El gran silencio
Sinopsis de la película
En 1984 el director alemán Phillip Gröning pidió permiso a la Orden de los Cartujos para rodar una película en el interior de uno de sus monasterios. Le dijeron que era demasiado pronto. Quizás más adelante. Dieciséis años después recibió una llamada. Había llegado la hora…
Los preparativos llevaron dos años, el rodaje uno y la postproducción dos más. Han transcurrido, por tanto, veintiún años hasta su completa finalización. El Gran Silencio muestra por primera vez el día a día dentro del Grande Chartreuse , el monasterio de referencia en los Alpes franceses de la legendaria Orden de los Cartujos.
Presentada en el Festival de Venecia y premiada en el Festival de Sundance (Gran Premio del Jurado) y en los Premios del Cine Alemán (Mejor Documental), el film ha sido un gran acontecimiento cultural en Alemania, Italia y Austria, donde ha obtenido gran éxito entre público y crítica. Una película austera, cercana a la meditación, al silencio, a la vida en estado puro. Sin música excepto los cantos de los monjes, sin entrevistas, sin comentarios, sin material adicional. Ciento sesenta minutos de cine en silencio…
Detalles de la película
- Titulo Original: Die Große Stille (Die Grosse Stille)
- Año: 2005
- Duración: 164
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Opinión de la crítica
6.8
39 valoraciones en total
Si te sobran tres horas de tu vida y quieres relajarte puedes a) pegarte una siesta, b) leer una novela, c) ver la tele, d) pasear y e) un amplio etcétera de opciones que Philip Gröning parece ignorar, ya que, para ofrecernos un oasis de paz y tranquilidad en este mundo nuestro tan ruidoso y estresante, ha rodado una peli en la que a penas se habla y a penas sucede nada.
Película muy interesante y silenciosa. Excelente para ver un día como hoy, un viernes de Semana Santa en que todo el populacho anda haciendo bulla de cachondeo o bulla de trompetas, masas y religiosidad de jarana por las calles, parece ser que en honor de la crucifixión de Jesús, aquel tipo extraordinario, nazareno-judío, que vivió hace unos dos mil años.
Me ha parecido llamativo, bello y deliciosamente captado, la lluvia, su sonido y su imagen sobre el bosque casi cubierto de nubes, también ver a los monjes comiendo, charlando al sol o jugando sobre la nieve de una ladera, y además en su día de cortarse el pelo de la cabeza, así mismo, ver lo bien equipados que están hoy en día los monjes de clausura —pues si esta es una de las congregaciones más austeras, ¿qué comodidades no tendrán en las menos austeras?—, e igualmente me ha gustado mucho la escena donde un monje joven da masajes a otro anciano, con pomada, sobre sus brazos y espalda desnudos, y hermoso el acompañamiento de un monje anciano que ya no se vale por sí solo, de otro más joven.
De todos los monjes que salen en el documental, el que más feliz me ha parecido, y con toda lógica, ha sido el viejo encargado de la huerta y las tareas campestres, al que se le ve que pasa más horas al aire libre y en tareas directas con la naturaleza, pues como es sabido por todos desde que el mundo es mundo religioso, la mejor oración y la que más satisfacción da es la que se hace en el templo de la naturaleza, no en los templos construídos por la mano de hombres.
Fej Delvahe
Acompañé a una amiga a ver este documental. Como iba mal dormido ese día iba preparadísimo para echarme el gran siestón de mi vida, ya que como dicen en otras críticas que esto es para gente de sensibilidad especial y que hay que mirar con otros ojos, y como ya he demostrado mi nula sensibilidad en esta web y siempre he mirado con los mismos ojos… pues no me llevé la almohada porque cantaba mucho, que si no…
Encima nada más entrar en la sala descubrí que la copaba el Imserso… uf cabezadita colectiva pensé.
Pues no, me equivoqué del todo. Y eso que creo que a este documental le hace falta un hilo conductor, porque parece montado a brochazos, pero es tan único que merece la pena verlo. Y además creo que hay que verlo en pantalla grande.
Sólo diré que cuando acaba la proyección sólo sientes una cosa: paz.
Interesantísima propuesta documental no apta, claro está, para espectadores impacientes. El director, Philip Gröning, sí predicó con el ejemplo ya que tuvo la paciencia de esperar dieciséis años desde que pidió permiso para rodar en un monasterio de la Orden de los Cartujos hasta que se le concedió.
Otras condiciones, en principio para no entorpecer el ritmo de vida de la congregación, eran que durante el rodaje debía permanecer conviviendo con los monjes y que debía contar con el mínimo equipo posible —es decir, unas condiciones técnicas de rodaje casi Dogma —.
Sin embargo, y quizá sin pretenderlo, los monjes se revelaron como unos muy sutiles y certeros asesores cinematográficos, ya que el resultado inevitable de dichas condiciones es una mirada desde dentro que sortea, además, el riesgo de un esteticismo pictórico, más decorativo que espiritual, que con más medios podría haberse obtenido.
Personalmente, debo decir que, como espectador, sí me ha llegado el aliento profundamente espiritual que la película pretende transmitir, aunque, paradójicamente, no tanto en los momentos en que vemos a los monjes, de manera individual o colectiva, orar (creo que era Orson Welles quien decía que la oración es un acto tan sumamente privado que es de las pocas cosas que la cámara de cine, ese ojo que todo lo ve, jamás podrá captar) como en los momentos de quehaceres cotidianos, repetidos en silencio una y otra vez, e incluso lúdicos, como cuando juegan en la nieve (esta última escena se beneficia, además, de la dimensión trascendente que adquieren las montañas y el cielo y se acerca a la grandiosa humildad del Rossellini de Fancesco, juglar de Dios ).
A destacar, finalmente, la impagable elocuencia de los primeros planos de los monjes mirando directamente a cámara y el avión que pasa.
En los dieciséis años de espera, Gröning se lo podía haber pensado un poco más. El proyecto, cierto, era difícil, pero si no se tienen dotes, al menos hay que tener prudencia, o, dicho de otro modo, una mínima conciencia de las limitaciones propias para no meterse en berenjenales de los que no se va a poder salir airoso.
El tema ofrecía la posibilidad de proyectar una mirada afín y consecuente al marco del monasterio, a la vida del monje en soledad compartida, a sus actividades sencillas y esenciales, a la realidad cartujana —en definitiva—, pero todo se queda en unas imágenes más bien planas, trabajadas de forma no muy diferente a si se tratara de un convencional documental turístico. Sucesión de pinceladas más bien inconexas y caóticas que no dan una idea clara ni de la vida «exterior» del cartujo ni, mucho menos, de su vida «interior». La película carece de la sensibilidad visual y el ritmo sutil que hubiera sido necesario para sugerir esa pausada alternancia de trabajo y oración que constituye la vida del monje. Apenas nada nos evoca ese pulso interior que busca transformar la acción en contemplación, hacer del silencio algo más que mera ausencia de sonido, provocar la dilatación del instante en lo intemporal… Ése era el gran reto que esta película planteaba —convertir el tiempo en espacio, podría decirse también aquí— y que su director, me temo, ni siquiera ha llegado a intuir.
Especialmente absurdas me parecen esas imágenes rápidas —¡y encima el «hallazgo» se repite varias veces!— con las nubes a toda pastilla (recurso tramposo, vulgar y trillado) o esos insistentes primeros planos de unos personajes que si por algo se caracterizan es por la búsqueda del más radical anonimato, pero a los que el director parece curiosamente empeñado en sacar el carné de identidad. Fuera de lugar, también, esas imágenes falsamente «pictóricas» de exteriores o esas otras con trazas de postal turística. Todo con un aire de espiritualismo blando, moderno, aceptable, y en definitiva superficial, a lo Khalil Gibran o lo Anthony de Mello.
Si todavía le pongo un 4 es sólo porque el proyecto, como antes dije, entrañaba una importante dificultad y porque la idea me resulta atractiva.
Uno no puede dejar de pensar lo que Dreyer o Bresson habrían hecho en la Grand Chartreuse. Si éstos eran capaces de sacralizar hasta la realidad aparentemente más banal, de infundir el espíritu en la materia más tosca, Gröning hace justamente lo contrario, reducir lo sagrado al nivel de lo profano. Lástima.