Pequeñas mentiras sin importancia
Sinopsis de la película
Max, el propietario de un restaurante de éxito, y Véro, su ecologista mujer, invitan, como todos los años, a un grupo de amigos a su bella casa de la playa para celebrar el comienzo de las vacaciones. Pero este año, justo cuando iban a abandonar París, un amigo común, el carismático Ludo, sufre un gravísimo accidente.
Detalles de la película
- Titulo Original: Les petits mouchoirs
- Año: 2010
- Duración: 154
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Opinión de la crítica
Película
6.8
69 valoraciones en total
La película se enmarca en una postal preciosa de arena fina y mar cristalino , con menú de ostras y buen vino francés. Esto no es más que una cortina de humo que persuade a los protagonistas de sus realidades a base de pequeñas mentiras ,a priori sin importancia. Los personajes pecan de burgueses e incluso snobs, pero no son más que una caricatura de la clase media alta parisina, o incluso occidental, centrada en resolver banalidades propias del ecosistema egocéntrico individual . ¿Estereotipos? Quizás en parte, pero es fácil sentir empatía con ellos, pues puede que alguna vez nos hayan dejado por otra persona, o el amor se haya acabado ,o puede que nos hayamos enamorado del amiga/o más cercana/o que tenemos.
Sus problemas, banales problemas, pueden haber sido nuestros, por lo que no resulta complicado interesarnos por ellos.
El tono cómico marca las conexiones entre los personajes, sus relaciones tanto individuales como corarles, pese a que el sabor agridulce (puramente francés) de la amistad y el amor es el leit motiv de la historia.
Sin llegar a ser a una obra capital, o de referencia, se podría considerar una nueva joya que tiene los ingredientes adecuados para hacer reír y llorar, tiene ingredientes de cine de calidad que hacen disfrutar y entretener
Es fácil ver reflejadas otras obras como ‘Los amigos de Peter’(Peters Friends 1992, Kenneth Branagh) , ‘Friends’ (1994 David Crane , Marta Kauffman) o incluso ‘La dolce vita’ (Federico Fellini, 1960) . Todas tienen la amistad o el carpe diem como telón de fondo.
Salvando las distancias también guarda puntos en común con ‘La gran comilona’ (‘Le grand boufle’ Marco Ferreri, 1973)donde comer bien y beber mejor suponen la solución para evadirnos del tedio que supone la realidad.
Guillaume Canet (37 años) agudiza su ingenio notablemente para plasmar casi de forma autobiográfica sus sentimientos y llegar al público a base de carcajada y lágrima fácil.
Abunda el uso de primeros planos para conectar con el espectador a través de la mirada de los personajes.
Las localizaciones y la fotografía actúan como un personaje más. Un marco casi idílico que sólo sirve para ocultar las falsas emociones.
La banda sonora se compone de temas que van desde el intimismo más profundo hasta el rock: Janis Joplin, Damian Rice, The Band..
El trabajo de los actores es bueno. No hay secundarios ni principales y la química que nace entre ellos es casi palpable y logra conmover, pese a que el histrionismo de algunas situaciones es exagerado.
Por tanto tenemos una buena obra que sacude los valores morales de nuestra actualidad a través de la comedia.
Es una llamada de atención a la sociedad que vive a 100 kilómetros por hora, sin saborear ni apreciar las cosas.
¿Lo mejor? El mensaje rococó de la amistad y el carpe diem
¿Lo peor? Varios momentos sitcom de serie norteamericana
Siempre me ha gustado esa sensación de lo desconocido en muchas películas y Pequeñas mentiras sin importancia en su arranque, mediante un gran y largo plano secuencia introductorio donde insertan los créditos, me daba pie a imaginarme numerosos caminos. El seguimiento del personaje en diferentes entornos y espacios, que deambula del interior al exterior y finalmente al alejamiento para el impacto. Tal vez era esperado para aquellos que nos pudo sorprender en su justa medida No es país para viejos o es subjetivo o simplemente nos esperamos que la tragedia golpeé a aquello que está al otro lado…
Y comienza el ritual de lo desconocido: los personajes entra en cuadro y se personan ante nosotros y conocemos a numerosas personas en esas pieles, gestos y frases que nos embaucan con la seducción de continuar sus vidas en ese breve lapso reducido mediante elipsis. Llega el final y nos preguntamos si ha merecido vivir junto a ellos un par de horas, en sus penurias y miserias, en sus decepciones y dudas, en sus amores imposibles y desamores reconciliables, en sus tiempos muertos, tristes, bajos, morales, sinceros, hipócritas, desopilantes y deprimentes. Ellos son lo que son porque nosotros estamos ahí para verlos.
El cuento de verano de verano que dirige Guillaume Canet trata sobre personajes, sobre la amistad frente al amor, a la contrariedad de los principios sexuales, frente a las pequeñas mentiras y la gran hipocresía de las relaciones sociales. Tal vez la vida siga porque sigue en cada verano y nos imaginamos el anterior verano a éste último, que orbita alrededor de ellos, y al final tenemos una pequeña secuencia donde ven un vídeo montado en un televisor con los mejores momentos… que nunca volverán.
Canet declaraba hace poco y al rebufo del estreno de Sólo una noche que Hollywood sólo le ofrecía papeles estúpidos por ser francés. Pequeñas mentiras sin importancia puede ser un aviso al cine norteamericano de cómo debe de ser una comedia dramática en toda su extensión sin importarle el metraje e irse a las dos horas y media aunque cayendo en al abuso de la secuencia de montaje y la banda sonora. Puede que esté enriquecida por The Band, Janis Joplin o David Bowie y ni sobre ni falte ningún tema según gustos. Son demasiados lastres en mi opinión que subrayan la bella metáfora y bello despliegue inicial de la propuesta. Es tan cómica como dramática pero parece un material mucho más interesante para alguien como Arnaud Desplechin pese a que tampoco tiene ni busca ínfulas romherianas sino que duda entre la búsqueda de la emoción cobarde con la banda sonora cuando la imagen ya nos hablaba de esa emoción escondida.
Tiene clichés horribles como acabar en un plano congelado y un fundido hortera a negro con el ‘My Way’ de Nina Simone. Creo que la propia dicotomía de sus dubitativos protagonistas se traslada al propio espectador: ¿me ha gustado o no? Tal vez la respuesta esté en el próximo verano.
¿Cuánto pesan las amistades reales? ¿Cuál es la influencia de estas relaciones en nuestras vidas privadas? ¿Y cuánto de esas vidas privadas se esconde o se enseña a las personas que -supuestamente- más nos conocen? ¿Nos relacionamos sólo para no estar solos? ¿O hay vínculos más allá de la más grande de las tragedias, que sobrepasan cualquier diferencia?
Sinceramente, todo aquel que ataque unilateralmente Pequeñas Mentiras sin Importancia, es que está muy solo, y tal vez no quiera reconocerlo. Porque cualquiera que cuente con esos cómplices y compañeros de vida que son los amigos, los de verdad (no los tropecientos mil de Facebook), verá reflejados muchos de sus grandes momentos y de sus más bajos golpes en esta sincera, emotiva y tremendamente real película. Porque, aparte de aquello a lo que nos dedicamos, o unas ideologías u otras, ¿qué somos las personas? Poco más que un complejo nudo entre lo que sentimos y las gente por la que lo sentimos, sea amor, amistad, recuerdos, atracción o, lo mejor de todo, la calidez y la tranquilidad de tener un grupo que comprende, acepta, y ama como eres.
Guillaume Canet me ha dado una grata sorpresa al mostrar tan bien el universo de la amistad y la repercusión interior en cada universo individual. Desde su planteamiento como director hasta su creación como escritor, su obra rebosa realidad, bondad, inteligencia y un sutil conocimiento humano, como lo fueron en las versiones americana (Reencuentro) e inglesa (Los Amigos de Peter), de la misma historia, en las que se plantea un cosmos de humanidades y los planetas solitarios de cada uno de sus componentes.
Es difícil, por no decir imposible, no sentirse identificado con alguno de los enormes, soberbios –y sin embargo tan cotidianos- personajes de Pequeñas Mentiras sin Importancia. Todos ellos, gracias a un esplendoroso reparto que crea arte de aquello que sucede en el día a día (no hay un solo actor que desentone, su extenso metraje es una batalla campal de talento), conectan de una forma u otra con la sensibilidad de los que han estado solos queriendo estar acompañados, de los que están acompañados queriendo estar solos, de los que anhelan amores imposibles, de los que viven en el límite de su paciencia y la de aquellos que les quieren, de los que buscan sin encontrar y de los que encuentran sin buscar. En definitiva, del caprichoso, complejo y masoquista ejercicio que sin embargo todos hacemos por ser queridos, por escuchar y ser escuchados y por reír con un buen vino y mejores amigos.
Muchas veces, más de las que serían deseables, películas que nos despiertan grandes expectativas acaban dando mucho menos de lo que se esperaba, resultando decepcionantes en relación al envoltorio y promoción que traían consigo. Sin embargo en otras ocasiones sucede justo lo contrario y entonces el placer de disfrutar de una buena película inesperada es doble. Este último caso es, en efecto, el de Pequeñas mentiras sin importancia la película del francés Guillaume Canet que presenta firme candidatura no solo para ser la película del verano si no para convertirse en una de las mejores películas del año. Sus virtudes son múltiples. Desde un inicio potente, seco y desgarrador, una perfecta mezcla de comedia y drama, una cámara bien manejada, que sabe utilizar el plano general y el primer plano cuando la ocasión lo requiere y que te acaba integrando en ese grupo de amigos como si fueras uno más. Pero, lo más importante y algo que lamentablemente no es habitual, una buena historia, bien contada y unos personajes bien definidos y magníficamente interpretados por todos los actores. La película de Canet permite experimentar multitud de sensaciones a lo largo de su metraje. Un sentido del humor fresco y lúcido preside cada una de las situaciones sin que ello le haga perder, más bien al contrario, el sentido crítico que enmarca el retrato generacional que representa. Pero el drama, que amenaza tímidamente el transcurrir de la historia, acaba apareciendo para mostrar que la vida está hecha de miel y de hiel, de risas y llantos. De sentimientos opuestos que fluyen de la pantalla a la platea con la naturalidad de una cena o una excursión veraniega. Un canto a la amistad puesta a prueba por las miserias humanas. Dos horas y media de buen cine que pasan en un instante.
Lo mejor: su perfecto equilibrio entre comedia y drama.
Lo peor: que pueda pasar desapercibida en la cartelera.
Guillaume Canet es grande. Guillaume Canet es el realizador francés más inteligente de su generación. Por eso, como al primero de la clase, a Guillaume Canet se le debe exigir más.
En Les Petits Mouchoirs se limita a dar pinceladas de su arte : planos interesantes, conversaciones intimistas, mezcla de un savoir-faire muy francés.
La película podía haberse convertido en una referencia generacional, pero Guillaume debió sentir miedo e introdujo suficientes errores para hacer una simple película : divertida por momentos, sobrecogedora, entramos en el grupo de amigos, no desde fuera, si no como parte íntegra del grupo. A todos nos gustaría estar ahí, reir y ser cómplices con Marion Cotillard, fumarse un cigarrillo a escondidas con François Cluzet a quien Guillaume Canet sublima en todas sus películas. Lo que le convierte en una simple película son las convenciones : desde el principio empîeza con una puesta en escena muy convencional.