327 cuadernos
Sinopsis de la película
Ricardo Piglia, uno de los grandes narradores de lengua hispana, regresa a Argentina después de muchos años de vivir en el exterior. Se propone revisar exhaustivamente, por primera vez, los 327 cuadernos que constituyen su diario íntimo, un registro de más de medio siglo de vida. Andrés Di Tella acompaña ese proceso durante un año entero, creando una especie de diario cinematográfico.
Detalles de la película
- Titulo Original: 327 cuadernos
- Año: 2015
- Duración: 76
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Opinión de la crítica
Película
6.7
46 valoraciones en total
No sólo es un documento interesante por registrar el proceso creativo de un gran escritor como Piglia, sino, tal vez el mayor valor, es el respeto que el director tuvo sobre el reporteado, sin especular ni regodearse con el ocaso físico e intelectual del mismo Piglia. Un periodista inescrupuloso podría haberse tentado de explotar el lado morboso del final de vida de Piglia. No fue este caso.
Esto es sin dudas un documental que debe llevar el epíteto de sorprendente . Puede gustar o no, pero no deja de llamar la atención cómo se trata cada uno de los tópicos que aparecen, cómo todo resulta tan personal y osado, que aquel iluso que creía que se iba a encontrar con la vida de Ricardo Piglia narrada por él en una voz en off a modo de adelante de sus cuadernos simplemente se va a quedar con las ganas, va a tener que leer los famosos 327 cuadernos. Ah, y que el número sea un simple invento de Piglia, quien jamás los contó, vuelvo todo mucho más pigliesco aún.
Ricardo Piglia fue el faro de la crítica literaria argentina de los últimos 30 años. Su lugar lo compartió (lo disputó) con Beatriz Sarlo, quien se volcó en demasiadas oportunidades a la crítica social y política como para seguir tomándola de referente en literatura, y con David Viñas, tal vez excesivamente irreverente, demasiado lejos de transar con el mercado. Piglia en cambio pudo adaptarse, se amoldó a distintos escenarios internacionales, se consolidó también como novelista, escribiendo clásicos de culto como Respiración artificial y clásicos populares, como Plata quemada , que fue llevada al cine con mucho éxito. Además, su reconocimiento en España y sus temporadas en Estados Unidos le permitieron vincularse con una grey literaria que lo colocó en un lugar más reputado que a otros colegas suyos, eternos docentes de las universidades locales (sumamente prestigiosos todos, que no se confunda, pero sin el halo de santo que trajo Piglia cuando decidió volver al país).
Dicho esto, con lo que mucha gente del mundillo de las Letras argentinas podrás disentir, lo magistral de Andrés Di Tella es que, teniendo un montón para contar al gran público, con acceso directo a Piglia y a todos sus recuerdos, hace una selección fragmentada, narra pequeñeces, analiza el detalle de un hombre ya mayor y cada vez más enfermo a medida que avanza el film (esto fue una sorpresa para ambos) reencontrándose con su ser de otros tiempos, leyendo reflexiones que desconoce haber escrito, calificándolas como buenas o malas como si no fuesen propias.
En medio de este mundo que aparece en los cuadernos -es el diario personal escrito a mano que llevó Piglia desde sus 16 años hasta ahora, pasados los 70-, una historia paralela toma fuerza: la de una serie de videos familiares grabados en formatos antiguos, de los años 40, 50, 60, 70, todos en silencio. En un momento el espectador se entera que pertenecen a un archivo de un coleccionista que junta familias sin nombre, niños jugando filmados por sus padres con la satisfacción de jugar con la última tecnología , grabando recuerdos que se imaginaron eternos y que allí deambulan, perdidos en manos ajenas, olvidados.
Esta asociación entre los cuadernos y los videos funciona como un espacio de reflexión sobre la memoria, el lugar al que van a parar esas horas de esfuerzo destinados siempre a un lector/espectador futuro. ¿Hasta cuánto podemos guardar un recuerdo? ¿Cuándo aparece el límite en el que el registro personal es puro devaneo, exceso?
Andrés Di Tella no cuenta la historia de Piglia, sino que filma junto con él: crean juntos, en una sociedad donde uno tiene la cámara y realiza el montaje, pero el otro es sumamente consciente de las preguntas que se están planteando, sabe cómo quiere que sean sus últimas publicaciones, cuál será su legado. Como todo crítico literario, Piglia es consciente hasta el último instante, y está dejando todo listo para su muerte, ya la tiene calculada, pensada desde hace rato. Por eso ríe cuando intentan disimular sus problemas para moverse, sus parálisis. Piglia ya está escribiendo su legado, y Andrés Di Tella está a cargo de esa transcripción, es el albacea designado por el último gran crítico argentino.