321 días en Michigan
Sinopsis de la película
Antonio se enfrenta a una temporada en la cárcel por delito financiero. Joven y brillante ejecutivo, elaborará un plan para evitar esa mancha en su currículum, convencer a todo el mundo de que va a estudiar un Máster en la Universidad de Michigan. Todo está controlado, excepto los 321 días que tiene que pasar en la cárcel.
Detalles de la película
- Titulo Original: 321 días en Michigan
- Año: 2014
- Duración: 100
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Opinión de la crítica
Película
5.5
20 valoraciones en total
321 días en Míchigan es una cinta irregular, para ser la ópera prima de alguien que debuta con más de cuarenta años ya podía haber pensado mejor en la estructura del guión y la descripción de los personajes. Enrique García se empeña en mostrarnos una cárcel real, como la que él dice que conoce de impartir clases a reclusos. Por esto mismo nos presenta una cárcel descafeinada, que casi podría retratar no un centro de reclusos sino un instituto o un patio de colegio. Gran error es la elección del protagonista, que se deja comer en casi todos los planos por sus compañeros de trabajo, cuando él debiera ser el hilo conductor de la vida carcelaria. La película parte de una premisa interesante, Antonio deberá mantener la mentira en su tiempo de encierro pero ese punto de partida se diluye y olvida, desaprovechando una buena oportunidad de atrapar al espectador. Se echa en falta cualquier sentimiento de lógica claustrofobia al estar encerrado, es más, los internos toman el sol y juegan en el patio de muy buen rollo, el único momento en que el hay algo similar, sufrido por el personaje de Lamís, cae en saco roto.
Lo mejor: La interpretación de Salva Reina, oxígeno de la película, así como Virginia De Morata, verdadera protagonista.
Lo peor: La realización, muy justita, y el actor protagonista.
Presentada en el 17 Festival de Cine de Málaga, llega 321 Días en Michigan, una cinta que como gran curiosidad, es una producción netamente malagueña, la primera que se presenta de forma íntegra al festival de Málaga. Enrique García ha creado un drama carcelario en la prisión de Alhaurín de la torre. Su forma de ver la prisión en sí cambió drásticamente en una visita que hizo años atrás, imaginándose las prisiones vistas en películas y televisión y cual fue sus sorpresa cuando observó que era muy diferente a lo que él pensaba. De ésta manera, ha querido transmitir ese aire tan diferente que vemos reflejado en la película para exponer una historia directa y hasta cierto punto real. Para ello ha contando con un compendio de actores de la tierra interpretando a personajes diversos, cada cual con una problemática personal. Antonio está en prisión por delito fiscal, Virginia es madre de tres hijos y están a punto de ser llevados por servicios sociales, Lamis es una antigua gogó de discoteca que tiene intenciones de suicidarse y Carmona, un delincuente que le debe dinero a un capo de la prisión y necesita pagarle como sea.
La película, según el propio protagonista, es una especie de homenaje a los propios internos y sobretodo a los familiares que los visitan. De ésta forma, se ha tratado de compactar la falsedad que rodea a su personaje al mentir a los suyos, diciendo que está de viaje, con la triste verdad que guardan los internos en prisión, quienes no tienen nada que ocultar, mostrando su verdadera humanidad. A este respecto, me gustaría destacar a Héctor Medina quien se come la pantalla en todo momento y tiene una interpretación muy convincente. Por otra parte, hay que mencionar que en su banda sonora incluyen al gran Fernando Velazquez, con un trabajo breve pero bueno. Ha sido acompañado por Javier Ojeda quien ha sido coordinador de las canciones y ha compuesto algún tema para la obra.
Sin embargo, y hablando de lo menos acertado, 321 Días en Michigan no mantiene un desarrollo evolutivo apropiado para algunos de sus personajes. Nos entran dudas sobre por qué el personaje de Virginia, Lamis, quiere suicidarse y de pronto, sin ayuda alguna se reconcilia con todos. Pero más peliagudo es lo que circula alrededor del protagonista, Antonio, quien de buenas a primeras toma una decisión final que descuadra al espectador y que no revelaremos para no spoilear a nadie. Son pequeños matices que no terminan de redondear una obra que habría sido muy interesante tenerla en otras categorías, ya que la sección oficial le puede venir muy grande. No obstante, hay que aplaudirle su mérito, y sobretodo, contar una historia que al menos entretiene y no decae.
Por Dante Martín
@Cinebsonet
http://www.cinebso.net
Hablar de buenas intenciones suele ser el recurrido argumento de consolación para aquellos a los que un hecho en sí, un regalo, una acción, una noticia, no les ha satisfecho del todo y tampoco ven motivos para hacer sangre en medio del disgusto. Sin embargo, en materia cinematográfica, hablar sólo de buenas intenciones es casi hacerle un flaco favor a la película en cuestión. Y es que, en el cine, como en el Arte en general, con la intención no basta. Al debut de Enrique García lo podríamos salvar por sus intenciones, honrosas, de querer dar voz en su metraje a una realidad tan cruda e invisible como es la de la vida entre rejas, haciendo protagonistas de sus imágenes a personajes a un paso de la exclusión social que tienen ante sí una vía para la redención y la reinserción, muchos sin verla del todo clara.
321 días en Michigan quiere ser un drama carcelario cercano y reconocible para el público de a pie, centrado en dos tramas narradas en paralelo: la de un joven y brillante ejecutivo encerrado por un delito financiero, que tratará de hacer creer a su entorno en el exterior que se encuentra de viaje fuera del país, concretamente en Michigan, y la de una iletrada y joven madre gitana que, entre barrotes, intentará todo lo posible por no perder la tutela de sus hijos. Tan sugestivas ideas de partida acercan el film a cierto realismo social inherente a los títulos españoles que en el pasado abordaron la temática carcelaria y encierran no pocas posibilidades críticas en torno a dos temas bastante candentes, por desgracia, en la actualidad: la violencia de género y la corrupción de la élite empresarial. Por desgracia, García, con la ayuda de su coguionista, Isa Sánchez, desestiman la ocasión para construir un relato que se pudiera enmarcar en cierto cine de denuncia frontal y construyen su película en base a un buen número de lugares comunes, de tópicos mil veces vistos antes en cuanto al desarrollo de las consabidas situaciones entre rejas y, sobre todo, en el dibujo de sus esquemáticos personajes.
Así, lo de atractivo que encerraba en sí misma la idea de base, que hubiera podido revelar una pertinente y necesaria crítica a los tejemanejes empresariales ajenos a la legalidad, se queda en el limbo de las expectativas del espectador, que asistirá con atónita pereza al día a día de ese pijo, para colmo, sin síntomas de arrepentimiento, dentro de un ambiente que debería serle hostil, pero al que, por obra y gracia de un guión excesivamente forzado, se adapta casi en un abrir y cerrar de ojos. Esta falta de coherencia con lo que se supone debía ser el dibujo del personaje central dará como resultado una molesta sensación de inverosimilitud a todo el film, que para colmo de males estará rematado en su tercio final por la cofluencia de las dos tramas principales en una sola, dando como resultado un subtrama romántica previsible desde los primeros minutos del film y que no cuaja por un trazado en exceso superficial. Sólo la trama femenina, por el sutil cariz de denuncia social que le da origen, logra encerrar cierta coherencia a lo largo de su desarrollo y se la debe, en gran medida, al matizado y espléndido trabajo que en ella lleva a cabo la debutante actriz Virginia de Morata, siempre por encima de las limitaciones del texto gracias a la palpable comunicabilidad que logra establecer con la cámara.
Por todo esto, llegamos al final de 321 días en Michigan con cierta desazón, divididos entre la frustrada cortapisa que el visionado del film ha supuesto para nuestras expectativas y el alivio y la incómoda superioridad que brinda presentir el final desde mucho antes del segundo punto de giro. Mal que nos pese, todo suena a ya visto en 321 días en Michigan. Nada sorprende ni emociona, ni técnica ni artísticamente, a lo largo del metraje del film, que precisamente por ello propicia la sensación de alargarse más de lo que en esencia debería. No hay en él, por tanto, mucho que logre destacarse para bien del grueso de óperas primas que ven la luz cada año en nuestra cinematografía, ni siquiera el oficio de su director, que entre tratar de hacer alardes o limitarse a contar de la manera más sencilla su historia, opta por la vía fácil y más recomendada y tira de una puesta en escena desganada, en exceso común, sin brío ni personalidad alguna, anclada, para bien y para mal, en los estándares asumidos por el género carcelario y más cercana, por desgracia, al folletín televisivo que al melodrama cinematográfico.
http://actoressinverguenza.wordpress.com
321 días en Michigan es una propuesta aceptable de Enrique García, pero no logra despegar ni siquiera gracias al enorme trabajo de sus actores, especialmente una inmensa Virginia DeMorata (ver cuando se arrodilla llorando por una mala noticia que recibe). La razón cabe encontrarla en lo anodino de la propuesta y una trama ya mil veces vista de historias carcelarias que se cruzan unas con otras y recrean los tópicos de siempre.
Muy estimulante desde el punto de vista actoral y desde el de las ganas que le han puesto todos los implicados, pero no en lo más importante, que es el guión. Otra vez será.
Lo mejor: Los actores, excelentes
Lo peor: Todo lo hemos visto ya mil veces y con más emoción
Había ganas de ver 321 días en Michigan en el Festival de cine Español de Málaga por varios motivos. El primero de ellos es que el equipo (casi en su totalidad) es de la ciudad, el segundo, (dicen, aunque no es cierto), que es la primera película malagueña que compite en sección oficial, y el tercero, para ver y comprobar que podía hacer Enrique García, cortometrajista local que se enfrenta a su primer largometraje y que curiosamente nunca ha tenido proyección nacional con ninguno de sus trabajos anteriores.
321 días en Michigan es, ante todo, una película cuyos defectos son pretendidamente sus virtudes. En primer lugar la historia, y es que el guión lastra un sinsentido de escenas y secuencias que apenas tienen conexión lógica con las anteriores. Las tramas y las subtramas se cierran sin apenas dar tiempo a entender lo que pasa en ellas y tampoco permiten empatizar con la relación que se establece entre sus personajes protagonistas. Parece que los guionistas no han entendido la primera ley de la escritura de guiones entrar tarde y salir pronto, y es por ello que la trama se resiente y se dejan cabos sueltos en todo el metraje.
La puesta en escena es justa pero adolece de defectos dramáticos. No se entiende muy bien por qué en algunas secuencias la cámara se mueve tanto y en otras se queda quieta, inmóvil, esperando con impaciencia e inseguridad para filmar a cualquier personaje que puebla el momento. Un buen estudio de los planos en la fase de pre-producción hubiese servido para enfatizar los momentos dramáticos y tensos que el guión pretende tener pero que no se establece en conexión con una puesta en escena dual y que se queda entre dos aguas.
La labor de los actores tampoco está definida. Se nota que la dirección de actores ha brillado por su ausencia y que el director ha estado (o ha pretendido estar) más en la parte técnica que en la parte actoral del filme. A veces los personajes hablan en andaluz, otras, en perfecto castellano… realizan parlamentos con efectos teatrales que distancian mucho al espectador, y es que, en el cine, los actores que están teatrales se escapan fuera de la pantalla para certificar que son totalmente inverosímiles. Una buena vocalización de algunos actores que pueblan la cinta tampoco hubiese estado nada mal, y es que, aunque la cinta sea en andaluz, desde estas páginas nos preguntamos si el filme podrá ser entendido fuera de Despeñaperros para arriba.
Si en algún momento los actores, con Chico García al frente, están deficientes es por la labor de Enrique García, capitán de un barco que naufraga de manera brutal en los primeros minutos de proyección.
Si podemos destacar algo de la cinta es la excelente labor del músico Fernando Velázquez, que hace lo que puede para tapar (y arreglar) los defectos de la cinta en una sucesión de temas instrumentales de gran fondo poético que, aislados de la imagen, son totalmente maestros.
No podemos decir lo mismo de la selección musical cantada, realizada por Javier Ojeda, líder del grupo malagueño Danza invisible, que ha elegido unas canciones que enfatizan ridículamente muchos momentos dramáticos de manera fácil y local.
Cuando la película termina tenemos la sensación de que el trabajo está hecho a medias, de manera rápida y mal ejecutada. Quizás la propia ambición de la historia merecía un conocimiento profundo, no ya del ambiente carcelario, sino de la psicología humana, y es que no hay nada peor que realizar un film donde todos los personajes responden a fórmulas típicas y tópicas. Eso funciona en una película de género cuando un maestro está detrás de ello. Cuando se quiere hacer lo mismo sin la suficiente experiencia humana y profesional se cae en el error y en el ridículo.
Al salir de la proyección los críticos nacionales no daban crédito a lo que acababan de ver y si la película ha recibido aplausos ha sido ya en la rueda de prensa, cuando Méndez Leite ha pedido uno porque el equipo de la película es de la misma ciudad que el festival. Un premio de consolación amargo para una película fallida, pretenciosa y artificial.
Y según los pronósticos, la película de Enrique García no se irá de vacío, más por cuestiones de protocolo que por cuestiones de talento en la misma película, y él debería entender que, aunque sea premiado con algún premio menor o de consolación, debe plantearse y mucho la labor de dirección cinematográfica pues parece que, en este caso, ha rodado la película con piloto automático, y eso lo pueden perdonar en Málaga, pero fuera, no.
Diario Cine