Arabesco
Sinopsis de la película
David, un famoso egiptólogo, se ve involucrado en la lucha por el poder que mantienen tres bandos en un país de Oriente Medio. El objetivo es descifrar una inscripción jeroglífica que todos buscan. David es contratado para traducirla, pero sabe desde el primer momento que su vida estará constantemente en peligro. Pero treinta mil dolares, su lealtad al Primer Ministro y, sobre todo, la bella Jazmine, le obligan a seguir el juego hasta el final.
Detalles de la película
- Titulo Original: Arabesque
- Año: 1966
- Duración: 118
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Opinión de la crítica
Película
6.2
68 valoraciones en total
El humor autoparódico con que nos entregan esta clásica intriga política de espionaje hace que se olviden rápidamente unas persecuciones finales mal pensadas, entre otros defectos.
Donen imprime su particular estilo para la tensión, muy bien ayudado por la música de Mancini.
El personaje de David, el egiptólogo, fue inicialmente escrito para lucimiento de Cary Grant, sin embargo, éste decidió abandonar el cine poco antes de iniciarse la producción. Por suerte, ahí estaba Gregory Peck, que no desmerece para nada de lo que podría haber hecho el bristoliano.
Tampoco está mal el muslamen que luce Sophia Loren.
Voy a intentar escribir sobre Arabesco sin mencionar la película anterior del director:
Todas las piezas de la producción están bien hechas, pero el engranaje no tira mucho, necesita un tubo de escape. Éste debería ser el humor, y sin embargo es precisamente el apartado cómico el culpable de convertir un tal vez interesante thriller político en una somera charada, uy, que me diga… chorrada, quería decir chorrada. Vaya, no lo he conseguido.
La comparación de Arabesco con Charada es tan poco original como inevitable. Los elementos comunes son desde luego muchos y la sombra de Hitchcock es, en ambos trabajos, alargada. Pero no vayamos a pensar que Donen se aprovecha con descaro de D.Alfredo. No. Sus películas son un homenaje al inglés. Sin ir más lejos, Arabesco tiene admirativas referencias a Sabotaje, Con la muerte en los talones o El hombre que sabía demasiado. La presencia de Cary Grant en Charada o incluso la de Peck en Arabesco pueden ponerse también en el haber de las comparaciones positivas. Sin embargo Donen es Donen y Hitchcock es Hitchcock y son como las peras y las manzanas que, ni pueden sumarse ni establecer comparaciones.
Arabesco es entretenida, tan entretenida como Charada, pero inferior. ¿Inferior en qué? ¿Cómo medir la inferioridad? Es una cuestión subjetiva en la que ustedes y yo podemos diferir por naturaleza.
Por una parte están los actores. ¿Grant o Peck? Cary Grant, tal vez por su participación estelar en Con la muerte en los talones, parece el actor idóneo, de hecho Donen le ofreció el papel, y sin embargo la actuación de Peck da al personaje un tono de cómicas y sutiles ironías muy conseguido para el que a priori parecía resultar negado. Audrey Hepburn, la nuera ideal para nuestras madres versus Sofía Loren, la que nosotros elegiríamos. Al final, en cuestión de actores, empate técnico. Eso si, agarrénse que vienen curvas, las de una Sophia que aquí, en vez de pasta promociona zapatos en los que los productores se dejaron una buena pasta gansa.
Mancini y el pop-art conectando ambos films. El tema principal de Charada absolutamente genial eso si. Pero en materias artísticas no hay diferencias significativas. En cuanto a fotografía, estamos ante un trabajo original, experimental, innovador y plenamente logrado. Las imágenes en reflejos sobre las superficies más inusitadas son una apuesta progresista en el cine de los 60. Probablemente, la misma coreografía que Donen buscaba en las actuaciones de sus protagonistas también la llevaba, de la mano de Christopher Challis, a terrenos fotográficos.
Para mi, y esto es pura subjetividad, el film se atasca en un guión con muchos descosidos, especialmente en la parte final que, debiendo ser clarificadora, desmantela las cuatro ideas que creíamos bien aprehendidas. ¿Quién es quién? nos preguntamos. ¿El jeque es el jeque? ¿De quien es hija Jazmine? Eso si, parece quedar claro que la cosa anda de espionaje. ¿O es contraespionaje? ¿O agentes dobles? .
Y la persecución- homenaje del trío calavera a través de campos de gramíneas, in memorian Noth to Nortwest tan buena como referencia cinéfila como mala en cuanto a credibilidad. Y es una lastima porque la película, algo más diáfana y con menos demostraciones ecuestres unicamente válidas para contemplar hermosos paisajes señoriales, hubiese subido bastante la nota
Producida y dirigida por Stanley Donen, se rodó en Oxford, Ascot, Gales, Londres y Pinewood Studios (Londres). Adapta al cine la novela The Cipher , de Gordon Cotler. Nominada a 3 BAFTA, ganó uno (fotografía). Se estrenó el 5-V-1966.
La acción tiene lugar en Londres y otras localidades del RU, en 1964/65. Narra la historia de David Pollock (Gregory Peck), egiptólogo norteamericano, profesor de la Universidad de Oxford, especialista en descifrar antiguas inscripciones jeroglíficas. Es contratado por el Primer Ministro de un país de Oriente Medio para que se infiltre en la organización del magnate Beshraavi (Alan Badel), promotor de un complot antigubernamental. Éste le presenta a su compañera, Jazmine Azir (Sophia Loren), mujer exótica y misteriosa, que mantiene contactos con Yussef Kasim (Kieron Moore), agente del complot liderado por el general Alí Ben Alí. David no se fía de Jazmine, pero necesita su ayuda par afrontar graves peligros.
La pelícual es un thriller en clave de comedia, al estilo de Charada (1963), que suma una compleja intriga hitchcockiana, aventuras a lo James Bond y lances tragicómicos que recuerdan los de La pantera rosa (1963). En el trasfondo de la obra late la pesimista visión del mundo de Stanley Donen: la vida es un enredo de mentiras, ocultaciones, falsos desmentidos y ficciones, que hacen muy difícil y con frecuencia imposible descubrir la verdad. La intriga se basa en la coincidencia de dos complots simultáneos y enfrentados, a los que se añade la misteriosa omnipresencia y misteriosa filiación de Jazmine, que parece encabezar un tercer complot, oculta tras una maraña indescifrable de mentiras. Las traiciones, cambios de bando y engaños tejen una malla inabordable de confusiones, que hacen que el protagonista no sea capaz de entender el curso de los acontecimientos. Los peligros que ha de afrontar son tan grandes que le exigen acciones espectaculares, casi sobrehumanas. La comicidad se apoya en una visión irreverente, pesimista y desesperanzada de una realidad perversamente surrealista. Son escenas destacadas la de la fábrica en demolición, la huída a caballo campo a través, el abandono de David, drogado, en plena autopista de Oxford y la del puente metálico en obras.
La música combina melodías románticas, de suspense y dramáticas, dentro del tono lúdico y burlón propio del autor. La fotografía ofrece un brillante recital de recursos imaginativos y muy variados, que incluyen imágenes vistas a través de vidrios dibujados, lentes, cristales con reflejos, juegos de espejos, bolas de cristal, retrovisores, pantallas de TV, planos contrapicados tomados bajo una mesa de cristal, etc. El guión construye una historia vibrante e intensa, que no da respiro al espectador. La interpretción de Peck y Loren se beneficia de una excelente química mutua. La dirección crea una de sus obras más logradas.
Película entretenida, refrescante y absorbente, de excelente música y magnífica fotografía.
Si Charada puede resumirse como el cruce entre el suspense de Hitchcock y la elegancia sofisticada de Blake Edwards, de Arabesco podría decirse que a estos a dos ingredientes primarios se suma de manera decisiva el espíritu pop de Richard Lester.
No he citado la película anterior de Donen por casualidad. Arabesco sufre el síndrome de aquellas películas a las que comúnmente se acusa de querer explotar una receta anterior que gozó de un gran éxito, y que por ello mismo suelen ser prejuzgadas y despachadas como una mera copia menos inspirada. Sin embargo, como he comentado en anteriores ocasiones, a menudo estas variaciones, que diríamos en términos musicales, suelen gustarme más que la primigenia (El Dorado respecto a Río Bravo o Casino frente a Uno de los nuestros, por ejemplo). Arabesco no es una excepción, y creo que es justamente el antes citado ingrediente pop, el que le proporciona un sabor aún más agradable a mi paladar.
Este componente no se expresa mediante un cromatismo exacerbado, como era usual en la época, sino ante todo en la puesta en escena. Es realmente difícil hallar en Arabesco planos convencionales. Ya desde el primer minuto aparecen encuadres torcidos, y se sucederán picados, contrapicados, emplazamientos de la cámara en lugares poco habituales según el clasicismo y, ante, todo, reflejos especulares, probablemente más que en cualquier otra película.
Prácticamente en cada escena se presenta el motivo del espejo, en numerosas ocasiones deformantes, jugando con las concavidades, así como, según otra vez los parámetros clásicos, de una manera que se antoja aparentemente gratuita. Por ejemplo, Gregory Peck hace footing y se acerca el coche al que le forzarán a entrar. Justo antes, un inserto de una placa metalizada en la carrocería nos muestra el reflejo del actor corriendo.
Sin embargo es paradójicamente esa gratuidad la que, a fuerza de repetirse, se convierte en un leitmotiv visual que proclama diáfanamente la gran intención temática: todo es reflejo, imagen deformada de lo real, ilusión, apariencia, hechizo, en definitiva, juego.
Hay una escena que define maravillosamente este carácter lúdico. Un Peck al que han drogado para que diga lo que sabe logra zafarse de la furgoneta donde lo retienen, y queda perdido en medio de la autopista. En su estado todo lo ve desfigurado, tiene alucinaciones y hasta se cree un torero que mantea los coches que van y vienen. En una planificación típicamente hitchcockiana, a partir de las normas canónicas del punto de vista, serían únicamente los planos subjetivos, aquellos que se corresponden con lo que el personaje ve, los que ilustrarían esta deformación de la realidad. Sin embargo en esta ocasión es el punto de vista objetivo de la cámara el que se hace cómplice de dicho estado y, como si ella también estuviera drogada, toda la escena se torna absoluta y jocosamente psicodélica.
La evidencia con la que la película resalta su intencionalidad juguetona es otra de las razones por la que íntimamente la prefiero a Charada. En la primera el guión, más trabajado y perfecto, resulta mucho más importante, y los giros argumentales son parte activa de su encanto. Arabesco aparece más libre, menos encorsetada en este aspecto, en el fondo nunca llega a ser relevante revelar quién es quién, y todo el engranaje narrativo deviene ya puro macguffin para asistir únicamente al deleite del transitar de las escenas, al gozo puro del acontecer visual. Pero lo que me parece más conseguido es cómo dicho carácter asumidamente lúdico halla su punto exacto de cocción: en ningún momento, como digo, la película realmente se toma en serio a sí misma, pero tampoco llega a caer en una autoparodia explícita que provoque un distanciamiento que nos aleje efectiva y afectivamente de nuestro interés por los personajes y su suerte. Es un equilibrio ciertamente difícil de conseguir y muy meritorio, que en cierto modo me recuerda a determinados momentos de Tarantino.
Quizás el punto débil más evidente es que de todas las peripecias que ocupan a la pareja protagonista y ponen en peligro sus vidas, la última de todas, una persecución desde un helicóptero tantas veces vista en tantas películas, es la que resulta menos insólita y original. Habida cuenta de la singularidad visual que se despliega en escenas anteriores, el espectador espera y agradecería un cartucho final donde la película culminase su paroxismo. Ahí sí que Charada cumple mejor y pienso, por ejemplo, pese a la diferencia general de tono, en finales tan llamativos y extravagantes como los de La dama de Shanghai o Apartado de correos 1001.
También se le podría reprochar, de nuevo en su asimilación hitchcockiana, que pese a todo jamás llega a presentar esa escena realmente antológica, aquella que entra en los anales y la mítica de la memoria cinéfila (como ejemplo más obvio por su cercanía, la escena de la avioneta en Con la muerte en los talones). Pero acaso ese reproche resultara muy injusto: esa es la capacidad que incumbe y por ello mismo delata a los auténticos genios del séptimo arte. Y justamente es, en su propia escala, que Arabesco siempre me parecerá una de las más apetecibles propuestas en lo que para mí es la noción ideal de una sesión de cine en la noche de un sábado ante el televisor (los lectores de mi generación recordarán con júbilo y nostalgia las fabulosas sesiones de tarde y de noche de TVE hace ya algunas décadas).