Paco de Lucía: La búsqueda
Sinopsis de la película
En junio de 2012, el guitarrista Paco de Lucía inicia una gira de once días por Europa. Lo que comienza como un seguimiento de sus rutinas como artista evolucionará hasta convertirse en un viaje introspectivo a su pasado, su memoria y las claves que le permitieron revolucionar el flamenco. Los vaivenes de un día simbólico de su gira, desde que amanece hasta que Paco y sus músicos terminan el concierto, funcionan como el esqueleto vertebrador de la historia de uno de los músicos más importantes del siglo XX. No es sólo un seguimiento físico, es un viaje al alma de Paco: a sus recuerdos, a las cosas que le atormentan, que le interesan o le hacen reír abiertamente. Mediante flashbacks y con él como único narrador, desgrana en orden cronológico desde su infancia hasta sus días postreros en Mallorca, donde ultimó los arreglos finales de su disco póstumo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Paco de Lucía: La búsqueda
- Año: 2014
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
7.6
46 valoraciones en total
Él fue un Beethoven de nuestros tiempos que tuvimos entre nuestros dedos, pero que como un pez se nos escurrió. Vivió obsesionado por no faltar a su Flamenco querido pero que más que faltarle, lo nutrió de todo un espectáculo armónico y perfeccionista hasta el extremo. Algún día, echaremos cuentas de lo importante que ha sido en nuestro aspecto musical.
El documental, alabado por su cineasta y por su gran material de archivo, no consigue más que recapitular historias del artista que en muchas ocasiones ya han sido narradas por otros. Sí destacaría, volver a ver a Paco de Lucia enfrentándose a una cámara meses antes de su muerte y mostrando una vez más, la gran persona que aparentaba ser.
A mi parecer, no consigue profundizar todo lo que nos gustaría.
No toco instrumento alguno. Disfruto de la música como cualquier persona. No simpatizo con los lugares comunes de la cultura gitana. Estos son mis antecedentes, tintados de cierta aversión hacia determinadas formas de expresión de la comunidad gitana.
Francisco Sánchez Varela nos muestra la vida de un genio de una forma lineal, desde su vida de niñez hasta su inesperado fallecimiento, que irrumpe en el documental dejándolo inconcluso, al menos en la forma que se había previsto inicialmente. El propio Paco de Lucía nos va mostrando las claves de su vida como músico con intervenciones de otros artistas que trabajaron con él algunas de ellas recogidas de forma expresa para la elaboración del documental y otras capturadas de los archivos.
Y Paco de Lucía nos va contando sus dudas de artista, su introversión y de cómo la guitarra le ha ayudado a forjar a la persona y al genio. En cuanto a su formato el documental me parece excelente, con fotografías y grabaciones de archivo bien incorporadas a la narración y con detalles de los momentos esenciales de su discografía. Y sin embargo, advierto al ver el documental que el protagonista no es otro que la guitarra cuyo sonido lo llena todo y deja las palabras muy cortas para expresar el ritmo y la armonía que despliega el instrumento en manos de Paco.
Y mediado el documental escucho a Santana, a Mclaughlin -si se escribe de esa forma-, a Chick Corea y me olvido de sus raíces gitanas y solo veo a un trabajador incansable, a un ser solitario, a un artista con sus dudas, a un buscador de nuevas formas de expresión, a un perfeccionista, al compositor, al genio.
En un lugar alejadísimo de Andalucía se erige un templo en forma de teatro colosal, en el que los mejores artistas de todo el mundo se apelotonan para disfrutar de su momento de gloria. Compartir ahí su talento con la que sin duda es una de las audiencias más distinguidas, entendidas y exigentes sobre la faz del planeta puede significar, si las cosas se tuercen, quedar enterrado por siempre bajo la vergüenza más insoportable. Precio tremendo a pagar por la que puede ser, eso sí, una recompensa infinitamente superior. Dejar huella en la Meca de las artes escénicas, pasar a la Historia, qué diablos, escribirla… tocar y ganarse un trozo del cielo. Ahí mismo está a punto de saltar al escenario un joven guitarrista que a pesar de no gozar de un nombre demasiado consolidado, sí viene excelentemente referenciado por algunos de los grandes sabios de un flamenco cuyo futuro, dicen, estará algún día en sus manos.
A pesar de esto, momentos antes de empezar, se palpa cierto nerviosismo entre los programadores, pues no acaban de tener claro que la propuesta para esta velada vaya a ser del agrado de un público que, no está de más repetirlo, está muy alejado (geográficamente y sensitivamente) de la tierra de la que provienen las notas que van a empezar a sonar en breves instantes… Y dicho esto, el problema con el que suelen toparse la mayoría de biopics (ya sea en su versión ficción o documental) es quedar excesivamente eclipsados por la persona a la que rinden estudio. Y sin necesidad de especificar si éste acaba derivando en homenaje, porque de ser así, se incrementa exponencialmente el riesgo de caer en una ceguera que hace perder el mundo -entero- de vista. El que una película dependa tanto del astro alrededor del cual gira, hace que si éste se apaga, el proyecto quede totalmente expuesto… solo que esto último no tiene por qué ser un obstáculo insalvable. Depende, en última instancia, y como casi siempre en el proceso de gestación cinematográfica, de quien realmente lleva las riendas de la aventura. De su capacidad de improvisación y de adaptación.
Famoso (por no decir legendario) es el caso de la mala suerte (estupendamente revertida) que acompañó a Wim Wenders en la construcción de lo que terminarían siendo dos espléndidos documentales. El primero, el imprescindible Buena Vista Social Club, resultado del intento fallido de llevar a la gran pantalla el proyecto musical Afrocubism, transatlántica mezcla de influencias cuya imposibilidad (en aquel momento) obligó al cineasta alemán a centrarse exclusivamente en los Súper abuelos cubanos que, para alegría de todos, se valían ellos solitos (y lo que les sobraba) para las películas que hicieran falta. El segundo, el de la más reciente Pina, filme a priori marcado por la muerte de la mítica coreógrafa / bailarina alemana. Sin embargo, el director, que no perdió jamás el más profundo de los respetos hacia su musa, convirtió el dramatismo en espacio personal en el que poder respirar y actuar más por libre, dando origen así a una película logradamente atípica, tanto en el acercamiento a la figura de la propia Bausch, como en la narrativa empleada en un género normalmente encorsetado por los objetivos definitorios perseguidos.
Francisco Sánchez Varela, principal responsable detrás de Paco de Lucía: La búsqueda, se vio en una situación similar a ésta última. A pocos días (incluso a pocas tomas) de terminar su documental, el maestro se fue para siempre, con la faena (o la búsqueda) a medio acabar… lo cual acabó suponiendo, a fin de cuentas, la definitiva (e involuntaria) constatación de que algo tan físico como el intento de plasmación de algo tan colosalmente etéreo, sólo podía hallar en la muerte su -imposible- resolución. Las buenas (por no decir excelentes) noticias están en que el documental, como si hubiera adquirido consciencia propia, sabe medir sus carencias (a saber, su preocupante falta de personalidad y fuerza a la hora de trazar, de forma anodinamente clásica, la biografía del legendario guitarrista) para así compensarlas con un éxito más que contundente en aquello que realmente importa, es decir, en lo referente a explotar la música del genio. Se convierte así el film en algo sorprendentemente cercano a lo que se suponía inalcanzable.
En un abrir y cerrar de ojos, se han superado los caprichos mitómanos de rigor, y resulta que estamos no sólo ante un cautivador documento sobre la cultura flamenca (casi nada), sino también un arrebatador testigo de la traumática (para bien y para mal) manera de vivir y sufrir, en las propias carnes, lo más grande. Esto es, el arte. Y sí, a la hora de la verdad, la voz en off es como si se cediera por completo a su legítimo dueño, es decir, al mismísimo Paco, genio y figura hasta la sepultura (Siempre me consideré de izquierdas… hasta que gané dos millones de pesetas y los ingresé en el banco). Y como no podía ser de otra manera, los dedos vuelven a crear endiablados torbellinos entre las cuerdas de su instrumento, y éste habla, y canta, y grita… y condensa la magia de un arte que no conoce fronteras (por si algún programador despistado todavía sufría). Duende por las nubes, piel de gallina. Y basta de buscar, porque durante unos instantes, es como si todas las respuestas estuvieran en las notas del pentagrama.
Bonito y sentido homenaje el que dos de los hijos del maestro han rendido a su padre sin llegar a sospechar que fallecería antes de poder terminarlo. Dice Paco que los conciertos desaparecen y lo que queda es su música. Algo así pasa en este documental que se centra básicamente en el artista más que en la persona de la que apenas intuimos algunos rasgos. Es su música, el don con el que nació para ella, su trabajo en constante evolución desde sus raíces flamencas hasta la más pura improvisación jazzistica, sus miedos y sus ansias de aprender y de gustarse a si mismo para gustar a los demás y el sonido de su guitarra lo que ocupa todo el metraje. Algunos amigos le alaban, agradecen sus consejos y lo tachan de perfeccionista. Paco de Lucia rompió moldes ortodoxos y al final fue reconocido por aquellos que saben. La inmensa mayoría que no sabemos, hace tiempo que lo sabíamos.
Es muy difícil, casi imposible, rodar una película sobre la pura pasión por la música. Siempre acaban emergiendo daños colaterales (sexo, drogas, violencia…) y la biografía del artista o grupo queda difuminada entre escándalos, cárceles, divorcios, juicios o conciertos desastrosos o maravillosos. Pues bien, Francisco Sánchez Varela ha realizado el documental perfecto sobre la MÚSICA, sobre la pasión, sobre el perfeccionismo, el talento, las horas y horas con un instrumento, sobre la vida del artista. Y lo ha hecho con su padre apenas unos días antes de su muerte. Nunca se lo agradeceremos bastante.