Big Fish
Sinopsis de la película
William Bloom (Billy Crudup) no tiene muy buena relación con su padre (Albert Finney), pero tras enterarse de que padece una enfermedad terminal, regresa a su hogar para estar a su lado en sus últimos momentos. Una vez más, William se verá obligado a escucharlo mientras cuenta las interminables historias de su juventud. Pero, en esta ocasión, tratará de averiguar cosas que le permitan conocer mejor a su padre, aunque para ello tendrá que separar claramente realidad y fantasía, elementos que aparecen siempre mezclados en los relatos de su progenitor.
Detalles de la película
- Titulo Original: Big Fish
- Año: 2003
- Duración: 126
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Opinión de la crítica
7.9
59 valoraciones en total
Desde el primer minuto de la película, te das cuenta de que entrar en esa sala a ver esta película ha sido uno de los mayores aciertos en la vida. Un historia preciosa de principio a fin, nunca empalaga, maravillosa, bonita, sensible,.. una historia que ilusiona!
Todo el rato te lleva a través de la alucinante historia, una historia fantástica enarbolada por el carisma y la espectacular personalidad de cada uno de los personajes.
Ésta es de las películas que nunca quieres que acaben porque sabes que te va a costar años encontrar alguna parecida.
Tiene una de las escenas de amor más bonitas que he visto.
¿Qué eliges? ¿Realidad o fantasía?
Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que sólo un iluso seguiría insistiendo… Lo cierto es que siempre fui un iluso
Tim Burton tiene una gran cantidad de películas maravillosas en su haber, eso es innegable, y muchas las admiro y las tengo en mis favoritas, pero si tuviese que destacar una, sólamente una, quizás, muy a pesar de Eduardo Manostijeras, sería Big Fish la elegida.
Para mí, ésta película tiene todo lo que deseo ver en un film, es perfecta sin más. Tiene magia, ilusión, hipnotismo, comedia, drama, reflexión, frases épicas, romanticismo, aventura, misterio, poesía, imaginación, oscuridad, iluminación, fantasía, realidad…
Es un cuento hermosísimo, una fábula del amor, la familia, las metas, la superación y la vida misma.
Una gran muestra de que es importante lo que se cuenta, pero a la vez también como se cuenta. Edward Bloom tenía un don para contar historias, y era porque creía en ellas, por su inagotable afán de llenarse de vida, conocer y llegar hasta donde se propone hacerlo. Un hombre que no conoce la palabra no ni está dispuesto a pronunciarla.
Este hombre, genialmente interpretado por el carismático Ewan y el sublime Albert, nos muestra lo que fue su vida, desde su infancia en un pequeño pueblo con brujas y gigantes, cuando conoce y se casa con el amor de su vida, Sandra Templeton y hasta su último viaje que vio en el ojo de la bruja.
Cada personaje es un mundo y tiene vida propia, hasta el más secundario tiene su papel destacado. Los diferentes lugares no son menos, pues cada uno guarda el misterio y la magia necesaria para hablar por sí sólo. De la música de Danny Elfman ni hablamos, sobran las palabras. Todo es maravilloso en esta película, no sabría decir un fallo ni poner pegas, ¡hasta el bigote de Danny DeVito está genial!
Como dice Edward Bloom, cuanto más difícil es hacer algo, mayor es la recompensa que te espera al final , y es que aunque es casi imposible resumir esta joya del séptimo arte, pienso que su esencia radica en esta frase, un no te rindas y pase lo que pase saltan de la pantalla a tu mente. Y yo la verdad es que me siento muy identificado con Edward Bloom.
A mi abuelo le hicieron una enorme herida en la cara interna del muslo que le llegaba a la rodilla y que casi le cuesta la pierna. Con una bayoneta. Eso me contó de niño.
Recuerdo un baño, sus enormes calzones blancos, una camiseta interior de tirantes y su cuerpo exangüe y delgado. Levantó la pierna y ahí estaba, sin borrarse cuarenta años después, una profunda grieta que parecía succionar la piel arrugada que la recubría como un agujero negro. Una herida que se marcó en mi cerebro de ocho años con el esplendor de los recuerdos infantiles.
Años más tarde, ya adolescente, volví a preguntarle a propósito de aquella lesión que tanto me había fascinado y aterrorizado de pequeño. Él me respondió que no, que contaba aquellas historias porque era lo que un niño quiere oír. Que la cicatriz se la hizo de otro modo.
Hoy por hoy no recuerdo ese otro motivo que me explicó mi abuelo —tampoco está ya él para refrescarme la memoria—. Ni siquiera recuerdo si hablamos mucho o poco sobre el tema, ni dónde. Tendría yo unos quince años, él, sesenta más.
Desconozco hasta qué punto esa historia que me contaron de niño es real. Tengo dudas —en realidad— de qué es la realidad (lo que experimentas, lo que intuyes o lo que sueñas). Pero hay una cosa de la que no tengo duda alguna: que a mi abuelo le clavaron una bayoneta en la guerra.
Y que ni siquiera él fue capaz de convencerme de lo contrario.
Siempre que veo Big Fish me acuerdo de mi padre. Joder, si es que hasta mi churri a los diez minutos de empezar la peli va y me dice: tio, se parece a tu padre. Y tú al hijo . Claro. Entre otras cosas, por la mala leche que me entra cuando se pone con las historias de cuando yo era pequeño, que por cierto, tiene especial inclinación por contar a las chicas con las que salgo. Y tendríais que ver la cara que ponen ellas mientras le escuchan. Igual que en la peli. Les cuenta mis trastadas, salgo escaldao, y luego al salir de casa: qué majo que es tu padre . Pues se va a enterar. Os voy a contar la historia del pirata McCormick:
Cuando era pequeño mi padre me contaba cada noche las historias del pirata McCormick: un indeseable que siempre acababa enrolado inexplicablemente en algún barco y que se caracterizaba por dos cosas complementarias:
a) comer fabada constantemente (pese a no ser comida típica de mar)
b) tirarse unos pedos atroces
Les conté las historias a mis amigos en el colegio. McCormick escondido debajo de la mesa en una reunión de oficiales, McCormick rescatando a una dama en apuros, McCormick luchando contra el temible capitán Muñoz. Lo bueno venía, lógicamente, cuando la fabada hacía sus efectos, claro. Siempre los derrotaba, aunque con las chicas no solía salir victorioso. Un día le pregunté a mi madre por McCormick, pero ella no tenía ni idea. Recuerdo que me pareció rarísimo que no hubiera escuchado hablar de alguien tan famoso. No es posible, mamá, le dije. Seguro que sabes quién es.
La cosa es que con el tiempo crecí y las historias de McCormick me dejaron de interesar. Pasaron los años. Un día estábamos mi padre y yo en la cocina preparando una fabada y me pidió que le pasara un bote de cayena. Le eché mano y entonces lo vi. Y no sólo en el bote de cayena, también en el de pimienta, en el de orégano, albahaca, comino… todas eran de la misma marca: McCormick. Mi madre entró y se puso a ayudarnos con el guiso. Miré a mi padre. El muy zorro me guiñó un ojo. Y mi pobre madre, ahí al lado removiendo el puchero sin saber quién era McCormick pese a llevar años siendo la víctima de sus fechorías…
Lógicamente, una película capaz de recordarme así a mi viejete no se merece otra nota que no sea un 10. Edward Bloom es exactamente como creo que todos vemos a nuestro padre: un héroe cuando somos niños, un pesao cuando somos mayores, y al menos en mi caso, de nuevo un héroe al descubrir quien es en realidad.
Hermosa, emocionante, tierna, mágica, imprevisible, una banda sonora maravillosa… Puede que peque de sensiblera, que haya fallos en el guión, que el prota tenga cara de palo… da igual. Es de las que llegan al corazón. Si no te emocionas viéndola es que no tienes sangre en las venas.
Lo fascinante de los trucos de magia, reside en lo que el mago oculta y no en lo que nos enseña, en el misterio. La enigmática vida de Edward Bloom es un gran truco de magia que su hijo se empeña en desvelar.
La realidad es un hecho, está ahí siempre, pero…¿quién puede ofrecer en su lugar un fantástico cuento de brujas, siamesas, funambulistas y mágicas hazañas? ¿cuántos serían capaz de crear el cuento de su vida? Decorado todo ello con una banda sonora rutilante que aporta tono, vida y fuerza a las escenas.
Y eso es sólo la superficie, porque para los amantes de la simbología Big Fish es una mina de oro. Entre las escamas del gran pescado se esconden algunos valores olvidados que nos recuerdan a las personas que todos soñábamos y soñamos ser un día no lejano, o al menos antes de que el cuento acabe: perseverancia, inocencia y lo más importante de todo, el amor. La perseverancia se hace sitio en la resistencia de Edward a darse por vencido ante todo lo que comienza, la inocencia y la infancia se personifican en el pueblo de Spectro, refugio de las responsabilidades adultas y que nadie desea abandonar, el amor y lo que cuesta encontrarlo, utilizando como metáfora el trabajo que Edward consigue en un circo cuya única remuneración es la información necesaria para encontrar a la mujer con la que sueña casarse.
Lo más especial de esta película es sin duda el significado que cada uno obtenga de ella, y lo que le represente. A unos les recordará a su abuelo, a otros a su tío y a mí a mi padre, que en el fondo siempre fue un poco Edward a su manera. A veces no nos percatamos de la auténtica importancia que tiene esa persona en nuestra vida hasta que se marcha.
A mí Big Fish me ha enseñado que fantasía es todo y fantasía es nada. Y el mundo es más bonito cuando se colorea un poco. Descubran por qué ese chiste les hizo gracia la primera vez que lo escucharon.