High-Rise
Sinopsis de la película
Adaptación de High Rise, novela publicada por J.G. Ballard a mediados de los años ‘70. La historia narra la llegada del doctor Robert Laing a la Torre Elysium, un enorme rascacielos dentro del cual se desarrolla todo un mundo aparte, en el cual parece existir la sociedad ideal. Pero secretamente, el recién llegado se sentirá perturbado ante la posibilidad de que este orden utópico no sea tal. Sospechas que rápidamente serán corroboradas de la forma más siniestra.
Detalles de la película
- Titulo Original: High-Rise aka
- Año: 2015
- Duración: 118
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Opinión de la crítica
Película
5
32 valoraciones en total
Pretenciosa es la palabra que me viene a la mente tras acabar (a duras penas) de ver la película. Un edificio donde cuanto más rico es uno, más arriba vive, metáfora de una sociedad piramidal. Coño, no hace falta decir que es un futuro distópico, es la puta y dura realidad de este mundo.
Un medico logra subir varias plantas y descubre que sus vecinos son unos imbéciles que viven entre el lujo, el derroche y la depravación más absolutas.
Los actores hacen lo que pueden para insuflar aire a un guión nacido muerto. sobretodo Tom Hiddleston y Elisabeth Moss (Peggy Ohlsen en Mad Men ) se esfuerza, pero es que es imposible. La película no trasmite nada, ni ningún personaje emociona, la trama es un delgado hilo para que su director se recree en lentos planos insustanciales que provocan el bostezo en sus dos largas, irritantes e insufribles horas.
Vamos,que si no la ha visto, huye de la película como de la peste.
No niego cierta originalidad en la propuesta de Wheatley, pero veo High-Rise y me cuesta apreciar verdadera brillantez cinematográfica, y desde luego me ha dejado muy frío. La película presenta una metáfora obvia, nos muestra un edificio de vecinos en un mundo posmoderno y apocalíptico, en donde vive una comunidad variopinta que representa a toda la sociedad, con las clases privilegiadas en los pisos superiores, y las más desfavorecidas en los inferiores. La premisa es más bien simple y, sobre todo, limitada. Wheatley (supongo que por mimetismo con la novela de Ballard, que no he leído) renuncia a mostrarnos qué hay más allá de ese rascacielos. En mi opinión, el interés se limita al formato: una estética geométrica rompedora, un color hopperiano, una iluminación muy perfilada, espacios interiores limitados que contrastan con un exterior que se adivina semidesértico, una banda sonora estimulante… En cuanto al contenido, Wheatley utiliza el surrealismo y humor negro como cemento de enganche de todo un conglomerado de personajes secundarios, bizarros y estrafalarios, que conforman el particular microcosmos que propone el director. El problema es que a Whatley se le va la mano, y se deja llevar por el impulso más gamberro y destructivo, hasta el punto de que la progresiva decadencia del edificio transcurre paralela a la degeneración de la propia narración. Ese paralelismo cinematográfico, que reconozco que puede resultar estimulante para algún espectador, a mí me ha llevado a una sensación de distanciamiento y frialdad casi absoluta. La segunda mitad de la película constituye una sucesión de escenas curiosas, macabras, obsenas, barrocas, pero siempre deslavazadas e inconclusas… Wheatley reniega de la coherencia y juega a descomponer el discurso narrativo, y al asumir ese riesgo a mí me ha dejado fuera. Barroquismo excesivo y extremo, que no se justifica por sí solo, y que no hace avanzar la película más allá de su premisa inicial. En definitiva, una película diferente, que quizá merezca más de un visionado porque es imposible abarcar de una sola vez todo lo que Wheatley sugiere, pero que a mí no ha llegado a conmoverme.
Es curiosa la forma de presentar el espacio del High-Rise.
Siempre vemos al imponente y moderno edificio desde fuera, o inmersos en la vida en sus pasillos, habitaciones y balcones, como si de dos cosas distintas se tratara. Nunca hay un plano que nos ubique geográficamente, que nos haga de verdad saber dónde está cada cosa .
Por lo que, presentado así, el High-Rise se antoja un gigantesco microscopio, que solo nos da las respuestas si miramos más de cerca, a través de su lente. Desde fuera no vemos lo que hay dentro, pero en el interior está todo lo que puede existir.
Y lo que existe, al menos en opinión de Ben Wheatley, es asqueroso y feo, algo que necesita de una cobertura exterior impoluta, de hormigón y metal, que le dé la apariencia deseada de perfección que su arquitecto quiso, como un dedo en la mano extendida de Dios .
La fealdad a la que tendemos es la idea principal tras toda la historia, que se subraya compulsivamente a través de planos lisérgicos, casi surrealistas, tras los que nace una sensación de caos, que se acerca imparable pese a nuestros esfuerzos por creer que no nos pertenece. Esta película sería el cubierto desordenado en una mesa perfectamente puesta, o el libro que asoma en la fila cuidadosamente lineal de la estantería… una celebración de nuestra capacidad para desencajar la armonía.
El doctor Robert Laing realiza al principio una operación cirujana abriendo el cráneo perfectamente normal de un hombre, dejando que nos demos cuenta, con detallista placer, de que tras nuestra carne común se esconde una desagradable calavera de sonrisa perpetua. Ocurre lo mismo en el edificio al que entra como nuevo inquilino, donde tras las paredes se esconde la esencia de nuestra humanidad, una comunidad de vecinos que celebra sus vicios y sus comodidades.
De hecho, cuando al principio Wheatley elige abrir con Laing viviendo en aparente desorden y oscuridad, la primera sensación es de rechazo: creemos que vive horriblemente, porque un ser humano social jamás viviría así, nos lo dice nuestra propia naturaleza.
Sin embargo, pronto veremos al doctor entrando a vivir en el High-Rise, un universo de líneas rectas y limpias superficies, que alberga en su interior todo tipo de personajes, adaptados perfectamente a una vida en sociedad en la que siempre se mira lo que hace el vecino.
Tanto es así, que cada persona que se encuentra Laing tiene una función perfecta dentro de ese entorno: Charlotte Melville es el nexo sexual y aparentemente misterioso entre hombres y mujeres, Richard Wilder es el bestia detonante de una sociedad necesitada de estímulos violentos, mientras que Anthony Royal es el arquitecto principal que vive en un ático majestuoso soñando con terminar perfectamente el casi perfecto rascacielos. Junto a otros, ellos forman el organismo en movimiento perpetuo de un edificio que vive de sus enfrentamientos, como un ser humano vive de la sangre en sus venas.
Laing intentará encajar en esa disposición impenetrable de factores que no admiten más espacio, sin darse cuenta de que no tendría por qué hacerlo. Es a él quien, precisamente, le dicen que está mejor desnudo, descubierto, porque él al contrario que los demás carece de la perversidad para imponerse en ese sistema, mientras que otros ocultan sus represiones bajo abundantes capas de frivolidad.
La imagen de Robert Laing, repetido hasta el infinito, en un ascensor tras la enésima humillación tratando de buscar aprobación, un ascensor que él mismo ha parado, representa su cruzada personal: ahí toma la decisión de ser invulnerable, impermeable a las trangresiones de su sociedad, de una fiesta a la que no le han invitado.
El comentario social se extiende en los detalles de vida del High-Rise: una infernal sucesión de planos denuncia el modo de vida hasta el hartazgo, mucho de mucho y nada de todo, la rutina inacabable de ducha, levantarse, gimnasio, vestirse, comer, ir a una fiesta, trabajar, buscar el coche… una vida sin fin, sin pausa, una vida en la que nos hemos olvidado cómo dormir, como menciona la desbordada Helen Wilder, porque al fin y al cabo no tenemos el tiempo en ese bucle infinito.
Nos hemos acostumbrado que la sociedad perfecta se defina solo por una imagen perfecta, pulcra, con supermercados de juguete donde se puede encontrar todo lo necesario y se celebran promociones estúpidamente arbitrarias, con reuniones sociales donde el menosprecio se oculta en palabras educadas, cuando este microscopio que observamos nos prueba que estar cuerdo en semejante locura es una utopía: el edificio era perfecto en su concepción, solo que no tuvo en cuenta la entropía, la suciedad y la confusión que acompaña al ser humano.
(Continúa en el SPOILER por falta de espacio)
De nuevo, un engaño mas de parte de los prestigiosos críticos cinematográficos, que, sinceramente no entiendo en que se basan para hacer sus críticas. La película no es ni brillante ni transgresora, es una sucesión de escenas sin sentido alguno y no porque no entienda lo que este bodrio pretendía transmitir durante su transcurso, sino porque es una autentica mierda, pero aun peores son aquellos que transmiten a través de sus buenas criticas una idea errónea y a raiz de esta la gente normal y con un gusto normal, ya no digo bueno, sino normal y sobretodo sano, perdamos tiempo de nuestra vida viendo semejante ofensa al cine. Y dirán, cada uno tiene su gusto, y seguiré diciendo a quien le guste esto esta como un cencerro.
En Snowpiercer, la humanidad se encontraba amotinada en un tren. En High-Rise sucede lo mismo, pero en un gran rrascacielos. En ambos casos, los vagones-pisos marcan las distintas clases sociales, y los personajes se encuentran, desencuentran y pelean en esas majestuosas construcciones, que funcionan como metáforas del mundo exterior. El cineasta Ben Wheatley concentra en esa mole de modernidades y rincones retro la histeria colectiva, la insatisfacción y la locura de sus personajes. La pena de este edificio que mira al cielo cinematográfico sin apenas tocarlo es que su director acaba centrándose demasiado en esa vorágine suicida, de caos y destrucción, que ataca a los distintos vecinos. Pasada la primera hora, High-Rise prefiere ser una colección de fotogramas tarados, de una brillantez formal fuera de toda duda, pero sin historia alguna, carente de emoción y sentido. Al visionar High-Rise siento y presiento lo que me quiere contar Wheatley, pero no me conmueve. El film, a la postre, no dista demasiado de un videoclip con tics pseudomodernos, frío y apoteósico. High-Rise, más que ningún otra producción, dependerá muchísimo de la sensibilidad del espectador. A este respetable le llegó muy hondo el viaje de Snowpiercer, pero con High-Rise veo la furia y la destrucción desde la lejanía. Eso sí: la versión que realiza Portishead del tema de ABBA S.O.S. es de una belleza casi fúnebre. Un futuro título de culto.
@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
http://cachecine.blogspot.com