Vértigo (De entre los muertos)
Sinopsis de la película
Scottie Fergusson (James Stewart) es un detective de la policía de San Francisco que padece de vértigo. Cuando un compañero cae al vacío desde una cornisa mientras persiguen a un delincuente, Scottie decide retirarse. Gavin Elster (Tom Helmore), un viejo amigo del colegio, lo contrata para un caso aparentemente muy simple: que vigile a su esposa Madeleine (Kim Novak), una bella mujer que está obsesionada con su pasado.
Detalles de la película
- Titulo Original: Vertigo aka
- Año: 1958
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
Película
8.2
62 valoraciones en total
Tras revisar Vértigo con una lectura más profunda, es imposible dejar de cuestionarse los supuestos logros argumentales de los trhillers psicológicos actuales. Películas que nos maravillan con sus inesperados giros de guión, donde nada acaba siendo lo que parece y donde el personaje principal sucumbe ante una crisis mental que le está alejando de una realidad que sólo el espectador cree conocer. Hace más de cuarenta y cinco años Hitchcock cocinaba con ese material, y es en Vértigo donde se reta a sí mismo para hacer una de sus películas más personales y autobiográficas desde el punto de vista de sus obsesiones, miedos y fantasmas.
Vértigo lo tiene todo. Técnicamente es una película virtuosa y preciosista. Mimada y pensada hasta el último detalle, obsesiva como su protagonista y como su realizador. Sólo cabe pensar en Kubrick como alguien tan o más obsesivo en cuanto a la puesta en escena se refiere, como parte fundamental de la historia, que esconde y moldea entre líneas las claves para acercarse a lo pretendido por el autor haciendo de lo puramente visual y escenográfico un pulso de interactividad con el espectador.
Vértigo es además una película tramposa en el mejor sentido de la palabra. Un thriller policiaco que sirve de Mcguffin tras el que se esconde una historia de amor macabra y enfermiza. Esta vez Hitchock, huyendo de sí mismo, despoja la película de todo arquetipo y artificio de suspense al que tenía acostumbrado a su público. Y de forma deliberada va desvelando la supuesta trama principal que preocupa al espectador. La del relato policiaco, la de las identidades, la de descubre al asesino.., para quedarse con lo que al él realmente le inquieta y que ya nos introduce en el primer acto, mientras Scottie sigue durante quince mintos de metraje en silencio, los pasos de Madeleine, Una mórbida obsesión, una atracción irrefrenable hacia el objeto de deseo, una mujer que no existe, un amor inalcanzable, por etéreo e imaginario, por frío y misterioso. La rubia fatal que siempre inspiró al director.
Con una banda sonora como nunca antes se había visto, y que ha servido de inspiración en todos los compositores de cine actuales, homenajeada y copiada hasta la saciedad, Vértigo es una película moderna y adelantada a su tiempo. Censurada en parte, por lo necrófilo y adultero. Criticada por sus cepos y sus desentramados, ambigua por la psicología de su personaje principal, misógino y deshumanizado por momentos y su desasosegante objeto de deseo que no se ajusta a lo habitual o a lo políticamente correcto.
Hoy Vértigo es un verdadero manual de cine. Un lienzo de obligada revisión, en el que se aprende, se reflexiona y lo más importante, se nos invita a experimentar esa extraña y desconcertante sensación de atracción y miedo al unísono que es el vértigo y que por qué no, también son nuestros objetos de deseo.
Tras leer multitud de críticas que ensalzaban a esta película a la categoría de película de culto, obra maestra y mito, decidí verla al fin (gracias al póster que se puede ver en el despacho/consulta del Dr. Wilson de la serie House).
La decepción no tardó en llegar: un film por momentos tedioso, una historia que hace aguas por todas partes en lo que a historia/guión se refiere y que, además, tiene un final predecible. Lo mejor de la película: la realización y la puesta en escena de Hitchcock y, la presencia de James Stewart y Kim Novak.
Vértigo es hipnosis o alucinación. El estado de ánimo del que persigue, alcanza, pierde y reconstruye, describiendo una espiral necrófila y perversa.
Recrea la neurosis obsesiva en sus detalles.
Vértigo carece de argumento. La historia del marido es un dislate y Hitchcock la desvela sin contemplaciones.
En Vértigo, la imagen es volumen, la cámara desnuda a la protagonista, su lente es una lengua que camina por el cuello de Kim Novak.
Un automóvil va detrás de un automóvil, recorriendo las dunas de la gran ciudad, con un movimiento acompasado, cadencioso, como de respiración intensa y contenida.
Vértigo sólo puede existir dentro del cine. Su descripción escapa a la literatura. Es un tapiz indisoluble de elementos visuales y sonoros.
Es una luz solar en medio de la niebla. Un cementerio suspendido entre dos mundos. Un neón verde legendario.
Está fuera del tiempo y en el tiempo. Elude toda explicación.
Es infecciosa y fascinante.
El mal no vence como seducción, sino como vértigo, nos dice Nicolás Gómez Dávila en uno de sus aforismos.
Y Hitchcock lo sabía.
Hay una escena en Vértigo muy esclarecedora. Después de rescatarla de su chapuzón en la Bahía, James Stewart/Scottie sirve café a una renacida Madeleine en el salón de su casa. Toda la secuencia recoge el punto de vista visual de Scottie, que va moviéndose mientras atiende a Madeleine. Es decir, la miramos mientras él la mira, oscilamos mientras él oscila adelante y atrás. Hay un equilibrio imposible entre la inaccesibilidad del misterio y la palpitación sexual. Ambos sentimientos chocan y a la vez se alimentan mutuamente.
Esa mezcla de frustración y fascinación inunda la primera parte de Vértigo. ¿Qué es lo crucial aquí? Que es un sentimiento que compartimos con Scottie.
Hitchcock no era el maestro del suspense. Porque el suspense está vinculado a la sucesión argumental.
Y Vértigo permanece.
Hitchcock no rodaba a actores actuando, creaba imágenes. Las de Vértigo poseen la fascinación latente de un cuadro en movimiento.
No son perfectas. No son bellas. Pero tienen magia.
Una vez el arte alcanza el mito, pasa a formar parte del espectador para siempre. Cuando alcanza el mito, no es necesario el suspense.