Anabel
Sinopsis de la película
Tras la marcha, en circunstancias algo turbias, de Anabel, sus dos compañeras de piso deben buscar alguien más con quien compartir el alquiler. El elegido es un señor mayor que logra ganarse su confianza, pero que pronto se descubrirá como una presencia extraña e inquietante.
Detalles de la película
- Titulo Original: Anabel
- Año: 2015
- Duración: 75
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Opinión de la crítica
Película
3.9
34 valoraciones en total
Antonio Trashorras es un conocido analista y crítico cinematográfico. De entre sus filias destaca especialmente su predilección por el género de terror, haciendo hincapié en su variante más incisiva y minoritaria, como bien patente quedó en su anterior película El Callejón . El film, no gran conocido, era una desmedida muestra de influencias capaz de asumir la colorista estética visual del Giallo o los patrones narrativos del Slasher, culminando en un desenlace incomprensible y arrítmico, pero de excelso disfrute para los entusiastas del género. Como ópera prima El Callejón no pasaba de simpático homenaje, con una Ana de Armas despampanante, pero su conjunto de impostado calado reivindicativo podía ser asimilado con mucha gracia y admiración. Para su segunda película Trashorras huye de todo eso componiendo una historia mucho más minimalista, de aspecto teatral, pretendiendo claramente una narrativa mucho más trabajada. En ella se percibe al director más centrado en una mayor visceralidad, intrínseca en la atmósfera, como vehículo para llevar llevar a sus personajes a un extremo de emociones que sin embargo acabará siendo absorbido por una estética demasiado amateur. Esta, quizá impresa de una manera acartonadamente impostada, hace funcionar la historia bajo un filtro de autor que sin embargo acabará echando por tierra todas las buenas intenciones de sus maneras implícitas.
De nuevo con su inseparable Ana de Armas, aquí en un protagonismo compartido por Rocío León y Enrique Villén, cuenta la historia de dos jóvenes que comparten piso y necesitan un inquilino más para afrontar el pago de su renta, tras la marcha de la joven Anabel en extrañas circunstancias, aunque con ciertos miramientos iniciales, aceptarán como nuevo inquilino a Lucio (¿nos acordamos aquí de Fulci?), que enturbiará progresivamente la buena relación de las chicas. Trashorras vende durante 75 minutos una pequeña historia que bien podría haber sido la semilla de un excelente corto y aquí se alarga hasta el extremo, ofreciendo un mcguffin amparado en la chica desaparecida que se hace funcional sólo en momentos muy puntuales. Quizá el problema del film, dejando a un lado lo áspero que pueda ser para el espectador su consabido y torpe amateurismo, son las intenciones de querer elevar a su género a un nivel de intransigencia respecto al mismo que le hace recorrer un reglamento interno que no se sabe elaborar, o, lo que pudiera ser lo mismo, elevar las emociones de los personajes a una turbiedad que el film no logra en ningún momento, lo que desbarajusta cualquier tipo de entidad en la película. Uno no sabe como enfrentarse a esta Anabel cuando de una simple historia se pretende un retrato sórdido que no acaba de despegar y cuando también sus atrevidas formas se quedan simplemente en eso, en unas buenas intenciones de originalidad que el espectador más ducho en el género acabará viéndole el cartón.
En esencia, Anabel es exteriormente algo totalmente opuesto a El Callejón : la ópera prima de Trashorras era todo un humilde, respetuoso, vistoso y descarado mix de influencias con ninguna otra intención más que la del guiño al espectador (que le hace que se le perdonen algunos momentos de lo más chabacano), mientras que en Anabel se pretenden unas formas mucho más complejas, nada bien asimiladas y que caen en un error fatal como es llegar al tedio y la redundancia, donde las piruetas visuales (ojo a los insertos en color) añaden aún más incomprensión al conjunto. Que Antonio Trashorras es un fiel e incombustible conocedor de la gran mayoría de las variantes del cine de terror está claro, pero en su faceta como director quizá su ímpetu referenciador acaba por ahogar unas ideas bastante interesantes. En Anabel , donde el trío protagonista no sale nada mal parado en su trabajo, se ve un suspense que funciona por instantes, pero que podría haber dado de sí mucho más de lo finalmente visto.
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Anabel es una de aquellas películas que le dejan a uno, si no indiferente, por lo menos con la expresión de levantar una ceja, preguntándose: Muy bién… y ¿ahora qué?… ¿Qué es lo que usted, Sr.Trashorras , quería contarnos?
Por toda respuesta, uno se encuentra con una película de argumento de lo más común, alrededor del cual no se apercibe el significado claro de una trama, que parece hecha de piezas de puzle varias entre las que no hay manera de hallar un encaje, tal pedazos errantes o flotantes, van pululando sin rumbo claro varios elementos narrativos del guión, que si fueren retazos de ropa, uno no sabría si hacerse con ello unos pantalones, una camisa o un sombrero.
De modo, que pasados los títulos de crédito finales, uno se encoge de hombros y, en palabras del defenestrado Mayor Trapero se dice: Pues… bueno, pues… adiós. Eso sí, nada más lejos que con la impresión de haber perdido el tiempo, todo lo contrario, algo interesante siempre se aprende, a pesar de la relativa apatía que la película inspira a cuerpo y mente, y con ganas de adoptar el papel de cínico simpático ante las controvertidas opiniones que sugiere este film.
Rodada en blanco y negro, y con unos injertos en color, que todavía no me explico su razón de ser (será que mis neuronas cuarentonas ya no pillan según que cosas), toda ella reviste en su formato y estética lo que parece un homenaje al consagrado Narciso Ibáñez, en sus Historias para no dormir, aunque para consagrarse él, en solitario, a Trashorras le queda mucho por trillar, aún el tanto que se marcase en su día como co-guionista de El espinazo del Diablo.
Teniendo entre manos una idea con un buen potencial , con el que elaborar algo sólido, no acierta más que a una especie de majadería, carente de sentido, y que a la postre divide en capítulos que , en vez de ayudar al espectador a hacerse una estructura clara del hilo, tienden a marearlo todavia más. Sin aparente lógica estructural.
Simplemente, como si de una tarta o bandeja de canelones se tratase. Sólo para justificar los vaivenes con los que nos trae y retrotrae en el trazo del guión. Lo que aún hace más chapucero el montaje, como esos disc jockeys de tres al cuarto que manoseando el vinilo de mala manera, convierten una música ya de por sí machacona, en monstruosa tortura para los oídos.
Al igual los diálogos, insubstanciales e insulsos en su mayor parte, excepto en el momento crítico que conducirá a una mínima resolución de la historia, poco aclaran lo que se pretende transmitir, en un desperdicio de los tres únicos actores, que a ligera excepción de la estrafalaria figura de Enrique Villén, tampoco son nada del otro mundo, y su interpretación se queda a medio exprimir. Los papeles de Rocío León y de Ana de Armas (cuya personaja en la historia es de armas tomar), no pasan de un exhibicionismo chabacano en el que lo hacen todo unos insinuantes vestuario y maquillaje (que conste que sólo en grado de pretensión), y poco la interpretación, que por mucho que se esforzasen, no hay más cera que la que arde para que pudieran lucirse como actrices, por mucho que digan los aduladores de este plato de gachas.
Ni tan siquiera la banda sonora conecta con el resto de ingredientes para dar un mínimo relieve dramático. Aparece tan sólo como un tímido comparsa que se añade a su bola, a propio ritmo de cocción.
En su conjunto, pues, un insípido engrudo del que me comí hasta la última cucharada, pero sin ganas de repetir plato. Un plato que te sirven en esos restaurantes, donde pretenden hacer creer a la imaginación, la exquisitez de la ración de patatas hervidas a treinta euros, disfrazada de una rimbombante denominación en la carta. Lo que nos cuelan, con ese mito de la creatividad (cuando ya está todo inventado) y el minimalismo (traje de seda con el que muchas veces revisten a la mona de lo soez u ordinario).
Tuve la ocasión de verla en Abycine, Festival Internacional de Cine de Albacete, presentada por su director y autor de la música, a quien aquél calificó de lujo. No está mal la música, ni especialmente bien. Presentada como cine independiente me parece un ensayo de expresión absolutamente prescindible que no me ha aportado nada. Perder el tiempo? Quizás nunca se pierde, y podría haber resultado interesante de haberme gustado. Pero, vamos…, ni sí ni no ni todo lo contrario. Sencillamente prescindible. Terror? No. Suspense, tampoco. No sé qué es. A mi, repito, me ha dejado igual. Buenos actores. Resultado insuficiente.
…Pero viendo ciertas críticas sobre esta película lo empiezo a dudar.
A ver, que sí, los actores lo hacen muy bien, vale.
El presupuesto y los medios a la vista se ve que son escasos y consiguen una película que intriga, vale.
Va creciendo el interés por ver el desenlace, vale.
Fíjate si vale que en mitad de la película piensas cómo puede tener tan baja puntuación si es una cinta entretenidísima e inquietante a más no poder.
Pero claro: Lo que no puedes es hacer un final sin final y decir que es que cada uno lo interprete a su manera.
El final de Shutter Island cada uno lo interpreta a su manera.
El final del Club de la Lucha cada uno lo interpreta a su manera.
El final de American Psicho cada uno lo interpreta a su manera.
Son GRANDIOSOS finales con muchas posibles alternativas y todas válidas.
Decir hasta aquí , sin aclarar el qué ni por qué ni cómo, cortar, ponerlo en blanco y negro y esperar a ver a los eruditos decir que es una maravilla, pues yo qué sé.
Igual es que yo me consideraba culto, pero no.
Lo que digo siempre, que es muy fácil liar una película para mantener la intriga y al espectador enganchado, lo verdaderamente difícil es que al final, ya sea más claro o más sutil, todo ese lío tenga su sentido, su explicación y su por qué.
Si no es trampa.
Y me decepciona precisamente porque sí, hasta ese momento la película es interesante. Tanto que corta por lo sano porque ni ella misma sabe cómo acabar.
Anabel es como una masturbación. Un acto que se realiza sólo para que la disfrute quien lo hace.
Y lo peor de todo es que Anabel no es sólo un truño sino que es un truño con pretensiones: dividir la película en mini capítulos con títulos sin sentido. Intercalar imágenes que no son más que un intento de dotar a esto de un significado oculto de una doble lectura o de cualquier otra chorrada pseudo intelectualoide.
De este tipo de subproductos hay que huir como del Salvame…. atentan gravemente contra el correcto desarrollo y funcionamiento neuronal de quien las ve.