Viento en las velas
Sinopsis de la película
En 1860, unos niños son embarcados en la nave Clorinda, que dirige el capitán Marlope, con el fin de ser repatriados desde Jamaica a Londres para continuar con una educación más civilizada. Durante la travesía, el barco es abordado por unos piratas al mando del capitán Chavez que tras el asalto y con gran sorpresa, descubrirá que los niños se han quedado en su barco.
Detalles de la película
- Titulo Original: A High Wind in Jamaica
- Año: 1965
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
Película
7.2
44 valoraciones en total
Goethe decía que El niño es realista, el muchacho, idealista, el hombre, escéptico, y el viejo, místico.
Y estos cuatro calificativos se ven perfectamente en los protagonistas de este film.
Los niños tienen su propia lógica. Donde los adultos ven peligro, ellos pueden ver un juego. Donde los adultos ven piratas, ellos sólo ven… otros gigantes que les cuidan. El niño cree con naturalidad en dioses, fantasmas y cuentos de hadas. El muchacho (representado aquí por la la tripulación pirata) en su idealismo es supersticioso. El hombre (el personaje de James Coburn) es escéptico. Y el viejo (un portentoso Anthony Quinn) es un místico, y es el que más se acerca de nuevo al mundo infantil.
Lo que en pricipio parece una cinta de aventuras con piratas y niños pronto se convierte en una sencilla y portentosa inmersión en la no tan inocente infancia. Y muy amena además. Vamos, que hasta la comprendería… un adulto.
Las historias de los niños piadosos suelen ser falsas. Puede ser porque quienes las cuentan son adultos, que ven virtud en lo que para sus protagonistas no es más que un modo práctico de actuar. (Flanney OConnor)
Esta película es el ejemplo perfecto de una clase de cine que ya no se hace. No sólo porque pertenece al género casi abandonado de las aventuras marinas, sino porque opta deliberadamente por la narración oblicua, por la ambigüedad y la indefinición, por la sana y casi olvidada costumbre de dirigirse a un espectador a quien no se toma por idiota. A diferencia de buena parte del cine contemporáneo, que, como muy bien dice Bloomsday a propósito de Revolutionary Road, es puro suero intravenoso para desdentados, pensado para ahorrarnos el enojoso trabajo de masticar, esta gran obra del maestro Mackendrick se sustenta en el sobreentendido y la elisión, en la ausencia absoluta de subrayados, en la ligereza, en los pequeños detalles repletos de sugerencias. Salvo otra joya británica de la época (Suspense, de Jack Clayton), tal vez no haya otra película que se haya acercado de un modo tan crudo y delicado a la vez a la crueldad y la belleza del universo infantil.
Y sin embargo, Mackendrick nunca quedó satisfecho con el resultado final. Tras más de quince años tratando de llevar a la gran pantalla la maravillosa novela de Richard Hughes Huracán en Jamaica, vio cómo Darryl F. Zanuck, el mandamás de la Fox, convertía la historia de esos niños secuestrados por piratas y que acaban adueñándose del destino de sus supuestos captores en un convencional e inocuo plato de papilla para todos los públicos, con parche y lorito incluidos. Gracias a la complicidad de Anthony Quinn, sin embargo, Mackendrick logró que Zanuck no impusiera completamente su guión, y aunque se eliminó parte del metraje y no se respetó el punto de vista narrativo, que Mackendrick quería en posesión de los niños, la película se acerca bastante tanto a la novela de Hughes como al proyecto original del perfeccionista y autoexigente director bostoniano.
Lo que queda es un agudo relato acerca de la inocencia y de su equívoco papel como separación entre niños y adultos. El choque entre un mundo infantil supuestamente desprovisto de malicia y la aparentemente feroz y despiadada vida pirata se va convirtiendo, de modo casi inadvertido, en un duelo entre el cruel código moral de unos niños curtidos en el juego de la muerte y el modo de vida en trance de desaparición y con frecuencia ridículo de unos hombres casi indignos del nombre de piratas, prisioneros en su propio barco y sometidos a los caprichos de sus supuestas víctimas. Sólo el cansado y crepuscular capitán Chávez parece intuir (e incluso desear) el desenlace del duelo entre niños y piratas, como si viera en él el final más deseable para su tediosa y patética vida. Las miradas que Anthony Quinn y la niña Deborah Baxter se cruzan a lo largo de la peli son de las más sugerentes y turbadoras que nunca se hayan filmado, e ilustran a la perfección la atmósfera malsana de una peli que hizo exclamar a cierto crítico británico que era como ver a Shirley Temple cantar una canción alegre en un barco mientras descuartiza a un cachorro.
A simple vista puede parecer una película más de piratas, u otra aventura edulcorada con niños como protagonistas, pero esta penúltima obra de Alexander MacKendrick es mucho más que ello. Podría considerarse perfectamente una secuela espiritual de Sammy, huída hacia al sur (como sucede con Whisky a go-go y La bella Maggie), con la que tiene bastantes puntos en común, para empezar el hecho de que la historia vuelva a estar narrada dese la vista de un niño, volviendo a trasladar la cámara hasta sus ojos. El personaje interpretado en su anterior obra por Edward G. Robinson tiene cierto parecido con el capitán pirata Chávez de esta película, al que da vida Anthony Quinn.
Después de que un tornado destrozara su casa en Jamaica, la señora Thornton, al contemplar la indiferencia que muestran sus hijos por la muerte, decide enviarlos a Inglaterra para que dejen de ser unos salvajes. Pero durante el viaje, el barco en el que viajan los niños es asaltado por un grupo de piratas, y debido a un error, los niños terminan en el barco pirata. Chávez, el capitán pirata, se encariñara de la hija mayor, Emily, y protegerá a los niños de su supersticiosa y temerosa tripulación.
Historia contada de una forma atípica, donde se muestra con más humanidad a los piratas que a los niños. El capitán Chávez haría lo que fuera por el bien de Emily, de la que como muestra más de una escena, parece ser se ha enamorado, aunque eso le cause problemas con su tripulación. Zac (James Coburn) es mostrado como un compañero fiel, que seguirá a su capitán hasta el final. En cambio, el resto de piratas se nos muestran como débiles, cobardes y, sobre todo, supersticiosos. En contraste, los niños siempre están tranquilos, pero la falta de miedo no es debida a la valentía sino a la insensatez y la ignorancia, además son mostrados como completamente amorales. Lo que para los niños es un simple juego, para los piratas es una clara señal de la muerte, y para agrandar más la distancia entre piratas y niños, haciendo aun más difícil que los unos se entiendan con los otros, sólo el Capitán Chávez y Zac hablan inglés.
Realización de Alexander MacKendrick ( Chantaje en Broadway , 1957). Se basa en la novela A High Wind In Jamaica (1929), de Richard Hugues. Se rodó en cinemascope y color en los Pinewood Studios (RU). Producida por John Croydon para la Fox, se estrenó en 1965 (RU).
La acción tiene lugar en torno a 1860 en Jamaica, aguas del Caribe y Tampico (puerto del Golfo de Méjico). Frederick y Alice Thornton, colonos ingleses con propiedades en Jamaica, deciden enviar a sus hijos a Inglaterra para que puedan ir al colegio. Embarcan en el velero Clonilda, que en alta mar es abordado y saqueado por unos piratas liderados por el capitán Chávez (Anthony Quinn) y su segundo, Zac (James Coburn). En los momentos de confusión y lucha a bordo, los niños se refugian en la nave pirata por razones de seguridad, donde quedan atrapados. Cuando son descubiertos, el capitán Chávez, Zac y la tripulación, no ocultan su contrariedad. Chávez, aguerrido, inteligente, cruel y autoritario, siente debilidad por los niños. Zac, de origen inglés, es frío, violento, no acepta riesgos innecesarios y se siente incómodo con los pequeños. La tripulación, de extracción hispana, es indisciplinada y levantisca. Emily Thornton (Deborah Baxter), de 12 años, es espabilada, desenvuelta y manipuladora.
La película desarrolla un relato de piratas y niños, en el que se invierten los roles. Los piratas se comportan como niños y los niños se convierten en una pesadilla insoportable para los piratas, que devienen víctimas de los pequeños. El film desmonta el mito de los piratas feroces, que son como niños grandes, manejados por Emily y sus hermanos. La vitalidad incontenible y la ingenuidad de los menores les llevan a realizar innumerables travesuras, que implican la ocupación de hecho de la nave y la pérdida de control de los piratas sobre la misma y sobre los riesgos que asumen. Entre niños y piratas se entabla una sorda lucha de poder, que propicia la captura de la embarcación por los ingleses y la liberación de los niños. Enfrentados al peso de la ley en Jamaica, los niños explican los hechos de los que han sido testigos con silencios y verdades a medias que provocan la desgracia de los piratas. Se plantean al espectador dos cuestiones principales: la ambigüedad de la inocencia de los niños y la alegoría del triunfo de la burguesía (comerciantes, armadores, industriales y productores agrícolas) sobre los piratas, que obstaculizan la adecuada progresión de la actividad económica.
La música, de Larry Adler, se inspira en melodías hispanas, a las que añade composiciones que realzan el clima de dislocación de relaciones que se respira en la nave pirata. La fotografía, de Douglas Slocombe, subraya la ferocidad infantil de Chávez y la exigente circunspección de Emily. Son escenas destacadas la del alboroto de los niños deslizándose sobre la cubierta, los cruces de miradas tiernas de Chávez y altivas de Emily y la intervención del eficaz Gert Frobe ( Goldfinger , 1964) como capitán holandés.
Una familia misionera manda a sus hijos a estudiar a Londres desde Jamaica. En el viaje, el barco sufre un ataque pirata, con el resultado de que los críos en cuestión son reubicados en el barco de los piratas, donde se convertirán en algo así como las mascotas de una tripulación de pícaros y maleantes encabezados por los siempre magníficos Anthony Quinn y James Coburn. Lo que en una primera ojeada parece una lección de aventura clásica (y lo es), se acaba transformando en un certero estudio sobre el poder manipulador de la infancia, que encarna a la perfección el personaje de Emily, la mayor de los niños. Lejos de enternecer, la monstruosa capacidad de adaptación y de olvido de los críos acaba resultando inquietante: el apabullante final lo demuestra con creces.
La dirección es vibrante y ágil, la banda sonora subraya a la perfección los vaivenes de la trama (y hay muchos) y los actores brillan a lo largo de la historia, destacando la naturalidad de los críos y el desvalimiento de los adultos ante sus encantos. Escenas como las de los juegos de los niños, impregnadas de una dulce crueldad, delimitan con mágica precisión los muchos hitos de una película imprescindible para amantes del cine clásico con meollo.
Pocas películas como ésta presentan una imagen tan perturbadora de la infancia, para bien o para mal, y el hecho de fusionar esta reflexión con una cabal aventura de piratas, no hace más que engrandecerla.