopedia de los tópicos rockeros y se difuminaría la línea que separa la realidad de la ficción, al crearse a posteriori el conjunto en cuestión, que llegaría incluso a grabar algún que otro disco… y a hacer una aparición estelar en uno episodio de Los Simpson.
La que sí es ya es completamente verídica es la historia de Anvil. La historia de dos amigos que se juntaron y decidieron hacer realidad su sueño. Ahora, miembros de bandas tan distinguidas como Metallica, Guns N’ Roses, Slayer o Black Sabbath se confiesan absolutamente deudores de la influencia musical de nuestros protagonistas… sin embargo, tanto el uno como el otro viven en el absoluto olvido, siendo sólo recordados por los más entendidos o los más nostálgicos, llevando existencias humildes y peleando constantemente contra los elementos y la todopoderosa industria discográfica para recuperar la gloria perdida.
A la ya mencionada ‘This Spinal Tap’ hay que sumarle otra cinta de culto, ‘Metallica: Some Kind of Monster’, de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, en la que se nos narraba el maratoniano e irónicamente auto-destructivo proceso creativo del disco St. Anger, para obtener una más fiel concepción de lo que nos plantea ahora el debutante Sacha Gervasi. Así, ‘Anvil – El sueño de una banda de rock’ se revela como una más que estimable creación fruto de la estupenda conjunción de piezas distintas (justo lo que buscaban los míticos James Hetfield y Lars Ulrich durante la gestación de una de sus célebres canciones).
Por una parte tenemos el reineriano tour europeo del grupo canadiense, que no es más que un vano intento por volver a degustar las dulces mieles de la fama, que a la larga se tornará en una pesadilla para los buenos de Steve Kudlow y Robb Reiner -éste con doble ‘b’, no confundir-, pero un espectáculo a veces divertidísimo para un público poco acostumbrado a ver el lado menos glamoroso del mundo del espectáculo. En este sentido, ver a los componentes del grupo sudar sangre para obtener una paga raquítica tras una actuación ante cuatro gatos en un local de mala muerte de la República Checa, es una mezcla que combina con sorprendente habilidad la comedia con el drama, lo cutre con lo entrañable y que será clave para entender el encanto que desprende este documental.
Una auténtica joya.
Amistad, lucha, perserverancia, amor, ira, frustración, humor, éxito y fracaso. Todo se combina en una hora y media que no te deja escapar ni un segundo de la pantalla. Te irás de gira con una banda heavy, sentirás como ellos, reirás con ellos, y llorarás con ellos. Y da igual que no te guste el heavy, acabarás deseando estar dando saltos en un concierto de Anvil gritando Metal on Metal en un estadio lleno de personas aclamando a los protagonistas.
No os la perdais.
En un lugar de Cataluña cuyo nombre no quiero acordarme, ha mucho tiempo, entre los 14 y 18 años, fui lancero baterista de una infame banda de metal que claramente no iba a ninguna parte. Dimos un par de conciertos ante unos pocos cientos de estudiantes y lo único que pervive es alguna maquetilla de baja estofa y el recuerdo del aplauso del público en la memoria, uno de los momentos más emocionantes de la juventud del que esto suscribe. Pero me cansé y me rendí, consciente de que con aquello no iba a triunfar en la vida ¿Qué hubiese sucedido si me emperrase como los miembros de Anvil en luchar por ese sueño de conquistar los escenarios del rock?
Pues probablemente la ostia seria monumental y el camino arduo y desesperante, como para ellos. Tras subyugar a las masas con temazos como Metal on Metal y compartir cartel con estrellas como Bon Jovi, Whitesnake o Scorpions a mediados de los ochenta, la banda Anvil cayó en el underground del metal canadiense. Discos de producción cavernícola, giras en período vacacional por cuatro duros si es que les llegan a pagar, trabajos de partirse el lomo para mantener a sus familias… Pero siguiendo siempre pugnando por seguir adelante con una mezcla de impepinable valentía e inabarcable ingenuidad, que les ha mantenido unidos tocando desde los 14 hasta los 50 años (y contando…).
Y realmente es ese el corazón de este quijotesco documental, la relación de amistad entre el hidalgo Lips Kudlow (Guitarra y voz) y su fiel escudero Robb Reiner (Batería), que contra viento y marea siguen arremetiendo contra los molinos discográficos, en brega infructuosa por conseguir su hueco en el mundillo musical. Suerte gafada, managers de rebajas, malas gestiones, giras cutres, una escena en su país que no levantaba el vuelo… múltiples causas externas pueden explicar que nunca triunfaran como mereciera, porque si algo les sobra aparte de las ganas, es el talento.
Son unos pedazo de músicos como la copa de un pino, cuya virtuosidad instrumental y calidad compositiva no tiene nada que envidiar a tantas bandas encumbradas en el olimpo del metal, como las que les halagan en los primeros minutos de metraje: Lars Ulrich (Metallica), Lemmy Kilmister (Motörhead), Scott Ian (Anthrax), Slash (Guns and Roses) y compañía se deshacen en elogios hacia Anvil y su gran influencia musical. Una lástima visto el panorama, pero ellos no pretenden darnos pena. Aquí no hay victimismos ni idolatrías, sino la realidad pura y cruda de una banda irreductible pese a todo.
(Acaba en Spoiler)
Uno de los documentales más logrados, humanos y conmovedores de los últimos años surgió de donde quizás, por los prejuicios o las probabilidades, menos podríamos haberlo esperado: del talento y sensibilidad de un fanático de una banda de heavy metal prácticamente olvidada durante dos décadas a pesar de que algunos emblemáticos músicos reconocen su influencia: Anvil. Al seguir al líder y el baterista del grupo en una serie de episodios que van de lo patético e hilarante a lo entrañable y emotivo, el director Sacha Gervasi logra transformar lo que pudo ser un vehículo complaciente al servicio de los cincuentones rockeros, en un inolvidable retrato de los altibajos de dos personajes que sólo quieren ser felices haciendo música, y a pesar de que la fama ya quedó atrás nunca pierden la ilusión de volver a tocar ante multitudes que los aclamen y vibren con su música.
Con su oportuno uso de imágenes de archivo que nos muestran los exitosos años juveniles de la banda, y acertados fragmentos de entrevistas al círculo más cercano a los protagonistas, Anvil podría haber sido un trabajo muy atractivo pero convencional en su forma, y sin embargo logra ir mucho más lejos. Da lo mismo si al espectador le gusta o no el heavy metal, uno termina encariñándose con estos dos personajes memorables y llenos de humanidad, con sus manías y arranques temperamentales a cuestas alternándose con inesperadas dosis de ternura e ingenuidad. Pese a las divertidas y por momentos ridículas situaciones en las que se ven envueltos, el realizador logra que ambos nunca pierdan su dignidad, y sólo queremos que vuelvan a ser famosos, a tener el éxito que los ha abandonado y los tiene sobreviviendo en esporádicos conciertos ante escuálidas audiencias, lo que los obliga a sobrevivir en ocupaciones y empleos grises y monótonos. Sólido trabajo documental, entretenido y con muy buen ritmo, no es sólo para fanáticos de la música, sino especialmente para quienes aprecien los distintos temas que despliega y que van mucho más allá del humor que lo recorre, para conmovernos más de lo que esperábamos: la fuerza de los lazos familiares, el paso inexorable del tiempo y las huellas que va dejando en los sueños de fama, la pasión que es capaz de mantener la energía y el entusiasmo a pesar de los fracasos y reveses del destino… y por sobre todo, el retrato de una amistad que consigue superar todas las peleas, los fracasos y los egos.
Creo que lo mejor será empezar siendo sinceros: sí, yo fui un headbanger adolescente. Hubo una época de mi vida en que dejé que mis cabellos crecieran hasta formar sedosos tirabuzones sobre mis hombros, vestía parcheadas cazadoras tejanas y prietos pantalones elásticos, forraba mis carpetas estudiantiles con fotos de AC/DC, Kiss o Def Leppard, levantaba orgulloso mi mano cornuda al ritmo de Electric eye o Balls to the wall. Los rockeros iban al infierno y yo elegía mi perdición. ¿Qué más daba? Mi rollo era el Rock.
De hecho, aun con matices, mi rollo sigue siendo el Rock, pero he querido ser honesto y dejar claro desde el principìo por qué me resulta fácil entender que Lips Kudlow, cuando tenía 14 años, decidiera hacerse amigo de Robb Reiner, el chico que abría las ventanas de su habitación y ponía Grand Funk a todo volumen o tocaba furiosamente su batería en el garaje de su casa. Entiendo sus ganas y su entusiasmo, entiendo que montaran una banda y que intentaran abrirse camino en el mundo de la música. Entiendo que en plena fiebre metálica grabaran algunos discos y llegaran a girar por Japón con Scorpions, Whitesnake o Bon Jovi, que su éxito fuera efímero y que, a la larga, tuvieran que volver a su Canadá natal a trabajar en lo que pudieran. Entiendo también que aquellos a quienes el heavy metal les importa dos pitos crean que mi opinión está mediatizada por mis tirabuzones o mi mano cornuda, que lo que hay aquí son unos melones peludos y ataviados con arreos sadomasoquistas soltando berridos y golpeando sus guitarras con un dildo. Eso sería lo natural y lo razonable.
Y sería también una lástima, porque este conmovedor y multipremiado documental va mucho más allá del heavy metal, ya que de lo que en realidad habla es de cómo puede una amistad durar 30 años y vencer todas las adversidades, de cómo se pueden alimentar los sueños cuando se saben imposibles, de cómo resistir la tentación de saltar de un acantilado cuando el tiempo se escapa de tus manos y nada es como debería haber sido: dedicar tus vacaciones a girar por Europa y tocar en desiertos bares roñosos o para 174 personas en un recinto donde caben 10.000, perder trenes y dormir en estaciones, defender a hostia limpia tu derecho a cobrar por tu trabajo, lidiar con una inepta mánager italiana que apenas ladra tu idioma, ir, con 50 años cumplidos, de discográfica en discográfica con un disco bajo el brazo en busca de reconocimiento a tu talento.
Hay momentos de gran hondura en esta cómica y amarga peli, pero si tuviera que elegir alguno me quedaría sin duda con el momento en el que Robb rememora a su padre, un superviviente de Auschwitz, y la filosofía de vida que trató de inculcarle, y, desde luego, con las caras de los dos protagonistas en la última escena y las palabras finales de Lips, una vez cerrado el círculo de regreso a Japón, que, como todo el mundo sabe, es la cuna del sol y también de Godzilla, que vela por los sueños aún no cumplidos de los eternos adolescentes.