El hombre que podía engañar a la muerte
Sinopsis de la película
Basada en una obra de Barré Lyndon, en la que previamente ya se inspiró The Man in Half Moon Street (1945). Un médico se mantiene joven y lozano gracias a periódicos trasplantes glandulares que ocultan su verdadera edad: 104 años. Pero, para ello, debe ser sacrificado algún que otro jovencito.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Man Who Could Cheat Death
- Año: 1959
- Duración: 83
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Opinión de la crítica
Película
6.3
72 valoraciones en total
Inquietante propuesta que comienza como una dentellada de la que el espectador no puede zafarse porque T. Fisher no se lo permite.
Al contrario, le obliga a implicarse en la película porque le tienta con su elocuente narrativa, le subyuga por su excelente concepción escénica y desarma sus defensas gracias a su mano magistral y a su persuasivo modo de entender la labor de dirección cinematográfica.
La recompensa consiste en una peripecia muy bien contada y en la oportunidad de contemplar la magia de la sugestión deslizándose por la pantalla como un lugar propio.
No es de las más conocidas películas de la famosa productora británica, pero estoy convencido que el que llegue aquí sabiendo de qué va este tipo de cine no va a acabar decepcionado. Por supuesto, uno tiene que tener afinidad ya no con el género de terror, se trata de una manera especial de presentar sus películas, ancladas normalmente en una época concreta y con una estética especial. Diría que los escenarios, el vestuario y todo lo que tiene que ver con el envoltorio es lo que hacen únicas a estas películas. En concreto, detrás del sugestivo título El hombre que podía engañar a la muerte está Terence Fisher, y aunque en este caso no vamos a encontrarnos a Peter Cushing paseando por cada fotograma, tenemos a un Anton Diffring que no lo hace nada mal. ¿Y qué decir del maravilloso Christofer Lee?, aquí sí demuestra el gran actor que fue.
La película no va mucho más allá porque no se puede, en realidad con las pocas palabras que describen el argumento uno ya se da cuenta que no es fácil extraer más jugo del que se extrae. Y no es una queja, es un elogio, me parece maravilloso que con una idea muy sencilla se consiguiera sacar adelante una película tan encantadora. No, no es la más conocida, no es la mejor, pero pasar por delante sabiendo lo que supuso la Hammer y no detenerse a verla es un delito. Aquellos que se inicien que pasen de largo, de acuerdo, es cierto que hay mejores. Yo creo sin embargo que vale mucho la pena.
Con La maldición de Frankenstein, The Revenge of Frankenstein, Drácula y El perro de los Baskerville a sus espaldas, Terence Fisher acometió El hombre que podía engañar a la muerte, otra historia de científicos más o menos locos y búsquedas de la eterna juventud. A pesar de tratarse de una obra teatral, ya llevada al cine en otra ocasión (The Man of Half Moon Street), la cámara de Jack Asher se mueve con elegancia entre los decorados, eliminando esa fastidiosa sensación de estar encerrado en un escenario. Su tratamiento del color, chillón pero elegante, se mueve en las coordenadas que Fisher ya había empezado a experimentar desde La maldición de Frankenstein. Como siempre, nos hallamos ante el dilema de si es legítimo o no, moral o no, desafiar a las leyes de la Naturaleza, sobre todo si eso implica tomar vidas ajenas para lograr los resultados apetecidos. Habituales de la Hammer intervienen en la función, aunque todos vemos a Peter Cushing en el papel que encarna Anton Diffring (buen actor, por otra parte), y que rechazó por motivos ignotos. La voluptuosa Hazel Court aporta su escote y sus labios lúbricos como objeto del deseo de sus dos galanes, siendo el tercero en discordia el ubicuo Christopher Lee, muy en su papel. Inédita en España y recuperada en DVD en programa doble junto con Spaceways. Muy recomendable adquisición.
Uno de los títulos Fisher menos conocidos de su antológica producción Hammer que se resiente de una estructura y un origen teatral que determina en gran medida, no ya le desarrollo dramático-narrativo, sino una puesta en escena meno fluida, menos vigorosa de lo que era ley en tan formidable director, magistral en su dominio del espacio, en la tensión interna de la escena que nace de la combinación entre el movimiento interno de unos actores que reconstruyen el encuadre y los desplazamientos de cámara.
La historia en si es apasionante, con ramalazos de ciencia-ficción en clave retrofuturista y citas a la mitología de Jack el Destripador (excelente el neblinoso prólogo nocturno, repetido por Fisher en la magistral El cerebro de Frankenstein) o incluso a Los crímenes del museo de cera (esa galería de bustos que el protagonista esculpe y colecciona) que ayudan a dejar un agradable gusto a pastiche decimonónico y culterano siempre agradable. Por lo demás ofrece la habitual mixtura de elegancia y perversidad de la casa y permite lucirse al excepcional Anton Diffring en uno de sus escasos papeles protagonistas, una intensa combinación de mad doctor frankesteniano y amante arrebatado. Artista y asesino.