El prisionero
Sinopsis de la película
Después de la II Guerra mundial (1939-1945), un cardenal (Alec Guinness) es acusado de haber traicionado a su patria. Es un hombre de carácter y voluntad férrea. Su interrogador (Jack Hawkins), un hombre benevolente en apariencia, recurre primero a la amabilidad para hacerlo hablar, pero acaba sirviéndose de pruebas falsas, trucos sucios y diversas formas de crueldad para conseguir su objetivo. Sin embargo, parece que nada consigue doblegar al prelado.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Prisoner
- Año: 1955
- Duración: 91
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Opinión de la crítica
Película
6.5
55 valoraciones en total
Hay veces, no muchas, en las que un personaje te llega al alma nada más salir en pantalla. Y no es necesario que sea el protagonista, ni una gran estrella, ni por supuesto responder a unos idealizados cánones de belleza. Basta con tener algo que no se compra en las tiendas ni se aprende en las academias: el carisma.
Y señores, a Wilfrid Lawson,.el enternecedor carcelero que sale cinco veces contadas en esta película, le sobra carisma por todos lados. Mientras Alec Guinness se casca un soliloquio (otro más) de dos o tres minutos utilizando las técnicas de Stanilawski o de cualquier otro hombrecillo del este de nombre impronunciable, Wilfrid entra con su palillo en la boca y un plato de comida, se casca una anécdota sobre la pena de muerte que es de lo mejor de la cinta y se va. No le hace falta más para que el público viva en el interior de su bolsillo. Y es que no hay nada como ver a un tío normal, un hijo cualquiera de la vecina del quinto, para darse cuenta de que todos los demás personajes están exagerados hasta límites insospechados. La naturalidad del que no sabe que es una estrella es lo que le hace brillar más que ninguna.
Lawson eres grande, muy grande-
En un debate de una película inglesa (de cuyo nombre no puedo acordarme) en qué grande es el cine de Garci iban a hablar del porqué de la decadencia de la boyante industria del cine británico después de la segunda guerra mundial… como siempre se fueron por los Cerros de Úbeda y se pusieron a hablar de otra cosa. No obstante, me picó la curiosidad y últimamente me dio por buscar películas de esa época en la que he encontrado verdaderas joyas, como ésta.
El prisionero nos cuenta la historia un Cardenal sin nombre. en un país sin nombre de la zona comunista de Europa después de la segunda guerra mundial (supongo que en la época de la guerra fría no estaba el horno para bollos para nombrar a un país en concreto) aunque la historia esté inspirada, parece ser, en un Cardenal húngaro llamado Mindszenty. El Cardenal es encarcelado, interrogado y torturado (tranquilos no hay violencia), lo cual es un pretexto para dos duelos interpretativos entre dos personajes principales de la película y uno de los secundarios. El principal, entre la prima donna del cine británico de entonces (Alec Guinness) contra su interrogador (Jack Hawkins), el secundario, entre Sir Alec contra su carcelero (en el que el director no repara tanto pero que no tiene desperdicio). Ambos duelos están aliñados con unas grandes interpretaciones y un notable guión, dando lugar a una sucesión de frases demoledoras y punzantes bien dosificadas durante la película, aunque a veces se abuse un poco de ellas.
Asimismo, la película también se sirve de intérpretes y guión para exponer muchas cosas más:
La falta de libertad en el bloque del este europeo de la época.
La Disección la mente humana con una psicología no precisamente de andar por casa, exponiendo la psicología como un arma de la tortura.
La presentación de múltiples dicotomías del hombre y la sociedad, sugeridas a veces por la presencia de espejos: luz, oscuridad, el poder de la justicia y el poder militar, psicología contra fuerza bruta, verdad y mentira, el pueblo y la ley, el pueblo y la iglesia, la ley y la iglesia, el hombre y dios, etc.
También se investiga: la conciencia humana, el juicio de la película como una metáfora del colaboracionismo de la Iglesia con los nazis, el orgullo como fuente de perdición, el muy shakespeariano concepto de que el silencio es lo que realmente acojona, hasta donde es capaz de llegar un hombre torturado y su torturador, etc.
Todo ello hace a ésta una película notable… pero, como en esta vida no todo es perfecto y Dios escribe derecho con renglones torcidos, diremos que la película cojea en la joven pareja que aparece en algún momento del film que no termina de pintar mucho en la historia.
La imaginación para inventar métodos de tortura no tiene límites. Cuando se quiere sacar a un infeliz no la verdad, que casi nunca interesa cuando se acusa en falso, sino lo que los verdugos quieren oír (en un sistema totalitario que persigue a supuestos culpables de rebelión y disidencia), cualquier medio es lícito. El dolor físico suele soltar la lengua, los torturados dicen todo lo que se les obliga a declarar. El sufrimiento extremo es una coacción muy eficaz, no hay muchos que se resistan. Pero hay excepciones, poquitas. Algunos no cantan ni aunque les frían en aceite, o mueren antes de haber dicho una palabra porque a los flageladores se les ha ido la mano. Los métodos físicos no siempre son eficaces.
Los verdugos más letales son los que machacan la mente sin necesidad de machacar el cuerpo con potros de tormento. Son esos que parecen amables, controlados, empáticos, comprensivos, educados. Que emplean las palabras con las artes de un cirujano que secciona la carne en el lugar exacto. Saben encontrar el punto flaco del edificio mental de su víctima e inyectar un veneno potente. Pueden coger a una persona inocente y convencerla de que es culpable. Cambiarla como un calcetín al que se le da la vuelta.
En la novela 1984 el misterioso OBrien, miembro importante del Partido, establece una curiosa empatía con el rebelde Smith. La presa se siente atraída hacia el cazador, y el cazador hacia la presa. Smith intuye que todo es inútil, pero aún así de alguna descabellada manera sabe que le gustaría que OBrien y él fueran amigos, si uno no fuese el sabueso y el otro una rata de alcantarilla que puede ser aplastada cuando al Partido se le antoje. Incluso así le gusta pensar que son una improbable clase de amigos. OBrien le comprende. Se ha metido en su pensamiento de tal forma que no hay un solo detalle inadvertido de su vida, no hay un paso que Smith pueda dar sin que el otro lo conozca ya de antemano. Pero a OBrien no le interesa destruir el cuerpo de su adversario, destrozarlo para arrancarle por la fuerza confesiones que en realidad no quiere decir. La envoltura es lo de menos. El verdugo desea que su pelele se transforme hasta el fondo del alma, que crea de verdad lo que su captor le dicte que crea. Como está embebido hasta la médula de la fe en el Partido (es un auténtico creyente no religioso, un fanático muy inteligente), para él la rebeldía de Smith es una enfermedad del espíritu que se puede curar. Por eso no lo odia, incluso a su retorcida manera le tiene aprecio, lo considera un enfermo mental al que hay que compadecer y tratar, sin escatimar en medios, para que al final entre al redil y se libre de su mal. No hay mayor triunfo para el torturador de mentes que lavar por completo un cerebro desafiante, rendir una voluntad y lograr que ésta acepte de corazón ir por el buen camino. Qué orgulloso se sentirá de haber salvado a un alma descarriada.
El quid y el protagonista son el hecho religioso y el hombre religioso, por lo que la película se puede clasificar dentro del género religioso y en concreto del cristiano-católico.
Impresionante escena la del principio de la película cuando el starring y cardenal (Alec Guinness) está acabando la misa y en el libro de oraciones uno de los acólitos liturgistas le pasa una nota diciéndole que la policía ha venido a detenerle, el cardenal mira la nota y mira a los policías que le esperan al fondo de la catedral. Se supone que los hechos se desarrollan pocos años después de acabada la II G.M. cuando Europa se había dividido en la Europa Occidental-Demócrata y la Europa del Este-Comunista, por ejemplo en un país que quizás podía ser Hungría.
El desarrollo del filme se hace pesado y cargante para quien no mire la película con interés religioso, sociológico, psicológico o algo así. Pues todo es una pugna entre el interrogador (interpretado por el gran Jack Hawkins, que más tarde haría películas inolvidables como Tierra de Faraones, El Puente sobre el río Kwai, Ben-Hur o Lawrence de Arabia) y el apresado alto-clérigo quién durante meses se verá sometido a un estado de tortura psicológica, física e incluso sometido a drogas para que se confiese traidor al Estado y en consecuencia socavar el crédito y la moral de la Iglesia, una institución que sin ser esencial ni fundamentalmente un Estado compite y a veces tiene más autoridad y fuerza que cualquier Estado nacional político, algo que a los comunistas les causaba auténtica animadversión, saña, inquina y deseos de persecusión.
En realidad el tema central de esta obra de teatro y también película, es el que se resalta en las palabras del Evangelio de Mateo, capítulo 10, versículos 16-20, cuando Jesús envía a sus primeros misioneros y les advierte así del peligro (cfr): «Fíjense que los envío como ovejas en medio de lobos. Por eso tienen que ser astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres: a ustedes los arrastrarán ante las autoridades y los torturaran. Por mi causa, ustedes serán llevados ante los gobernantes y los reyes de este mundo, teniendo así la oportunidad de dar testimonio de mí ante ellos y la gente. Cuando los juzguen, no se preocupen por lo que van a decir ni cómo tendrán que hacerlo, en esa misma hora se les inspirará. Pues no van a ser ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes.»
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Alec Guinness, calvo, sereno, protagoniza una epopeya del desmorone ante la fuerza con que Jack Hawkins extrae la médula de sus vergüenzas en el larguísimo interrogatorio que protagoniza esta película. Duelo dialéctico, pues y un duelo que se libera con la complicidad del carcelero Wilfrid, que no carece de esa crueldad bondadosa típica de los grandes campechanos y que aplica liberalmente con el prisonero entre tortura emocional y tortura emocional. El interrogatorio, de creciente intensidad resultará al final haber sido un inesperado intercambio. El interrogador instila sus propias carencias en el interrogado y el interrogado asume las dudas existenciales del interrogador, convirtiéndose en cierto modo en una especie de insano reflejo, un recipiente donde volcar miserias emocionales entreveradas entre los intersticios de las faltas ajenas.
No me entusiasmó por la explicitud de su combate mental (demasiado desmenuzado para el espectador) la burda metáfora del ajedrez, la excesiva interpretación de Alec Guinness y la historia de los amantes tan innecesaria. Eso sí, cuando acabó (suntuoso final), aflojé brazos y piernas dándome cuenta con asombro de que hacía tiempo que una película no me mantenía tan en tensión. Lo cual, junto al buen hacer de Hawkins y Wilfrid Lawson y la oferta doble de entretenimiento visual e intelectual, la hace perfectamente recomendable.