La posesión
Sinopsis de la película
Berlín, antes de la caída del muro. Cuando Marc regresa de un viaje encuentra a su esposa Anna cambiada, muy nerviosa y perturbada. Por fin, le confiesa que tiene una aventura y lo abandona. Marc cae en una terrible depresión que lo lleva casi al borde de la locura. Unas semanas después, el detective privado que ha contratado para que siga a su mujer es salvajemente asesinado. La verdad sobre la aventura secreta de Anna se revelará monstruosa.
Detalles de la película
- Titulo Original: Possession
- Año: 1981
- Duración: 127
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Opinión de la crítica
Película
6.7
61 valoraciones en total
Imaginad un hospital psiquiátrico. Los internos se aburren, vagan por el jardín que se extiende en la parte trasera de las apacibles instalaciones blancas y limpias. Sus manías, fobias y miedos, siguen ahí: lo que los rodea es como un emplasto que no cura y no deja a la herida supurar. El director del centro, un tipo sesudo y algo dado a la fabulación tiene una brillante idea: hagamos una película. El loco A elabora un guión. El loco B se proclama director. El loco C realiza un casting y selecciona a los locos D , E , F y G para interpretar la cinta, así todos exorcizan sus demonios. Este pudo haber sido el nacimiento de Possession, una experiencia extraña, surrealista y delirante con algunas de las escenas más intensas que se hayan rodado jamás. Cierto que es difícil, cierto que es caótica, incluso críptica, pero la fuerza de su imagen, seca y áspera, te hace olvidar que tal vez sólo Zulawski sepa hacia donde se dirige el engendro.
No abre «Posesión» vía alguna en clave de apariencias, sino de intimidades. No conviene dejarse arrastrar por su componente inverosímil −por explícito que sea− a partir de un acercamiento puramente material, sino olisquear el fermento de la declaración íntima de Zulawski, somática-visceral, y su perspectiva de crisis personal a través de visiones sensoriales de criaturas, paradójicamente, incorpóreas (por su insistencia en la proyección física de las dolencias del alma).
Evidentemente, ubicar el asunto en un piso del Berlín de primeros 80s (urbanismo minimalista, impávida intimidad hogareña) puede recibirse como la contextualización de la película en la reacción anárquica contra cualquier institución despersonalizadora (sociopolítica, matrimonial, paterno-filial, etc.), aunque meterme en esos fangos me parece restarle frescura a la película.
A partir de una fotografía fría, una narrativa hiperactiva, crispada y plano-secuencia, y un histrionismo interpretativo incoherente (los actores deben estar sobreactuados porque la puesta en escena también está hipertrofiada), se ofrece la proyección física (sangres, monstruosidades, rictus esquizofrénicos…) de un psicologismo frenético que repta bajo la recepción de imágenes en forma de metáfora enferma.
Ese quiasmo frágil que es la pareja es la viga que guía la intelección. Pero en cuanto a la multiplicidad de detalles (muchos introducidos, creo yo, con ansias esteticistas), prefiero no cerrar filas en torno a un único camino, y que cada uno se busque en el rechazo que siente la Adjani hacia el marido, en el ataque de mujer imprevisible que sufre Sam Neill, etc.
Desde luego, elementos como la doble de la Adjani, el suicidio del niño, la broma del calcetín rosa…, provocan un ambiente desaforado en el que quizás muchos echen en falta el agarre del punto de vista para encasillar la perturbación en el cómo, cuándo y quién. Aunque eso suponga terminar por clasificar lo inclasificable y reducir la cinefilia al periodismo. Además, los defensores de la cinta dirán que el perturbado es Zulawski, claro. Y por ahí el colocón.
Me la tomo como broma macabra, bocanada de aire libre de director que se sujeta poco o nada, zarandeando los límites de la exageración y el despropósito aunque caiga en lo trillado y manido. Más alborotadora que hipnótica, más gratuita que insoldable. Sin embargo, creo yo, susceptible de reivindicación.
Entre «Secretos de un matrimonio», «Al final de la escapada» y «La cosa», por ahí anda, exagerando, «Possession». Película que destaca en su pesimismo cierto de que el amor está en el aire. Y que por eso, a veces, huele como a cadáver.
Cualquier cosa buena o mala que pueda decirse de La Posesión seguramente sea cierta. No es una película fácil, ni tampoco difícil. Es estúpida y brillante a la vez. Ingénua, delirante, ridícula, atroz, terrorífica, soporífera, lírica… Puede que Zulawski necesitara ciertas clases de cine básico, o puede que no, mas personalmente, el hombre este me cae bien, porque con una ingenuidad que roza la tontería, con una descabellada metáfora de la pareja construye una de las visiones del infierno psicológico más aterradoras y deprimentes de todos los tiempos.
El Berlín dividido de La Posesión es vacío, oscuro, húmedo… la incertidumbre de unas calles que poco a poco se sumen en un infierno cada vez más oscuro y alocado (en el peor de los sentidos de la palabra). Siempre está nublado, hay muros por todas partes, cemento abandonado, mujeres sangrando por la calle, monstruos violando muchachas separadas, niños suicidas, pisos ardiendo, baños ultrajados, gritos, estupidez, automutilación genital, metros vacíos, leche desparramada, sonidos cacofónicos y un larguísimo ETC de detalles y visiones que acaban de completar un marco infernal degradante que una de dos, o te corta el cuello dejándote sin respiración o te provoca risa.
Personalmente, la trama me trae sin cuidado, para buenas metáforas sobre la pareja ya tenemos Días de vino y rosas , pero el ambiente de La Posesión , algunas de sus escenas, sus decorados decadentes, su fotografía sucia y grisácea y dos actores MARAVILLOSOS consiguieron cautivarme. Cuando intento pensar y concebir la idea de Infierno hago uso de varios detalles y atmósferas de esta película. Me impactó de adolescente y me sigue impactando, ese atractivo olor a putridez y decadencia.
Desde entonces, babeo con Isabelle Adjani y su portentoso talento para la interpretación. La sobreactuación no es un pecado, depende del contexto. Cualquier actor que interprete a un loco, un loco ya en fase terminal como los dos protagonistas, sobreactuará. Tanto es así que algunos se quedan locos de verdad (Tom Cruise o Jack Nicholson), pero Sam Neil e Isabelle Adjani, además de regalarnos unas miradas y sonrisas que HIELAN la sangre, si se presta un poco de atención, veremos que los actores han trabajo duramente su cuerpo para soportar físicamente escenas como el genuino plano secuencia de la bajada al metro. Sin una preparación concienzuda, ni Dios puede soportar semejantes azotamientos reales ni esos espasmos musculares que nada han de envidiar al retorcido esqueleto de la niña de El Exorcista .
Una película inquietante con un ambiente de lo más decadente con momentos brillantes y otros estúpidos. Cada uno se queda con lo que quiere y con lo que se deja sentir. Yo me quedé con el fétido aroma de la basura humana que emana cada minuto de metraje.
De Lynch, las incógnitas que deja sin revelar, y con ello la opción a una libre interpretación.
De Kieslowski, el color azul, (aunque esta fuera anterior), y el uso de escenarios fríos y urbanos (como la grabación en el metro, en Tres Colores Blanco y en esta cinta).
Me anima saber que existen más directores como Lynch, esta vez polaco, que nos permitan jugar en la interpretación de sus obras. Comúnmente denominada como cinta de terror, yo le añadiría psicológico, puesto que quedarse únicamente en la superficie del terror sería una pena en este caso. Aparte, surrealista, incomprendida, súper currada y bella.
La historia nos muestra lo peor de las relaciones de amor, de lo conyugal, en este caso esforzarse por intentar sacar un claro causante de la situación es una pérdida de tiempo, puesto que el director prefiere mostrar el resultado de ese malestar que, aunque se crea que no, siempre suele ser recíproco.
Sam Neill está genial, bastante atractivo, y da miedo con lentillas negras. Los secundarios cumplen con su papel. Sin embargo, la interpretación más exuberante de todas es la de Isabelle Adjani, ganadora y merecedora del Cannes a mejor interpretación femenina por este papel. Se deja la piel, y encima interpreta dos papeles diferentes. Sus brotes psicóticos-poseídos son tan creíbles como estremecedores. En todo momento tuve miedo de que se pudiera hacer daño, con la voz y sus movimientos. Brillante, la película merece la pena sólo por verla. Además, me atrevería a decir que es la mejor actriz que interpretó la mejor escena jamás rodada en un metro, por encima de Bertolucci en Irreversible.
Estéticamente el film cumple con mayúsculas. La fotografía es bella, los decorados singulares y variados, en cualquier caso fríos. Y la técnica es personal: esos movimientos de cámara son tan originales como excelentes, nada que ver con los del Polanski de su época, lleno de zooms y mareosos movimientos fugaces.
La banda sonora no estorba, y el póster (que aunque parezca broma citarlo, hace mucho, pues a mí fue quien primero me llamó a ver la película) es una obra de arte por sí solo.
En fin, una película poco conocida, pero a la altura de cualquiera de Lynch, y con escenas para el recuerdo. Habrá que seguir viendo la obra del polaco.
Una película en la que:
– la acción se desarrolla a caballo entre los planos de lo real y lo metafísico,
– el director se permite todas las libertades de estilo y puesta en escena habidas y por haber (esa cámara danzarina, esos escenarios urbanos vacíos, el doblete innecesario de la protagonista, los excesos interpretativos de los actores),
– los personajes están permanentemente desquiciados y su comportamiento es a menudo grotesco, oscilando entre el drama y la parodia (Heinrich el amante, en particular),
– el escenario bascula entre lo hiperreal (un Berlín gris y deprimido en plena guerra fría) y lo onírico (esas calles desiertas con edificios abandonados y fantasmales),
– sus protagonistas transitan desde el escenario dramático de una crisis de pareja hacia otro de pesadilla psicótica y criminal con tintes de cine fantástico y
– contiene una de las secuencias de lucimiento interpretativo más espectaculares de la historia del cine (la del metro de Isabelle Adjani, que mereció premio en Cannes)
no puede dejar indiferente a nadie, no.
Para bien o para mal..