Lady Halcón
Sinopsis de la película
Edad Media. Una leyenda de carácter sobrenatural relata la diabólica venganza del Obispo de Aquila, que consiste en hacer imposible el amor entre Navarre (Rutger Hauer) e Isabeau Anjou (Michelle Pfeiffer). Aliándose con las fuerzas del mal, el Obispo consigue hechizar a los amantes: ella se convertirá en halcón durante el día, y él será un lobo por la noche. Eternamente unidos y separados, encontrarán un aliado en el joven lacayo Philippe Gaston (Matthew Broderick), que intentará ayudarlos a conjurar la maldición del obispo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ladyhawke (Lady Hawke)
- Año: 1985
- Duración: 124
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Opinión de la crítica
6.7
81 valoraciones en total
Ya se que la puntuación no es muy lógica, pero es que esta es una de mis películas favoritas de cuando tenía 14 años la ví en el cine y salí emocionada.
La trama es facilona, pero muy bien llevada. Es muy entretenida y completamente romántica. Michelle está preciosa, parece irreal de lo guapa que está y el capitán Navar Hauer, como siempre excelente y perfecto a mi gusto para este papel. Recuerdo que fué la primera vez que lo ví y desde entonces hasta el momento actual ha sido mi actor favorito, aunque haya tenido muy mala suerte a la hora de realizar buenas interpretaciones. Jamás llegaré a entender por qué.
Broderick como ratón lleva en sus espaldas el peso de la trama y lo hace con enorme dignidad y credibilidad. si tuviera hijos no lo dudaría, los llevaría a ver esta película para que disfrutaran con la misma intensidad, como la disfruté y la sigo disfrutando yo.
Hoy después de tropecientos visionados, me sigo emocionando con algunas de sus escenas. Y es que algunas veces, el cine es un placer…
La ciencia del encuadre, la destreza para la composición de los planos cinematográficos. A partir de los setenta, más o menos, comienza la confusión y la concepción que se tiene de la composición de imágenes deviene estática, en el mejor de los casos propia de directores preciosistas y, en el peor de los casos, pedantes.
Es un legado envenenado de las generaciones de las nuevas olas y de la televisión, con su descuido formal disfrazado de frescura y vanguardia en el primer caso, y su vulgar funcionalidad en el otro.
Los cineastas nuevos han aprendido en facultades y escuelas y, técnicamente, están en manos de los directores de fotografía, que subordinan el encuadre a la iluminación. Además, es en los setenta cuando se impone por completo la tendencia a la iluminación natural y eso hace mucho más difícil ejecutar un guión técnico con una alta exigencia gráfica, se requiere una personalidad y experiencia que, simplemente, no se posee, además de una dedicación artesanal que se desprecia. Los estudios de cine son caros, se usan sólo para reconstrucciones de época y películas de efectos especiales.
Así que, cuando se llega a los ochenta, esto ya no existe, sin más. El modelo del cine de género de calidad es el dúo Lucas/Spielberg y la composición de la imagen y el encuadre minucioso se asimilan a un cine contemplativo y minoritario.
Por eso me gusta ver Lady Halcón, porque es la prueba de que esto no tenía necesariamente que haber sido así. Una buena película de aventuras, con las servidumbres de cualquier época –relativas a la música y el reparto- que cumple perfectamente sus objetivos funcionales, que obtuvo el enorme éxito al que aspiran las películas comerciales y que está rodada prestando atención al encuadre de los planos y su relación entre sí, puesto que la composición cinematográfica es un concepto dinámico, como el propio cine, siempre ha sido así. Es la forma natural de narrar, incluso para una película de género, que no es menos cine por ser de género.
Tener a Vittorio Storaro de director de fotografía es una ventaja de la que hay que sacar partido, como hace Richard Donner que aprovecha para ofrecer momentos de gran altura cinematográfica, no un privilegio divino que provoque reverencia, bloqueo creativo y dejación. Esto ya lo hizo en La profecía, en Superman y lo volvería a hacer en Arma Letal, films de género magníficamente rodados. Después, como es natural, se dejó llevar por la vulgaridad general y el primerplanismo más rampante, algo normal en una industria en la que las estrellas constituyen el 50% del presupuesto de una película que no sea de efectos especiales, porcentajes de taquilla aparte.
Richard Donner, un director cuya piscina sí se sufragó con cine de curso legal. Y ahora, sigamos elogiando a los hombres famosos.
Me encantaba la historia, caballeros, animales, un chico joven que se mete en la historia, y si encima sale Michelle Pfeiffer en su explendor pos imaginate, todos los niños embelesados mirando la televisión… jaja
Realmente bonita la historia y la película en sí, la banda sonora falla un poco pero hay que tener en cuenta el año en el que se hizo.
Pese a todo me parece una película muy entretenida para todos los públicos.
Richard Donner fue, junto con Steven Spielberg, George Lucas, Robert Zemeckis y algunos más, uno de los exponentes del cine de aventuras de los años ochenta.
Aquella década legó a los niños y a los jóvenes montones de películas, todas marcadas por un nexo en común: su valor sentimental. Independientemente de su valor intrínseco y de su calidad cinematográfica y artística, aquellos largometrajes que nos condujeron a los treintañeros de ahora por el viaje de la imaginación, de la maravilla y del crecimiento, se estamparon a fuego en aquella parte de nosotros que habría de acompañarnos para el resto de nuestras vidas.
Por ello, una película como Lady Halcón , hecha expresamente para aquella época y para el joven público que había nacido en los setenta o, como muy pronto, a finales de los sesenta, sólo entonces pudo conocer su esplendor y su momento.
Porque los que éramos muy jovenzuelos, aún teníamos el velo dorado delante de los ojos. La acción nos arrebataba, esas historias épicas donde se enfrentaban el bien y el mal satisfacían nuestros anhelos de aventura, el romance confería un toque hermoso, los diálogos ingeniosos , grandilocuentes, achispados, tiernos y solemnes siempre sonaban a lugares remotos y a magia, la ambientación, ya fuese más o menos cuidada, exaltaba la imaginación, y la música poseía aquellos aires ochenteros característicos. Qué más daba que hubiese fallos o chapucillas en el desarrollo, que el guión fuese más plano que una tabla de planchar, que los personajes fuesen totalmente estereotipados y que los directores se permitiesen ciertas licencias que probablemente no se habrían permitido en otras producciones más serias o dirigidas a un público adulto. Todo eso daba lo mismo, porque no lo percibíamos.
Porque veíamos a través del velo dorado.
Un día incierto, el velo dorado se cayó, y no regresó.
Había pasado ya el momento álgido de buena parte del cine de los ochenta, el que se quedaría anclado en esos años y dejaría de brillar como lo había hecho. Por supuesto, también hubo películas atemporales, como en todas las décadas, que estaban realizadas para brillar por siempre.
Supongo que Lady Halcón enterró para mí su esplendor cuando se me cayó el velo, porque no la vi en su día y, al haberlo hecho ahora, no la he disfrutado como la habría disfrutado a los diez años.
La vi por primera vez cuando era pequeña y me emocionó y aunque luego, en un visionado adulto, perdía muchísimo, la historia de los dos amantes hechizados en un mundo de espada y brujería me sigue pareciendo encantadora. Eso sí, deberían reconsiderar un repasito a la horrenda banda sonora a ver si en un futuro remasterizado pueden hacerle un arreglo y meter aunque sea algún recorte de Blackmores night porque la cosa tuvo delito.
De todos modos, la historia no puede ser más sugerente. Por una maldición, dos amantes se ven condenados a vagar, él, como lobo durante la noche y ella, como halcón durante el día. El único momento en que pueden tocarse como seres humanos, es un mísero segundo antes del amanecer. Ante esta premisa tan desesperadamente romántica, duro es el corazón que se resista. La fábula es de lo más bonita y combina bien el romance, la aventura y la fantasía con el ingenuo maniqueísmo de los cuentos de hadas.
Sin embargo lo que nos marcó a los niños ochenteros y por lo que recordamos esta película, es el plano del rostro de Michelle Pfeiffer la primera vez que se descubre en la pantalla. Creo que nadie había visto hasta entonces algo tan bello: aquel rostro no parecía de un ser humano. Y Donner pone la guinda emparejando una cara tan exquisita con un Rutger Hauer que nunca estuvo tan atractivo ni tan viril como cuando interpretó al enigmático Navarre. Matthew Broderick ya era un tanto odioso por entonces, pero bueno, en los ochenta todavía caía simpático y aquí no desentona demasiado.
Igualmente hay que enfrentarla con cierta carga de nostalgia para perdonar sus muchos erores, de modo que mejor si has crecido con Harry Potter y demás, no pierdas el tiempo.