Almas en tinieblas
Sinopsis de la película
John Gaylord, un científico que padece epilepsia, alquila una casa en la costa de Florida a Ann Gracie, una viuda que sostiene que aún oye la voz de su difunto marido. John conoce al artista C. L. Shawn y a su mujer, que son amigos de Ann. Aunque John ha ocultado su epilepsia, Shawn la descubre accidentalmente. Cuando John se enamora de Ann, su médico le aconseja que le cuente la verdad sobre su estado de salud, pero él prefiere romper con ella antes que confesarle su enfermedad.
Detalles de la película
- Titulo Original: Night Unto Night
- Año: 1949
- Duración: 84
Opciones de descarga disponibles
Si lo deseas puedes obtener una copia de esta película en formato 4K y HD. A continuación te añadimos un listado de opciones de descarga disponibles:
Opinión de la crítica
Película
5.6
97 valoraciones en total
Creo que fue Xavier Cugat quien dijo que Reagan nunca podría ser un gran presidente porque nunca fue un gran actor. Aquí Reagan diremos que cumple con el papel de forastero imperturbable porque las circunstancias requieren a un tío así.
Es un científico. Alquila una casa a una mujer morena que oye voces. Oye voces del Más Allá. Nadie la cree. La casa es muy grande, está al lado de la playa. A él le gusta así. Quiere vivir aislado porque su salud pide paz pero sus adorables vecinos irrumpen en su mundo y así se desarrolla la película.
Entre la mujer morena y él surgirá la chispa de la vida y alrededor de ellos conoceremos unos personajes muy bien retratados. Diálogos acertados, situaciones verosímiles, y la pareja en medio. Un argumento lineal, sin más, pero bien llevado bajo una correctísima dirección.
Diré que Broderick Crawford hace de pintor de viñetas y bien, pero apuntaré que los cuadros que presenta en su exposición son horribles, no sé cómo pueden felicitarlo, será porque todos son familia y amigos.
Las diferentes conversaciones son profundas y admisibles. En concreto valoro una muy buena frase del científico que le dice a su colega, el doctor Poole:
-La muerte no es lo peor que le pasa al ser humano, es lo último.
El hecho de que Ronald Reagan haya pasado más a la historia como presidente de los EEUU de América que como actor de cine entra dentro de la lógica más aplastante. La Historia (con mayúsculas) tiene sus escalafones y estar al frente del país más poderoso del orbe se suele anteponer a las cualidades artísticas, aunque algunos mandatarios sean más dignos del club de la comedia que de otra cosa. Desconocía la frase de Xavier Cugat (citada por el compañero floïd blue) en la que afirmaba que como había sido un mal actor sería un mal presidente. Sin entrar en si fue mejor o peor presidente (este no es el foro adecuado) lo que es evidente es que ambas cosas no guardan relación alguna. Y por zanjar la cuestión artística, Reagan fue un actor normal, como tantos actores normales, que se adaptaba bastante decentemente a los westerns y que, incluso en otros registros, acababa consiguiendo el aprobado.
Por su parte Viveca Lindfors, cuyo parecido con Ingrid Bergman hizo que se depositasen en ella muchas esperanzas como posible nueva perla de Hollywood, tampoco es una actriz para que redoblen los tambores y se encienda la traca final. Al menos no en esta película. Pero cumple bastante bien en un personaje psicológicamente complejo alterado por la muerte en circunstancias trágicas de su esposo Bill, cuya voz afirma escuchar en la mansión que fue su residencia.
Cierto es que una película es siempre algo más. No basta un actor normal y una actriz cumplidora. El argumento, la consistencia del guion, la fotografía y el elenco en su conjunto forman parte en su justa proporción de la valoración total. Y es aquí donde quiero detenerme porque he leído comentarios que achacan al film un tono altamente depresivo, al yuxtaponerse la epilepsia de John Galen (Reagan) con los comportamientos psicóticos de Ann (Lindfords). No niego la realidad. Esto forma parte fundamental de la historia pero no por ello estamos ante una película lacrimógena o depresiva sino ante dos seres con unos problemas que, es evidente desde el principio, se resolverán mejor en compañía que en soledad. No hay que confundir el interés por los dramas humanos con la morbosidad o con sentimientos depresivos. A veces toca comedia disparatada y a veces dramas humanos. Simplemente eso.
Resaltar el excelente trabajo de Broderick Crawford, actor que no pasa nunca desapercibido. Da vida a un dibujante de novelas rosas y pintor cuyos pensamientos (no sé bien si espiritualistas o espiritistas) son el contrapunto perfecto a las ideas agnósticas de John Galen. En referencia a las presuntas alucinaciones de Ann y coherente con su creencia en una forma de vida tras la muerte, afirma: Ver la muerte como el final de todo es despreciar la vida. Evidentemente, esta afirmación y otras similares que abran posibilidades a ultramundos o dimensiones paralelas no tienen cabida en el materialismo a ultranza de John, un bioquímico que busca en Florida la tranquilidad y el reposo que su enfermedad requiere.
Sea como sea, la película transpira espiritualidad. Su propio título original deriva de una frase del salmo 19 relativa a la creación del universo y es sacada a colación por el propio Shawn (Crawford) cuando explica a un doctor que atiende a John las razones que le llevaron a pintar un cuadro que llamó La búsqueda:
– Intenté mostrar la lucha del hombre contra la muerte …
– El salmo 19 me ha inspirado: Los cielos cuentan la gloria de dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento, el día al día comunica el mensaje y la noche a la noche transmite la noticia.
Un gran caserón en la playa de Florida, filmado magistralmente por John Peverell Marley (habitual de Cecil B. de Mille con dos nominaciones a los Oscar), un ambiente sobrecargado, barroco y tenebroso sugerente de conflictos extraños y tormentas internas así como uno de esos huracanes típico y tópico de los cayos configuran un escenario perfecto para que dos vidas llevadas al límite acaben reconstruyéndose mutuamente.
He dado poca vela al papel de Osa Massen como Lisa la hermana de Ann. Su odio fraternal, sus rencores enquistados, sus descarados intentos de seducción y su adicción al brandy sin ice resultarían totalmente prescindibles en la trama si no fuese porque toda explosión, aunque sea la de los sentimientos, precisa de una chispa, y ella es capaz de personificar a la vez la llama, la chispa y hasta el detonador.
En definitiva, una película que nos deja una sensación extraña donde nos cuestionamos aspectos diarios de la vida y quizás de la muerte, donde aparecen esos miedos que todos tenemos a la enfermedad y a lo desconocido. ¿Depresiva? Seguramente después de verla tardemos un rato en tocar las castañuelas. No es una buena opción si andas un poco tocado. ¿Interesante? Sin duda.
Es curioso que esta película no goce del prestigio que merece, al menos vista hoy, 65 años después de su filmación. Segundo título de Don Siegel, después de la resultona The Verdict, cinta muy correcta pero que habría podido rodar cualquier otro estajanovista de la Warner Bros., Almas en tinieblas rezuma personalidad desde el largo travelling que abre la historia. La cámara se va acercando lentamente desde el mar hasta el caserón tenebroso que se alza al borde del agua y penetra en la mansión donde habita Ann (sublime Viveca Lindfors), que a veces oye la voz de su marido fallecido durante la guerra, aferrada a unos recuerdos tan fantasmales como el propio edificio. Llega otra alma atormentada que desea alquilar la casa, un bioquímico afecto de epilepsia que aspira también a aislarse del mundo (Ronald Reagan, impasible el ademán). Nos encontramos en una Florida como pocas veces se ha visto en el cine, pues en ocasiones resuenan ecos de Cumbres borrascosas, Rebeca e incluso I Walked with a Zombie, tal es el ambiente sepulcral, casi hechizado, que proyectan las imágenes. Dicen las crónicas que Siegel se enamoró de Lindfors durante el rodaje, contra la cual se casó al finalizar el rodaje. Y eso se nota en el modo en que la cámara acaricia y mima a la actriz, un trabajo notable de Peverell Marley, director de fotografía que nunca gozó del prestigio de otros contemporáneos suyos como Nicholas Musuraca, Russell Metty o Stanley Cortez, pero que aquí consolida con sumo gusto el romanticismo desaforado de la obra. Como cabía esperar, Franz Waxman aporta una banda sonora arrebatada y arrebatadora que te transporta a lugares brumosos y envueltos en la leyenda. No olvidemos la buena labor de los secundarios, en especial la de Broderick Crawford como pintor inquieto que, no obstante, ha de ganarse la vida con ilustraciones para revistas y periódicos bien pagadas. Una obra que urge revisar cuanto antes.