El fantasma va al oeste
Sinopsis de la película
La familia de un hombre de negocios lo convence para que compre un antiguo castillo en Escocia, lo desmonte pieza por pieza, lo traslade en barco hasta América y allí lo reconstruya de nuevo. Pero con el castillo viajará también un centenario fantasma que ha aterrorizado durante siglos a sus propietarios.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Ghost Goes West
- Año: 1936
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
Película
6.2
75 valoraciones en total
Producción de la London Films, dirigida por el francés René Clair. Se inspira en el relato breve Sir Tristan Goes West , de Eric Keown. Se rodó en b/n en Denham Studio (Denham, RU), con un presupuesto relativamente elevado, el mayor del cine británico del año. Obtuvo una nominación en Venecia (director). El productor fue Alexander Korda.
La acción tiene lugar en Escocia en los años 20/30 del XVIII y en Escoia y Florida (EEUU) en 1933/34. Narra la historia de Murdoch Glourie (Robert Donat), joven miembro de una familia prominente escocesa, enfrentada al clan de los MacClaggan, mujeriego, aficionado a la vida galante y con aversión por las armas y la guerra. Su muerte en un acto de cobardía hace que sea condenado a vagar como un fantasma por el castillo familiar hasta que consiga el restablecimiento del honor familiar. Unos 200 años más tarde, el heredero de la familia y del castillo, Donald Glourie (Robert Donat), acosado por las deudas, se ve obligado a vender la mansión a un empresario americano, Joe Martin (Eugene Palette), de cuya hija, Peggy (Jean Parker), se enamora.
La película compara la vida idílica y romántica del XVIII, eminentemente agraria, con la agitada vida moderna, despersonalizada por el abandono del campo, la emergencia de las grandes urbes y el progreso industrial. Añade una sátira amable de la sociedad americana, dominada por el afán de lucro, la ignorancia histórica y la vulgaridad. La trama de comedia romántica y de humor se ve reforzada y ampliada con elementos de cine fantástico y de terror, a cargo del espectro de Murdoch en busca de su redención. La conjunción de sátira y humor convierte el film en un relato delicioso, de toques magistrales. Son escenas destacadas la del enamoramiento de Murdoch camino del campo de batalla, los últimos momentos del anciano Gavin Glourie (Morton Selten), el aborto del ataque de los MacClaggan contra los ingleses para enfrentarse a un Glourie, la elevación del precio de compra del castillo desde 2.300 libras hasta 125.000 y el baile de disfraces.
La música, de Misha Spolianoski, incluye fragmentos románticos de piano y cuerdas, fanfarrias de marcha (viaje de las piezas del castilo a EEUU) y fragmentos que evocan expectación y temor. La fotografía resalta el atractivo de Jean Parker, el aplomo de R. Donat y el humor estilizado del film. Se beneficia de unos decorados notables, obra de Vincent Korda. Hace uso de maquetas y miniaturas. El vestuario de la protagonista está muy cuidado: destacan el vestido con margaritas y el de gasa blanca. El guión construye una historia sencilla, que aúna romance, fantasía, horror, humor y sátira. Las interpretaciones de Donat y Parker son excelentes. La dirección, pese a desacuerdos con el productor, realiza una obra notable, entretenida, grata y divertida.
Primera película en inglés del realizador (de 37 años). Tras dirigir dos films en el RU, se traslada a EEUU a causa de la II GM.
Deliciosa comedia con fantasma, de los años 30, en la que René Clair se ríe de los nuevos ricos y su presunta falta de clase, y los nobles arruinados y cargados de deudas, cuyo único patrimonio es la historia de sus antepasados, una educación exquisita y una indolencia genética.
Robert Donat construye dos personajes, uno, el fantasma, ligón, picaflor y descarado, y el otro, su descendiente, de poca locuacidad y falto de fe en sus posibilidades románticas. Pero, aparte de la historia romántica, interesante y deliciosa, está la descripción corrosiva de una sociedad americana de ricos sin clase, salchicheros que se pelean por tener un fantasma que les de un cierto toque de glamour, reconstruyendo el castillo escocés en una Florida pre-cubana, llena de luces y palmeras, y que nos recuerda los desmanes arquitéctónicos y horteras de Las Vegas. De hecho, el dueño del castillo se pasea con una góndola, porque es europea. La escena de la auténtica música escocesa, con músicos cubanos vestidos con kilts y tocando las maracas y trompetas, es el perfecto resumen del tipo de ricos incultos que describen.
Una buena comedia de los años 30, quizás alejada de los ritmos, gags y diálogos de las actuales comedias, pero que, si te gustan films algo obsoletos, te gustará.
Curiosamente a Rene Clair se la consideraba el más frances de los directores franceses, a pesar de lo cual, al igual que otros muchos directores europeos, durante la guerra este autor tan frances tuvo su periplo hollywoodiense, del que también es cierto que retornó, acabando de nuevo en su país, a diferecia de otros.
Previo a su mas conocida etapa norteamericana, tuvo otra menos conocida británica, que es a la que corresponde esta película, donde su cuenta la historia errante de un fantasma escoces que acaba en America junto a su abadía, y su prolongación humana en forma de último descendiente del fantasma, ambos interpretados por Robert Donat.
El film visto hoy resulta algo ingenuo, el tiempo ha pasado por él, pero no deja de ser agradable, y un buen ejemplo de comedia fantástica. Pero quizás sea aun más interesante que este film es el claro origen de la más conocida Me casé con una bruja que realizó Rene Clair años después ya en Hollywood, y que a su vez a dado pie a series de televisión y otras películas (hablamos de Embrujada ), y es quizás desde este punto de vista de digamos que arqueología cinéfila donde quizás radique el mayor interés de este film.
Interesante, sobre todo para curiosos.
Comedia disparatada, extravagante y gamberra que hunde su voluntad en una divertida parodia que comienza entre los recios muros y los esquinados pasillos de un vestusto castillo escocés en pleno siglo XVIII.
Curiosas peripecias, anécdotas ingeniosas y graciosas ocurrencias son presentadas con gran sentido del humor y con una estimable dosis de desenvoltura.
Su pulso equilibrado, su habilidad narrativa y una exquisita caracterización de los personajes proporcionan elegancia formal e interesantes juegos de cámara que aportan viveza y sentido del ritmo.
Sin desperdicio.
El cine es como la vida. Te lleva y te trae y sin darte cuenta te encuentras metido en una peliculita de la que ni siquiera sospechabas su existencia. Es caprichoso el azar. Ni te busqué ni me viniste a buscar. El caso es que El fantasma va al Oeste de René Clair es un claro ejemplo de film sencillo sin mayores pretensiones que las de hacer pasar un rato entretenido y ajeno a problemas vitales de mayor enjundia. Claro que, para ello, nosotros los espectadores hemos de poner un poco de nuestra parte, o un mucho si lo prefieren, o repetirnos, tengamos o no ancestros gallegos, aquello de non creo en bruixas pero haberlas háilas y que además viajan en transatlántico.
Picoteando, como es mi costumbre en terrenos cinéfilos, un poco de aquí y otro poco de allá, vine a encontrarme con Sucedió mañana también del director francés, obra que llegué a comparar con los cuentos de la abuelita Capra. Tal vez hubiese cierta osadía en tal comparación, que Capra era mucha abuelita, pero la idea era resaltar el estilo narrativo, claro y sencillo, de Clair y su apuesta por el dream-cine, expresión que desconozco si está acuñada pero que resulta absolutamente gráfica en este contexto. Pues bien, en esta línea Anderson-Perrault-Grim Brothers, nos encontramos con The gost goes west que aunque he leído su inclusión hasta en el género de terror he de decir, a lo Edith Piaff, que de miedo, rien de rien. La cosa anda más bien por el terreno de la comedia convenientemente fantástica y con segundas lecturas para lectores avispados: Rabia, rabiña que tengo castillos y tu no los tienes que diría un Mac lo que fuese a un oriundo (dentro de lo que cabe) nativo Jhonson USA o similar.
El film no recoge transcendentalidades ni melodramas de lágrima floja. ¡Con ese título, ya me dirán ustedes!, pero su apuesta por el cine de entretenimiento es digna de ser considerada. Robert Donat quien nos evoca ¡como no! los 39 escalones de Hitchcock, lo hace bien en su doble papel de alternancias bigotiles y Jean Parker demuestra que, además de la belleza que la convirtió en una star de la Metro de la mano de Louis B. Mayer en los años 30, hace las cosas bien. Junto a ellos, Eugene Pallette (buen actor de reparto: Caballero sin espada, El expreso de Shanghai) y la presencia breve pero siempre significativa de Elsa Lanchester, completan un excelente grupo para un trabajo entretenido, y no es poco, de otro de esos directores europeos más que interesantes, que también por los motivos archisabidos debió exiliarse a un país donde el talento no quedase al servicio de las cruces ni gamadas ni de ninguna otra clase.