El espía que surgió del frío
Sinopsis de la película
A pesar de que sus últimas misiones son bastante irrelevantes, el agente secreto británico Alec Leamas no desea abandonar la clandestinidad para ocupar un despacho oficial. Su nueva misión en la Alemania Oriental parece más interesante: consiste en hacerse pasar por un desertor y para que su deserción resulte verosímil se las ingenia para desacreditarse y desacreditar a sus jefes hasta conseguir que lo expulsen de la agencia de inteligencia británica. De este modo no le resulta díficil entrar en los círculos de espionaje comunistas. Sin embargo, el agente acaba descubriendo que su misión es una simple tapadera y él un instrumento al servicio de un complot secreto.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Spy Who Came In from the Cold
- Año: 1965
- Duración: 107
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Opinión de la crítica
7.1
37 valoraciones en total
Film independiente, producido y dirigido por Martin Ritt. Se basa en la novela The Spy Who Came In From The Cold (1963), de John LeCarré, pseudónimo de David Cornwell, antiguo agente secreto británico. Se rodó en exteriores de Dublín, en Admore Studios (Irlanda) y Shepperton Studios (RU). Nominado a 2 Oscar (actor y decoración), ganó 4 BAFTA, 1 Globo de oro y otros premios. Se estrenó el 16-XII-1965 (EEUU y RU).
La acción tiene lugar en Berlín occidental, Londres y Berlín oriental en 1962, a lo largo de varios meses. Narra la historia de Alec Leamas (Richard Burton), soltero, agente de la inteligencia británica, con 20 años de servicio, que acepta una misión muy arriesgada para no ser asignado a tareas burocráticas. Es un hombre desengañado, solitario, frustrado y desilusionado. Conoce a Nancy Nan Perry (Claire Bloom), bibliotecaria, de la que se enamora sinceramente.
La película muestra de modo creíble, realista y descarnado, el mundo del espionaje que imperó en Europa en los años de la Guerra fría, conocido de primera mano por el autor de la novela, la primera de las suyas que se adaptó al cine. Los métodos de los servicios secretos de los países occidentales son tan despiadados, crueles e inmorales como los de la URSS y países satélites. Los ideales y valores de la democracia no informan la labor de los espías de Occidente. El film trasmite una visión oscura y tenebrosa de los hechos que rodean la labor del espionaje y contraespionaje de los dos bloques. La obra se erige en contrapunto de los relatos de espías de la serie de James Bond, en auge entonces, que ofrecen una imagen de juego limpio, lealtad e incorruptibilidad de los agentes occidentales. Leamas es una persona honesta, pero no actúa honestamente la organización a la que sirve. El arco dramático se apoya en la enorme fatiga de Leamas, su aversión a los servicios administrativos, la aceptación de un trabajo muy arriesgado, el esfuerzo que hece para engañar al contraespionaje fingiendo un proceso de degradación personal de difícil control y las incertidumbres que se ciernen sobre un trabajo en el que arriesga la propia vida.
La música, de Sol Kaplan, aporta solos de piano en el prólogo y melodías de flauta, sola o acompañada, que trasmiten sentimientos de temor, intriga y peligro. La fotografía, en b/n, mueve la cámara con suavidad, busca encuadres precisos, ofrece planos magníficos (Leamas en prisión de Berlín oriental), ilumina la escena con luces de constrastes contenidos, prodiga sombras atenudadas y construye una decoración de gran sobriedad. El guión da gran importandcia a los diálogos, que sostienen la mayor parte del peso narrativo. La acción se desarrolla pausadamente. La interpretación de Burton es magnífica, una de las mejores de su carrera. La dirección demuestra capacidad de resistencia y reacción ante los caprichos de Burton, su estado permanente de embriaguez y sus plantes. La presencia de LeCarré le ayudó, como esperaba, a resolver la situación.
Realmente a quien interesa la cruda realidad de la guerra fría. ¡Señores! Esta película permanecerá en los almanaques, en los archivos de la historia. Ni siquiera Burton salva la película que poco a poco se va al olvido. Berlín será retratado de acuerdo al glamur de Hollywood. El muro será tapado por los sueños del agente Bond. Después de todo… ¿A quien le importa las palabras de un borracho?… Aunque fuera un agente secreto.
Planteamiento dado por el experto en temas de espías John Le Carré, con un resultado extraordinario.
Con las bases expuestas en The Ipcress File (1965), para estos argumentos, vemos una película que logra un punto de tensión máximo desde el primer momento.
Burton logra una de sus mejores actuaciones, para hacer de bebedor de todas formas no tenía problemas. Cuando aparece en el bar y con el tendero. Luego están los demás planos aparentemente triviales por las calles de Londres, en la biblioteca, en las reuniones con sus contactos, son sencillamente rotundos. Mantienen la intriga. Los tiempos y el ritmo son perfectos.
El juicio es espectacular. Perfectamente montado.
El papel de ella, la joven comunista, sirve para definir mejor aún la personalidad del agente Leamas.
Él dice: ¿Y qué hará por ti el partido? El partido sirve para marcar nuestras directrices
OTAN. Pacto de Varsovia. Un pasado ya superado pero del que quedan aún pruebas de su existencia, y las mejores pruebas son las que sirven de argumento para buenas películas como ésta.
Adaptación de la novela homónima de John Le Carré, que por cierto, no había leído con anterioridad por lo que desconocía totalmente la trama. Rodada en un blanco y negro fantástico, por el verismo con que está rodada hoy en día podría verse casi como una película histórica, una vez caído el muro de Berlín y finalizada la guerra fría, hechos que dieron lugar a la proliferación de novelas y películas basadas en el secreto mundo del espionaje, siendo los mejores ejemplos el James Bond de Ian Flemming y el agente Smiley (aquí sólo en un papel secundario) de John Le Carré. Pero comparar a James Bond y sus películas con el Alec Leamas protagonista de esta historia y con esta película es como comparar un huevo con una castaña (salvando el indudable atractivo de Richard Burton). Si en el cine de espías que estamos acostumbrados a ver gracias al gran 007 prolifera la acción, el lujo y las situaciones inverosímiles, en este caso nos encontramos con la realidad del espionaje, existencias cotidianas, clandestinidad, traición, vidas espartanas, y donde antes encontrábamos disparos y explosiones, aquí vemos tensión psicológica, dosificándose las situaciones de acción al máximo. Se ve un buen reparto, plagado de excelentes secundarios, destacando Richard Burton que borda su papel de espía desencantado. Una buena película que sólo defraudará a quienes esperen algo parecido a James Bond.
Debo reconocer que lo del Martini mezclado y no agitado, lo de me llamo Bond…James Bond, lo de las chicas Bond (en España y allá por los 60) significó para muchos de nosotros, entre los que me cuento, una especie de revolución cinematográfica donde los agentes secretos no surgían precisamente del frío sino de paradisíacos paisajes tropicales con sensuales valkirias emergiendo de azuladas aguas. Y nosotros con los ojos como platos…
Después, el tiempo nos ha enseñado a diferenciar entre sueños y vigilias, entre realidad y ficción y sobre todo hemos aprendido que los buenos no ganan siempre. Y esta nueva óptica de las cosas que nos ha dado la propia vida nos permite comprender y aceptar a agentes secretos con menos licencias para matar y mas alcohol en sus venas, a chicas menos espectaculares y más ingenuas y, sobre todo, nos permite aceptar un mundo con menos sol, palmeras y playas y más sombras, tristezas y paredones.
Martin Ritt consigue que encajemos el golpe. Que lo de Bond está muy bien como entretenimiento pero que los toros tienen cuernos y muy afilados. Que ni los buenos son tan buenos ni los villanos tan malvados. Ritt nos hace abrir los ojos y ver. Claro que eso de hacer milagros no estaba muy bien visto y le costó quedar en la lista negra de los caza brujas al servicio de inquisitoriales senadores que es mejor ni nombrar.
Alguien puede decir y con razón que el mérito es de John Le Carré por su magnífica novela. De acuerdo. Pero el paso del papel al celuloide lo efectuó Martin Ritt con suma profesionalidad. Tanta que, a pesar de los intrincados giros de la trama, a pesar de agentes dobles y otros personajes de dudosa ubicación, el espectador no se desubica en ningún momento. Bueno, debe poner su poco de atención, eso si, pero solo la justa y suficiente.
La música y especialmente la fotografía en blanco y negro contribuyen a configurar una atmósfera sórdida y fría que derrocha tristeza y desencanto por los cuatro costados. La actuación de Richard Burton, de las que se recuerdan. Oskar Werner en su línea de El barco de los locos , es decir francamente bien. Y la película, en su conjunto, un trabajo excelente a la par que crudo. Real como la vida misma.