El hombre de mimbre
Sinopsis de la película
Una carta que hace sospechar que una joven desaparecida ha sido asesinada lleva al sargento Howie de Scotland Yard hasta Summerisle, una isla en la costa de Inglaterra. Allí el inspector se entera de que hay una especie de culto pagano, y conoce a Lord Summerisle, el líder religioso de la isla…
Detalles de la película
- Titulo Original: The Wicker Man
- Año: 1973
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
7
57 valoraciones en total
La aparente narración de un caso policial simple se va cargando de tensas connotaciones teológicas, mediante dos toques de etnología y unas pocas alusiones al antiguo culto solar (reforzadas con música de aire celta).
Uno de los primeros diálogos ya da la pauta: un oficial de Policía regresa de viaje y pregunta a un subordinado si durante su ausencia ha habido algún problema serio. Lo de costumbre: violación, sodomía, sacrilegio, ya se sabe… , es la respuesta.
Una carta anónima pide al oficial (Woodward) ocuparse de la desaparición de una niña en una isla escocesa. Allí se desplaza en hidroavioneta, y su investigación se va convirtiendo en un episodio de la confrontación ancestral entre las paganas religiones campesinas y un cristianismo impuesto a menudo por vía inquisitorial. Siglos de historia europea al fondo.
Con estilo seco, espartano y siniestro, muy a la manera del Polanski que define el modus operandi del mal, el hormigueo del terror crece cuando se adivina la inminencia de un sacrificio ritual, para garantizar las cosechas.
El sorprendente giro final (cuyo contenido aquí no se anticipa) cambia el signo de todos los datos, digno de un Wilder malévolo.
La trabajada interpretación de Woodward, las magnéticas apariciones de Christopher Lee y la generosa desnudez de Britt Eckland, o su doble de cuerpo, contribuyen a redondear una película singular, cruel y recomendable.
Tengo que ser completamente sincero. Desde el mismo inicio de la película, donde una avioneta surca los cielos, y muestra todo tipo de bellos paisajes y crepúsculos, y suena de fondo una canción algo inapropiada para un film de terror, intuí que esta experiencia podría ser lo que finalmente fue, un bochorno.
Lo primero que tengo que decir, es que cabe destacar la trama, el alma de la película, tristemente y por completo atrofiada por detalles patéticos, irrisorios, lamentables. La idea, es aterradora, y parcialmente bien ejecutada.
Desde que el hidroavión se posa suavemente en la costa de la isla de Summerisle (Isla de estío), y habiendo superado momentáneamente el mal trago de la canción inicial, la cosa parecía volverse interesante.
Un policía, de nombre Howie, riguroso Cristiano y moralista, llega a la isla, previa lectura de una carta solicitando ayuda, en busca de Rowan Morrison, una niña desaparecida. La trama policial, la isla, los lugareños, extraños, bizarros, que reciben al visitante, recordaban un poco a Innsmouth, ese pueblo marítimo, plagado de misteriosos y aterradores habitantes salido de la perturbada y genial mente de Lovecraft. Pero las similitudes acaban aquí. Voy a tratar de destacar los aspectos positivos de la película, en primer lugar.
La fotografía, a cargo de Harry Waxman, es más que aceptable. Los cielos despejados, la marea, rompiendo con estrépito contra las rocas negras, los prados y suaves pendientes cubiertas de fino y limpio césped, son muy buenas. Otra aspecto bueno, son ciertas imágenes que de no ser por un escollo que diré más adelante, podrían haber sido aterradoras. Los habitantes y las máscaras de animales (algo hay con las máscaras de animales, si bien me son, los animales, infinitamente más queridos que los seres humanos, hay algo monstruoso en una figura humana con un rostro animal…algo temible, espantoso), las danzas alrededor del fuego, los objetos colgados en árboles, recuerdan, en cierta forma, a los escritos de Arthur Machen, con sus ritos paganos, en bosques impenetrables. También la idea de un pueblo, reducido en su mentalidad, a un solo ser, que los gobierna y a quién obedecen más allá de sus posibles propios pensamientos y sentimientos, también es algo inquietante. El otro punto positivo, es la actuación de Christopher Lee, quién se destaca por encima del resto, claramente. Donde sus movimientos faciales demuestran calidad actoral, en los demás, se nota una exagerada afectación, una cierta rigidez en sus expresiones.Hasta aquí lo bueno, lo rescatable.
Sigo en el spoiler, con lo negativo y desvelando el argumento y final de la película.
Se insiste en otras críticas que la peli no es de terror. Será porque no se ven vísceras, supongo. En mi casta opinión, ver a un grupo de niñas de 9 años gritando falo a coro es terrorífico.
También me acojona eso de conservar el cordón umbilical en el jardín o que todo la gente del bar cante la hija del tabernero es un puta delante de un sonriente tabernero.
Las conclusiones de cada cual sobre el mensaje de la peli son respetables, y a la vez discutibles. Se terminaría antes preguntándole al propio director, pero como he perdido su móvil, también divagaré por mi cuenta:
creo que Robin Hardy (o Shaffer) enfrenta catolicismo y secta para criticar la primera, dando a entender que es igual que la segunda. Para ello recalca el tabú de aquella en lo que a sexo se refiere, esencialmente. Es decir: si te escandalizan los rituales sexuales que aquí se muestran, eres un católico santurrón.
El tema es que a mí me escandalizan, y sin embargo cualquier religión me parece ridícula.
Lo de siempre: un grupo de skins con bates en una acera, un grupo de okupas con hachas en la otra, y yo en el puto paso de cebra.
Injustamente olvidada durante muchos años (pero por suerte reivindicada cada vez con más fuerza como una de las cumbres indiscutibles del terror de todos los tiempos), «The wicker man» se nos presenta como un film con diversas capas de lectura, que se articula principalmente sobre el conflicto imperecedero y universal del choque entre civilizaciones opuestas y que plantea con habilidad la dicotomía entre etnocentrismo y relativismo cultural, haciéndonos reflexionar sobre cuestiones como el grado de tolerancia que poseemos hacia tradiciones ajenas que nos resultan imposibles de comprender o la diferencia esencial entre libertad y libertinaje.
Con verdadero aroma lovecraftiano, recordando en su planteamiento inicial y turbia atmósfera a maravillosos relatos como «La sombra sobre Innsmouth» o «El ceremonial» (aunque sin la presencia de elemento fantástico o sobrenatural alguno), el film nos lleva de la mano por un viaje a las profundidades de la naturaleza humana a través de Summerisle, enclave perfecto para desarrollar esta aventura de horror personal, por ser un lugar aislado del espacio y diríase casi que del tiempo, donde las leyes de la lógica se subvierten y parece que cualquier cosa pudiera llegar a ocurrir.
Avanzamos en la trama gracias a la intrusión de un elemento extraño en la isla que, en su investigación, va chocando con todo lo establecido. Se potencia así una sensación continua de extrañamiento (de la que deviene la fascinación del espectador), la que proyecta la mirada ortodoxa del Sto. Howie sobre las costumbres paganas de los habitantes del lugar. Cabe destacar, en este punto, el acertadísimo uso de las canciones, bajo cuyos agradables acordes se esconden unas envenenadas y provocativas letras que van definiendo poco a poco la tradición cultural de los habitantes de Summerisle.
La película propone un inteligente análisis sobre la religión como elemento alienante, indispensable para la paz interior del ser humano (por las esperanzas que en ella se depositan) pero causante, a su vez, de conflictos sociales basados en la intolerancia y la incomprensión del otro. Robin Hardy contrapone la cultura de la gente de Summerisle al puritanismo religioso del Sto. Howie para sacar a la luz el sinsentido de ambos extremos, si bien la actitud del sargento resulta más inane, podemos deducir que siglos atrás y en otro contexto habría podido liderar con gusto cualquier proceso inquisitorial contra esta comunidad de herejes a la que se enfrenta.
Una carta sin remitente le pide al sargento Howie presentarse inmediatamente a la apartada isla de Summerisle. El motivo es la misteriosa desaparición de una niña, de la que según los habitantes de la localidad jamás se ha sabido. Eventualmente, el oficial de policía seguirá el caso muy de cerca para su propio bien.
Basado en un texto del prestigioso novelista y guionista Anthony Shaffer (frenesí, La huella) Robin Hardy adapta con un enfoque ligero y desenfadado este thriller de inusuales características, debido en parte a haber sido concebido por su director como un musical etnográfico, algo que puede ya sea desviar la atención del espectador, apagar su concentración, o tal vez dar una bocanada de aire fresco a quien desee ver algo distinto de la típica cinta de horror de la época, en la que ya se habían explorado casi la totalidad de tópicos que podía ofertar el genero, todo es al final cuestión de gustos. Lo verdaderamente significativo del filme es su visión paródica de la sociedad occidental, la comparación de los diversos rituales religiosos, así como la libertad sexual y falta de pudor de dicha comunidad, hecho que atormenta profundamente al conservador y buen cristiano Sargento Howie.
Esta obra posee todas las características de una cinta de culto, sobre todo por lo que se logró con un presupuesto tan ajustado, por ejemplo, los sombríos y la vez ricos paisajes escoceses fotografiados por Harry Waxman, la música folklórica de Paul Giovanni, la presencia de grandes interpretes, entre ellos Edward Woodward, el icónico Christopher Lee, y bellas féminas como las rubias Britt Ekland, Diane Cilento, e Ingrid Pitt. La primera, futura chica Bond, la segunda, ex mujer del mismísimo 007, Sean Connery.
En fin, una película muy interesante, que debe ser rescatada tanto por su sugerente trama como por su innegable valor histórico, para preservarse como una de las cintas de misterio más originales y emblemáticas de la historia del cine, como prueba de ello esta el epílogo, verdaderamente inquietante.
Pierluigi Puccini