Metro Manila
Sinopsis de la película
Buscando un futuro mejor, Óscar Ramírez y su familia dejan los campos de arroz del norte de Filipinas y viajan a la asfixiante y peligrosa ciudad de Manila. Tras una llegada accidentada, Óscar se considera afortunado cuando le ofrecen un empleo estable en una compañía de camiones blindados, y pronto hace amistad con su compañero Ong.
Detalles de la película
- Titulo Original: Metro Manila
- Año: 2013
- Duración: 114
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Opinión de la crítica
Película
7
47 valoraciones en total
Con esta famosa cita de Miguel Ángel podemos resumir esta brutal película que se ha sacado de la manga el británico Sean Ellis. Una película que el director de Cashback se vió obligado a autoproducirse, tras la negativa de las majors norteamericanas a dar un duro por ella. Una película que supera las expectativas de cualquier gourmet del cine. Una película que redefine el concepto de cine de guerrilla. Una película rodada en tagalo. Una película cuya pareja protagonista, esa que sigue al pié de la letra la frase de Miguel Ángel, rezuma verdad por los cuatro costados. Una película de ritmo inquieto y enervado. De ambientación atroz y asfixiante. Una película que es al mismo tiempo tremendamente bella. Que es también un poema y una canción, la de los mercadillos humeantes de Manila cuyo hedor casi casi podemos olfatear. La de la sobreaglomeración de coches, autobuses y triciclos abarrotados de buscavidas y maleantes. La de los perros trasquilados y abandonados a su suerte. La de las duras jornadas de trabajo recompensadas con un bocadillo de mierda. Un bocadillo a reservar para más tarde. Una canción de cuna para calmar el insufrible dolor de muela de una pequeña recién llegada a la gran ciudad. Una película fotografiada por el propio Ellis con un perfeccionismo y un rigor que tan sólo 30 días de rodaje nunca demuestran. Una película que nos habla del momento atroz que estamos viviendo en el mundo, perfectamente ejemplificado en la infernal Manila, esa ciudad cuyo turismo va a descender drásticamente cuando el film logre difundirse como se merece. Una película sobre deseos tan simples y familiares para nosotros como el de encontrar un trabajo (digno o no digno). Sobre ilusiones hechas añicos. Sobre la pérdida de la inocencia. Sobre el fin de la fe en el otro. En tu vecino. En tu compañero de trabajo. Sobre el sacrificio personal en pro de la familia. Una película que pide a gritos que la vean unos ojos limpios, sin prejuicios, sin expectativas. Tan sólo demanda coger de la mano al joven Oscar Ramirez y su preciosa esposa Mai Ramirez para acompañarlos, junto a sus dos pequeños, en un viaje hacia el infierno. Hacia el submundo.
Al fin y al cabo, una película que no merece ser muy spoileada. Que dentro de su pequeñez, merece una oportunidad. Que exige una crítica breve. El sentido de lo que váis a ver en ella, no requiere de mucho análisis. Es cristalino, directo, sencillo. Como un cuaderno de caligrafía. Déjense emocionar como lo he hecho yo. El resultado, salta a la vista.
Interesante historia de supervivencia urbana que, si bien no analiza en la profundidad que el tema requiere, sí expone sin reservas y de una manera tan rudimentaria como honesta, la amoralidad humana gestada, en su mayor parte, por una estructura social a punto de desplomarse.
Ellis huye de complicaciones, lo cual (al menos en este caso) es una virtud, teniendo en cuenta la densidad (más bien el espesor) ambiental en que los personajes deben moverse, logrando mantener en todo momento centrada la atención del espectador en la vorágine que bulle en la jungla de cemento y que (lenta e irremediablemente) va transformando en víctimas a los miserables (¿acaso no lo fueron siempre?)
En resumen: recomendable.
El director independiente británico Sean Ellis confirma con Metro Manila, su tercer largometraje hasta la fecha, que su cine y su talento no dejan de evolucionar hasta unas cotas de madurez y maestría muy estimables, asumiendo en cada una de sus obras una identidad propia y unidimensional pero con evidentes trazos autorales que las relacionen y hagan que, de alguna manera, unas beban de las otras en comunión artística.
Poseedor de una hipnótica capacidad innata para generar imágenes donde la poesía visual y el lirismo se dan de la mano, si bien en Cashback (2004) y The Broken (2008) apostó por una estilización del género fantástico en relación con el romance, en el primer caso, y con el terror psicológico, en el segundo, en esta nueva cinta opta por un planteamiento eminentemente realista, de estilo casi documental, con un trazo más crudo y mundano que en sus anteriores títulos pero manteniendo destellos puntuales de bella plasticidad.
Traslada su relato a una convulsa y oscura Filipinas para filmar, y firmar, un retrato de la corrupción moral, política y policial imperante en sus ciudades, focalizado en el sufrimiento de una familia pobre que, en busca de trabajo, se verá consternada, manipulada y coaccionada por las esferas de poder del crimen y la mafia que reinan en casi todo tipo de negocios. Para llevar a cabo su crónica, Ellis rechaza los automatismos y las exigencias comerciales, procurando que la fuerza primordial de sus estilemas resalten con vigorosa autenticidad. Rechazando la sordidez gratuita, hace gala de unos fundamentos visuales, compositivos y figurativos encomiables para que su puesta en escena absorba en lugar de asquear.
La autenticidad de su testimonio y su crudeza implicadora se suceden con tal coherencia debido a la suavización que el británico hace de un punto de partida que incita a la miseria expositiva y a todo tipo de excesos, que bien podrían haber sido el modus operandi de otros directores con ínfulas de pretenciosidad y tremendismo. Ellis levanta acta adaptando una historia real, publicada en un periódico filipino, con un escrupuloso respeto formal, sin añadir licencias que enturbien o metamorfoseen el material en potencial cinematográfico, referido a su sentido más paroxista.
Su dinámica narrativa, que se asienta en el patentado recurso del introito estético de sus primeros compases y las inflexiones de analepsis, regatea la confusión y favorece, junto a su modélico y sofisticado montaje sensitivo, el sagaz instinto dosificador del tempo que posee Sean Ellis al gradar el sobrecogimiento del suspense. Así mismo, demuestra con Metro Manila un nuevo principio de observación y sensibilidad insólitas en su captación del gesto cotidiano y del dolor silenciado y contenido. Ayudado, por supuesto, por unos actores de entrega y coraje intachables, acaricia con pasmosa naturalidad el alma de lo diáfano y la imperturbable fortaleza de la lucha por la subsistencia.
Admirador del cine filipino y de las corrientes de jóvenes realizadores que están apostando por un cine de radicalidad diferencial y rebelde libertad creativa, Sean Ellis ha procurado ofrecer una visión inhóspita de un país ajeno con una clara vocación europea y amplia para las mayorías en sus formas contractuales. Estas, por lo general, se alejan del pragmatismo y los excesos de metraje (Lav Diaz), así como de la embriaguez contemplativa invitadora a la deserción (Brillante Mendoza). Esta aproximación empática favorece la implicación con la película y facilita el amargo trago que supone forma parte de la aventura por la que nos guía.
Pese a ello, su ausencia de estridencia y el rechazo a la violencia o la repugnancia, que se reafirma en sus aislados y puntuales pasajes de ínfula retrospectiva así como en una banda sonora de bellísimo esquema naïf, confieren un amplio abanico de facilidades y regalos para decantarse por seguir los pasos premurosos de Sean Ellis tras su cámara. Si bien este nos brinda una aventura melodramática y trágica, su contundencia y su deslumbrante factura la convierten en formidable, imprevisible, magistral y necesaria.
Crítica para http://www.cinemaldito.com
@WeisGuerrero @CineMaldito
Sin duda el thriller está pasando una época de baja calidad, donde el espectáculo domina sobre el guión, argumento o personajes. Pero cuando te encuentras algo realmente bueno, lo disfrutas, y así me ha pasado con Metro Manila
La película pasó con muy buenas críticas en la SEMINCI y no era para menos, una de las mejores de la edición de este año. Pero al final en las quinielas de los ganadores, nadie la había metido, nadie pensaba que ganaría algo y no lo hizo.
¿Qué es lo que ha hecho que todo el mundo olvidase a la película filipina? Llevo pensando en esto durante mucho tiempo, porque a mí me encantó, desde el primer fotograba consiguió cautivarme esa mezcla de crítica social-película de acción, pero tampoco pensé que se acabaría llevándose algo.
Hablando estrictamente del film. Yo destacaría el sentimiento de tensión que se crea durante toda la película, más visible en escenas de acción, que inquieta al espectador, y lo hace no parar quieto en su butaca. Las escenas de acción, hechas con pocos recursos, pero filmadas muy eficientemente, dotan a la película de una entidad propia de los mejores thrillers norteamericanos. Ni las mafias, ni los disparos, ni las persecuciones, ni la corrupción pueden parar la maquinaria que Sean Ellis tiene preparado para nosotros. Y eso mola, mucho.
La crítica social como decía antes es uno de los platos fuertes de la cinta. Por un lado podemos ver las horribles condiciones del campo y sus trabajadores en Filipinas, por otro vemos lo que hacen algunas personas por conseguir dinero en la ciudad. Además el espectador acaba por coger cariño a los personajes, a los que ve sufrir a cualquier lugar al que van. Su historia más personal y la más estrictamente de acción se complementan de la mejor manera, dándonos una película muy disfrutable a muchos niveles, con la que además no sólo el más cinéfilo podrá disfrutar.
Antes del catastrófico paso del súper tifón Haiyan, Filipinas era, para muchos de nosotros, poco más que un exótico archipiélago del sudeste asiático cuya relevancia en la escena internacional iba poco más allá de las preocupantes irregularidades jurídicas registradas en su territorio, o de algún que otro dato macroeconómico que venía a confirmar que la globalización, por si alguien se lo preguntaba, sigue llevando a cabo su implacable tarea. Aproximadamente un año antes de que las provincias de Leyte y Sámar quedaran literalmente borradas del mapa, un cineasta británico, siguiendo los pasos recientes de otros compatriotas suyos, hizo las maletas y abandonó su tierra natal para probar suerte en la otra punta del mundo. Diez meses antes de que la naturaleza mostrara su ira más incontenible, los frutos de aquel viaje tomaron cuerpo en un remoto rincón de Utah: Metro Manila acababa de conquistar el Premio del Público en la Sección World Cinema de Sundance.
La carrera por el Oscar (Reino Unido la seleccionaría para competir en la categoría de Mejor Película de Habla No-Inglesa) estaba inaugurada, así como la andadura oficial de una película que, sin lugar a dudas, merece nuestra atención. Sean Ellis, su máximo responsable, allá por el año 2004, empezó a darse a conocer con Cashback, singular cortometraje sobre las ensoñaciones de un empleado de súper-mercado a lo largo los turnos de noche, que posteriormente evolucionaría en largo y que, de paso, dejaría entrever el talento (así como las carencias) de una de las voces potencialmente más interesantes del cine británico más moderno. El caso es que, en la transición de un formato a otro, no se tocó ni un solo fotograma del trabajo original… y dio la sensación, a pesar de todas las buenas sensaciones recogidas, de que las intenciones de Mr. Ellis tenían mejor cabida en el escaso cuarto de hora inicial, antes que en la hora y media posterior.
Digamos que hay artistas que funcionan mejor en las distancias cortas. Que hay directores que dan lo mejor de sí cuando el cronómetro les obliga a darse prisa. En este sentido, el que Metro Manila consiga superar el aparente handicap (teniendo en cuenta los antecedentes) de tener un metraje que llega a las dos horas, es principalmente porque, si se analiza fríamente, es el resultado de la suma más sencilla de todas. Uno más uno son dos, y la unión de dos películas breves puede dar una más larga que en ningún momento se antoja como tal. Entre el thriller criminal y el drama social-familiar, Sean Ellis parece dar mayor sentido a sus arrebatos estéticos e hilvana una historia cuya naturaleza bicéfala no parece artificial, sino todo lo contrario, como necesaria.
Como si de un Training Day a la asiática se tratase, Metro Manila se descubre, poco a poco, como un oscuro relato donde el ineludible sustento de las señas de identidad del heist contemporáneo permiten que se filtren, cada vez con más contundencia, pinceladas de denuncia que causan auténtico terror. Antes (y después) del súper tifón Haiyan, el infierno se hallaba en la extensa área metropolitana compuesta por las ciudades de Quezón y Manila. Su monstruoso poder de atracción atrajo a sus inmundas calles a una familia que descubriría, de la peor manera posible, que el factor humano puede ser la maldición más terrible que le puedan echar a uno encima. Y la metrópolis se convirtió en el más letal e invencible de los enemigos. En un pozo sin fondo donde la honradez y la honestidad penalizan al pobre diablo que hace bandera de ellas, y donde la prostitución (tanto a nivel físico como espiritual) se convierte en el único camino para, un día más, volver vivo a casa.
El montaje nervioso y el alto ritmo narrativo, si bien dotan al relato de tensión y nervio, por el otro lado también impiden que éste pueda ser tomado totalmente en serio. No obstante, queda la sensación de que, más allá de cualquier frivolité entre géneros, Sean Ellis ha dado con la tecla adecuada para encontrar la solidez y personalidad que a tantos otros compañeros de profesión se les escapa. Su nueva película no precisa de desastre natural alguno al haber encontrado (y sabido retratar) algo mucho peor: el horror de la supervivencia en la jungla convertido en elemento indisociable de la cotidianeidad. En algún momento del camino, se perdió la moral, la decencia y la ética… como si de un segundo juego de llaves hablásemos. Nunca más apareció. Quedó engullida por las cloacas que rigen un sistema del cual no hay escapatoria posible. Debería venir en la portada de todos los periódicos. En mayúsculas y tinta roja, para que a nadie le pasara por alto, pero claro, no todos los días cae del cielo un súper tifón. Lo otro, sí.