La coleccionista
Sinopsis de la película
Adrien y Jenny forman una pareja estable, pero han decidido pasar el verano separados. Adrien, propietario de una galería de arte, quiere estar un mes tranquilo sin hacer absolutamente nada. Sin embargo, al llegar a la casa de campo de un amigo se encuentra con Daniel, un pintor conceptual, y con la joven Haydée, una guapa chica con mucho éxito entre los hombres. Ante la actitud aparentemente indiferente de Adrien, Haydée parece aceptar los propósitos de serenidad y descanso declarados por los dos hombres. Poco a poco, sin embargo, Adrien acaricia en su imaginación la idea de que Haydée pretende seducirle, añadiéndole a su colección .
Detalles de la película
- Titulo Original: La collectionneuse
- Año: 1967
- Duración: 82
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Opinión de la crítica
7.2
24 valoraciones en total
Del ciclo ‘Cuentos Morales’, La coleccionista se ajusta al esquema común a las seis películas que lo componen: un hombre vinculado a una mujer se interesa por otra, o permite que ésta se interese por él. Y este episodio de amor amagado, con el correspondiente desenlace fijo, constituye el núcleo de cada film del ciclo.
Al llegar el verano, el anticuario y galerista Adrien decide no acompañar a Londres a su novia, fotógrafa, y descansar unos días en una casa prestada, en la Costa Azul. Allí coincide con un amigo, Daniel, artista conceptual poco activo, y la joven Haydée, presentada al espectador en el prólogo, a partir de su físico, mediante una sucesión de intensos planos cortos de su cuerpo, tomados mientras pasea por la playa en bikini (no obstante, ella lee en ratos muertos un ensayo titulado El Romanticismo Alemán).
Mientras conversan, como filósofos natos, sobre el vacío existencial, la importancia de poseer un carácter cortante, la imposibilidad de interesarse por lo desprovisto de belleza, o sobre la conveniencia de no pensar, dejándose llevar hacia la nada absoluta, etc., Adrien y Daniel manifiestan escaso interés por Haydée, a quien encuentran elemental.
Ella sale cada noche con un amigo distinto y lleva una desenvuelta vida amorosa. Aspira a mantener un trato sencillo y normal con la gente.
Aparte del alto nivel intelectual de la película, de las formas elaboradamente naturales con que muestra Rohmer su pensamiento, La coleccionista mantiene hoy interés sociológico.
El film es de hace 40 años, de la época del Simca 1000 y del Mehari (modelos de coche que aparecen en pantalla), pero con su característica ponderación el director plantea una cuestión que sigue actual: un hombre que ejerce sin ataduras su libertad sexual, y disfruta de numerosas relaciones, tiende a ser visto como tipo meritorio, conquistador y envidiado. A una mujer que hace lo mismo se la considera una buscona a quien todos usan, una de esas mujeres que se comparten (una coleccionista, una putita sin moral).
Esta doble vara se nota en el proceder de los protagonistas masculinos quienes, por resabios machistas, se preguntan si no deberían intentar la seducción de la chica, y no dejan de revolverse con violenta arrogancia si sospechan que pueda ser ella quien esté llevando la iniciativa en el juego erótico.
La ambientación propicia el lánguido flirteo: una casona aislada, sin apenas amueblar, sol, chicharras, cala escondida, moscas, calma, agua marina transparente, tumbonas, Obras Completas de Rousseau a la sombra de un árbol…
Todo ello, intelectual y al mismo tiempo visual y cinematográfico, lo expone Rohmer sin entrar a juzgar actitudes, mediante su lenguaje sobrio, libre de tópicos y ornamento, con la colaboración de los actores (aportaron contenidos propios a los abiertos diálogos de los personajes) y con la contribución esencial de Néstor Almendros a la hora de reflejar la luz densa y sensual del verano mediterráneo.
Exquisita manera de narrar la búsqueda de la serenidad y la virtud frente a las tentaciones del deseo, en este delicado filme de Rohmer, lleno de naturaleza y costumbrismo. Pero, ¿qué pasa cuando tras tanto batallar con nosotros mismos se consigue la tan anhelada calma en el lago, la paz y el silencio? Supongo que echamos de menos el ruido, el movimiento y el caminar en nuestros pensamientos, buscando el calor de la sensualidad y la belleza. Será por eso por lo que lo primero que hace Rohmer con nuestra protagonista es, mostrar su cuerpo delicuescente, casi desnudo, como un objeto codicidado que hace que así podamos formar parte todos de su colección. Nadie quiere una mujer de todos pero todos queremos poseer tanta belleza aunque aún mejor es poder elegir, sentirse libre y vencer a la tentación, en un ejercicio de virtud personal.
Cuarto de los 6 cuentos morales de Eric Rohmer, escrito y dirigido por él. Se rodó el verano de 1966 en Saint Tropez y alrededores (Francia). Ganó el Premio Especial del Jurado de Berlín. Se estrenó el 2-III-1967 (Francia).
La acción principal tiene lugar en julio/agosto de 1966 en la costa francesa de Saint Tropez, a lo largo de unas semanas. Narra la historia de Adrien (Patrick Bauchau), de unos 30 años, vendedor de arte, estresado tras 10 años de trabajo intenso e ininterrumpido para abrise camino, que desea tomarse un descanso. Su pareja sentimental, Jenny, fotógrafa, decide ir a Londres, donde tiene unos amigos, mientras él acepta la invitación de Rudolf de pasar unas semanas en una villa rural cercana al mar, donde se encontrará con Daniel (Daniel Pommereulle), pintor conceptual. Coincide también con Haydée (Haydée Politoff), una muchacha de unos 20 años, muy atractiva, a la que el uso de anovulatorios le permite mantener relaciones sexuales con libertad y ausencia de riesgos desconocidos hasta entonces.
La película centra la atención en la búsqueda ansiosa de descanso, indolencia, soledad, ausencia de pensamientos, deseos de mirar sin curiosidad y ver sin prestar atención a nada, en un estado de pasividad y de no hacer nada. Sale de casa poco después del alba, cuando regresa Haydée. A penas se ven, pero él se siente fuertemente atraído por ella. Su perturbación se ve incrementada cuando Daniel le ruega que la tome como amante en su lugar. Sin darse cuenta, se siente poseído por extrañas obsesiones que levantan en su ánimo sentimientos contradictorios de deseo y angustia, seducción y temor. Ni él ni Daniel entienden a Haydée, a la que importunan con sus viejos prejuicios machistas, que les impiden concebir la posibilidad de que a una mujer les guste el sexo tanto como a un hombre, lo practique con la misma despreocupación que un varón y no lo asocie necesariamente al amor, del mismo modo que los muchachos de su edad. La obra está narrada desde el punto de vista de Adrien, experto en arte, que usa referencias cultas (Rousseau, Don Quijote, romanticismo alemán, etc.). Es memorable la secuencia en la que Adrien siente pánico ante la posibilidad de ser víctima de una mujer posiblemente alterada emocionalmente por la versión femenina del síndorme de don Juan.
La música reproduce composiciones del momento y melodías tibetanas, exóticas y amables, muy adecuadas. La banda sonora es rica en trinos, cacareos y cantos de cigarra. La fotografía, del gran Néstor Almendros, ofrece una magistral descripción de Haydée en la playa, usa dobles y triples reflejos en espejos y presenta primeros y primerísimos planos de soberbia ejecución. El guión destila sutileza, poesía y fascinación. Los actores improvisan los diálogos a partir de unas ideas de base. La dirección habla de algunos de sus temas favoritos, como amor, fidelidad, belleza, pasión, deseo y obsesiones. No hay una moral sexual masculina y otra femenina.
La laxitud del protagonista es una forma de arrogancia. Su peculiar atalaya de rigidez moral e intelectual desde la que analizar constantemente e imponer su afectado narcisismo (algunos pueden decir que el cine de Rohmer tiene mucho que ver con la actitud del protagonista). Pero la vulnerabilidad que todo ser humano lleva dentro aparece, casi sin darnos cuenta, en las caderas de una chiquilla caminando por la playa, en sus silencios, en sus miradas lánguidas. El instinto se libera incluso en las mentes más racionales, venciendo las ansias de presuntuoso letargo, hasta con las putitas más desaconsejables.
Rohmer articula este cuento moral con su habitual serenidad, simplicidad y frialdad. Su problema no creo que sea tanto el aburrimiento o los diálogos estirados sino, quizás, que nos plantea las cuestiones que le interesan desde una cierta separación emocional (sus reflexiones excitan lo racional y no lo emotivo) y, no voy a negarlo, una artificiosa complejidad que no siempre es tal finalmente. El dilema moral planteado es claro, pero su desarrollo es complejo por los ampulosos diálogos que a veces aportan pero otras simplemente rellenan. De todas formas tiene mucho encanto y tampoco soy yo de los que piden que le cuenten las cosas del mismo modo siempre. El toque Rohmer (elitista y afectado) me parece artificial sí, pero irresistible a ratos.
Hay una fascinación por la protagonista por parte del director. El inconveniente es que la actriz representa un mero papel secundario desencadenante del problema moral pero sin hálito alguno. Un elemental, y bello, adorno retratado desde, incluso, la fascinación (vaya inicio a lo Godard!!), pero absolutamente plano el personaje. Y en esto nunca caería el cine americano de la época, menos reflexivo en apariencia, en el que ese personaje femenino sería tratado como debe. Menos diálogo sobre la ética y más desarrollo de personalidades. Y es que una adecuada descripción de Haydée es tan importante para representar el dilema como las peroratas de esos dos snobs de medio pelo. También, es cierto, puede argüirse que ese personaje femenino sin pulir está dibujado así para no despistar con respecto a la encrucijada del protagonista, para comprender mejor la fascinación por esa chica a la que no entendemos y de la que apenas sabemos nada. Insisto, esto puede ir a favor de la reflexión, pero no de la emoción. Y ni siquiera estoy de acuerdo en que Rohmer retrata el erotismo. Rohmer nos muestra situaciones aparentemente eróticas, pero no extrae goce sensual de ellas ya que la imagen en su cine va por detrás de las palabras.
Rohmer habla del ser humano (mejor o peor según los casos y opiniones), y cada uno habla de ese tema como le da la gana. No me parece cine exclusivamente para intelectuales. Creo que se puede disfrutar más allá de ese tópico.
A veces engañabobos, a veces certero analista de la condición humana. Siempre aburrido, siempre interesante. Eric Rohmer es francés. Y se nota.
Con el típico ritmo pausado, naturalista, filosófico que tiene el cine de Éric Rohmer, transcurre también esta película. Independientemente de sus atractivos diálogos de tipo intelectual, tales como todo rayo de luz tiene un punto de extrema brillantez y otro de extrema debilidad, se trata de interceptarlos, el principal aliciente y mensaje versa sobre el individualismo, el dandismo, el atrevimiento de vivir la vida al propio ritmo, la ociosidad, la vagancia con estilo.
Según el protagonista de este filme, atreverse a ser un dandi es ya ser un héroe. Si no lo creen miren a su alrededor ahora mismo: millones y millones de seres civilizados sienten CULPA por no hallar trabajo donde esclavizarse. Pero veamos, ¿a quién sirve la culpa? Evidentemente, a los poderosos, más concretamente al poder económico: si no malgastamos nuestro tiempo y vivimos con culpa, sus arcas se llenan, si vivimos con nuestros propios ritmos y aprendemos a evitar la culpa, nos convertimos en dueños de nuestro destino y de nuestros minutos. En definitiva, domeñar la culpa nos hace libres. ¡Aunque solo fuese por rebeldía ante las clases dominantes y el poder económico y aquellos que quieren exprimirnos más y más y nunca tienen bastante deberíamos negarnos a sentirla! ¿Queremos ser culpables obedientes o preferimos ser inapelables indolentes?
Así en esta línea de vividor-dandista, sin sentir ninguna culpa por ello, oímos razonar al protagonista (Patrick Bauchau): Somos siempre esclavos de los demás… Me parece menos deshonroso dormir en casa de un amigo que ser asistido por el Estado… La mayoría de gente que trabaja hoy hace un trabajo superfluo. Las tres cuartas partes de las actividades son parasitarias… No soy yo el parásito, son los burócratas y también los técnicos (y por supuesto los políticos, los más parásitos, lo nuevos amos del negocio esclavista que ahora está rebaustizado con el nombre de democracia)… Hay gente que trabaja 40 años para poder descansar y cuando por fin lo logran no saben qué hacer y se mueren… Sinceramente, creo que sirvo mejor a la Humanidad holgazaneando que trabajando… Es verdad, hay que tener el valor adrede de no trabajar (un valor que adrede tienen muy pocos).
Como verán, esta película es rica en hacer pensar, en provocarnos una oxigenación, un buen desempolvado en la normalidad casi petrificada en la que muchos convertimos a nuestras geniales neuronas.
Además la historia transcurre, como suele ser característica de É. Rohmer, en el medio natural abierto. En esta ocasión en una casa de campo próxima a una costa marítima solitaria, virginal y de aguas limpísimas las cuales me recuerdan a mis días preciosos, días de ocio y holgazanería contemplativa, baños de sol y mar, lectura y soberanía sobre mi propia vida, sin culpabilizarme por ejercer de hombre libre. ¡Oh maravilla para muy pocos!
Fej Delvahe